NICOLÁS DEL HIERRO:
“ELEVAD LA MIRADA”
EL COLOR DE LA TINTA.
POESÍA 1962-2012.
Ediciones Vitrubio,
Madrid, 2012. 581 págs.
por Manuel Quiroga Clérigo.
“Elevad la
mirada”, reclama Nicolás del Hierro en uno de sus poemas. Y, ahora, nos ofrece
todos sus versos en un precioso libro titulado “El color de la tinta. Poesía
1962.2012”, publicado por Ediciones
Vitrubio (Madrid 2012).
El también
poeta y narrador Pedro Antonio González Moreno escribe en un sensato prólogo,
al que titula “Una caligrafía de la soledad”: ”…para Nicolás del Hierro
recordar no es sólo evocar lo vivido, sino también revivirlo y reinventarlo, dándoles voz y
relieve a sus fantasmas”. Además estudia detenidamente la cualidad de escritor
manchego del autor, lo cual no es nada vano ya que La Mancha ha dado al idioma
español una brillantez inigualable y, por supuesto, el valor de unas letras
capaces de convulsionar las costumbres, reivindicar las emociones y analizar de
una manera suave pero firme las instancias del amor.
Como leemos, en
la contraportada del volumen, poseer y leer este libro de casi seiscientas e
inspiradas páginas es “Una hermosa oportunidad, esperada por muchos, de leer
íntegro a un poeta cuidadoso, original y siempre hondo y sensitivo”.
Tras una
indecisa incursión en el reino de las líricas hermosas, con esos “Seis poemas
primeros. 1956-1961”, donde el mundo comienza a ser analizado con cierto
sentimiento amargo, el poeta irrumpe con el tesón definido de quien desea
comprender a un género humano sufriente e inmerso en cierta soledad existencial.
Si del primer tramo elegimos un solo y magnífico verso, “Me sabe a triste la
alborada”, en “Profecías de la guerra” de 1962 ya asistimos a todo el dolor del
universo, pues el análisis es el de la propia certidumbre, esa que hace posible
la amargura aunque también posibilite la esperanza. El poema “A veces sueño”,
que nos recuerda la célebre frase de Martin Luther King (“Ayer tuve un sueño”)
nos parece un monumento a la memoria, la perfecta insinuación para hacer de los
deseos, convertidos en sueño, el espacio amable en que puedan renacer todas las
concordias:”El camino sigue, sigue largamente./Todo se hace grande, todo se
hace hermoso:/la luz, la vida, las rosas…”. Pero además Nicolás del Hierro es
un hombre creyente y tal vez esa manera de entender la existencia haya
favorecido el saber salir del mundo horrible de la postguerra en la cual él, y
todos nosotros, éramos sólo nubes oscuras en un cielo lleno de nubarrones. Algo
de aquel edén negado aparece en “Al borde casi”, los versos datados en 1965.Dámaso
Alonso en su librito titulado “Poemas puros. Poemillas de la ciudad” (Editorial
Galatea, Madrid, 1921) que dedicara a Vicente Aleixandre y Merlo deja muy
líricos suspiros, poemas cortos llenos de intención y sentimentalismo. “El alma
está en reposo porque es buena”. Algunas insinuaciones de este tipo aparecen en
los versos del poeta manchego: “¡Abrid de par en par los corazones!” pide en su
poema “Transición” y, en el precioso soneto titulado “Recorrido” leemos:
“..esperaré la tarde de verano/en que deba saldar con Dios mi cuenta/para
acabar mi senda sonriente”. Pues, bien, es curioso que un hombre con una
infancia desbaratada a consecuencia de una guerra cruel aún se sienta capaz de
saldar cuentas con ese Dios tantas veces inmisericorde y que, además, quiera
acabar con una sonrisa en los labios, en vez de la amargura que tantos
filósofos quieren incluir en nuestras biografías. Si volvemos a Dámaso Alonso,
tan denigrado por Pablo Neruda junto a Gerardo Diego por alabar a un franquismo
irredento, escuchamos sus versos:“Cuando murió el poeta se quedaron/tristes
todas las cosas pequeñitas/que él cuidaba”.Pero aquí no se habla de muerte,
sino de vida. Y así llegamos a esos versos grandiosos, pacíficos, casi
maravillados de 1971 “Cuando pesan las nubes” del propio Nicolás del Hierro
donde hay un precioso, y corto, poema titulado precisamente: “Urgencia” con un
verso grandioso “Lo demás es amor”, compendio de ese mundo alborotado,
indeciso, repleto de dolor y de incontinencia; un universo donde todo tiene el
valor de la vitalidad y la presencia de los abiertos edenes en que es posible,
todavía, la sonrisa. Pero, también Alonso, dejó escrito “Hoy, día puro, me
asomé a la muerte” y aquí aparece un, digamos, testamento existencial del poeta
manchego, de Nicolás del Hierro, que en “En este caer de rotos pájaros” (1979)
que, según Pedro Antonio González Moreno, “viene a cerrar temáticamente su
primera etapa poética”. Ahí tenemos un precioso poema titulado “El amor como
salvación humana” (“Amor, dame tu mano/,/es el momento de lograr el mito;/ven,
amor,/deja que el sueño/nos colma y nos invada”. El sueño, la fantasía, los
excelsos rincones del pasado cobran todo el valor de la realidad, precisamente,
tras haber resucitado de las confusas nieblas de la ilusión.
“Lejana
presencia”, con poemas de 1984, es un relato intenso donde el amor, los
sentimientos, la existencia y los paisajes se unen en un aliviado momento de
entusiasmo y de sosiego: “Aquel beso, lejano,/que no te di, golpea/en tu yo y
en mi yo”. Y es que los afectos suelen encadenar futuros, hilvanar soledades e
incrementar los deseos. El poeta es, simplemente, un ser humano. Como tal sigue
su andadura de ilusiones y de certidumbres; lo hace sin desprenderse de la
necesaria inocencia que es capaz de transformar los universos cercanos y las
más limpias esperanzas.
Del apartado
“Poemillas del viajero” del libro de Dámaso Alonso elegimos: “He aquí la calma
del hogar lejano,/el manso río, el otoñal paisaje”, y de “Muchacha del Sur”
(1986) de Nicolás del Hierro nos quedamos con unos deliciosos versos del poema
que comienza así “Hasta dormida eres la enredadera de los sueños,/vilano azul
que trepa por los altozanos/de tu desigualado enclave terrenal”. O sea que
aparecen los mejores paisajes, los más hermosos momentos, el hogar como promesa
y premio; el amor es ese premio, ese futuro. Y el poeta nos habla de ello, lo
va retratando con sus mejores pinceles, dejando una estela de vitalidad y
entusiasmo pocas veces imaginado.
“Retorna aquí
el poeta a algunos de los motivos de su primera etapa, tales como la pena, el
cansancio y el desasosiego existencial”,
dice González Moreno al referirse a “Toda la soledad es tuya” de 1989
donde existen hermosos poemas como “Los pájaros azules”: “Cualquier momento
será bueno./Estoy seguro que, cualquier instante,/se romperán los sueños de los
niños/y, entonces,/flácido su pecho,/se quedarán sin voz las golondrinas”.
Cuando más adelante el poeta reitera “Yo creo en el amor” ya nos sitúa en el
plano existencial de quien, incluso habiendo sufrido en su infancia los
avatares de una guerra criminal y sin sentido, es también creyente en un Dios
capaz de organizar el universo. Ahí están muchos de los valores de esa poesía
abierta a todos los horizontes, a esos paisajes “de la alondra y no del buitre”.
En “Cobijo de
la memoria” (1995) aparece uno de los poemas más hermosos de toda la antología.
Se trata de “Error de Artemisa” pues si el autor nos deja interesantes
referencias a su madre “Había puesto madre/su distancia en el tiempo, y un
pesado/silencio adormecía las paredes”, temática que también acumulan en sus
creaciones poetas como Antonio Gamoneda, Félix Grande, para Del Hierro es la
figura del padre la que, seguramente, mas recuerdos le reportó en su juventud y
a lo largo de su existencia posterior, tanto por las vicisitudes por las que el
progenitor tuvo que pasar, a causa de la guerra o de las condiciones en que se
vivía en las zonas rurales con tantos trabajos y tantas carencias. Este poema y
el titulado”El rito milenario del olivo” demuestran un amor y su dolor de una
manera entrañable y nos deja la sensación de esa orfandad ilimitada que sólo el
ser humano es capaz de soportar. De “Error de Artemisa”, poema que se debe leer
y releer con paciencia para absorber todos sus valores líricos y afectivos, nos
quedan esos versos terribles de “Nunca la pólvora mantuvo/un entretenimiento
tan cainita/ni los montes bebieron tanta pena”. Se ha dicho que la poesía es un
asunto íntimo, la muestra infinita del dolor que alguien sufre, aunque lo
simule como diría Pessoa, que lo siente de manera verdadera y que, casi
siempre, sin quererlo, transmite a los demás, tal vez porque esta manera de
vivir, ese insondable espacio de la herida, sea algo que frecuentemente sale de
su rincón y penetra en la mente de los demás. Nicolás del Hierro en los dos
poemas citados, como en otros de diferente contextura nos trae ese dolor y nos
lo deja para siempre a nuestro lado. Esa es su mejor faceta de comunicador, de
versificador, de creador lírico de quien también ha publicado narrativa como,
por ejemplo, su extenso relato titulado “El oscuro mundo de una nuez”, y otras
prosas como “El temporal” o “Nada, éste es el mundo”, por algunos de los cuales
ha recibido merecidos precios. Su libro “Al borde casi” fue traducido al
italiano. Nicolás del Hierro fue fundador de varias revistas literarias, entre
ellas “·Tolva” y “Alvent (pliegos poéticos)” y ha ejercido la critica literaria
en varios medios,
En unas palabras liminares a “Tickets de café” de Eduardo Alonso (Madrid 1948) el que fuera espléndido director de cine y gran conversador dejó escrito: “Yo tuve siempre a los libros que entienden de poesía por pálidas novias prendidas de jazmines; miré cada verso como a sonrisa tímida; cada cuarteta, como a promesa trémula, y cada poema terminado y rotundo, como a beso de amor”. Y es que llegamos al libro de 1999, “Lectura de la niebla” poemario que en su momento tuvo una excelente acogida, como la mayoría de los de Nicolás del Hierro, tanto por su sinceridad y por su capacidad para llevarnos por esos territorios diáfanos de los afectos como por el valor que el poeta da a cada una de sus, reflexiones y sus recuerdos.
Poemas como el número 25, de corta extensión como la mayoría de ellos, nos deja la certidumbre de un mundo abierto a los eternos paisajes de la infancia y al delicado espíritu de la memoria que permanece en el ámbito de la familia: “Venía de la tierra, como el trigo,/de la raíz del tiempo y de la arruga/del surco en la epidermis y la gleba:/era un rústico arcángel que volaba/con alas de cardencha y de terruño./Era el abuelo, con su larga blusa,/con su parda lonera de sudores,/un amo entre sus yuntas y gañanes,/un hermano de pan entre vecinos,/alguien que no vivió la envidia y supo/hacer de la esperanza su progreso./¡Seguro que también era distinto/el reloj de la historia y de los hombres!”. Entrelíneas van apareciendo ideas, versos, expresiones que nos parecen haber leído en poemas de Rafael Montesinos, Ángel Crespo, Eladio Cabañero o el mismísimo Antonio Machado. La poesía es, simplemente, una referencia, no tan volátil, de nuestra infancia, de los territorios de la adolescencia o del ámbito quieto de unas épocas difíciles y unos antepasados cercanos en nuestro cariño. En ese sentido tal vez sea Nicolás del Hierro un poeta lúcido, ameno, capaz de transmitirnos ese cariño por la naturaleza y por la familia.
“Mariposas de
asfalto” (2000) nos deja, aquí también, historias del entorno en que el poeta
desarrolló su vida, sus primeros paisajes; donde vivió las primeras aventuras,
en que reclinó sus juveniles pasos, los abiertos espacios de la aventura o de
la reflexión. Por ejemplo, algo recurrente son los ríos, los montes, las
laderas, los vientos de su cercanía. Si leemos “Todavía el Bullaque es un
milagro” (“Todo el verdor del campo montuoso/se reflejó a tu paso en la
corriente/caudal de los inviernos, y, crecidas/tus Tablas, de las cumbres, a
manera/de caricia, su lluvia recibiendo,/prolongaron el brío de tu cauce”) Tal
vez creamos que nos está hablando de La Mancha, de unos escenarios tantas veces
abandonados, hoy mismo por el gobierno de una tal Cospedal. El mundo rural está
cercado, confinado, pereciendo por los incendios generalmente intencionados
o destruido por los egoísmos de las
multinacionales y la obcecación y ceguera de los poderes locales. Si pese a
todo algunos ríos, valles, laderas nos siguen ofreciendo su vida, incluso
cautiva, el que haya un solo poeta que pueda cantar sus excelencias es algo que
los demás podemos, y debemos, agradecer.
“El latir del
tiempo”, 2004, es, otra vez, el testimonio de los orígenes, de la vida naciendo
a cada paso, de la vitalidad del mundo natural y sus alrededores que es
precisamente la existencia de los hombres y su devenir en el acosado planeta
Tierra: “Parece que se juntan aquí todas/las tardes de la tierra, los
silencios/todos de los conciertos más sublimes,/como si la armonía fuera
tope/de su propio caudal” leemos en los primeros versos de “Tiempo de
silencio”, título que nos recuerda la excelente y esclarecedora novela de Luis
Martín-Santos, referente de una época gris en que los españoles vivíamos en
medio de cierta soledad irreconciliable y de dictadura (todavía) criminal. Dice
el prologuista, González Moreno que en “El latir del tiempo” y “Dolor de
ausencia”, el poeta continúa la línea de regreso a los orígenes que ya había
emprendido en “Cobijo de la luz”, situándole en el espacio de la evocación del
ayer y adoptando un tono, menos doliente y menos crítico, en el que predominan
los acentos de la nostalgia y la elegía”. En medio de ambos libros tenemos “Los
rojos ríos de tus noches” (1986-1988), editado en 2005: “Parecías el cuello
devorado de un cisne,/la languidez dormida de un tallo que la zarpa/de una
gélida noche apartó de su cuna”. Aquí son los afectos de nuevo, la belleza de
la mujer, pero, también, el mundo reducido a musa necesaria para ensayar todo
tipo de sueños y de idealizaciones, desde una civilización prehispánica hasta
ese “Núcleo bizantino” rebosante de vida y de historia: “Desde el Egeo al Ponto
literarios, Homero/rescataba las fuerzas de un Ulises ausente,/y Virgilio en
églogas ceñía el mar de Mármara” para luego regresa a estos divinos versos
“Amor, amor para tu guerra, como un oasis…”.
Y, efectivamente, llegamos a ese “Dolor de ausencia” (2008) con esos
versos de “resurrección” dedicados a la madre: “Vives,/estás, eres,/la vela de
mis pasos,/me animas/el andar por el mundo” o aquel lamento por la hermana que
se fue demasiado pronto (“Ella no pudo ver sus sueños,/ni disfrutar, siquiera,
algún juguete/que plasmara del viaje su destino”), el recuerdo de la primera
escuela, la historia del pan escasamente abastecido o el desamparado ciego o
esos espectaculares versos de “El rito milenario del olivo” que, ya decíamos,
puede resumir todo el amor de un hijo por el padre que desapareció cuando su
vida era más necesaria, tal vez después del sufrimiento de una guerra incivil
cruel y sanguinaria, y una postguerra gris de inviernos fríos y esforzados
trabajos “Sueño que estás vivo, padre,/que todavía tienes/el peso de tu tiempo
y mi distancia;/que no surgió la pena/de aquel tiro fatal”. Hay que verse en la
piel de un niño que va a pasar un día al campo, con la familia, los aperos, la
ilusión del aire libre y la naturaleza, con el padre y la madre ciñendo su
existencia aún hermosa. Y, de repente, surge la tragedia más terrible, el padre
muerto en cuestión segundos, el horizonte repleto de sangre y nubes negros. Hay
que verse en esas circunstancias. Nicolás del Hierro lo cuenta con las lágrimas
aún resbalando por su cara de adulto, seguramente más de medio siglo después:
“Imagino/que aquel día de caza no ha existido/y el disparo fortuito no hizo
estragos,/que llegamos al corte, al olivar,/que desunces el carro y amaneas/las
mulas, que regresas/donde estamos nosotros,/donde hemos puesto el hato, y
traes/en tus manos un poco pasto seco/para prender la yesca/cuando ya los demás
hemos dispuesto/unas ramas de olivo, unos ceporros/pensando en los
demonios/azules de la lumbre”. Nos va llegando la sensación de esa cercanía del
cariño cotidiano, de lo amable de un día con familia, de la magia de vivir
momentos diferentes. Es el mundo renaciendo, tal vez para tratar de evitar la
tragedia y la violencia de los minutos siguientes.”Tu no te has ido, padre,/ no
te llamó el abrazo de la tierra,/no nos dio octubre el infortunio/con la fuerza
cainita de la pólvora/ni tuvieron los hombres de la curia/que levantar la hiel
de tu disparo:/tu esencia es el amor que nos concede,/todavía, por siempre y
mientras viva,/el rito milenario del olivo”.
Dejamos atrás
una serie de sonetos preciosos en una segunda parte del libro titulada
“Invitación al sueño y la llanura”, siendo el dedicado a Eladio Cabañero el más
delicado y afectuoso: “Su verso, al caminar, llevó consigo/el sabor de La
Mancha”. Luego llegan los versos de “Desde mis soledades (2003-2008)”, libro
intenso, apretado, con métricas diversas y temáticas a veces arriesgadas y
“donde el autor- según González Moreno-acentúa los rasgos intimistas y el
confesionalismo de su poesía anterior”. Son preocupación, también, más
terrenas, más actuales, más cotidianas, sinceros, prácticos. Leamos completo el
poema número 32: “Le pido a Dios y a la ciencia,/que si se agrava mi herida/no
inviertan en mi partida/su prolongada clemencia./¡Prefiero dejar la vida!/Un
punto y final humano./no vegetal ni artificio,/que para el llanto de oficio/ya
tiene el hombre su arcano/en virtud del sacrificio”.
En el citado
libro de Eduardo Alonso hay un epílogo de César González-Ruano fecha en el
otoño de 1947 escribía: “…es poco menos que imposible probar el vino de la
Poesía y no volver a llenar el vaso…”. Eso mismo sucede con la inmensa catedral
lírica que conforman los poemas de Nicolás del Hierro, la mayoría de los cuales
se encuentran en esta antología. Y es precisamente en la última parte de este
voluminoso ejemplar donde aparecen los versos que dan libro a la antología, “El
color de la tinta” que, si atendemos a las generosas explicaciones de González
Moreno, constituyen como en el caso del poemario anterior un templo de poemas
inéditos, de reflexiones últimas, de deseos innatos.En los mencionados “Tickets
de café” Eduardo Alonso nos deja una serie amplia de cortos poemas, a veces de
no más de tres versos. En uno de ellos leemos: “Al marcharnos, ¿qué
debemos?/¡Si al nacer nos dan un beso/y al morir lo devolvemos!”. Pues en
planos muy semejantes se encuentran algunos de los versos de esta última, y
gloriosa parte, de toda la labor creadora de Nicolás del Hierro, poeta de
Piedrabuena (Ciudad Real), donde nació en 1934, de ahí su carga de mancheguismo
militante habitante de un mundo que todavía necesita la poesía para sobrevivir
a tantas crisis, tragedia, incendios, desfalcos e infamias. “El color de la
tinta”- dice González Moreno- continúa la línea introspectiva del poemario
anterior, si bien aquí aparecen las reflexiones metapoéticas como uno de los
temas dominantes:”Le tenían por loco,/iluso/cándido…/pero era un ángel
libre,/que consumió sus horas escribiendo/sobre la perfección de los humanos”.
Gracias, poeta.
Nicolás del
Hierro, poeta de las eternidades, merece un puesto importante en el Olimpo de
los soñadores. Si ahora tiene problemas con la visión esperamos que la medicina
y la ciencia acudan en su ayuda para permitirle, hasta siempre, seguir
contemplando los horizontes intensos y mágicos de La Mancha y del universo
todo. Otros hemos pasado por el quirófano y, aún, se nos permite contemplar
maravillados atardeceres sobre un Cantábrico azul y lleno de poesía.
San
Vicente de la Barquera, 17 de agosto de 2013.
Manuel Quiroga Clérigo.
(Madrid, 1945).
(Madrid, 1945).
Licenciado en Psicología Social, Estudios de Derecho ( U.C. de Madrid).
Doctor en Ciencias Políticas y Sociología (Universidad Complutense de Madrid).
Tesis Doctoral: LA CRITICA LITERARIA COMO FENÓMENO SOCIOLÓGICO).
Crítico literario y de cine, narrador, autor dramático. Poeta.
Ha participado en Congresos, Simposios y Encuentros en todo el mundo.
Conferenciante, prologuista e invitado en seminarios, cursos de poesía, literatura y de ciencias sociales.
Fundador del Grupo Poético “Enero” (Madrid, 1969).
Consejero de la ASOCIACIÓN COLEGIAL ESCRITORES.
Miembro de:
C.E.D.R.O.,
ASOCIACIÓN ANDALUZA DE CRITICOS
LITERARIOS (CRÍTICOS DEL SUR),
COLEGIO NACIONAL DE DOCTORES
Y LICENCIADOS EN CC.PP Y SOCIOLOGIA,
ASOCIACIÓN CASTELLANO-MANCHEGA
DE SOCIOLOGÍA,
ACADEMIA CERVANTINA DE GUANAJUATO
(MÉXICO),
S.G.A.E.,
PEN CLUB DE ESPAÑA.
Manuel Quiroga Clérigo.
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG;
Recibí el texto directamente del Autor, mi querido
amigo Manuel, al que felicito y agradezco.
Manuel Quiroga Clérigo es uno de los grandes
poetas españoles y un excelente crítico
literario.
Lic. Jose Pivín
frente al puerto de Haifa
frente al mar Mediterráneo
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