El 15 de octubre pasado, por si no se enteraron, fue
el día mundial del lavado de manos. Como en todo, hay dos caminos
groseros: o tomamos el tema en serio o lo tomamos para la joda. Yo, por
ejemplo, voy a tocar el tema, me voy a lavar después de tocarlo. Y me
voy a ir.
TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. nfenoglio@ellitoral.com.
DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. lzewski@yahoo.com.ar.
Como tenemos dos manos, también está el día
de la higiene de manos, que se celebra el 5 de mayo (y no es lo mismo
una mano taurina que otra libriana), y si a eso le sumamos alguna
campaña nacional, provincial o municipal (hay gobiernos que son
especialistas en lavado de manos) tenemos que utilizar los dedos para el
homenaje.
Por supuesto que el día del lavado de manos está ligado
a la profilaxis y a la salud: es el remedio preventivo más barato y
efectivo del planeta para un montón de enfermedades. Esa es la parte
seria de la cuestión y hay poco que refutar y ningún margen para hacerse
el gracioso.
Pero si vamos al fondo de la historia, tenemos que
meternos de inmediato con lo bíblico, con Judas y con la traición. Aquí,
lavarse las manos no es ni representa una idea positiva (la de sacarse
los gérmenes, la de prevenir, la de cuidarse), sino una negativa: no
hacerse cargo de las cosas, desentenderse y, más específicamente, negar y
traicionar.
También, está la versión contraria: tener las manos
limpias es sinónimo de honestidad y, en política, remite a la noble y ya
casi ausente capacidad de gestión que prescinde de la introducción del
elemento simbólico (la mano) en la lata. Mani pulite es la expresión
italiana con la que pasó a la historia una investigación que dejó al
descubierto una red de corrupción entre políticos y empresarios. Había
que limpiar la práctica política, aunque algunos necesitan esos
lavarropas modernos que tienen en su programa completo como tres o
cuatro centrifugados...
Yendo a cuestiones menos abstractas, yo recuerdo que en
mi infancia, a instancias de deseos paternales y de la familia, he
fantaseado con la idea de ser médico. Me enteré con aprensión que había
que lavarse todo el tiempo las manos y eso sepultó la idea y la carrera.
Difícil explicarle a un chico que se crió en un pueblo de calles de
tierra, que fue feliz con barro y poco más, que en realidad hay que
lavarse todo el tiempo.
Conforme se fueron difundiendo normas y prácticas de
higiene, quedó en claro también que no basta con un lavadito a la
pasada, una pequeña estación entre los juegos y la comida servida en la
mesa. Parece que hay que enjabonarse con método, refregarse con ganas,
extender bastante más que sólo las manos, trepando por los antebrazos.
Un semibaño polaco, bah, aunque la referencia no le hace nada de gracia
al dibujante de esta tira semanal, el dlugonosecuánto ése...
En el medio, también te meten un poco de miedo y te
proponen productos especiales que combatan esas bacterias y gérmenes que
en la tele personifican como monstruos verdes y babosos que se
fagocitan a tus hijos. Y tenés padres y madres que salen corriendo a
comprar el último desinfectante y se lo zampan a la criatura todo el
tiempo. Más que lavarle las manos, se las escalpelan, mecachi.
Así que en esas andamos. Hay que lavarse varias veces
al día, cuidando además de no derramar tanta agua. Son equilibrios
difíciles, malabarismos para los cuales son precisamente las manos las
mejor preparadas para ejecutarlos. Sería más jodido el día mundial del
lavado de pies, de orejas o de ni dios lo permita...
Y nos vamos yendo nomás, como quien tiene diarrea -que,
a propósito, se previene con higiene de manos-, no tanto porque no
estemos convencidos de lo que tan limpiamente sostuvimos en estas líneas
sin máculas, sino porque si me apuran empiezo a decir que en realidad
no, no es tan así, que bueno, fue una opinión de momento porque yo en
realidad pienso otra cosa, casi todo lo contrario. El típico, consabido,
recomendado, bíblico, político y mundialmente reconocido lavado de
manos...
fuente: DIARIO EL LITORAL
SANTA FE
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