Los primeros
gitanos llegaron a Europa hace unos mil años. A pesar de esa larga convivencia,
este pueblo sufre aún la discriminación de las autoridades y carga con una
pesada cruz de prejuicios. Con la crisis económica que estremece al Viejo
Continente, han vuelto a ser los chivos expiatorios de muchos políticos.
Las
recientes declaraciones de varios alcaldes en Francia y la política del
gobierno de François Hollande han situado a ese país en el centro de las
condenas por la represión contra los gitanos. Mientras personalidades como el
líder ultraderechista Jean-Marie Le Pen lanza propósitos racistas contra las
llamadas “gentes de viaje”, el ministro del Interior socialista, Manuel Valls,
ha anunciado medidas más duras contra los asentamientos ilegales de los
romaníes.
¿Quiénes
son los gitanos?
Aunque persisten
dudas sobre el origen del pueblo gitano, la mayoría de los investigadores
señalan la migración de grupos provenientes de la India hacia finales del
primer milenio de nuestra era como la hipótesis más probable. Se cree que
viajaron a Europa a través del antiguo Imperio Bizantino (actual Turquía) y
desde el norte África hasta España.
El término acordado
por la Unión Europea para designarlos es romaníes, que en su lengua derivada
del sánscrito significa “persona”, “hombre”. Bajo esa denominación se agrupan
tres grandes grupos: los romaníes –residentes en Europa del Este y Grecia--,
los sintis o manuches –radicados fundamentalmente en Francia e Italia--, y los
gitanos y calés –habitantes de España y Francia. No obstante, su distribución
geográfica ha desbordado las fronteras europeas y hoy también existen
comunidades en América Latina y Norteamérica.
Los romaníes
constituyen en la actualidad la minoría étnica más importante de Europa por su
número, que se estima entre ocho y 10 millones de personas.
campos de concentración
nazis
(Wikimedia Commons)
Una
historia de discriminación
Los gitanos han
padecido siglos de persecución en Europa. Desde las primeras órdenes de
expulsión en Alemania en el siglo XV, hasta su conversión en esclavos en
Rumanía y Moldavia abolida apenas en el siglo XIX, los romaníes no han vivido
en paz. Su cuestionado estilo de vida nómada se debe, en buena medida, a esta
constante represión contra sus asentamientos y su cultura.
En la pasada
centuria fueron víctimas de los planes de exterminio de los nazis y la
asimilación forzosa en los países comunistas de Europa del Este.
El holocausto
gitano, conocido como porraimos ("destrucción" en lengua
romaní), condenó a muerte a medio millón de personas. En Alemania y en varios
de sus países aliados durante la Segunda Guerra Mundial, los romaníes
perecieron en los campos de concentración. En un solo día, el 31 de julio de
1944, murieron 20.000 gitanos en las cámaras de gaz de Auschwitz.
Los regímenes
totalitarios de Europa Oriental intentaron durante décadas integrar a los
romaníes en las sociedades “homogéneas” de trabajadores que promovía el
socialismo. Bajo esa sombrilla ideológica, los hijos de las familias gitanas
fueron separados de sus padres e internados en centros escolares regidos por el
estado, mientras en algunos países las autoridades ejecutaron esterilizaciones
de mujeres y hombres para impedir la proliferación de “elementos antisociales”.
El desmembramiento
de las familias y las estrategias para reducir la natalidad de los gitanos
también se adoptaron como políticas oficiales en otras regiones de Europa. Los
gobiernos de Noruega, Suecia y Suiza se han disculpado posteriormente y han
desarrollado programas para compensar a las víctimas y sus descendientes.
Pero la xenofobia
contra los romaníes alcanzó el cénit después de la caída de los regímenes
comunistas de Europa del Este. Frente a la debacle económica y la inestabilidad
social que siguieron al fin del socialismo, autoridades y ciudadanos de la
antigua Unión Soviética y sus satélites cargaron contra los gitanos, en una
cruzada cuyos ecos aún se sienten.
Esa represión en
Europa Oriental empujó a muchas familias gitanas a emigrar hacia el oeste,
donde algunos medios alentaron el racismo con reportes sobre “la invasión
gitana”.
¿Chivos
expiatorios?
Esa es la teoría de
Thorbjorn Jagland, el secretario general del Consejo de Europa, el organismo
encargado de velar por los derechos humanos, la democracia y el Estado de
derecho en el Viejo Continente.
En declaraciones al
diario español El País, Jagland relacionó la creciente violencia contra los gitanos con la crisis
económica en Europa. El funcionario recordó como los homosexuales, los judíos y
los propios romaníes se convirtieron en la diana preferida para justificar la
recesión antes de la Segunda Guerra Mundial. Al parecer medio siglo después se
repite la historia.
Según la no
gubernamental Coalición Europea de Política Romaní, los gitanos siguen
sufriendo de altos niveles de discriminación y pobreza. Los ataques racistas,
verbales o físicos, no han disminuido a pesar de las recomendaciones del
Consejo de Europa para mejorar la situación del pueblo romaní.
Los gitanos deben
soportar la segregación escolar, los desalojos forzosos y la reclusión en
guetos, la limitación de sus oportunidades laborales solo por su origen, además
de dificultades para acceder a los sistemas de atención de salud y otros
servicios públicos. Hasta el momento ninguna resolución de las estructuras de
poder de la Unión Europea ha conseguido revertir esta degradación.
El Colectivo
Nacional de Derechos del Hombre ROMEUROPE, publicó en junio pasado una guía de
prejuicios comunes hacia los romaníes, entre ellos: su preferencia por la vida
nómada o en asentamientos precarios, su gusto por la mendicidad y el rechazo al
trabajo, que son portadores de enfermedades y se aprovechan de la seguridad
social para subsistir. En todos los casos ha prevalecido el estigma sobre el
entendimiento objetivo de la realidad de los gitanos.
En
ese contexto, la invitación del alcalde de Niza, Christian Estrosi, a reprimir
(o exterminar, en la más extrema acepción del verbo francés “mater”) a los
gitanos parece apenas una gota en un océano de calamidades que no cesan de caer
sobre el pueblo romaní. Estrosi ha publicado, incluso, una “guía práctica” para
enfrentar la amenaza gitana, dirigida a los alcaldes franceses. Lo peor es que
a ese llamado acuden también ciudadanos comunes, cegados por los prejuicios
ancestrales contra sus vecinos.
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