1)
El golpe militar de 1976: 35 años después
Por Atilio A. Boron
Es importante, al cumplirse 35 años del golpe, continuar ejercitando la memoria. El olvido o la negación sólo servirían para facilitar la repetición de tan atroz experiencia. Recordar y actuar, pero sin limitarnos a las manifestaciones políticas del terrorismo de Estado y sus políticas de exterminio. Hay que llegar al cimiento sobre el cual éstas se construyeron: el proyecto neoliberal, que para prevalecer requiere de una dosis inaudita de violencia y de muerte. Gracias a la anulación de las leyes de punto final y obediencia debida algunos de los tenebrosos ejecutores del plan genocida están entre rejas, pero hasta ahora sus instigadores han logrado evadir la acción de la Justicia. Hoy, veintiocho años después de recuperada la democracia, ya no es mucho lo que se puede hacer teniendo en cuenta la edad de los principales responsables. Esta es una de las lecciones para recordar: se juzgó a los responsables del terrorismo de Estado, y en ese sentido es importante destacar que en esta materia la Argentina se ubica indiscutiblemente a la vanguardia en el plano internacional. Pero los instigadores y beneficiarios del terrorismo económico y sus cómplices, en los medios, en los partidos, los sindicatos, la Iglesia, la cultura y las universidades, han disfrutado, hasta ahora, de total impunidad. Se ha juzgado y condenado a quienes fueron su instrumento, pero dejando de lado el enjuiciamiento a quienes pusieron en marcha un plan que sabían muy bien sólo lograría imponerse mediante la más brutal violación de los derechos humanos. El proceso llevado a cabo en el caso de Papel Prensa es un avance, así como algunas causas en las cuales se ha involucrado a Martínez de Hoz; pero siendo importantes son insuficientes. Esta es una de las asignaturas pendientes que debe ser aprobada cuanto antes. Ojalá que la discusión suscitada por este luctuoso aniversario pueda servir para profundizar la investigación sobre los instigadores y cómplices antes de que sea demasiado tarde.
La experiencia internacional de países como Alemania, Italia, España y Portugal demuestra que los legados autoritarios no son de fácil o inmediata asimilación. Son procesos de largo plazo y, en nuestro caso, se impone averiguar cuáles son las herencias que ha dejado una experiencia tan traumática como la de la última dictadura militar. Es razonable suponer, por ejemplo, que algunos de los crímenes más estremecedores de los últimos tiempos como los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, del maestro Carlos Fuentealba, del joven Mariano Ferreyra, de los aborígenes qom en Formosa, o el de los ocupantes del Parque Indoamericano, amén de las desapariciones de Julio Jorge López y Luciano Arruga, son ecos luctuosos de aquel desgraciado período de nuestra historia. Otros legados, como la impunidad castrense, fueron metabolizados y superados, pero los absurdos privilegios de que goza la renta financiera, anclados en la Ley de Entidades Financieras de Martínez de Hoz, insólitamente vigente luego de tantos años, continúan ejerciendo su perniciosa influencia, al igual que la extranjerización de los principales sectores de la vida económica, la inequidad del régimen tributario y el despojo de las riquezas nacionales. Una herencia particularmente gravosa de aquel aciago período es la destrucción del Estado nacional, obra en la cual lo iniciado por la dictadura –recordar su consigna: “achicar el Estado es agrandar la nación”– adquirió inédita profundidad y ribetes escandalosos durante el decenio menemista. Los gobiernos sucesores sólo tímidamente emprendieron la urgente y necesaria tarea de reconstruir al Estado, misión imposible sin una reforma impositiva que asegure el adecuado financiamiento del aparato estatal. De ahí la paradoja, que no pasa inadvertida para nadie, de una economía que crece aceleradamente en convivencia con un Estado muy pobre que, por ejemplo, debe confiar en las declaraciones de los oligopolios petroleros o mineros para saber cuál es el monto o la cuantía de sus exportaciones, porque ni el Estado nacional ni los estados provinciales disponen de los recursos humanos y técnicos para dicha tarea; o que depende de otro país para imprimir el papel moneda que necesita su población. Acabar con este deplorable legado es una de las tareas más urgentes: sin un Estado reconstruido y dotado de los recursos que exigen sus múltiples y esenciales funciones, difícilmente la bonanza económica podrá traducirse en progreso social.
fuente: pagina12.com- 24 de Marzo 2011
2)
De qué hablar
Por Eduardo Aliverti
Hay que dejar de hablar del golpe, únicamente, como la instancia más trágica de la historia argentina. Hay que animarse, de una buena vez por todas, a opinar que en algunos o varios aspectos pasamos a ganar. Pero por favor: no confundir esa apreciación con los juicios de quienes estiman que ya están podridos de que (les) hablen de la dictadura. Porque se trata justo de lo contrario.
La bestialidad de lo parido hace 35 años, o un poco antes, es precisamente lo que hace resaltable cierto aspecto del presente. En lo personal, incluso, quien firma se pasó la mayor parte de estas tres décadas y media, en casi cada uno de estos aniversarios, dedicando sus columnas a advertir más que nada sobre la sobrevivencia de lo que la dictadura dejó. La destrucción del aparato industrial; el ninguneo masivo a participar o comprometerse en política, por fuera de aquella primavera alfonsinista que en verdad fue un veranito; la profundización del desprecio ideológico, racista, hacia la actividad sindical y ante los desesperados llamados de atención de los excluidos; la discursividad facha de una vasta clase media (¿Macri no es acaso el hijo civil perfecto de los milicos?); el deterioro de la movilidad social ascendente, quitadas las fantasías patéticas del uno a uno de la rata; la precarización laboral. Puestos en el orden que se quiera, esos y otros componentes son inescindibles del punto de inflexión que significó la dictadura. Aun ahora cabe tener la seguridad o la certidumbre de que en el ámbito educativo en general, por las fallas objetivas y subjetivas que fueren, permanece potente –en el mejor de los casos– la idea y traslación de que hace 35 años aparecieron, desde la nada misma, asesinos lunáticos y capaces de esparcir una de las carnicerías humanas más alucinantes del siglo XX. ¿Cuántos y cómo son hoy los docentes (y comunicadores, y periodistas, y referentes “culturales”, y etcétera) que no saben o no quieren explicar que la mayor tragedia de nuestra historia fue producto de la necesidad y vocación de la clase dominante, para acabar por medio del terror y de raíz –creyeron– con todo signo de rebeldía que anidara en las entrañas y en la militancia activa de una porción de esta sociedad?
Como habíamos propuesto al comienzo: esa bestialidad de los mandantes de los milicos, de los grandes grupos económicos que pusieron todo el gabinete del golpe, y toda la jerarquía eclesiástica para bendecir las torturas, y toda la complicidad directa de los emporios de prensa (que viene ser todo lo mismo), obliga a animarse no solamente a la pregunta de cuánto de aquello sigue vivo sino –por fin– a la de cómo fue y es probable que tenga tanto de muerto. Y la respuesta directa es que apareció una normalidad o anomalía, susceptible de sacar de quicio a quienes, durante 200 años, se acostumbraron a la victoria final e inevitable de sus intereses. De sus ganancias fáciles de país agroexportador, y listo. De sus estratagemas comunicacionales. De su seguridad de tenerla más larga, siempre. Nadie dice que al final (¿qué es el final?) no vuelvan a tener razón. Pero por lo pronto, alguien, algo, les metió una baza después de tanto tiempo. Alguien, algo, les produjo diarrea. Habrá sido que se les fue la mano en su canibalismo de clase parasitaria, en su impericia dirigencial para heredarse, en su exceso de confianza. En no darse cuenta de que había espacio para la aparición de un outsider que leyera la realidad mejor que ellos. Como sea, algo (les) pasó como para que, a “nada más” que 35 años, lo persistente del golpe que dieron conviva poco menos que en desventaja con lo que cambió.
Tantos milicos a quienes ya no tienen como última reserva de la Patria. Tantos pibes que no les tienen miedo. Tanto que dependen de unos medios y unos periodistas en los que se cree cada vez menos. Tanto que el enamoramiento de las astronómicas tasas de interés de la etapa neoliberal empieza, de a poco, a compartir novia con un modelo que privilegia el mercado interno, al punto de quebrarles varios de sus frentes corporativos (la UIA, la Mesa de Enlace). Tanto problema para encontrar dirigentes políticos que les obren de gerentes: hay, pero no convencen a la sociedad. También disponen de caudillos sindicales del viejo aparato burocrático que se resiste a morir, pero que carece del peso de otrora.
Y tanto boludo ideológico, por ser en extremo suaves, que dice que todo eso que cambió, o va cambiando, compele a dejar de hablar de la dictadura, cuando precisamente se trata de hablar más que nunca para tener noción de por qué cambian las cosas.
FUENTE: Pagina12.com
24 de Marzo 2011
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