El otro genocidio: el armenio
Por JULIETA ROFFO
Entre 1915 y 1923, a través de marchas
forzadas, asesinatos, hambre y sed, el Imperio Otomano persiguió a la población
armenia. Se estiman entre un millón y medio y dos millones de muertos.
El Holocausto que asedió mayormente a la
población judía durante los años de nazismo es uno de los más grandes crímenes
de la Humanidad, por su brutalidad y por su número inmenso de víctimas. Sin
embargo, no se trató del único del siglo XX: unos años antes, entre 1915 y
1923, se produjo el genocidio armenio, considerado por muchos historiadores
como el “primer genocidio sistemático moderno”, aunque al día de hoy el
gobierno turco no lo reconozca como tal.
Esta matanza, cuyo número total de víctimas está estimado entre un millón y medio y dos millones de civiles armenios, comenzó el 24 de abril de 1915 cuando el gobierno del entonces Imperio Otomano, en mano de los Jóvenes Turcos, decidió apresar a 35 intelectuales armenios entre los que había escritores, médicos, sacerdotes y poetas, entre otros líderes de esa comunidad en lo que hoy es Estambul.
Algunos días después a ese 24 de abril, día en que hoy es mundialmente recordado el genocidio armenio, los detenidos ya eran 600 y muchos de ellos fueron asesinados. A principios de junio, el gobierno otomano ordenó deportar a toda la población armenia sin permitirles cargar con medios que les ayudaran a sobrevivir. No fueron el único grupo étnico perseguido, como ocurriría luego durante el nazismo: los asirios y los serbios, entre otros, también fueron asediados, aunque eran minoría.
La “coartada” de los Jóvenes Turcos al mando del Imperio Otomano era que los armenios estaban encabezando algunos movimientos rebeldes de corte nacionalista: con ese argumento, los obligaron a participar de marchas forzadas que duraban cientos de kilómetros, en las cuales los gendarmes, además, les robaban y los violaban, e imperaba el hambre y la sed que muchas veces conducían a la muerte. Según los historiadores que reconocen el genocidio, se calcula la existencia de unos 26 campos de concentración, algunos únicamente fosas comunes, otros lugares en los que las epidemias y la inanición terminaban con la vida de las víctimas. Esos campos se ubicaban especialmente cerca de las fronteras con Siria e Irak.
Esta grave matanza, a pesar de su masividad, es aún discutida en el mundo: sólo 22 Estados la reconocen como un genocidio, entre los cuales se cuenta la Argentina. Sin embargo, el 15 de diciembre de 1915, el New York Times titulaba “Un millón de armenios asesinados o en el exilio”, lo que da cuenta de la brutalidad desplegada por el Imperio Otomano. La actual República de Turquía no ha negado la masacre de civiles, pero aún así, no admite que se haya tratado de un genocidio: para este Estado no hubo un plan de exterminio masivo y sistemático, sino que se trató de “luchas inter-étnicas”. Las diferentes lecturas sobre este mismo hecho, entre otros conflictos, implicaron el cierre de la frontera entre Turquía y Armenia en 1994, aún vigente.
Un ejemplo de la negación por parte del estado turco del genocidio armenio son las duras críticas que el escritor Orhan Pamuk, nacido en Estambul en 1952 y ganador del Premio Nobel de Literatura en 2006, ha recibido en su país al referirse a la masiva matanza. No fue el único: también el escritor Kurt Vonnegut mencionó el tema en su novela “Barbazul”, de 1988, cuyo protagonista es un sobreviviente de ese genocidio. Y el cantante franco-armenio Charles Aznavour escribió en 1975 la canción “Ils sont tombés” (“Ellos cayeron”) inspirado en las víctimas.
En 1985, el Diario Armenia, una publicación de la comunidad de esa nación en la Argentina, incluyó en su edición el testimonio de Krikor Vartian, un sobreviviente de aquellos años nacido en 1903: “Cuando quedé solo en casa, una mañana, llegan soldados turcos a la ciudad, matando a todo armenio que encontraran en su camino. Sentí los gritos de la gente y me escondí en un subsuelo a 50 centímetros que tenía el piso de madera de la habitación. De pronto sentí cuando entraron y comenzaron a clavar sus lanzas en los pisos porque sabían que estos servían de escondite. Me puse contra un rincón y me salvé”, reconstruyó Vartian, y agregó: “Estos episodios similares a una película viven permanentemente delante de mis ojos cada vez que duermo. Siempre sueño con estas atrocidades y me despierto creyendo que estoy allí. Recuerdo que un día antes llovía y al día siguiente comenzaron a morir miles de personas. Ya no éramos tratados como gente, parecíamos animales…”.
La violencia deshumanizadora estaba a la orden del día, y se cobró miles de vidas, aunque casi cien años después todavía se discuta el nombre de aquella matanza.
Esta matanza, cuyo número total de víctimas está estimado entre un millón y medio y dos millones de civiles armenios, comenzó el 24 de abril de 1915 cuando el gobierno del entonces Imperio Otomano, en mano de los Jóvenes Turcos, decidió apresar a 35 intelectuales armenios entre los que había escritores, médicos, sacerdotes y poetas, entre otros líderes de esa comunidad en lo que hoy es Estambul.
Algunos días después a ese 24 de abril, día en que hoy es mundialmente recordado el genocidio armenio, los detenidos ya eran 600 y muchos de ellos fueron asesinados. A principios de junio, el gobierno otomano ordenó deportar a toda la población armenia sin permitirles cargar con medios que les ayudaran a sobrevivir. No fueron el único grupo étnico perseguido, como ocurriría luego durante el nazismo: los asirios y los serbios, entre otros, también fueron asediados, aunque eran minoría.
La “coartada” de los Jóvenes Turcos al mando del Imperio Otomano era que los armenios estaban encabezando algunos movimientos rebeldes de corte nacionalista: con ese argumento, los obligaron a participar de marchas forzadas que duraban cientos de kilómetros, en las cuales los gendarmes, además, les robaban y los violaban, e imperaba el hambre y la sed que muchas veces conducían a la muerte. Según los historiadores que reconocen el genocidio, se calcula la existencia de unos 26 campos de concentración, algunos únicamente fosas comunes, otros lugares en los que las epidemias y la inanición terminaban con la vida de las víctimas. Esos campos se ubicaban especialmente cerca de las fronteras con Siria e Irak.
Esta grave matanza, a pesar de su masividad, es aún discutida en el mundo: sólo 22 Estados la reconocen como un genocidio, entre los cuales se cuenta la Argentina. Sin embargo, el 15 de diciembre de 1915, el New York Times titulaba “Un millón de armenios asesinados o en el exilio”, lo que da cuenta de la brutalidad desplegada por el Imperio Otomano. La actual República de Turquía no ha negado la masacre de civiles, pero aún así, no admite que se haya tratado de un genocidio: para este Estado no hubo un plan de exterminio masivo y sistemático, sino que se trató de “luchas inter-étnicas”. Las diferentes lecturas sobre este mismo hecho, entre otros conflictos, implicaron el cierre de la frontera entre Turquía y Armenia en 1994, aún vigente.
Un ejemplo de la negación por parte del estado turco del genocidio armenio son las duras críticas que el escritor Orhan Pamuk, nacido en Estambul en 1952 y ganador del Premio Nobel de Literatura en 2006, ha recibido en su país al referirse a la masiva matanza. No fue el único: también el escritor Kurt Vonnegut mencionó el tema en su novela “Barbazul”, de 1988, cuyo protagonista es un sobreviviente de ese genocidio. Y el cantante franco-armenio Charles Aznavour escribió en 1975 la canción “Ils sont tombés” (“Ellos cayeron”) inspirado en las víctimas.
En 1985, el Diario Armenia, una publicación de la comunidad de esa nación en la Argentina, incluyó en su edición el testimonio de Krikor Vartian, un sobreviviente de aquellos años nacido en 1903: “Cuando quedé solo en casa, una mañana, llegan soldados turcos a la ciudad, matando a todo armenio que encontraran en su camino. Sentí los gritos de la gente y me escondí en un subsuelo a 50 centímetros que tenía el piso de madera de la habitación. De pronto sentí cuando entraron y comenzaron a clavar sus lanzas en los pisos porque sabían que estos servían de escondite. Me puse contra un rincón y me salvé”, reconstruyó Vartian, y agregó: “Estos episodios similares a una película viven permanentemente delante de mis ojos cada vez que duermo. Siempre sueño con estas atrocidades y me despierto creyendo que estoy allí. Recuerdo que un día antes llovía y al día siguiente comenzaron a morir miles de personas. Ya no éramos tratados como gente, parecíamos animales…”.
La violencia deshumanizadora estaba a la orden del día, y se cobró miles de vidas, aunque casi cien años después todavía se discuta el nombre de aquella matanza.
Fuente: diario CLARIN- Buenos Aires, 26/08/2013
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