lunes, 11 de febrero de 2013

El escritor israelí Amos Oz :Inventar una patria




por Soledad Platero

LAS VÍCTIMAS del nazismo han sido contadas

y clasificadas innumerables veces. Son de 
dominio público las cifras de judíos, gitanos
 y rusos que perdieron la vida durante la 
Segunda Guerra Mundial; pero se suele 
pasar por alto el hecho de que la guerra no 
destruyó solo a ciertas minorías nacionales. 
Hizo algo más: terminó con Europa. No es 
casual que el fin del concepto de Europa, 
el fin de "lo europeo", coincida con la 
persecución y el exterminio de millones de 
judíos en todo el continente. Porque los 
judíos encarnaban lo europeo. Eran la 
expresión de un espíritu ilustrado que 
estaba por encima de las fronteras 
nacionales. Eran el altivo orgullo de 
Europa, la avanzada cultural, la riqueza 
del arte y de la ciencia, la complejidad del 
pensamiento político, la tradición erudita 
y la vanguardia revolucionaria. La masacre 
de los judíos fue el fin de Europa y el 
comienzo de un problema de identidad que 
esos europeos rechazados y expulsados 
aún no terminan de procesar.


EL PODER DE LAS PALABRAS. Los 
padres de Amos Oz, nacido Amos 
Klausner, llegaron a Palestina en los 
años treinta. Eran parte de la diáspora 
judía que había escapado de Odessa en 
1917 y se había refugiado en Vilna, hoy 
capital de Lituania. La madre había 
estudiado en la Universidad de Praga 
y el padre era graduado por la 
Universidad de Vilna. Hablaban varias 
lenguas, todas con acento ruso. Leían 
en alemán, en francés y en inglés, y 
soñaban en yiddish. Pero a su hijo solo 
le permitieron conocer el hebreo. 
Temían que si conocía otra lengua, si 
escuchaba y llegaba a entender las
 palabras de la vieja Europa, podría 
caer subyugado para siempre. Y eso 
sería terrible, porque Europa había 
traicionado a los judíos.

El problema es que las palabras, aun 
las de un único y permitido idioma, 
traen siempre el eco de otros lugares. 
En la reseca Jerusalén, en las colinas
 pedregosas y ardientes de Palestina, 
¿qué significa "arroyuelo"? ¿Qué 
quieren decir palabras tales como 
"prado", "campanario" o "cabaña"?
 ¿Qué es, exactamente, el coñac?
¿Cómo es un café, cómo un museo,
qué es un castillo? Los padres de
 Amos podían dejar atrás sus ciudades 
y sus paisajes, pero no podían evitar 
que esos paisajes los siguieran a 
todas partes, adheridos a las palabras.
Incluso a las palabras en hebreo.

En el mundo entero, durante la segunda 
mitad del siglo XX, los estudios 
poscoloniales se han ocupado del 
problema de la herencia colonial, es 
decir, de la mirada europea que atravesó 
-y, en muchos casos, fabricó- objetos 
políticos y culturales que hoy son 
estados-nación consolidados. Los países 
que fueron colonias europeas deben 
armar su propia imagen nacional 
sabiendo que algo muy importante se 
juega en la confrontación de la idea 
que el imperio fabricó para ellos. Uno 
de los teóricos más importantes del 
poscolonialismo, Edward Said -nacido 
en Jerusalén en 1935- postuló la 
existencia de prejuicios y confusiones 
en la construcción de "lo oriental" y 
"lo árabe" por parte de la cultura 
europea. Según Said, la figura de lo
 oriental alimentada por la literatura 
y el arte europeos ha servido para 
justificar el afán imperialista y 
colonialista del viejo continente y de 
los Estados Unidos. Pero Said era 
palestino, y provenía de una familia 
de árabes cristianos.

LA NOSTALGIA DE EUROPA. La obra 
de Amos Oz presenta un problema 
ligeramente diferente: el de la 
construcción de la identidad nacional
 a partir de una ruptura violenta con 
el pasado europeo. Por eso no es 
extraño encontrar en su escritura 
una línea que va y viene sobre 
problemas como la traición, las 
expectativas del padre y la nostalgia 
de Europa. "Los dos llegaron a Jerusalén 
directamente desde los paisajes del siglo 
XIX: mi padre creció con una dieta 
concentrada de romanticismo nacionalista
-teatral, un romanticismo sanguíneo y
 batallador: la primavera de los pueblos, 
el Sturm und Drang, sobre cuyas colinas 
de mazapán se derramó, como un
 chorro de champán, algo de la locura 
viril de Nietzsche. Mientras que mi 
madre vivió siguiendo un canon romántico 
diferente, un menú introvertido, 
melancólico, infecundo, menor, sazonado 
con el dolor de solitarios con el corazón
 roto y sentimientos desgarrados, llenos
 de opacos aromas otoñales de 
decadencia y de ´el ocaso del siglo`".

¿Cómo odiar el paisaje de la infancia? 
Esa nostalgia de Europa que acompañó 
a los judíos que se instalaron en 
Palestina es mucho más compleja que 
una simple añoranza. Es un sentimiento 
cargado de humillación y culpa, una 
mezcla dolorosa de orgullo por la 
grandeza que contribuyeron a crear 
y asombro por la violencia con la que 
fueron arrancados de ella. La nostalgia
 de Europa es una forma de traición a 
la propia sangre perseguida, a las 
víctimas que no pudieron salvarse; 
una flaqueza ante el enemigo 
despiadado y bárbaro.

Es sabido que los pueblos y las 
naciones se aglutinan en torno a grandes 
relatos, a mitos fundacionales, a 
monumentos y símbolos. Y los judíos 
lo saben; lo han sabido desde hace 
mucho, con especial certeza. 
Fueron, y aún son, un pueblo diseminado
 por el mundo, integrado a las más 
diversas sociedades pero cohesionado 
fuertemente alrededor de una tradición 
antigua, rica e implacable que le ha 
permitido salvar las diferencias y 
mantenerse como un colectivo imaginario 
compacto y reconocible. Sin embargo, 
el estado de Israel es demasiado nuevo,
y la enorme tradición judía no es 
suficiente para asegurar su existencia 
en el alma del mundo, para dibujarlo 
en el espíritu de sus residentes, ni para 
garantizar su peso específico en el 
conjunto de las naciones. Para que 
un estado se consolide con la fuerza 
de una nación, para que sus habitantes 
se reconozcan como partes de un solo
 y único país, dueños no solo de un
 territorio, sino de una historia que 
se asienta sobre él, es necesaria 
mucha literatura.

Amos Oz, que nació en Jerusalén en 
1939, es uno de los escritores del estado 
de Israel. Uno de los que construyen, 
con la palabra, el territorio imaginario 
y simbólico de una patria nacida y 
crecida a los golpes -como todas, a 
decir verdad- para contener a un pueblo
 que nadie quería seguir hospedando. 
La reedición de sus obras en libro de
 bolsillo por Random House Mondadori 
actualiza esta discusión.

El libro de los Klausner. Posiblemente 
la gran obra de Oz sea Una historia de 
amor y oscuridad, una autobiografía 
novelada de más de setecientas páginas, 
llena de digresiones, en la que el autor 
cuenta su propia historia familiar y 
reconstruye la Jerusalén de su infancia. 
Amos fue el hijo único de un matrimonio 
pobre pero extraordinariamente culto 
que vivía en un barrio periférico de la 
ciudad. Y la ciudad, en rigor, era apenas 
un racimo de barrios separados entre sí 
por terrenos baldíos. "Había barrios 
árabes, barrios judíos, barrios armenios,
 barrios alemanes, una colonia americana 
y una colonia griega: era una de las 
pequeñas ciudades más cosmopolitas 
del mundo". Y además, estaban los 
británicos. Antes de que el estado de 
Israel fuera proclamado, en 1948, el 
gobierno del Mandato Británico estaba 
a cargo del control y la vigilancia de los
 territorios de Palestina.

La pequeña casa en la que vivían los 
Klausner guardaba libros en decenas 
de lenguas, sobre materias infinitas. 
Mientras sus padres trabajaban, él 
quedaba solo, mirando las ilustraciones 
de los libros que no era capaz de leer y 
estudiando tácticas de guerra para poder, 
algún día, expulsar a los británicos y 
derrotar a todos los enemigos de Israel.

La perspectiva favorita de Oz es la de la
infancia. La vida en la pequeña y oscura 
casa de la calle Sofonías, de solo dos 
habitaciones -una de las cuales servía 
de comedor, sala de estar, biblioteca, 
estudio y, por la noche, dormitorio 
matrimonial- rodeado por paredes 
totalmente cubiertas de libros, sin otra 
compañía que la de los adultos, aparece 
en la mayoría de sus relatos, de una 
manera o de otra. "En las noches de 
invierno charlábamos los tres alrededor 
de la mesa de la cocina después de 
cenar. Hablábamos en voz baja, porque 
la cocina era estrecha y baja como una 
celda, y sin interrumpir nunca al otro 
(mi padre lo consideraba una condición 
necesaria para cualquier conversación)."

El peso de ser el único hijo de un 
matrimonio lleno de frustraciones, la
 responsabilidad de no defraudar aun 
más a esos seres rotundamente 
derrotados, y la perpetua incertidumbre
 respecto al futuro, asoman 
obsesivamente en la autobiografía de Oz, 
pero también son tema de varias de sus
 conferencias y permean de un modo u
 otro la mayoría de sus relatos de ficción. 
"Era hijo único, y los dos echaron todo 
el peso de su desilusión sobre mis 
pequeños hombros: lo primero de todo, 
tenía que comer bien y dormir mucho 
y lavarme a fondo y sin contemplaciones 
porque así habría más posibilidades de 
crecer, impresionar y hacer realidad por
fin alguna de las promesas de juventud 
en las que mis padres habían creído".

La traición del que ama. Mientras Amos
 Klausner crecía, el territorio palestino
 bajo Mandato Británico era un hervidero
 de judíos llegados de todos los rincones
 del mundo. Algunos habían llegado 
como pioneros.
Otros eran supervivientes que lo habían 
perdido todo y llegaban a las costas 
palestinas todavía aturdidos, azorados,
 sin saber bien cómo iban a aclimatarse 
en ese desierto, bajo el sol abrasador, 
en la tierra del polvo y de los escorpiones. 
Y mientras el ejército de la Reina velaba
 por el orden, muchos se organizaban,
 armaban la resistencia, planeaban 
atentados contra el invasor y se 
atrincheraban para recibir el ataque de 
los "árabes sedientos de sangre" que 
acechaban en las colinas, esperando 
la retirada del protector inglés para caer 
con sus cimitarras sobre el sueño de los 
judíos y arrancarlos para siempre de esa 
tierra en la que tampoco eran bienvenidos.

Los judíos tenían, en esos años, 
demasiados enemigos. Y se podría pensar
 que si no hubiera sido por eso, por el odio
 del mundo, por la humillación de la que 
habían sido víctimas, no habría, hoy, algo
 como un Estado judío. No habría existido
 razón para que esos miles de náufragos 
hablantes de las más diversas lenguas 
se hubiesen juntado en un punto preciso
 del planeta a emprender la tarea titánica 
de inventar una lengua viva a partir de 
una lengua muerta. Pero sucedió, y 
Amos Klausner, que sería luego Amos 
Oz, estuvo allí mientras sucedía.

Una pantera en el sótano transcurre 
durante esos años del Mandato Británico
 en Palestina, y cuenta la historia de una
 amistad prohibida que sobreviene como
 una fatalidad y arrastra en su trágico 
enredo la inocencia y la buena fe de un 
niño y de un sargento de policía de 
Su Majestad.

Profi (el único nombre por el que lo 
conoceremos, un apelativo burlón que
 deriva de "profesor" y alude a la manía
 de saber más que los demás, y no 
ocultarlo) es un niño de doce años, 
hijo único de un matrimonio jerosolimitano
 muy parecido al de los padres del autor. 
Este niño sabiondo integra, junto a dos
 amigos, una pequeña célula de la 
resistencia que no por ser autónoma,
 minúscula e inorgánica es menos 
implacable con sus miembros. Los 
principios de lealtad y las normas de 
seguridad que rigen a la LOM (Libertad 
o Muerte) son tan rigurosos como los 
de la verdadera resistencia, y ningún
 gesto de debilidad frente al enemigo 
es tolerado. Cuando los jóvenes 
camaradas de la LOM descubren que 
Profi se está dejando cautivar por la 
aparente buena voluntad del sargento,
 lo llevan ante un consejo de guerra, 
acusado de traición. Pero, ¿a quién 
está traicionando Profi? 
Desde su punto de vista, las reuniones 
en el fondo de un café con el sargento 
Dunlop tienen una finalidad manifiesta
 (intercambiar conocimientos de inglés
 y hebreo) y otra oculta (sacar provecho
 de la amistad del inglés para así 
conocer mejor los movimientos del 
enemigo y, eventualmente, destruirlo), 
y no hay nada censurable en eso. Sin 
embargo, sus camaradas no lo acusan 
de mentir en sus planes, sino de mentir
 en su corazón. Temen a la fragilidad de
 su odio; temen que olvide que el 
sargento es su enemigo, y que encuentre
 en el opresor a una persona digna de 
respeto y afecto.

La figura del traidor es una de las favoritas 
de la literatura, y tiene buenas razones para 
serlo. Al contrario de lo que quiere creer la 
razón popular, el traidor actúa muchas veces 
por amor. Se sabe que la traición de Judas 
no tenía como finalidad última conseguir 
unas monedas, sino liberar a su pueblo. Se 
sabe también que no pudo soportar el peso 
de su acción, y volvió a traicionar a Dios al 
disponer de su propia vida. Y la de Judas 
no es la única traición bíblica. Otras, muchas, 
fueron cometidas para salvar al pueblo de 
Israel de sus enemigos. Es difícil no 
recordar a Jael ofreciendo un tazón de
 leche a Sísara, al mismo tiempo que 
echaba mano a la estaca y le partía la 
cabeza. Sin embargo, de los miembros 
de la LOM, solo Profi parece percibir el 
claroscuro de la lealtad y la traición.

Amos Oz declaró en una entrevista 
concedida hace años en Madrid (publicada 
en Espéculo, Nº 10) que él mismo, como
 Profi, ha sido declarado traidor muchas 
veces. Cuando ganó el Premio Nacional
 de Literatura de Israel, en marzo de 
998, simpatizantes de la derecha israelí 
se quejaron ante el Tribunal Superior de
 Justicia porque los escritos de Oz -un 
militante por la paz activo y reconocido- 
les causaban dolor.

La carrera de traiciones de Profi comienza
 con el sargento Dunlop, pero no se 
detiene ahí. Una vez que la traición se 
hace evidente como procedimiento, es
 imposible no percibirla constantemente,
 en cada decisión y en cada gesto. 
Porque, al contrario de lo que piensa la
 madre de Profi (que "el que ama, no 
traiciona"), es justamente el amor el que
 más traiciones provoca. Porque amar es
 pertenecer a algo, y la pertenencia 
supone siempre una cadena de traiciones
 grandes o pequeñas contra uno mismo,
 contra el objeto amado, contra el resto 
del mundo.

El peso de inventar una patria. La novela 
Un descanso verdadero se despliega en 
otro escenario, pero, nuevamente, tiene 
mucho de autobiográfica. El protagonista 
de Un descanso... es Yoni, joven habitante
 de un kibbutz que siente el agobio de 
tener marcado un destino ineludible -el 
de la construcción de la patria- y que un 
buen día decide dejar todo atrás y salir al 
mundo porque "los años pasan, y quien 
se retrasa, se retrasa". Así como Una 
pantera... reconstruía la vida en Jerusalén 
en los últimos días del protectorado 
británico, en Un descanso... se recrea la 
vida diaria de los kibbutz durante los años 
sesenta; el estricto reparto de tareas, las
 jornadas de debate y reflexión, las 
asambleas y discusiones, el ritmo de una 
vida pautada por las siembras y las 
cosechas en un ambiente claustrofóbico 
con algo de experimento futurista.

La figura paterna es casi siempre la misma
 en las novelas de Oz: un padre exigente,
 lleno de sabiduría y rigor académico, pero 
frustrado por no haber tenido acceso a los
 puestos destacados que hubiera merecido.
 Es una figura ambigua, admirada y 
rechazada al mismo tiempo por el hijo, 
objeto de gratitud, pero también de reproche
. Una autoridad contra la que no es posible
 rebelarse, porque toda resistencia termina
 por afirmar los lugares en la cadena de 
mando. El joven protagonista de Un 
descanso... huye de su casa, de su 
matrimonio con una mujer que parece 
una niña, de sus obligaciones en el kibbutz,
 y, sobre todo, de las expectativas de su
 padre. Pero antes de irse deja un sustituto:
 un joven recién llegado que está dispuesto
 a ocupar su lugar en la cama matrimonial
 y en la vida de la comunidad. No es extraño
 que Amos Oz haya declarado que ese 
joven sustituto, Azarías Gitlin, tiene algo de
 él mismo, tal como era cuando intentó
 plegarse a la vida del kibbutz Hulda. En 
esta novela, la figura doble compuesta por 
Yoni y Azarías es explícita, pero el tema de
 la dualidad -un tema judío por excelencia-
 y de la ambivalencia, el tema de la traición
 inevitable, de la tensión entre el destino 
individual y el colectivo, entre el deseo
íntimo y la satisfacción del deseo de los 
seres amados, está presente en todas.

Escapar a África en bicicleta. La bicicleta 
de Sumji es una novela breve publicada 
en 1978, es decir, casi veinte años antes 
de Una pantera..., y su protagonista es, 
también esta vez, un niño. Podríamos 
incluso decir que es el mismo niño, si no
 fuera porque tiene otro nombre. Y el
 padre es, como siempre, un hombre
 riguroso cuya autoridad no puede ni 
debe combatirse, porque no se fundamenta
 en la fuerza bruta sino en la naturaleza 
misma de la vida, en el orden de los 
objetos del Universo, en las leyes 
cósmicas y en las morales. 
No es difícil entender que la cadena de
 autoridad paterna no empieza en este
 padre en particular, sino en el mismísimo
 Yahvé, el más feroz y exigente de los
 padres, y que, por lo tanto, no hay 
escapatoria posible. Pero el niño de la 
novela planea un escape, que no tiene 
como finalidad abandonar la casa 
paterna, sino simplemente lanzarse al
 mundo.

Amos Oz vivió su infancia y el comienzo 
de su adolescencia en Jerusalén, pero a
 los quince años decidió dejar atrás su
 vida de niño pálido rodeado de libros 
y transformarse en un bronceado, fuerte 
y decidido hombre nuevo, sin pretensiones
 literarias, sin manías filológicas, sin 
nostalgia de Europa. Se fue a vivir al 
kibbutz de Hulda, y no demoró en 
comprender que tampoco allí estaría libre 
del peso de ser hijo de su padre, libre 
del peso intolerable de más de cinco 
mil años de tradición, vergüenza, culpa y responsabilidad.
 No era capaz de encarnar el sueño del 
nuevo hombre hebreo, pero tampoco veía 
cómo podría ser otra cosa que una sombra
 de la pesada tradición judía, un frustrado
 sabiondo desprovisto del heroísmo y la
 experiencia vital que aseguran un 
desempeño literario digno. Si no había 
vivido en Europa, si no conocía los cafés 
vieneses, si no había disparado su rifle 
en el Kilimanjaro, ¿cómo podría ser 
escritor? Hasta que un día cayó en sus 
manos el libro Winesburg, Ohio, de 
Sherwood Anderson, un escritor 
norteamericano contemporáneo de 
Faulkner. Los personajes de Anderson 
no eran grandes matones, ni mujeres 
misteriosas. Eran hombres y mujeres 
comunes, gentes de pueblo que vivían
 una vida corriente, y que sin embargo 
habían sido suficientemente interesantes
 como para ser elevadas a la categoría
 de personajes literarios. Anderson, antes
 que Chéjov, le hizo comprender que su
pequeño mundo podía ser el centro del 
universo. Y tan bien entendió Oz esa 
revelación, que hasta hoy sigue contando
 cómo era su vida, cómo eran sus padres,
 cómo era el barrio de Kerem Abraham, y
 construyendo así, al mismo tiempo que
 desata su memoria, la memoria colectiva 
de un país que es más joven que él, y 
que necesita, como todos, una literatura 
nacional.
Hacer la paz, y no el amor. Además de ser
 un escritor reconocido -su nombre suena
 desde hace años como candidato posible 
al Premio Nobel de Literatura- y de ser 
miembro de la Academia del Idioma Hebreo, 
Amos Oz es un destacado militante a favor
 de la paz en Medio Oriente. Participó como combatiente en la Guerra de los Seis Días
 (1967) y en la Guerra de Yom Kippur 
(1973), y hacia el final de la década del 
setenta fundó, junto a otros combatientes, 
el movimiento pacifista Paz Ahora, una 
organización extraparlamentaria que tiene
 como finalidad alcanzar la paz mediante
 acuerdos y negociaciones entre las partes
 en conflicto. En repetidas oportunidades 
Amos Oz ha declarado que no es un 
pacifista al estilo de los movimientos 
hippies de los años setenta.

Él cree que el pacifismo norteamericano 
y europeo está viciado de maniqueísmo; 
que sus militantes necesitan saber de
 inmediato y para siempre quiénes son 
los malos y quiénes los buenos, y de 
esa manera escapan a la seriedad y la 
responsabilidad de enfrentar el problema. 
Sostiene que no debe confundirse la paz
 con el amor, porque el proceso de paz 
entre dos naciones que tienen el mismo 
derecho a considerarse soberanas en la
 tierra palestina, solo puede ser 
comparado a un divorcio, con cláusulas
 estrictas de partición de bienes y 
cooperación mutua hacia objetivos comunes.

Se podría decir que la escritura militante de
 Oz no es muy distinta de su literatura. 
Insiste en mostrar que, excepto la sombra,
 todas las cosas tienen dos caras, y que 
no hay amor sin traición, que no hay 
traición sin vergüenza, que no hay 
vergüenza sin resentimiento, que no hay 
resentimiento sin culpa. Algo que, de una
 manera o de otra, los judíos han venido experimentando desde hace miles de años.

Los libros
 UN DESCANSO VERDADERO, 
de Amos Oz. 2005, 457 págs.
UNA HISTORIA DE AMOR Y OSCURIDAD, 
de Amos Oz. 2007, 775 págs.
LA BICICLETA DE SUMJI,
 de Amos Oz. 2007, 122 págs.
UNA PANTERA EN EL SÓTANO, 
de Amos Oz. 2007, 233 págs.
DE REPENTE, EN LO PROFUNDO DEL
BOSQUE, de Amos Oz. 2007, 151 págs.

Todos los títulos se editaron en Barcelona, 

por De Bolsillo. Distribuye Random House
 Mondadori.


fuente: EL PAIS.ES-  MADRID

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