Diego Pérez Andrade vivió el conflicto desde adentro; "Los soldados nos contaban que estaban muertos de frío, sin armas y sin planeamiento estratégico", recuerda
Por Mauricio Caminos | LA NACION
Con la orden por escrito, Pérez Andrade viajó el 23 de abril hasta la ciudad chubutense, de donde partían los vuelos a Malvinas. Después de encontronazos con varios mandos militares, el 25 consiguió subir a un Fokker F27 de Aerolíneas Argentinas.
"Al avión le habían sacado todos los asientos. Iba lleno de soldados y oficiales de la 3ra. Brigada, que me cantaron el feliz cumpleaños", cuenta Pérez Andrade.
-¿Usted quería ir a Malvinas?
-¡Claro! Entrar a las islas era el objetivo de todos los periodistas del mundo. La Junta Militar había determinado que los únicos que podían vivir en las islas eran los de Télam y los de ATC. Para mí era tocar el cielo con las manos.
Vivir y trabajar en Malvinas
Pérez Andrade se unió al grupo que conformaban el cronista Carlos García Malod, los fotógrafos Román Von Eckstein y Eduardo Farré, y el radio-operador Juan Carlos González. "Alegando cuestiones de seguridad, ellos se negaron a volver al continente", relata.
-¿Cómo era su trabajo en las islas?
-Teníamos una situación privilegiada. Como no éramos corresponsales de guerra, los militares no nos podían dar órdenes. Viajábamos muchísimo por la isla, entrábamos y salíamos por las unidades y los soldados nos contaban todo porque estaban deseosos de que se supieran sus condiciones: que estaban muertos de frío, sin armas y sin planeamiento estratégico. Nosotros escribíamos eso, pero en Télam no querían.
-¿Había censura en el continente?
-Totalmente. En rigor, en todas las guerras pasa lo mismo. El corresponsal no puede dar precisiones de las unidades, nombres de las tropas, ubicaciones geográficas, cantidad de elementos y armamento. No podés decir nada. Todo muy vago.
-¿Sabían lo que se publicaba en el continente?
Los soldados nos contaban que estaban muertos de frío, sin armas y sin planeamiento estratégico, pero no podíamos escribir nada de eso
-Sí, porque nosotros recibíamos el servicio en el teletipo. Era el único servicio informativo que había en las islas. Nuestra casa era un lugar neurálgico porque allí los militares podían informarse, bañarse y comer.
-¿Por qué?
-Porque alquilábamos una casa a una señora que se había ido con sus nietos a la estancia de una amiga, intentando escapar de la guerra. No podíamos alojar militares pero fue lo primero que hicimos, porque nos obligó Menéndez. A la semana abrías la heladera y encontrabas una granada. Era un quilombo.
-¿Cuántos vivían ahí?
-Por lo menos éramos diez. Alojamos tres capitanes y un capellán.
-Se llevaron mal con los isleños entonces.
-Con ellos tuvimos una guerra paralela. Los kelpers venían juntado odio contra nosotros y esa guerra llegó al extremo de que nos tirotearan varias veces la casa. Hasta sacamos los radiadores y los pusimos en la pared para que no entren las balas.
-Y con los militares, ¿cómo convivían?
-Llegamos a sofisticar tanto la cosa, que para evitar escenas enojosas prohibimos las jerarquías. Ahí adentro, para nosotros eran todos iguales.
-¿Ayudó a los soldados en algún momento?
-Era muy común en los supermercados ver a los soldados apiñados en la entrada, esperando que los civiles entren para comprar algo porque ellos no podían. Nos daban plata y una tirita de papel con el pedido. Los del supermercado no tardaron en comprender que nosotros éramos cinco y comprábamos para 200, y nos cerraron la canilla.
-¿Pasaban necesidades los soldados?
-Pasaban frío, necesidades y muchas incomodidades. Pero se la bancaban. Yo los vi pelear con mucha fiereza y voluntad.
-Entonces, ¿a qué atribuye la derrota argentina en la guerra?Galtieri creía que tapizando las islas de gente, aún sin armas y sin nada, iba a ganar la guerra, pero Malvinas era un escenario estrictamente aeronaval y nosotros no teníamos ni barcos ni aviones.
Final en peligro
"Necesito las credenciales porque si no nos van a hacer mierda los kelpers", le reclamó Pérez Andrade al jefe de prensa del gobierno militar en Malvinas, Orlando Rodríguez Mayo, luego de ver que los ingleses habían ocupado las islas. Menéndez le había prometido las credenciales el 7 de junio, pero era el final de la guerra y aún no las tenían. "Llegaste tarde -le respondió el militar-, acabamos de quemar toda la documentación".
Al periodista y sus colegas no les quedaban muchas opciones para salvarse ese 14 de junio. Estaban acorralados por los británicos y los militares argentinos se negaban a ayudarlos. Pero encontraron un "filón", como dice Pérez Andrade: la avanzada de los ingleses obligó a los heridos argentinos a dejar el hospital, que sólo tenían como escapatoria el buque Almirante Irízar.
"Entre los civiles improvisamos un tren de acarreo de heridos", grafica. "Rescatamos más de 300 heridos durante todo el día, y con cada uno de ellos llevábamos parte de nuestro equipaje, hasta que con el último subimos al Irízar. Pero tuvimos que escondernos entre las máquinas porque los ingleses nos seguían buscando. Tardamos cuatro días en llegar al continente", rememora.
-A casi 30 años, ¿qué sentimientos tiene hoy por la guerra?
-Como toda guerra perdida, es muy triste. Uno puede cubrir varios conflictos, como yo que estuve en la zona de Cachemira, donde la India y Paquistán se pelean desde hace años, pero se vive sin problemas porque no es una guerra propia. El asunto es cubrir una guerra de tu país y que se pierda de esa manera. Sobre todo porque se vivió con mucho entusiasmo y fervor.
-¿Tuvo miedo de morir?
-Un día la flota inglesa colgó una bengala encima de nuestra casa. Eso anunciaba un bombardeo. Nos metimos debajo del piso, donde había un espacio que servía de aislante del frío. Pero la bomba no cayó ahí, sino del otro lado, donde había unos soldados de la Armada. Ahí aprendimos que la gente no se muere como en las películas, rápido, sino que se queda gritando, hasta que se apaga.
Aprendés a dormir en la noche bajo un bombardeo constante. Muchas veces el silencio me molesta.
-¿Aprendió algo?
-Aprendés a tirarte cuerpo a tierra en cada bombardeo y a dormir en la noche bajo un bombardeo constante. Muchas veces el silencio me molesta. Esas son las locuras de la guerra.
-Y la vida, ¿le cambió?
-Cuando fui a la guerra era soltero, flaco y tenía plata. Pero me hizo reflexionar mucho ver que los oficiales recibían cartas o casettes grabados de sus familias. "Si me muero acá no le voy a dejar nada a nadie", pensaba. Así que cuando volví me puse de novio, me casé y tuve cuatro hijos. Cuando uno está próximo a la muerte, enseguida piensa en lo que va a dejar, en su herencia, y yo no tenía nada. La guerra es una experiencia espantosa, pero muy válida..
FUENTE: diario LA NACION - 29 MARZO 2012
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