Papa Francisco
No pude evitar sentir que los milagros existen cuando escuché que el elegido para ocupar la silla de Pedro era el cardenal Jorge Mario Bergoglio, porque debo admitir que tenía pocas esperanzas de que ese cónclave, que los medios nos presentan como una suerte de reunión de temibles burócratas, en apariencia alejados y ajenos a sus fieles, expertos en componendas, intrigas y traiciones, eligiera a un verdadero pastor, un hombre de fe y lleno de humildad –cualidad no menor en un cristiano: Jesús lavó los pies de sus discípulos- como lo es el Arzobispo de Buenos Aires.
Sin embargo sucedió. Habrá que creer que el Espíritu Santo descendió sobre las cabezas de los cardenales, como alguna vez, hace casi 2000 años, sobre las de los primeros discípulos. Como me dijo un amigo al que llamé poco después, no necesito esto para tener fe, pero un milagro, cada tanto, qué bien nos hace….
Soy cristiana pero no pertenezco a la Iglesia Católica.
Mi padre, que es pastor protestante, comparte mi felicidad. Ambos hemos sido testigos de la vocación pastoral y
ecuménica de Bergoglio en muchas oportunidades. Cuando las autoridades argentinas abandonaron a su suerte a las familias que perdieron a sus hijos en Cromañón, él estuvo allí para consolarlos y las puertas de la Catedral siempre abiertas para ellos. Un colega y amigo entrañable de mi padre, acabó sus días rodeado de amor y cuidado en un hogar para padres jesuitas porque Bergoglio, que lo había conocido en reuniones ecuménicas, gestionó un lugar para él allí cuando supo que estaba desamparado, pese a que no era católico.
Hace unos años sorprendió a los argentinos presentando en sociedad a su pastoral villera: un grupo de jóvenes sacerdotes que transmitían una mística impresionante por su compromiso con los pobres, viviendo entre ellos, soportando las amenazas del narco que está destruyendo a nuestros niños en los barrios más marginales.
Cuando en Argentina se sembraban desde el poder semillas de inútil discordia, él siempre trajo una palabra de unidad. No fue escuchado. Muchos políticos desertaron de sus Te Deum porque no soportaban tanta interpelación. A la desidia, a la venalidad, a la intemperancia. No querían cambiar. Pero todavía están a tiempo.
Siento que la elección de Bergoglio es comparable a la de Juan Pablo II en el sentido de que es el anuncio de algo nuevo. Por primera vez un latinoamericano, por primera vez un Francisco. La elección del nombre es tremendamente significativa. Sobre todo viniendo de alguien cuyo compromiso con los pobres no es de palabra.
Hoy, cuando vi que el mundo entero estaba pendiente de un anuncio que, en la era de los smartphones y la instantaneidad de la información, iba a hacerse con métodos tan primitivos como son las señales de humo, me hizo feliz pensar que, cuando “todo lo sólido se desvanece en el aire”, todavía hay algo que resiste a la liviandad del ser, al relativismo que no puede sostener una verdad, que se deja llevar por la corriente.
Por eso quiero recordar unos párrafos de una homilía, del ahora Papa Francisco, pronunciada en el año 2006, que nos recuerdan que es un hombre en las antípodas del “pensamiento débil” que algunos filósofos quieren poner de moda:
“Es bueno recordar –decía Jorge Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires - que no es manso el cobarde e indolente sino aquel que no necesita imponer su idea, seducir o ilusionar con mentiras, porque confía en la atracción -a la larga irresistible- de la nobleza. Por eso nuestros hermanos hebreos llamaban a la verdad ‘firmeza’ y ‘fidelidad’: lo que se sostiene y convence porque es contundente, lo que se mantiene a lo largo del tiempo porque es coherente. La intemperancia y la violencia, en cambio, son inmediatistas, coyunturales, porque nacen de la inseguridad de sí mismo. Feliz por eso el manso, el que se mantiene fiel a la verdad”.
“Desdichado el que no se mantiene mansamente en la verdad, el que no sabe en qué cree, el ambiguo (…). Desdichado el vengativo y el rencoroso, el que busca enemigos y culpables sólo afuera, para no convivir con su amargura y resentimiento. (…) Abramos los ojos, no es esclavo el que está encadenado, sino el que no piensa ni tiene convicciones.”
“Felices los limpios de corazón que no temen poner en juego sus ideales, porque aman la pureza de sus convicciones vividas y transmitidas con intensidad sin esperar los aplausos, el relativo juicio de las encuestas o la ocasión favorable de mejores posiciones. No cambian su discurso para acceder a los poderosos ni lo vuelven a desvestir para ganarse el aplauso efímero de las masas.
Bienaventurados los que no entregan su palabra o su silencio a los que dominan. (…) Felices si seguimos el ejemplo de los que se animan a vivir con coherencia aunque no sean mediáticos. ”
“Felices si somos perseguidos por querer una Patria donde la reconciliación nos deje vivir, trabajar y preparar un futuro digno para los que nos suceden. Felices si nos oponemos al odio y al permanente enfrentamiento, porque no queremos el caos y el desorden que nos deja rehenes de los imperios”.
En las semanas previas a la elección del Papa, el mundo entero se dedicó a fijarle la agenda al futuro pontífice, a dictarle por anticipado lo que debería hacer. Pero el histórico cónclave de hoy eligió a uno que, como Juan Pablo II, dirá: “Doy los pasos que doy, no como los da el mundo, sino como yo los doy”.
foto: de Internet
Texto: http://opinion.infobae.com/claudia-peiro/
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