foto actual de Irene Mercedes Aguirre
El hallazgo del viejo baúl lo había
conmocionado. Permanecía, casi ignoto, olvidado, en el cuartito del
fondo, donde se guardaban las cosas en desuso. El hecho
había acontecido hacía ya unos días. Entreveradas, como en un bazar persa del
sentimiento, sus manos tropezaron con los escarpines de Lucía, su hija mayor,
ya casada y con hijos; el primer cuaderno de Francisco, hoy en Estados
Unidos, y el vestido de novia de Ramona, su difunta esposa. Debajo, muy al
fondo, un manojo de cartas amarillentas, recibidas a través de los años, desde
el otro lado del Océano.
Fue como reencontrar el pasado, así, todo
de golpe, bajo la tapa del vetusto arcón.
Releyó palabras de su madre, de trazo
grande y desparejo, por donde circulaban, como torbellinos, el amor
y la nostalgia por el hijo lejano. Repasó los consejos de su padre,
escritos con aquella letra alta y apretada que le era tan propia. Volvió
a verlos de nuevo tal como los conservaba en la memoria, grandes,
fuertes, llenos de energía y calidez. Ambos habían muerto hacía mucho
tiempo, pero en ese momento, se irguieron frente al hijo emigrado como si
estuvieran presentes, con una plenitud de presencia que sólo pueden
alcanzar los seres que se han amado profundamente.
Los signos gráficos, algo desdibujados, le decían en una de las misivas: “Y recuerda que tu madre y yo rezamos siempre por ti. Confiamos en poder verte algún día, cuando la economía lo permita”. Una rebeldía inusitada se le fue infiltrando en su espíritu con esas invocaciones y evocaciones tan hondas ¿Dónde quedó su antiguo hogar, la estructura familiar de la que había emergido? ¿La existencia era esto, sólo esto? ¿Todo consistía, simplemente, en nacer, crecer, construir lazos, perder lo construido, y volver a comenzar? Se resistía a pensar así. Buscaba, sin darse cuenta, algún punto de apoyo, sólido, invulnerable, al cual aferrarse, ya en su vejez. Año tras año, sus movimientos se iban volviendo más débiles, y su estructura ósea se resentía visiblemente. Un poco encorvado, las manos sarmentosas, y el rostro, anguloso y cuarteado por los años, esa era la imagen que el espejo del lavabo le ofrecía cada mañana.
Matilde, su hija menor, seguía soltera.
Vivía en la casa con él. Juan trató de disimular en lo posible su estado de
ánimo por el hallazgo, para no preocuparla. Esa tarde, aunque desganado,
se fue a jugar un partido de bochas al club. No quería perder el dominio de sí
mismo.- ¡Basta de sensiblerías!- se dijo. Por lo menos a la vista
de los demás. Reconocía su carácter reservado, testarudo y un tanto patriarcal.
¡Y bueno, qué se le va a hacer! A él también lo habían criado así. - como
Dios manda- no como la juventud de ahora que anda toda
revuelta- sentenció para sus adentros.
Había hecho lo posible para inculcar
férreos principios a sus hijos, pero no le fue fácil. La
mansedumbre y paciencia de Ramona, que siempre los “apañaba”, disculpando
y no pocas veces, disimulando sus travesuras desde pequeños,
le había dificultado dicho propósito.
Quizá esa actitud era producto del propio
ambiente argentino, que llevaba a conductas más sueltas, menos rigurosas.
Porque aquí todo era enorme, extendido, difícil de aprehender y someter a
moldes más o menos rigurosos.
Visualizaba el país como un territorio
provisto de una vastedad impensada en el suyo, pero a la vez reconocía un
sinnúmero de semejanzas entre ambos.
Eran parecidos y diferentes, más allá de
las apariencias, debido a los sincretismos tácitos, los
potenciamientos y la obcecación comunes, llevados a la quintaesencia de
sus aspectos positivos o negativos. Un aquelarre cultural, desosegado y
fascinante, que nunca terminaba de entender del todo. Los argentinos
poseían, a su juicio, una fórmula secreta para conjugar la Babel que
los conformaba.
En su propio barrio, en ese sentido, podía
constatar un mosaico inmigratorio realmente sorprendente. Sus
vecinos de la derecha, eran descendientes de japoneses, los de la izquierda, de
italianos. Enfrente, se alojaba una familia de raíz caboverdiana y en la
esquina un matrimonio de judíos emigrados de la última guerra mundial.
Completaban el complejo cuadro interracial un paraguayo y dos peruanos
cerca de la esquina opuesta -¡Vaya mezcla!- suspiró.
Claro que en su pueblo natal, cercano a
las montañas, tampoco faltaron ocasiones en la historia para la
presencia de grupos diversos de toda clase, cultura y coloratura. Sólo que en
Argentina todo era aluvional y reciente, mientras que en su tierra
originaria las mezclas habían ido decantando en una población que estabilizaba
sus rasgos culturales y sus costumbres con mayor firmeza, según él
creía.
Contaba, entre sus coterráneos, con “un
amigo de ley”, como se dice en Argentina. Se llamaba Martín Pérez.
Existía entre ambos una estrecha amistad y solidaridad, dado el trasfondo común
que los hermanaba. Era con él con quien Juan recuperaba los aromas, los olores,
esas sensaciones del animus de un ambiente que sólo pueden
comprender aquellos que han vivido las mismas experiencias y han compartido
emociones similares de vida. Los unía, asimismo, la sutil melancolía del exilio
autoimpuesto.
Reconoció que todos esos pensamientos
tenían que ver con el episodio del baúl. Porque el desasosiego que le
provocó lo llevó a replantearse quién era él en realidad.
¿Podía considerarse un español, por haber
nacido allá, en la península, donde pasó su infancia y primera juventud? ¿O era
casi un argentino, por los largos años transcurridos aquí? El
océano volvió a su memoria, iluminado por la nostalgia y las aprensiones
de aquel gigantesco cruce de una a otra de sus orillas, junto a tantos
otros seres doloridos como él. Provisto de una valija de cartón y algunas
escasas pertenencias, sus emociones durante la travesía
oscilaron entre el deseo de echarse al agua (como los
marineros de Ulises ante el canto de las sirenas) y nadar de vuelta a su patria
desolada, y la esperanza de una vida mejor en la mítica
tierra rioplatense. Se mantuvo melancólico durante el viaje. Pero era joven, y
lleno de esperanzas. Al acercarse a Buenos Aires, se sintió más animoso. Tenía
la vida por delante. Por entonces, no se cuestionaba tanto las cosas. Aún
no sabía de la amargura que provoca la muerte de los seres queridos, la vejez,
la soledad cada vez más solitaria….
Pronto recibió el mote de “gallego”.
-¡Estos argentinos, que creen que todos los que venimos de España somos gallegos!
¡No conocen nada de nuestra geografía! -criticaba con sus compatriotas.
Lo cierto es que estaban a la recíproca. Tampoco conocían ellos
demasiado de este país y sus provincias.
Consiguió trabajo de dependiente de
almacén por la zona de San Telmo. El sitio le agradaba. Con sus calles
angostas, sus plazas recoletas y las viejas arquitecturas circundantes,
le traía una vaga recordación de su terruño. Tomó la costumbre de visitar
seguido el Parque Lezama, cubierto de frondosos árboles centenarios, en la
barranca que delimitaba, durante la época colonial, el río y la ciudad de
Buenos Aires. En el extremo norte, sobre la calle Brasil, se alzaba el
museo Histórico Nacional, y, como la entrada era gratuita, lo recorrió en
múltiples oportunidades. Le agradaba sobremanera la semipenumbra del
lugar, los pisos relucientes y las numerosas vitrinas que conservaban valiosos
objetos del ayer.
Se detenía largo rato frente a los
cuadros, y meditaba sobre las escenas representadas. Procuraba interpretar el
sentido de la obra de cada autor. Gustaba incorporarse
imaginativamente a la situación presentada.
Así con Colón, el gran Almirante
de la Mar Océana, compartió la emoción del desembarco en Guanahani, y
revivió el asombro mutuo de navegantes e indígenas al verse por primera vez. En
la pintura de las Invasiones Inglesas, se ubicó al lado de Santiago de
Liniers para recibir la espada del vencido Guillermo Carr
Beresford. Se sintió orgulloso del valor y del heroísmo de los criollos en la
defensa de la ciudad de Buenos Aires.
Frente al óleo referido al Cabildo Abierto
del 22 de mayo de 1810 se vio envuelto en un conflicto difícil de
solucionar. Finalmente se posicionó, como era dable esperar,
junto a los que exigían la continuidad del virrey Cisneros - ¡Estos
revolucionarios! -se indignó. A cada mueble u objeto lo ubicaba, durante
sus habituales visitas al Museo, en aposentos imaginados, animando las
escenas con los personajes de los óleos o bustos circundantes. Eso sí.
Él, siempre él, como protagonista o como acompañante, pero integrado sin
vacilaciones en la mismidad de la representación respectiva.
No comprendía entonces que esos juegos
inocentes a los que se entregaba, eran un intento de rescatar su entorno sin
pérdidas de identidad. Quería, casi sin darse cuenta, reencontrarse con sus
raíces, vincular a la nueva patria con la de origen. Su
fantasía trabajaba en ese hueco de tiempo suspendido que le
brindaban las salas del lugar, y donde podía religar el trasfondo
común que unía a España con Argentina.
Al paso del tiempo, otras experiencias
vitales lo reclamaron más. Noviazgo, casamiento, hijos, un negocio de
almacén propio, en fin, la esforzada vida de un hombre honrado y
sencillo, que luchaba arduamente para conseguir la felicidad.
La muerte sorpresiva de su esposa lo
desmoronó. Fue por un infarto. El año pasado. Se quedó con el peso
de la soledad sobre sus hombros. Extrañaba a “su” Ramona, criolla,
querendona y comprensiva como pocas. Siempre había sabido perdonarle sus
arranques temperamentales. Lo entendía muy bien. Incluso después de
una discusión, sabía dejar a un lado rencores y se daba tiempo para
cebarle unos mates de reconciliación ¡Esos mates de los dos, bajo el cómplice
silencio nocturno, mientras los niños dormían, los unían a través de un grato
vínculo de afecto y distensión! -Qué tiempos!¿Por qué debe acabar
así la felicidad?- se lamentó.
Matilde notaba que su padre era
presa de la melancolía. Lo veía cada vez más abismado en sus pensamientos y más
callado que de costumbre. Para animarlo, lo instó a realizar una excursión al
noroeste argentino a través de la institución que nucleaba a los
jubilados. Los precios eran accesibles y el costo se descontaba en
módicas cuotas mensuales.
La novedad del viaje lo distrajo un
poco de sus lucubraciones. La mañana del 5 de enero subió al autobús que
lo llevaría a la Quebrada de Humahuaca, no sin antes
atosigar a su pobre hija con mil recomendaciones y advertencias a
tener en cuenta durante su ausencia.
Cuando llegó al lugar, después de un largo
trayecto, debió reconocer que el paisaje era soberbio. Le
agradó sobremanera el pintoresquismo de las ciudades enclavadas en los
valles, llenas de tradición indígena y de edificios coloniales.
Pudo observar a los nativos, descendientes de las antiguas civilizaciones del
lugar, diezmados cada vez más por los continuos mestizajes o
desplazamientos.
Al verlos en su hábitat, todos sus
preconceptos se esfumaron como por encanto. Comprendió la grandeza de esa
cultura que había conocido sus días de gloria y admiró la silenciosa
altivez y sobriedad de que hacían gala. Aún en medio de su
pobreza extrema, eran discretos y educados con el forastero.
Lo conmovieron los chiquillos, uno de
ellos vagamente parecido a su nieto menor, claro que más moreno. Trató de
calcularle la edad, pero la desnutrición que se percibía en él lo hacía
ver más pequeño de lo que en realidad debía ser. Le quedó grabado en su memoria
el rostro sufrido de la madre, su expresión triste y resignada frente a una
vida sin mayores perspectivas. Con sus polleras superpuestas, su sombrero
pequeño y el cuerpo moreno, se confundía casi con el paisaje circundante.
La mujer repercutió en sus sentimientos con una fuerza impensada y visceral,
tal como si cayera una venda de sus ojos y supiera, por fin, que no había
nada humano que otro humano no pudiera sentir y comprender. Porque el
desasosiego que él tenía era similar, en el fondo, al de la colla con su
drama a cuestas. ¡De tan lejos venía él! ¡De tan lejos era ella! Y sin embargo,
allí estaban, frente a frente, ambos sin hallar su lugar, su sitio, sulocus.
El uno , por haberse trasplantado de su país, la otra, por no ser reconocida en
el suyo. Eran dos caras de una misma moneda y a los dos los perseguía la misma
inquietud. Saber quiénes eran y para qué.
Un acontecimiento fortuito trajo nuevas
respuestas a los interrogantes de Juan sobre su identidad. Unos meses después,
a comienzos de octubre, Martín lo invitó al club para escuchar la conferencia
de un famoso historiador que se referiría al V Centenario del Descubrimiento de
América. Al cierre, habría música y cantos alusivos a la
conmemoración. -¡No podemos faltar, Juan- enfatizó -¡Tenemos que sumar
españoles para esta noche! ¡A ver si los italianos, que son mayoría en la zona,
quieren birlarnos nuestro aporte, anteponiendo la figura de Cristóbal
Colón a la de los Reyes Católicos!- enfatizó .Debió convenir que era verdad lo
que su amigo le decía y, aunque a regañadientes, aceptó ir.
A las 7 en punto, apareció en el salón.
Era temprano, pero él siempre tenía la costumbre de llegar temprano al trabajo,
y no la modificó ni aún de jubilado. Se lo veía distinto. Traje dominguero,
zapatos lustrados, camisa blanca. Eso sí, no transigió con lo de la
boina. La llevaba puesta, imperturbable a las críticas de Matilde que la
consideró inoportuna para un atuendo formal. Se sentó en la segunda fila. La
primera era para las autoridades y visitantes expectables. Allí aguardó
pacientemente la presencia del resto de los concurrentes. A las 8 apareció el
orador. Lo flanqueaban, solemnes, el Presidente de la institución y un
Concejal municipal. Una jarrita con agua presagiaba, sobre la mesa, la
exposición del estudioso.
De manera amena y didáctica, el
especialista explicó, entre otros temas, por que a estas tierras se las
denominó “Las Indias”. América era considerada por entonces como parte
integrante de Asia, dividida así en cuatro partes: La
India Infragangética; la India Pregangética; la
Indiapropiamente dicha o Gangética y la India Posggangética u
Oriental, que es en realidad esta en la que vivimos. - Por eso éramos “Las
Indias” - aseveró. Se sabía que navegado cierto tiempo hacia el
Oeste se llegaría a esta India Oriental, tal como antes los viajes al Lejano
Oriente lo hacían, desplazándose hacia el Este. Dado que esta última ruta
se había vuelvo imposible por la presencia de los turcos que cerraban ese
camino, no hubo más remedio que realizarlo por el extremo opuesto, cruzando elMare
Tenebrarum , hoy Océano Atlántico- expresó.
Al escucharlo, una emoción inexplicable
invadió a Juan. -¡Yo también crucé el Océano!- pensó. Entonces, este no era un
país perdido, allá, en el sur, desvinculado del mundo del que
provenía. Los contactos habían existido desde tiempo inmemorial, de cabo
a rabo.
El historiador abordaba ya otro tema
crucial: ¿Con qué objetivo navegó Colón hacia el Oeste? Pues para llevarle unas
cartas al Gran Khan de Mongolia de parte de Fernando e Isabel. Actuó como un
diplomático con una misión singular: construir la alianza con los Tártaros
contra el Islam. – No olvidemos que en aquella época los musulmanes eran
una tremenda preocupación para la
Cristiandad. Dominaban el Mediterráneo, habían tomado posesión del
Santo Sepulcro de Jerusalén y en 1453 se apoderaron de Constantinopla, la
hermosa ciudad capital del Imperio Romano de Oriente - señaló el orador.
- ¡Ni que hablar de la lucha dentro del propio
territorio español - enfatizó. Largos siglos de ocupación y reconquista,
de puebla y repuebla, obligaron a los españoles al ejercicio
permanente de la defensa y el ataque contra el invasor –. Aún más, esa
contienda de cientos de años fortaleció particularmente la fe y el
espíritu de lucha de los hispanos. Por eso, sus monarcas fueron capaces de
expulsar a los moros del territorio en forma definitiva pocos meses antes de la
epopeya colombina-, recordó.
-Animados por ese espíritu ecuménico, también
concibieron la posibilidad de concertar la alianza con el Lejano Oriente,
como antes les mencioné- remarcó el distinguido profesor.
-Como pueden comprender, mucho antes de
la existencia de los mass media y de los satélites, el
hombre ya concebía emprendimientos planetarios, que hoy no se recuerdan a
menudo. Como hacen la mayoría de los historiadores, remató su conferencia
con la consabida conclusión que usan como latiguillo: -Si entendemos el pasado,
actuaremos mejor en el presente y nos proyectaremos con más posibilidades hacia
el futuro- aseveró.
Juan se levantó transfigurado. Sus
antepasados eran aquellos hispanos que tanto habían hecho por la fe y la
libertad. Ellos pusieron en práctica la concepción abarcadora de todo el
planeta. Vaya, vaya, resulta que lo de “aldea global” ya nos la sabíamos
nosotros!- fanfarroneó con Martín a la salida del club. Sintió el ramalazo
emocional de su identidad. No de una identidad personal, egoísta,
individual, tenazmente aferrada a un entorno fijo. La suya era la gran
Identidad Humana. El también, como los grandes españoles del
descubrimiento, había cruzado el océano, siguiendo la ley humana de búsqueda de
nuevos y esforzados horizontes. Ley que recién ahora entendía. Ley del
cambio, del movimiento y de las transformaciones. A Las Indias había
llegado él. A una de ellas. Y por eso, para siempre, formaba parte
indubitable de esa estirpe generosa y aventurera, volcada hacia todas las
regiones de la Tierra. Él. Juan Abaurre. Sí señor.
CV- HOJA DE VIDA DE LA AUTORA
Postulada al Premio Internacional Carlos Fuentes a la creación literaria en el idioma español, edición 2012, por la Secretaría de Cultura, Educación y Promoción de las Artes de Avellaneda, con la adhesión de numerosas entidades y personalidades literarias de diversos países.
Datos personales:
Nacionalidad argentina
Residencia: Avellaneda, Provincia de Buenos Aires Dirección Postal:
José Manuel Estrada (C.P. 1870)
Síntesis curricular
Su formación profesional e intelectual se manifiesta en diversas actividades de Docencia, Investigación y Gestión, tanto en Argentina como en el exterior, donde participa en Congresos , Conferencias, Paneles, Encuentros, y en forma virtual a través de videoconferencias, ciberCongresos, etc..
Posee múltiples reconocimientos y distinciones por estas labores. Por otra parte, es una reconocida escritora de difusión internacional y pertenece a entidades literarias mundiales, latinoamericanas y nacionales.
Es autora de numerosas obras éditas publicadas en Argentina y algunas en el exterior, así como figura en numerosas publicaciones digitales de su país y del mundo. También obtiene diversas distinciones y reconocimientos por sus creaciones impresas y digitales.
IRENE MERCEDES AGUIRRE, es argentina, nacida en la ciudad de Buenos Aires, y su labor profesional está dedicada a la Gestión Académica y a la enseñanza e investigación universitarias, de grado y posgrado, tanto en el país como invitada en el exterior, así como a la difusión histórico-cultural en el ámbito municipal y nacional.
Desarrolla una reconocida actuación dentro de la Alianza de Mesas Redondas Panamericanas, Asociación Nacional de la República Argentina donde se desempeña como Presidente del Comité de Educción y Capacitación Panamericana. Es asimismo Directora del Área Académica Multidisciplinaria de la Red Mundial de Juzgadores Familiares y dirige el Instituto de Investigaciones Históricas de la Municipalidad de Avellaneda. Formación de grado y académica:
Profesora universitaria en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires; Especializada en el Programa de Actualización en Negociación y Cambio, Escuela de Graduados Alberto Soriano, Facultad de Agronomía, Universidad de Buenos Aires; Doctorado en Historia, Facultad de Historia y Letras, Universidad del Salvador; Magister en Cultura Argentina, Instituto Nacional de la Administración Pública; Magister en Gestión y Políticas culturales, Instituto Nacional de la Administración Pública; Magister en Metodología de la Investigación Social, Universitá di Bologna – UNTreF; Especialista en Producción de Textos Críticos y Difusión Mediática de las Artes, Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA). Ha recibido Declaración de Beneplácito y Reconocimiento a la Trayectoria por la H. Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires y es Dama Bolivariana de la República Argentina, designada por la Academia Bolivariana de las Américas.
Ha recibido, entre otras distinciones, la de Mujer Bonaerense destacada en Educación, año 2002; Mujer del Año en la Cultura, Dirección de la Mujer, Municipalidad de Avellaneda, 1992; Mujer del Año en la Cultura, H. Concejo Deliberante local , 2002; Venera de Plata por su labor patriótica al servicio de la educación, 2004, entre otras.
Paralelamente, desarrolla una intensa actividad en el campo de las letras, con ensayos, cuentos, relatos y especialmente poemarios individuales o en Antologías diversas. Transita fluidamente en la poesía épica, de corte americanista, suavizada por su sensibilidad, con obras como “El sueño que no cesa. Canto a Simón Bolívar y a la integración hispanoamericana” (1989); “Sonetos a Simón Bolívar (2) (Antología, 1989);”Mirador de Dos Mundos. Quinientos luego (1492-1992) y San Martín ¿para qué? (2009). Pero además su voz se eleva desde la poesía lírica para transitar y trasmutar lo cotidiano, como en “Mi ser en el tiempo” (1989); “Ventanal a tres tiempos” con J. Gómez Bas y E.O. Viejo) (1990); “Noche de poesía y color”(Antología, 1990); “Voces femeninas en la poesía actual (Antología,1991; “De poetas y locos, Montserrat, de todo un poco” (Antología, 2009); “Letras Vivas 2001” (Antología, 2001) y “Antología de Escritores de Avellaneda” (2008). La profundidad de sus reflexiones poéticas se expresa en obras que rozan lo místico y han recibido reconocimiento internacional y se la ha calificado a su poesía como “La poesía del alma” por prestigiosos críticos de diversos países de América, Europa y Asia Menor. Dentro de esta línea pueden citarse “Territorios del Alma” (2000); “Pater Nostrum” (2007); “Pensamientos literarios para la Paz” (Antología, 2011) y de próxima edición “Secretos de las sombras”. Ha recibido múltiples premios y distinciones por su producción literaria, tales como Premio literario de Ensayo “La Mujer y las profesiones liberales en Argentina desde mediados del siglo XIX” Secretaría del Menor y la Familia, La Plata, Provincia de Buenos Aires, 1987; Mención de Honor en cuento breve, Concurso Bernardo O’Higgins, 1988; Mención de Honor en Poesía, Alianza Francesa, Ciudad de Buenos Aires (/1991); Primer premio Cuento Breve, Concurso Eugenio Zagarzazú 2000; Premio de Poesia Santa Teresa de Jesús , ASESCA, Fundación Banco de Boston, Buenos Aires, 2002; Cinta Azul Bienal de Honor por Poesía inédita, Premio Santa Clara , ASESCA, 2000-2002;Distinguida Finalista XVIII Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo, Madrid, España, 1998, por su obra Territorios del Alma.; Distinguida Finalista XXII Premio Mundial de Poesía Mística Fundación Fernando Rielo, Madrid, España, 2002 por su obra Pater Nostrum; Mención de Honor 10º Certamen Internacional de Cuento y Poesía Junín País 2011; Distinguida Autora única y destacada, por las autoridades de la Red Mundial de Escritores en Español (REMES) , para su publicación digital Palabras Diversas, Página Monogramas, 15 de marzo 2011; Incorporada a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes , Biblioteca del Soneto; Distinguida por la Academia Virtual de Poetas y Escritores de Brasil (AVSPE) como Membro Efetivo de lengua castellana en edición digital; Vecina Distinguida de Avellaneda (1998). Medalla Barracas al Sud en el Bicentenario de Mayo 2010, como escritora destacada de Avellaneda ; Declaración de Beneplácito y Reconocimiento de la H. Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires por la presentación de la obra San Martín ¿para qué? (Decreto 1027/11-12- 0).Nombrada Embajadora de la Paz por “Mil Milenios de paz” 2012 (UNESCO/NACIONES UNIDAS): Integra la Sociedad Argentina de Escritores (SADE); .Movimiento Poetas del Mundo; Academia Virtual de Poetas y Escritores de Brasil (AVSPE); Red Mundial de Escritores en Español (REMES) Incorporada como Miembro de Honor a la Asociación Latinoamericana de Poetas (ASOLAPO).
Sus obras figuran en numerosas publicaciones impresas y digitales nacionales e internacionales. Se trasmiten sus poemas en radios de su país y del exterior.
Varios poemas suyos han inspirado al Maestro argentino José Rodríguez Fauré para componer la Obra sinfónica Cantata de Dos Mundos, para recitantes y coros, así como también un villancico titulado ¡“Suenen las campañas!. El compositor y músico Jorge Morales realizó una canción titulada “A mis islas cautivas”, mientras que el Maestro español Avelino Vilas creó una canción titulada Blanca Paloma.
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
El cuento fue publicado en:
El cuento, la foto y el CV lo recibí directamente de la autora, a la que agradezco y felicito por su calidad, su talento, su sensibilidad y su capacidad.
Es un honor para mi considerarla mi amiga a la distancia.
Le deseo que sigan sus exitos y que pueda disfrutar de su familia y amistades.
Lic. Jose Pivín
frente al puerto de Haifa
frente al mar Mediterráneo
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