por MÓNICA RUSSOMANNO
Una extensa ciudad de calles de agua. Ciudad
abierta, casas rodeadas de jardines agrestes, islas,
puentes sutiles que unen las manzanas trazadas por
el capricho de los arroyos.
Los juncos de las orillas danzando al paso de las
embarcaciones, en oleadas vegetales que cambian
el tono de verde al inclinarse bellamente,dulce,
acompasadamente acompañando el hincharse del
agua. Aguas marrones, se diría espesas, con el trazado
complejo de los flujos y reflujos que le tejen una
superficie de dibujo perfecto y móvil.
Las casas sobre pilotes, subidas a sus largas patas de
garza. Casas con cenefas de latón, casas con tejados,
casas de chapa y madera. Ricos y pobres, con
correspondientes embarcaderos: embarcaderos
de bancos lustrosos,embarcaderos de palitos atados
con soga y clavos. Todos compartiendo el paisaje.
La lancha colectivo, el autobús que se desliza
atracando donde la gente parada en la escalerita
reclama transporte. Los perros que despiden o saludan
con alegría canina, desbordante en saltitos, ladridos y
corridas alrededor del dueño que retorna y camina con
una mano que revolea una oreja o la indiferencia de la
costumbre.
El conductor de la lancha que lleva una garrafa al lado
del timón, y la pava siempre caliente para el mate
imprescindible. La mujer y la hija al lado, los pasajeros
en sus cosas, la maestra corrigiendo cuadernos mientras
por las ventanillas se pierde el paisaje maravilloso. Pero
ellos tienen los ojos llenos de agua, ya no necesitan mirar
para verla. Son los habitantes de este extraño mundo
donde todo ocurre en torno y sobre los ríos que
ajedrezan la llanura.
Pasa la lancha almacén con las bolsas de papas y
cebollas, las garrafas de gas, el aceite y la harina.
Pasa la lancha ambulancia a todo correr, pasa la lancha
basurera con sus bultos negros, pasa la prefectura,
policía del camino que él también, el camino, pasa.
Las casitas con sus ropas tendidas y los patos en su
corral. El cielo blanco donde el encaje de las ramas
desnudas dibuja nubes difusas.
Y de pronto el Paraná. La enorme infinitud de un
horizonte que se abre,y allá lejos un barco
transatlántico. Da miedo la sensación de pequeñez
que nos invade. Y, como hemos quedado sólo nosotros
y el piloto con su familia,mi mamá manejando el
barquito entre carcajadas. “Más a la derecha, ahora,
mueva el timón más a la derecha”. La fotografía para
capturar la magia, como si fuese necesario.
Y la vuelta mientras la luz se pierde, y el reflector
sobre la cabina ilumina los muelles buscando pasajeros
que retornen. Las casas con sus cuadraditos de luz en
las ventanas. La lancha que llega a buscar a los obreros
de una construcción. El día que se va como las aguas
bautizadas con nombres para reconocer los cauces,
aunque el río, los arroyos, el agua es lamisma agua de
tierra y juncos y relieve de melaza. Carapachay diremos,
Guayraca, Reyes, Capitán. Le daremos nombres al agua
para creer que es ella la que pasa y no nosotros los que
nos vamos.
Volvemos en el tren, otra magia. Si existe magia en los
transportes,cómo dudar de que trenes y barcos son los
hechiceros de la imaginación y quienes se aferran a los
recuerdos.
Hemos estado en una ciudad de agua. El Tigre le dicen.
Cuando miro el mapa veo el espinazo del Paraná, y las
rayas de los cauces surcando el lomo de la pampa.
Mónica Russomanno
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