En “Morena, la Besadora”, Neftalí Ricardo Reyes Basoalto o, mejor, Pablo Neruda le cantó a esa mujer embriagadora dedicándole, entre otros, estos versos: “Comba del vientre, escondida,/ y abierta como una fruta/ o una herida...”. Seguramente el joven poeta chileno dedicaba sus versos a esa zona que habla de la femineidad. Grande sería su decepción si hoy debiera reescribir aquellas líneas para acometer la dura tarea de trazar rimas que hablen de los fornidos bíceps y tríceps de nuestras mujeres hoy; cómo se han desarrollado los músculos del abdomen hasta hacer olvidar el mensaje de vida latente de su interior y lucir como tablitas. Ya no serían aquellos dedos trémulos que se enlazaban arrebatados sino que son hoy manos con callosidades producto de tanto aparato; mancuernas y pesas. Muchas mujeres ya no dan la mano como una caricia que se pierde sino que parece que nos enfrentamos a un muchachote lleno de fibras y hormonas, siempre mirando la hora para detectar el ritmo cardíaco y cuántos kilómetros lleva caminados desde la mañana temprano.
Cuántos poetas dedicaron odas, sonetos, églogas, elegías y madrigales para cantar al perfume que acompaña al amor: el olfato que registra cada centímetro de piel, del ondulado cabello, el aroma que acompaña el andar de la persona amada. Pero muchos de ellos se verían en figurillas para cantar al profundo olor a alcanfor producto de aceites y ungüentos de quienes van al gimnasio y colaboran con químicos en la calistenia. Ya no se trata de rosas y jazmines sino de aceite Esmeralda y Ratisalil. Muchas de nuestras jóvenes optaron por el camino de cultivar el cuerpo de manera brutal y la musculatura se exhibe poderosa, bajo las mangas de las remeras que publicitan algún suplemento alimentario.
Y estas mujeres también mandaron a un oscuro rincón a aquellas otras que completaban gran parte de su atractivo femenino con el producto de sus manos, el ingenio y la hornalla o el horno. Aquellos panes y tortas que provocaban admiración por su aroma; aquellos platos presentados con fina pulcritud han dado paso a brebajes que se consumen directamente desde la licuadora o de la máquina de hacer jugos mezclando huevos crudos, zanahorias y melones, agraviando el paladar de cualquier humano que se mantiene en equilibrio.
Y por último, estas mujeres cuando salen en grupo ya no son un pequeño conjunto de ángeles sonrientes que ocultaban con un mechón de su cabello las mejillas sonrosadas. Ahora, cuando salen juntas del gimnasio, hablan a los gritos y, mochila al hombro, son capaces de caminar varios kilómetros antes de llegar a sus hogares para encontrar algo de sosiego.
Pobres poetas, vates, trovadores y juglares que deberán buscar al reducido, cada vez más minúsculo, grupo de niñas que aún cultivan algunas de las características que permitieron cantar a la mujer
fuente: OPINIONES- Diario EL LITORAL ,
de Santa Fe de la Vera Cruz,
Argentina- 6 Enero 2009
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