Vida y Obra: James Salter
El estadounidense James Salter, con 87 años, publica su próxima -y sexta- novela este 2 de abril. Nunca tuvo un reconocimiento masivo, pero sí es venerado por los mejores escritores de su país. Fue piloto de guerra y guionista de cine. Ha dicho que sólo lo que se escribe termina siendo real. Lo demás, es un sueño.
POR ANDRÉS HAX
James Salter, uno de los grandes prosistas de la
ficción estadounidense. (Lana Rys)
Si eres un lector exaltado —el tipo de persona para quien los libros son un componente imprescindible de la vida interior— y no conoces a James Salter… bueno, estás entre los benditos. Es como si aun no conocieras a Proust, Hemingway o Saint-Exupéry; porque es ese tipo de lectura la que te espera en los libros de Salter. Como cualquier gran escritor, Salter es sui generis. Su mundo narrativo, sus búsquedas existenciales y su prosa son de él y únicamente de él. Pero para introducírselo a alguien por primera vez, no es descarado remitirse a estos tres nombres épicos como acabamos de hacer. Tiene algo de Hemingway en cuanto a la lucidez de su prosa y también en el asombro de un estadounidense que descubre Europa por primera vez (y además, en que escribió una gran novela de guerra); comparte con Proust una obsesión lírica y melancólica sobre el efecto del pasado –y el recuerdo del pasado- sobre el presente de la vida de una persona (y además una fascinación con la alta sociedad, pero visto desde afuera); y como Saint-Exupéry, es una de las pocas personas que ha volado aviones en situaciones extremas e históricas y después ha sido capaz de escribir sobre esa experiencia con el don de un poeta y el realismo duro de un verdadero hacedor.
James Salter nació con el nombre James Horowitz, en 1925, en la ciudad de Nueva York. Hoy vive y goza de buena salud, y con 87 años, esta por publicar una nueva novela, que sale el 2 de abril. Es su sexta nomás. También ha publicado dos compilaciones de cuentos cortos, una colección de relatos de viaje, un curioso libro sobre la comida, y un libro de memorias. Aunque no es conocido o alabado como sus contemporáneos Philip Roth o Saul Bellow, y por más de que nunca tuvo un best-seller, sus libros son atesorados por los mejores escritores estadounidenses – con lo cual ha caído en el rótulo de ser considerado un “escritor de escritores.”
Sobre su nueva novela, All That Is, John Irving dijo: “Una bella novela…con una euforia de lenguaje que hubiera satisfecho a Shakespeare.” Susan Sontag había dicho que era uno de los pocos escritores de ficción cuyos libros esperaba como un gran acontecimiento. Richard Ford lo ha declarado, simplemente, el maestro. Recién la semana pasada, Salter fue nombrado como uno de los ganadores de la primera edición de un importantísimo nuevo premio literario para escritores de ficción en la lengua inglesa, otorgado por la universidad de Yale: el Windham-Campbell, dotado con 150.000 dólares.
Todo lo que sabemos de Salter viene de su libro de memorias Burning The Days(Quemando los días), publicado en 1997, y comparable con Hable, memoria, la autobiografía de Nabokov. Salter también ha dado varias entrevistas, incluyendo una con The Paris Review – esa entrevista canonizadora que vale casi lo mismo que un Pulitzer, en cuanto al prestigio.
Antes de todo, y antes de proceder, hay que decir que Salter ha tenido una vida profundamente románica, esas que es improbable que se repitan. Fue aviador de guerra y un bon vivant; escribió guiones para Hollywood y vivió mucho tiempo en Europa, cuando aun era misteriosa. Conoció a grandes figuras artísticas y escribió algunos libros que tienen una alta probabilidad de perdurar en los siglos.
El padre de Salter era un comerciante que se había recibido en West Point, la histórica universidad militar estadounidense. En ese sentido, Salter terminó siguiendo los pasos de su padre. No era de los mejores alumnos y tampoco estaba entre los peores. No tenía un fervor militar pero tampoco entró a la universidad obligado por su padre y, por ende, con resentimientos. Aun no tenía aspiraciones literarias, aunque era lector. Lo que sí, sentía una sed ambigua de gloria, de participar en grandes e históricos acontecimientos. De no ser olvidado.
Al recibirse, ingresó a la fuerza aérea, donde fue aviador por 12 años. Se había perdido la Segunda Guerra Mundial, pero si algo sobra en este mundo, son las guerras. La suya fue la de Corea. Fue voluntario. Llegó al teatro de operaciones en Febrero de 1952, con 27 años de edad. Voló más de 100 misiones en aviones F-86, luchando en combates aéreos contra los MIG-15 de la Unión Soviética. No fue un héroe de guerra pero, por lo menos, como dijo en una entrevista televisiva, estuvo “en el show”.
La primera novela de Salter, The Hunters (Los Cazadores), la escribió de noche y durante los fines de semana mientras estaba en la fuerza aérea. Se publicó en 1956. Allí Horowitz eligió el nombre Salter para no perjudicar su carrera militar. Después, además, se cambió el nombre legalmente.
Más tarde en su vida, Salter descontó The Hunters como una novela de su juventud, menospreciándola. Para este redactor, por lo menos, es una opinión incomprensible. Es posible, a pesar del deseo de Salter mismo, que esta sea la novela suya que perdure en el tiempo. Como dijimos al principio de esta nota, y como han dicho decenas de otros lectores, es inusual que una persona con una experiencia tan particular tenga los poderes artísticos para hacer de ella una obra de arte viva y real. Es una novela de guerra y de iniciación, pero también está llena de luz, de paisajes, de complejas emociones humanas.
La segunda novela de Salter fue publicada en 1961 con el título The Arm of The Flesh y nuevamente —reescrita— en el 2000, con el título Cassada. También está ambientada en las fuerzas aéreas, pero sería la última vez que utilizara su experiencia de aviador para escribir sus ficciones.
A los 32 años, ya casado y con dos hijos, Salter tomo la decisión más difícil e importante de su vida. Decidió abandonar la fuerza aérea para dedicarse exclusivamente a escribir. El paso fue difícil porque amaba volar y no tenía nada en contra de la vida militar. Su deseo de ser escritor, sin embargo, era demasiado fuerte y no podía convivir con ninguna otra forma vida. Exijía su atención completa. Como explicó en una entrevista reciente:
“Decidí escribir o perecer. Cambié mi nombre… Y estaba solo. Y cuando despegas, completamente solo, esa primera vez, es inolvidable. De repente, sientes que tienes un par de alas sobre tu espalda, y puedes escribir algo que sientes que es glorioso. Hay una libertad en escribir. Me admiro más sobre la página que en la realidad. No quise convertirme en un escritor demasiado masculino, porque mi vida había sido masculina.”
En esa misma entrevista, sintetizó sus creencias estéticas sobre la escritura y la razón por cual escribir:
“Viene de la vida, pero no es la vida. Es otra cosa. Es un poema de la vida. Viene un momento de la vida en el cual te das cuenta de que todo es un sueño. Solamente esas cosas que han sido escritas tienen una posibilidad de ser reales. Al fin, es lo único que existe – lo que ha sido escrito.”
Es por esta ética, tal vez, que Salter ha escrito relativamente poco. Pero por otro lado, esta escasez no parece una falta sino un signo de honestidad. No hay un libro que parezca superfluo. No escribe para satisfacer un mercado o para sostener su ego. Escribe para inscribir su experiencia dentro de la realidad eterna que ofrece la literatura. Es más, para sus aficionados, no hay siquiera una frase en los libros de Salter que parezca estar de más. En la entrevista con The Paris Review, dijo: “Soy un frotteur, alguien que le gusta frotar palabras en sus manos, sentirlas, y pensar cual es realmente la mejor palabra.”
Hay otro hecho que explica las pocas novelas que escribió Salter, y es que tuvo que ganarse la vida. Eso lo hizo, por casi diez años, escribiendo guiones para Hollywood. El punto más alto en esta labor fue una gran película –aunque menor- que hizo con Robert Redford llamada Downhill Racer (Esquiador alpino). Se trata de un ambicioso, pero rebelde, esquiador olímpico. Tiene mucha de las características de la obra de Salter: el individuo que busca la gloria en un entorno estoico, que, ostensiblemente, desprecia la gloria individual; el glamour de la vida europea; la soledad del individuo delante de una búsqueda de la perfección.
Hasta ahora no hemos comentado el otro gran tema de Salter, el erotismo. Su tercera novela, A Sport and a Pastime (Un juego y un pasatiempo) publicada en 1967, es una novela de culto, tanto en Francia como en los Estados Unidos. Es una de las grandes novelas eróticas del Siglo XX. Es una breve novela crepuscular sobre el affaire entre un playboy estadounidense y una chica francesa de pueblo. De menos de 200 páginas, contiene sexo explícito, pero no en una forma descabellada como, por ejemplo, en las novelas de Henry Miller o Charles Bukowski. Si es difícil escribir honestamente sobre la guerra, debe ser mucho más complicado escribir bien sobre el sexo.
Sobre esta novela, el escritor Reynolds Price dijo: “Es la narración más perfecta que conozco en las letras de habla inglesa. Es el retrato más brillante y desgarrador sobre la intoxicación sexual que he encontrado, y un ejercicio de prosa interrumpida, que me deja orgulloso de mi lengua materna y de este hombre valiente que trabajó para producirlo con tanta opulencia útil… es un conmovedor acto de amor en sí mismo.”
Tras Un deporte y un pasatiempo -título tomado del Corán (la vida es un mero deporte y pasatiempo) vino la novela que Salter más estima de su propia producción:Light Years (Años Luz. O Años de Luz: el doble sentido es intraducible en sólo una frase del castellano), publicada en 1975, cuando tenía 50 años. Es un retrato de un matrimonio glamoroso en los años 50 y 60. En un Nueva York y sus afueras, antes de la homogeneización cultural del neoliberalismo y la globalización. Es un retrato, también, del fin del amor, de la vida familiar, de la búsqueda de la perfección – y cómo esa búsqueda imposible, inevitablemente, termina amargando la vida.
En esta novela Salter encuentra el ápice de dos vidas unidas y describe su inevitable declive. Tiene, como en todos sus libros, una sensibilidad a la luz que es difícil de describir. Salter sabe, y nos cuenta, pero nunca directamente, que somos nada más que criaturas de la luz. Hace poco fue incluida en la colección Penguin Classics en Inglaterra, un honor infrecuentemente concedido a un autor vivo.
Su última novela, publicada en 1979, vuelve a un tema propio de Hemingway: la valentía, la hombría, la aventura y el fracaso. Solo Faces, que originalmente iba ser un guión de cine, es sobre alpinistas europeos y un ascenso accidentado de Mont Blanc. Como sus libros de aviación, Salter escribe sobre un momento en el cual las computadoras y los equipamientos aun eran relativamente primitivos, con lo cual la experiencia (de volar o de escalar) era mucho más peligrosa de lo que es hoy. Y también en la cual las acciones del individuo estaban mucho más cerca de la experiencia vital. Es decir, las máquinas y la tecnología no mediaban tanto entre las acciones y sus consecuencias.
Podríamos seguir por páginas más, pero la idea de esta nota —como la de esta serie Vida y Obra— es despertar el interés del lector en un autor. De decir: ¡Mira! ¡No se pueden perder esto! ¡Esto te puede cambiar la vida!
Para los fanáticos de Salter, su obra se desborda en varios lugares y sabemos encontrarla. Por ejemplo, hace poco escribió el prologo a la traducción al inglés de un precioso libro titulado, Des bibliothèques pleines de fantômes, por el periodista Jaques Bonnet, sobre cómo uno va acumulando infinitos libros durante su vida y tambien sobre la inagotable pasión de la lectura.
Allí escribe Salter: “Se acerca una gran marea y en el reinado de los libros, con sus páginas blancas y sus páginas de guarda, sus promesas de soledad y de descubrimiento, está en peligro, tras una existencia de quinientos años, se está esfumando. La posesión física de un libro puede terminar teniendo poca significancia. Sólo el acceso al libro será importante, y cuando el libro se cierra –para decirlo de esa manera- se desaparecerá a lo cyber. Será como el genio – que se puede invocar pero que es irreal…”.
Y cierra este mismo ensayo diciendo: “Los escritores de libros son compañeros en la vida de uno y, de tal manera, muchas veces resultan más interesantes que otros compañeros. Hombres en camino a ser ejecutados, a veces encuentran consuelo en pasajes de la Biblia, que es –en realidad- un libro escrito por grandes, aunque desconocidos, escritores. Hay muchos escritores y muchos de una magnitud apreciable, como las estrellas en los Cielos, algunos visibles, otros no, pero todos derraman gloria…”.
Salter es un escritor glorioso, y uno de los mejores compañeros que podrían conocer en esta vida. No se lo pierdan.
fuente: Texto y foto en diario CLARIN -
Buenos Aires.
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