por Kepa Uriberri
Un joven de diez y seis años, casi diría que un niño,
entra a una escuela primaria, donde su madre es profesora. Sólo por eso lo
dejan entrar, pero no se percatan que viene armado, porque la puerta se franquea
desde una oficina alejada. El joven se dirige a la sala en que ella hace clases
a un grupo de unos doce niños; entra y le dispara asesinándola. Después mata a
los niños. Continúa su fatal recorrido hasta llegar a veintisiete muertos y
varios heridos, entonces se encuentra solo en una sala vacía. Parece tener un
momento de reflexión, en el que no es capaz de comprender las razones de sus
actos y se da cuenta que ahora su soledad y la carencia de afectos es
definitiva, irremediable; ya todo ha concluido, entonces se suicida. No tenía
un ejemplar de El guardián entre el centeno. Quizás si lo hubiera tenido no se
habría suicidado y habría tenido, en la sinrazón, una razón para hacer lo que
hizo.
Mark David
Chapman estaba sentado en la acera fuera del edificio Dakota en Nueva York.
Leía El Guardián entre el centeno. Vio pasar tres veces a John Lennon. En una
de ellas el artista le firma un disco que Chapman llevaba. La tercera vez,
cuando Lennon entraba al edificio, sacó un revolver calibre treinta y ocho y le
disparó cinco tiros, hiriendo de muerte a su víctima. Luego se sentó en la
vereda y continuó la lectura del libro mientras esperaba la llegada de la
policía. Cuando lo detuvieron les entregó el ejemplar. En la primera página
había escrito: "Esta es mi declaración" y la había firmado
"Holden Caulfield".
Se dice que John
Hinckley Jr. tenía en la pieza del hotel Hilton donde se hospedaba, apenas un
escaso equipaje entre el que habría un par de libros; uno de ellos era El
Guardián en el centeno. Pero el libro ya se había hecho famoso por el asesinato
de Lennon. Hinckley estaba obsesionado con Jodie Foster y su papel en Taxi
driver como una prostituta adolescente. Antes de emprender su aventura le había
escrito, para explicarle que asesinaría al presidente, Ronald Reagan, para que
así ella se fijara definitivamente en él.
Más de seis años
después, Robert Bardo, admirador de Rebecca Schaeffer se enfureció con ella
cuando filmó escenas intimas con un actor en la película La lucha de los sexos
en Beverly Hills y decidió que debía ser castigada. Bardo consiguió en el
registro de vehículos la dirección de la actriz y se presentó en su casa.
Rebecca le pidió que se fuera y que no volviera a presentarse en su casa. El
obedeció, pero un par de horas después insistió en la puerta de la actriz.
"Ella me miró con frialdad" confesó Bardo, entonces él sacó de una
bolsa de papel que tenía en la mano izquierda una Magnum de nueve milímetros y
le disparó un solo tiro en el pecho y luego huyó. Rebecca murió desangrada treinta
minutos después, en el hospital. Al día siguiente Bardo fue arrestado en un
puente en Tucson, donde interrumpía el tránsito, vagando en medio de la
calzada. Llevaba una bolsa de papel en la que tenía la Magnum con que había
asesinado a la actriz y una copia de El Guardián entre el centeno.
El poeta Óscar Hahn repasa estos sucesos y reflexiona:
«Algo debe haber en las páginas de "El guardián entre el centeno" que
despierta los demonios interiores de ciertos individuos». Por su parte,
Margaret, la hija de Jerome D. Salinger se esmera en describirlo como un hombre
misántropo, cruel, absurdo e inmaduro: Un inadaptado. Sin duda Margaret leyó a
su padre y vio todos sus demonios despertar. Éstos se volvieron contra el
autor, su padre.
En fin, la presentación de la novela de Salinger, El
guardián entre el centeno, con estos antecedentes, vuelve el interés del lector
sobre el libro. No obstante que no fueron estos incidentes los que la llevaron
a la fama ya que la novela fue escrita treinta años antes del asesinato de
Lennon. Por otro lado, el primer caso reseñado, muy reciente, de Adam Lanza, el
autor de los asesinatos, llenos de demonios, no había leído ni conocía la
novela de Salinger. Tampoco estaba influenciado por ella, lo mismo que
Hinckley, cuya musa criminal fue Jodie Foster.
Nadie asegura que efectivamente
tenía, o que había leído la novela en cuestión. Es probable que sea sólo parte
de la leyenda.
Sólo se sabe, de
El Guardián entre el Centeno, que desde su aparición en mil novecientos
cincuenta y uno como libro (antes había sido publicada de manera serial)
provocó controversia por su lenguaje frontal en relación a la prostitución y el
alcohol en la adolescencia. Fue durante largo tiempo un título censurado y,
quizás por lo mismo, uno de los más buscados y leídos. Desde el asesinato de
John Lennon se ha convertido en un libro de culto y se ha desvirtuado el
significado profundo de su protagonista, al que se describe, en la crítica y el
comentario como un agitador e ícono de la rebeldía adolescente. Podría dejarme
llevar de esas opiniones y suspender aquí, sin riesgo ni novedad este
comentario. Habría dicho lo esperado y sería otra versión de lo mismo. No
obstante, para mi, a estas alturas de este comentario, sólo he hecho una
introducción al tema.
He leído, ojeado, hojeado y consultado infinidad de veces
este libro. Creo que como factura es un buen ejemplo de cómo se construye la
mayoría de las novelas. El autor tiene un personaje, quizás una estructura
formada de sus experiencias y un relato incipiente. El propio desarrollo y el
carácter definido para el protagonista, fijan el rumbo de la trama, cuyo
destino no es claro. El autor espera que el propio andar del texto fije el
horizonte y la meta. En El Guardián entre el centeno, Salinger quizás cuenta
con ese punto definitivo del horizonte desde un comienzo. Holden Caulfield ha
sido expulsado del colegio y la trama se origina a partir de su escape y la
intención de demorar la vuelta a su casa. Así, entonces, la novela está
definida como lo que ocurre entre la expulsión y el retorno. La trama es el
relleno para demorar unas doscientas páginas la llegada. La expulsión sugiere
un rebelde, pero una lectura más atenta, que no se deje llevar por los actos
violentos de algunos de sus lectores, descubre a un desadaptado y desorientado.
Si la novela tiene un rumbo cierto, desde el comienzo, Holden Caulfield jamás
lo ha tenido. No es importante en la médula de esta obra lo que haya hecho su
protagonista. En definitiva sus andanzas y preocupaciones, la relación con sus compañeros,
con las jóvenes de su clase en contraste con la experiencia con una prostituta,
las visitas a los bares y más, van trazando un solitario que resulta
acongojante. Holden odia la soledad y busca estar rodeado de gente, aunque
incluso entonces está completamente solo. Sus grandes compañeros son su hermano
mayor, escritor de guiones en Holywood y ausente: Es sólo el recuerdo de la
imagen del hermano admirado. El otro gran compañero había sido el hermano
menor, muerto en la niñez, de leucemia.
Salinger dibuja con talento y precisión
al adolescente solitario, desadaptado y carente de afectos. Los dos o tres días
en que el lector lo acompaña, si tiene alguna sensibilidad, va quedando
atrapado en la de Holden Caulfield, en su abandono y en la vacuidad de su vida.
Sin duda alguna, un lector desadaptado, solitario, sin más meta en la vida que
conseguir llamar la atención de Jodie Foster o del mundo de la gran farándula o
el amor de Rebecca Schaeffer, después de leer esta novela puede llegar a un
estado de angustia y soledad tan grande, que su grito de socorro para que
alguien lo vea y lo acoja puede ser tan desgarrado como para cometer un
magnicidio o un asesinato colectivo. Desde luego no es un libro de ayuda al
desamparado, sino por el contrario, un espejo del desamparo.
Adam Lanza, no obstante que no había leído El Guardián
entre el centeno, es un desadaptado solitario, cuyo único amparo había sido su
madre. Pero ella no le pertenece porque la comparte con sus hermanos, y más
todavía, con aquellos niños de la escuela donde da clases. Ellos le han robado
a su madre, pero, peor aún, ella se ha entregado, traicionándolo, sólo porque
él ya no es un niño. El dolor de la soledad y el abandono es tan grande, que no
le queda más que la venganza. Entonces se va con las armas que ella le enseñó a
manejar, a la escuela donde le roba el amor que le pertenece, para darlo
aviesamente a esos otros niños, y la asesina. Después asesina a quienes le
robaron a su madre y a todos los demás potenciales ladrones de afectos, hasta
que en el clímax de su acto, cuando sobreviene el relajo de la misión bien
cumplida, se da cuenta que mató a su única razón de existir. Ya nada queda en
el mundo: ¡Sólo el dolor!. Entonces se suicida. En un bosquecito cercano, el
único hermano que ha dejado vivo, que lo acompañó a su misión hasta ahí, se
esconde, vestido con una camiseta juvenil y un pantalón de camuflaje. Cuando la
policía lo encuentra, grita: "¡Yo no fui! ¡Yo no hice nada, sólo lo
acompañé hasta aquí!" y les informa que también asesinó a otro hermano y a
su pareja.
Éste no podía, en
aquel tiempo, ser un final para la novela de Salinger, aunque lo fue para Lanza
y aunque es el dramático final para aquellos que se sentían tan iguales a
Caulfield. Tal vez si la novela la hubiera escrito alguien más libre que
Salinger, quizás William Faulkner, Norman Mailer, o el mismo Salinger, hoy,
cuando la mirada social estadounidense ha cambiado, el final pudo ser así tan
dramático y apuntar no sólo a la soledad sino a su consecuencia final. Hacia la
mitad del siglo pasado, era obligatorio para el autor buscar un final
moralizador, donde triunfara el bien, y el mal resultara redimido. En el mundo
real, ese pie forzado de esa sociedad de aquel entonces, determina el encuentro
de Holden con su hermana Phoebe que lo redime, como debe ser, y logra que el
bien triunfe sobre el mal. Salinger, creo, hace un esfuerzo por no ser pueril
en el cumplimiento de este final necesario. En una decisión polar, da vuelta
las cosas y al desorientado lo dota de una vocación orientadora: Phoebe, su
hermana, lo enfrenta. Dice: "A ti nunca te gusta nada" y el responde
con la metáfora que da nombre a la novela: "... imagino que hay un montón
de niños jugando en un campo de centeno... nadie mayor los vigila. Sólo yo.
Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños
caigan a él... Yo sería el guardián entre el centeno. Eso es lo que me gustaría
hacer". En las páginas que restan, ya hacia la salida de la novela, Holden
demuestra que él ya ha comenzado a ser El guardián en el centeno.
Hago un esfuerzo
intentando volver a la adolescencia y trato de imaginar que en el momento de
mayor desorientación de esa etapa, cuando parece que todo va contra lo que se
espera de uno, alguien me entrega esta novela, como un regalo, como un espejo,
un lugar donde mirarme a mí mismo. Es posible que me viera en Holden. Sí. Tal
vez me sentiría interpretado; incluso cuando entra a escondidas a ver a su
hermana Phoebe y hasta cuando ella le reprocha que nada le gusta, nada le acomoda.
Sin embargo cuando Salinger le pone título a la novela, me parece que despierto
del letargo del espejo, y al otro lado está, ahora, Abraham Lincoln, con su
cara adusta, sentado en el gran sillón presidencial, con su sombrero de tarro
alto predicando el gran sermón americano (digo americano porque es la palabra
de uso, aunque debería decir puritano) para enseñarme que la vida es la gran
lucha del bien que triunfa sobre el mal y la más bella misión del ciudadano es
enseñar y cuidar el bien para beneficio de América (y vuelvo al uso equívoco,
porque debiera decir "estados unidos"). Creo que el verdadero
rebelde, el verdadero desadaptado, ése que puede levantar el estandarte de la
desorientación, ése que se ha quedado solo y acongojado, sin los grandes principios
de la nación de Lincoln y por supuesto sin su gran moral rectora, ése tiene, en
su entorno, tan crecido el centeno, que no alcanza a ver el final moralizante.
Antes, con el alma llena de tristeza y abandono, sale a vengar al compañero
Castle que en un último gesto de valentía prefirió arrojarse por la ventana,
antes que claudicar frente a sus abusadores. Así, entonces, pienso que Salinger
acertó en la construcción del personaje, pero en la clausura de la novela, o
erró profundamente, o tuvo todo el cinismo que le endilga Margaret, su hija, y
la inteligencia aviesa, para moralizar de manera inerte, de modo de despertar
todos los demonios interiores que menciona el poeta.
Kepa Uriberri
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