por Soledad Platero
LAS VÍCTIMAS del nazismo han sido contadas y clasificadas innumerables veces. Son de dominio público las cifras de judíos, gitanos y rusos que perdieron la vida durante la Segunda Guerra Mundial; pero se suele pasar por alto el hecho de que la guerra no destruyó solo a ciertas minorías nacionales. Hizo algo más: terminó con Europa. No es casual que el fin del concepto de Europa, el fin de "lo europeo", coincida con la persecución y el exterminio de millones de judíos en todo el continente. Porque los judíos encarnaban lo europeo. Eran la expresión de un espíritu ilustrado que estaba por encima de las fronteras nacionales. Eran el altivo orgullo de Europa, la avanzada cultural, la riqueza del arte y de la ciencia, la complejidad del pensamiento político, la tradición erudita y la vanguardia revolucionaria. La masacre de los judíos fue el fin de Europa y el comienzo de un problema de identidad que esos europeos rechazados y expulsados aún no terminan de procesar. EL PODER DE LAS PALABRAS. Los padres de Amos Oz, nacido Amos Klausner, llegaron a Palestina en los años treinta. Eran parte de la diáspora judía que había escapado de Odessa en 1917 y se había refugiado en Vilna, hoy capital de Lituania. La madre había estudiado en la Universidad de Praga y el padre era graduado por la Universidad de Vilna. Hablaban varias lenguas, todas con acento ruso. Leían en alemán, en francés y en inglés, y soñaban en yiddish. Pero a su hijo solo le permitieron conocer el hebreo. Temían que si conocía otra lengua, si escuchaba y llegaba a entender las palabras de la vieja Europa, podría caer subyugado para siempre. Y eso sería terrible, porque Europa había traicionado a los judíos. El problema es que las palabras, aun las de un único y permitido idioma, traen siempre el eco de otros lugares. En la reseca Jerusalén, en las colinas pedregosas y ardientes de Palestina, ¿qué significa "arroyuelo"? ¿Qué quieren decir palabras tales como "prado", "campanario" o "cabaña"? ¿Qué es, exactamente, el coñac? ¿Cómo es un café, cómo un museo, qué es un castillo? Los padres de Amos podían dejar atrás sus ciudades y sus paisajes, pero no podían evitar que esos paisajes los siguieran a todas partes, adheridos a las palabras. Incluso a las palabras en hebreo. En el mundo entero, durante la segunda mitad del siglo XX, los estudios poscoloniales se han ocupado del problema de la herencia colonial, es decir, de la mirada europea que atravesó -y, en muchos casos, fabricó- objetos políticos y culturales que hoy son estados-nación consolidados. Los países que fueron colonias europeas deben armar su propia imagen nacional sabiendo que algo muy importante se juega en la confrontación de la idea que el imperio fabricó para ellos. Uno de los teóricos más importantes del poscolonialismo, Edward Said -nacido en Jerusalén en 1935- postuló la existencia de prejuicios y confusiones en la construcción de "lo oriental" y "lo árabe" por parte de la cultura europea. Según Said, la figura de lo oriental alimentada por la literatura y el arte europeos ha servido para justificar el afán imperialista y colonialista del viejo continente y de los Estados Unidos. Pero Said era palestino, y provenía de una familia de árabes cristianos. LA NOSTALGIA DE EUROPA. La obra de Amos Oz presenta un problema ligeramente diferente: el de la construcción de la identidad nacional a partir de una ruptura violenta con el pasado europeo. Por eso no es extraño encontrar en su escritura una línea que va y viene sobre problemas como la traición, las expectativas del padre y la nostalgia de Europa. "Los dos llegaron a Jerusalén directamente desde los paisajes del siglo XIX: mi padre creció con una dieta concentrada de romanticismo nacionalista -teatral, un romanticismo sanguíneo y batallador: la primavera de los pueblos, el Sturm und Drang, sobre cuyas colinas de mazapán se derramó, como un chorro de champán, algo de la locura viril de Nietzsche. Mientras que mi madre vivió siguiendo un canon romántico diferente, un menú introvertido, melancólico, infecundo, menor, sazonado con el dolor de solitarios con el corazón roto y sentimientos desgarrados, llenos de opacos aromas otoñales de decadencia y de ´el ocaso del siglo`". ¿Cómo odiar el paisaje de la infancia? Esa nostalgia de Europa que acompañó a los judíos que se instalaron en Palestina es mucho más compleja que una simple añoranza. Es un sentimiento cargado de humillación y culpa, una mezcla dolorosa de orgullo por la grandeza que contribuyeron a crear y asombro por la violencia con la que fueron arrancados de ella. La nostalgia de Europa es una forma de traición a la propia sangre perseguida, a las víctimas que no pudieron salvarse; una flaqueza ante el enemigo despiadado y bárbaro. Es sabido que los pueblos y las naciones se aglutinan en torno a grandes relatos, a mitos fundacionales, a monumentos y símbolos. Y los judíos lo saben; lo han sabido desde hace mucho, con especial certeza.
Fueron, y aún son, un pueblo diseminado
por el mundo, integrado a las más diversas sociedades pero cohesionado fuertemente alrededor de una tradición antigua, rica e implacable que le ha permitido salvar las diferencias y mantenerse como un colectivo imaginario compacto y reconocible. Sin embargo, el estado de Israel es demasiado nuevo, y la enorme tradición judía no es suficiente para asegurar su existencia en el alma del mundo, para dibujarlo en el espíritu de sus residentes, ni para garantizar su peso específico en el conjunto de las naciones. Para que un estado se consolide con la fuerza de una nación, para que sus habitantes se reconozcan como partes de un solo y único país, dueños no solo de un territorio, sino de una historia que se asienta sobre él, es necesaria mucha literatura. Amos Oz, que nació en Jerusalén en 1939, es uno de los escritores del estado de Israel. Uno de los que construyen, con la palabra, el territorio imaginario y simbólico de una patria nacida y crecida a los golpes -como todas, a decir verdad- para contener a un pueblo que nadie quería seguir hospedando. La reedición de sus obras en libro de bolsillo por Random House Mondadori actualiza esta discusión. El libro de los Klausner. Posiblemente la gran obra de Oz sea Una historia de amor y oscuridad, una autobiografía novelada de más de setecientas páginas, llena de digresiones, en la que el autor cuenta su propia historia familiar y reconstruye la Jerusalén de su infancia. Amos fue el hijo único de un matrimonio pobre pero extraordinariamente culto que vivía en un barrio periférico de la ciudad. Y la ciudad, en rigor, era apenas un racimo de barrios separados entre sí por terrenos baldíos. "Había barrios árabes, barrios judíos, barrios armenios, barrios alemanes, una colonia americana y una colonia griega: era una de las pequeñas ciudades más cosmopolitas del mundo". Y además, estaban los británicos. Antes de que el estado de Israel fuera proclamado, en 1948, el gobierno del Mandato Británico estaba a cargo del control y la vigilancia de los territorios de Palestina. La pequeña casa en la que vivían los Klausner guardaba libros en decenas de lenguas, sobre materias infinitas. Mientras sus padres trabajaban, él quedaba solo, mirando las ilustraciones de los libros que no era capaz de leer y estudiando tácticas de guerra para poder, algún día, expulsar a los británicos y derrotar a todos los enemigos de Israel. La perspectiva favorita de Oz es la de la infancia. La vida en la pequeña y oscura casa de la calle Sofonías, de solo dos habitaciones -una de las cuales servía de comedor, sala de estar, biblioteca, estudio y, por la noche, dormitorio matrimonial- rodeado por paredes totalmente cubiertas de libros, sin otra compañía que la de los adultos, aparece en la mayoría de sus relatos, de una manera o de otra. "En las noches de invierno charlábamos los tres alrededor de la mesa de la cocina después de cenar. Hablábamos en voz baja, porque la cocina era estrecha y baja como una celda, y sin interrumpir nunca al otro (mi padre lo consideraba una condición necesaria para cualquier conversación)." El peso de ser el único hijo de un matrimonio lleno de frustraciones, la responsabilidad de no defraudar aun más a esos seres rotundamente derrotados, y la perpetua incertidumbre respecto al futuro, asoman obsesivamente en la autobiografía de Oz, pero también son tema de varias de sus conferencias y permean de un modo u otro la mayoría de sus relatos de ficción.
"Era hijo único, y los dos echaron todo
el peso de su desilusión sobre mis pequeños hombros: lo primero de todo, tenía que comer bien y dormir mucho y lavarme a fondo y sin contemplaciones porque así habría más posibilidades de crecer, impresionar y hacer realidad por fin alguna de las promesas de juventud en las que mis padres habían creído". La traición del que ama. Mientras Amos Klausner crecía, el territorio palestino bajo Mandato Británico era un hervidero de judíos llegados de todos los rincones del mundo. Algunos habían llegado como pioneros.
Otros eran supervivientes que lo habían
perdido todo y llegaban a las costas palestinas todavía aturdidos, azorados, sin saber bien cómo iban a aclimatarse en ese desierto, bajo el sol abrasador, en la tierra del polvo y de los escorpiones. Y mientras el ejército de la Reina velaba por el orden, muchos se organizaban, armaban la resistencia, planeaban atentados contra el invasor y se atrincheraban para recibir el ataque de los "árabes sedientos de sangre" que acechaban en las colinas, esperando la retirada del protector inglés para caer con sus cimitarras sobre el sueño de los judíos y arrancarlos para siempre de esa tierra en la que tampoco eran bienvenidos. Los judíos tenían, en esos años, demasiados enemigos. Y se podría pensar que si no hubiera sido por eso, por el odio del mundo, por la humillación de la que habían sido víctimas, no habría, hoy, algo como un Estado judío. No habría existido razón para que esos miles de náufragos hablantes de las más diversas lenguas se hubiesen juntado en un punto preciso del planeta a emprender la tarea titánica de inventar una lengua viva a partir de una lengua muerta. Pero sucedió, y Amos Klausner, que sería luego Amos Oz, estuvo allí mientras sucedía. Una pantera en el sótano transcurre durante esos años del Mandato Británico en Palestina, y cuenta la historia de una amistad prohibida que sobreviene como una fatalidad y arrastra en su trágico enredo la inocencia y la buena fe de un niño y de un sargento de policía de Su Majestad. Profi (el único nombre por el que lo conoceremos, un apelativo burlón que deriva de "profesor" y alude a la manía de saber más que los demás, y no ocultarlo) es un niño de doce años, hijo único de un matrimonio jerosolimitano muy parecido al de los padres del autor.
Este niño sabiondo integra, junto a dos
amigos, una pequeña célula de la resistencia que no por ser autónoma, minúscula e inorgánica es menos implacable con sus miembros. Los principios de lealtad y las normas de seguridad que rigen a la LOM (Libertad o Muerte) son tan rigurosos como los de la verdadera resistencia, y ningún gesto de debilidad frente al enemigo es tolerado. Cuando los jóvenes camaradas de la LOM descubren que Profi se está dejando cautivar por la aparente buena voluntad del sargento, lo llevan ante un consejo de guerra, acusado de traición. Pero, ¿a quién está traicionando Profi?
Desde su punto de vista, las reuniones
en el fondo de un café con el sargento Dunlop tienen una finalidad manifiesta (intercambiar conocimientos de inglés y hebreo) y otra oculta (sacar provecho de la amistad del inglés para así conocer mejor los movimientos del enemigo y, eventualmente, destruirlo), y no hay nada censurable en eso. Sin embargo, sus camaradas no lo acusan de mentir en sus planes, sino de mentir en su corazón. Temen a la fragilidad de su odio; temen que olvide que el sargento es su enemigo, y que encuentre en el opresor a una persona digna de respeto y afecto. La figura del traidor es una de las favoritas de la literatura, y tiene buenas razones para serlo. Al contrario de lo que quiere creer la razón popular, el traidor actúa muchas veces por amor. Se sabe que la traición de Judas no tenía como finalidad última conseguir unas monedas, sino liberar a su pueblo. Se sabe también que no pudo soportar el peso de su acción, y volvió a traicionar a Dios al disponer de su propia vida. Y la de Judas no es la única traición bíblica. Otras, muchas, fueron cometidas para salvar al pueblo de Israel de sus enemigos. Es difícil no recordar a Jael ofreciendo un tazón de leche a Sísara, al mismo tiempo que echaba mano a la estaca y le partía la cabeza. Sin embargo, de los miembros de la LOM, solo Profi parece percibir el claroscuro de la lealtad y la traición. Amos Oz declaró en una entrevista concedida hace años en Madrid (publicada en Espéculo, Nº 10) que él mismo, como Profi, ha sido declarado traidor muchas veces. Cuando ganó el Premio Nacional de Literatura de Israel, en marzo de 998, simpatizantes de la derecha israelí se quejaron ante el Tribunal Superior de Justicia porque los escritos de Oz -un militante por la paz activo y reconocido- les causaban dolor. La carrera de traiciones de Profi comienza con el sargento Dunlop, pero no se detiene ahí. Una vez que la traición se hace evidente como procedimiento, es imposible no percibirla constantemente, en cada decisión y en cada gesto. Porque, al contrario de lo que piensa la madre de Profi (que "el que ama, no traiciona"), es justamente el amor el que más traiciones provoca. Porque amar es pertenecer a algo, y la pertenencia supone siempre una cadena de traiciones grandes o pequeñas contra uno mismo, contra el objeto amado, contra el resto del mundo. El peso de inventar una patria. La novela Un descanso verdadero se despliega en otro escenario, pero, nuevamente, tiene mucho de autobiográfica. El protagonista de Un descanso... es Yoni, joven habitante de un kibbutz que siente el agobio de tener marcado un destino ineludible -el de la construcción de la patria- y que un buen día decide dejar todo atrás y salir al mundo porque "los años pasan, y quien se retrasa, se retrasa". Así como Una pantera... reconstruía la vida en Jerusalén en los últimos días del protectorado británico, en Un descanso... se recrea la vida diaria de los kibbutz durante los años sesenta; el estricto reparto de tareas, las jornadas de debate y reflexión, las asambleas y discusiones, el ritmo de una vida pautada por las siembras y las cosechas en un ambiente claustrofóbico con algo de experimento futurista. La figura paterna es casi siempre la misma en las novelas de Oz: un padre exigente, lleno de sabiduría y rigor académico, pero frustrado por no haber tenido acceso a los puestos destacados que hubiera merecido. Es una figura ambigua, admirada y rechazada al mismo tiempo por el hijo, objeto de gratitud, pero también de reproche . Una autoridad contra la que no es posible rebelarse, porque toda resistencia termina por afirmar los lugares en la cadena de mando. El joven protagonista de Un descanso... huye de su casa, de su matrimonio con una mujer que parece una niña, de sus obligaciones en el kibbutz, y, sobre todo, de las expectativas de su padre. Pero antes de irse deja un sustituto: un joven recién llegado que está dispuesto a ocupar su lugar en la cama matrimonial y en la vida de la comunidad. No es extraño que Amos Oz haya declarado que ese joven sustituto, Azarías Gitlin, tiene algo de él mismo, tal como era cuando intentó plegarse a la vida del kibbutz Hulda. En esta novela, la figura doble compuesta por Yoni y Azarías es explícita, pero el tema de la dualidad -un tema judío por excelencia- y de la ambivalencia, el tema de la traición inevitable, de la tensión entre el destino individual y el colectivo, entre el deseo íntimo y la satisfacción del deseo de los seres amados, está presente en todas. Escapar a África en bicicleta. La bicicleta de Sumji es una novela breve publicada en 1978, es decir, casi veinte años antes de Una pantera..., y su protagonista es, también esta vez, un niño. Podríamos incluso decir que es el mismo niño, si no fuera porque tiene otro nombre. Y el padre es, como siempre, un hombre riguroso cuya autoridad no puede ni debe combatirse, porque no se fundamenta en la fuerza bruta sino en la naturaleza misma de la vida, en el orden de los objetos del Universo, en las leyes cósmicas y en las morales.
No es difícil entender que la cadena de
autoridad paterna no empieza en este padre en particular, sino en el mismísimo Yahvé, el más feroz y exigente de los padres, y que, por lo tanto, no hay escapatoria posible. Pero el niño de la novela planea un escape, que no tiene como finalidad abandonar la casa paterna, sino simplemente lanzarse al mundo. Amos Oz vivió su infancia y el comienzo de su adolescencia en Jerusalén, pero a los quince años decidió dejar atrás su vida de niño pálido rodeado de libros y transformarse en un bronceado, fuerte y decidido hombre nuevo, sin pretensiones literarias, sin manías filológicas, sin nostalgia de Europa. Se fue a vivir al kibbutz de Hulda, y no demoró en comprender que tampoco allí estaría libre del peso de ser hijo de su padre, libre del peso intolerable de más de cinco mil años de tradición, vergüenza, culpa y responsabilidad.
No era capaz de encarnar el sueño del
nuevo hombre hebreo, pero tampoco veía cómo podría ser otra cosa que una sombra de la pesada tradición judía, un frustrado sabiondo desprovisto del heroísmo y la experiencia vital que aseguran un desempeño literario digno. Si no había vivido en Europa, si no conocía los cafés vieneses, si no había disparado su rifle en el Kilimanjaro, ¿cómo podría ser escritor? Hasta que un día cayó en sus manos el libro Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, un escritor norteamericano contemporáneo de Faulkner. Los personajes de Anderson no eran grandes matones, ni mujeres misteriosas. Eran hombres y mujeres comunes, gentes de pueblo que vivían una vida corriente, y que sin embargo habían sido suficientemente interesantes como para ser elevadas a la categoría de personajes literarios. Anderson, antes que Chéjov, le hizo comprender que su pequeño mundo podía ser el centro del universo. Y tan bien entendió Oz esa revelación, que hasta hoy sigue contando cómo era su vida, cómo eran sus padres, cómo era el barrio de Kerem Abraham, y construyendo así, al mismo tiempo que desata su memoria, la memoria colectiva de un país que es más joven que él, y que necesita, como todos, una literatura nacional. Hacer la paz, y no el amor. Además de ser un escritor reconocido -su nombre suena desde hace años como candidato posible al Premio Nobel de Literatura- y de ser miembro de la Academia del Idioma Hebreo, Amos Oz es un destacado militante a favor de la paz en Medio Oriente. Participó como combatiente en la Guerra de los Seis Días (1967) y en la Guerra de Yom Kippur (1973), y hacia el final de la década del setenta fundó, junto a otros combatientes, el movimiento pacifista Paz Ahora, una organización extraparlamentaria que tiene como finalidad alcanzar la paz mediante acuerdos y negociaciones entre las partes en conflicto. En repetidas oportunidades Amos Oz ha declarado que no es un pacifista al estilo de los movimientos hippies de los años setenta. Él cree que el pacifismo norteamericano y europeo está viciado de maniqueísmo; que sus militantes necesitan saber de inmediato y para siempre quiénes son los malos y quiénes los buenos, y de esa manera escapan a la seriedad y la responsabilidad de enfrentar el problema. Sostiene que no debe confundirse la paz con el amor, porque el proceso de paz entre dos naciones que tienen el mismo derecho a considerarse soberanas en la tierra palestina, solo puede ser comparado a un divorcio, con cláusulas estrictas de partición de bienes y cooperación mutua hacia objetivos comunes. Se podría decir que la escritura militante de Oz no es muy distinta de su literatura. Insiste en mostrar que, excepto la sombra, todas las cosas tienen dos caras, y que no hay amor sin traición, que no hay traición sin vergüenza, que no hay vergüenza sin resentimiento, que no hay resentimiento sin culpa. Algo que, de una manera o de otra, los judíos han venido experimentando desde hace miles de años. Los libros
UN DESCANSO VERDADERO,
de Amos Oz. 2005, 457 págs.
UNA HISTORIA DE AMOR Y OSCURIDAD,
de Amos Oz. 2007, 775 págs.
LA BICICLETA DE SUMJI,
de Amos Oz. 2007, 122 págs.
UNA PANTERA EN EL SÓTANO,
de Amos Oz. 2007, 233 págs.
DE REPENTE, EN LO PROFUNDO DEL
BOSQUE, de Amos Oz. 2007, 151 págs.
Todos los títulos se editaron en Barcelona, por De Bolsillo. Distribuye Random House Mondadori. |
lunes, 11 de febrero de 2013
El escritor israelí Amos Oz :Inventar una patria
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