Michou Pourtalé nació el 14 de
mayo de 1934 en la ciudad de Azul, provincia de Buenos Aires, la Argentina, y
reside en la ciudad de Buenos Aires. A partir de 1996 fue incluida en las
antologías “Veinte Voces de Buenos Aires”,
“Antología del Grupo Zahir”, “Poesía Argentina de Fin de Siglo”, “Antología de Poetas 1”, “Libro Sin Dueño”, “Mar Azul, Cielo Azul, Vela Blanca”, “Antología de Poetas, Narradores y Ensayistas”, “Summa Poética 2004”, “Doce Poetas Argentinos del Siglo XXI”, con selección y prólogo de Nina Thürler, “Poetas en Botella al Mar (Antología 1946-2006, Sesenta Años)”, “Poesía Argentina Contemporánea” Tomo 1,
“Antología Argentina Brasil ‘Poesía en
Tránsito’”, traductoras: Silvia Long-Ohni y Valeria Duque, etc. Textos
suyos han sido difundidos en catalán. Es asociada de CADRA Centro de
Administración de Derechos Reprográficos, así como vocal titular de la
Subcomisión de Cultura y Sociales de la AFAB Asociación Franco Argentina de
Bearneses. Publicó seis poemarios: “Milenaria
caminante” (1997), “Hombres en sepia”
(2000), “Signos tardíos” (2003), “Damero para un cuerpo” (2006), “La misma que soy” (2010; Primera
Mención de Honor en Género Poesía de la Faja de Honor 2011 otorgada por la
Sociedad Argentina de Escritores), “La
mujer sin espalda” (2014). Como articulista ha incursionado con “Lo Simple
en la Poesía”, sobre el poeta francés Francis Ponge (1899-1988); “El Satori de
Néstor Perlongher”, sobre el citado poeta argentino (1949-1992); y ha leído
como ponencia en el Cuarto Encuentro del 2012 del Grupo A. L. E. G. R. I. A. el
titulado “Sophia de Mello Breyner Andresen [1919-2004] : Poeta en la Fina
Penumbra de Lisboa”.
1 – Nombre – o apodo, no sé- y apellido
francés, en un país al que los franceses no acudieron para radicarse en el alto
número en que lo hicieron los italianos y los españoles. ¿Nos introducimos en
las circunstancias de tus antecesores y, de paso, en tu familia actual?
MP – Contesto
a tu pregunta desde la casa –en la que estoy pasando unos días de descanso-
donde en parte transcurrió mi infancia, en un campo lindero al partido de
Tapalqué o Tapalquén, antiguo fortín situado en la línea de fortines en las
épocas de la Campaña del Desierto; nunca fue una casa solariega sino un rancho
“de lujo” que tuvo techo de paja, y aún conserva paredes de adobe con su molino
y rueda de aspas señalando el viento sur o el del oeste, o vaya a saber cuál
porque en el campo estamos sometidos a los cambios climáticos que la naturaleza
impone; el lugar estuvo y está resguardado por cúpulas de eucaliptus, árboles
que más se adaptan al suelo de barro blanco; otros ejemplares vinieron más
tarde para afincarse en el agreste suelo pampa, con pajonales que cubrían al
jinete con su montado por entero: este paisaje de horizonte limpio, claro en su
inmensidad, albergó mis primeros sueños. Fue el escenario donde crecí mientras
aprendía a leer; tanto es así que comencé la escuela en segundo grado, cuando
la familia se trasladó a Buenos Aires, en 1943. Matizábamos con repentinos
viajes a Azul y allí nos instalábamos en la antigua casa paterna de la calle 9
de Julio 371. Mi infancia no tuvo tropiezos, continué y terminé mis estudios
secundarios en un colegio de monjas y egresé de la Alianza Francesa. Recibida,
comencé con traducciones y dando clases: tenía mis alumnos en preparación.
Intenté entrar en la Facultad de Farmacia y Bioquímica. Ante la decepción de mi
padre proseguí enfermería en la Cruz Roja Internacional, de donde obtuve el
título de Enfermera con especialidad como instrumentadora. Trabajé unos años
hasta que me casé. Luego prioricé el mantener nuestra casa y criar a los hijos,
un varón y dos mujeres.
En
cuanto a la primera parte de tu inquietud te cuento que provengo de padre
argentino y madre francesa. Es ella quien me dio el apodo de Michou, algo como
Bijou o Chou: mi nombre es Jorgelina. En mi familia se hablaba francés, aunque
no por obligación. Aprendí ese idioma a la par que un español acriollado, por
decir así. Mi padre admiraba todo lo que se refería a nuestra historia, a las
costumbres del criollo, del hombre de a caballo y pial. Tanto él como mi madre
eran consecuentes lectores de libros, y ambos redactaban cartas dirigidas a
parientes y amigos con una meticulosidad asombrosa. El apellido Pourtalé viene
del Béarn, región apuntalada por los Pirineos franceses, prima hermana del país
vasco-francés; por lo que presumo que debo tener raíces celtas. Los bearneses
eran labriegos, pastores de ovejas, de allí que aún festejan todos los años con
las Pastorales que se realizan en distintas ciudades y laderas de los montes.
Su lengua es ahora la “langue de l´Occitaine” del Languedoc original; antes se
la llamaba “patois”; en las escuelas Calandrelles se les enseña a los niños y
jóvenes exclusivamente un hablar propio de toda esa región. El significado de mi
apellido es “puerta estrecha”. Los primeros Pourtalé bearneses en llegar a
nuestra patria lo hicieron en la época de Juan Manuel de Rosas, según lo
atestiguan viejísimos papeles que conservo. En mi educación tuvo gran
influencia el aporte de una cultura que vino consustanciada en un viaje por
mar, que primero recalaba en el puerto de Montevideo, para luego cruzar un
ancho río llamado de la Plata, hasta el Hotel de Inmigrantes, predio que ahora
forma parte del Museo Nacional de la Inmigración. Los lazos familiares no son
los de antes, el tiempo diversifica, e incluso borra, sin anular raíces de las
que estoy orgullosa. He perdido contacto con parientes bearneses. Sin embargo
pude visitar Oleron, Orthez, Sallies de Béarn, le Fort de Pourtalet a pleno
Pirineo lindando con España y disfrutar la belleza de Pau, capital del Béarn.
2 – Aparecés en una primera antología poco
después de tus cincuenta años. Casi se impone que nos cuentes sobre tu quehacer
en la vida cotidiana tanto como en la escritura hasta 1996. ¿Habías concurrido
a talleres literarios? ¿La poesía y sólo la poesía te convocaba?
MP - En mi adolescencia escribir era
una confabulación secreta conmigo misma; no lo decía, escondía mis papeles.
Alrededor de mis cincuenta y pico asomé la nariz con timidez a través de
diarios y revistas barriales, con textos que tenían la pretensión de ser
poéticos; me sentía ufana, alegre, era mi propia creación, no me importaba qué
público los leyera. Hasta que me abstuve de esas colaboraciones. Te aclaro que
no soy el tipo de persona que escribe desde los siete u ocho años, tal vez
estimulados por una madre o una tía docente. En mi caso, el acto real de
escritura comenzó tarde y mi elección por la poesía surgió con naturalidad.
Necesitaba expresarme a través de la palabra escrita. Nunca tuve inclinación
por el dibujo o la pintura o la escultura. En la vida se zigzaguea por la
infinitud de los caminos posibles, siempre a riesgo de una u otra elección; hay
senderos recónditos con sombras, claroscuros engañosos, escarpados o lineales.
Después de un lapso prolongado de psicoanálisis (no en diván), llegué a
descubrir en mí esta vocación que se fue transformando mediante oficio y
más oficio, en un verdadero derrotero; así la hoja en blanco (y hasta
alguna servilleta de papel) nunca perdió su encanto. Mi analista me guió y
alentó y, por supuesto, le estoy agradecida. Concurrí a talleres que me
estimularon, pero de todos casi huía. Hubo en mi entorno amigos que influyeron.
Mi amiga Nannina Rivarola, Licenciada en Letras y Filosofía, certera y firme,
me impulsó. Ella ya no está, pero su carisma me cubre por completo. Sólo la
poesía me atraía: Pedro Salinas, Neruda, saltaba a Garcilaso y de ahí a
Giuseppe Ungaretti, Umberto Saba, Salvatore Quasimodo, me detenía en los
franceses Paul Verlaine, François Villon y en la, para mí tierna,
estadounidense Emily Dickinson, y me adentraba en el checo Rainer Maria Rilke o
Pessoa o Juan de la Cruz y Teresa de Ávila. No paraba de visitar cafés
literarios y puntos de reunión donde escuchaba poesía argentina contemporánea.
Conocí a Olga Orozco y más de una vez Amelia Biagioni fue mi consejera, lo
mismo que Joaquín Gianuzzi. Fui logrando cuidar la forma, la estética del
poema, con la divisa “sete fiel a ti misma”. Será por eso que hasta aquí llegué
con seis poemarios y un puñado florido de antologías.
3 –
Pertenencias. Formaste parte del Grupo Zahir; fuiste vicepresidenta del Grupo
Gente de Letras; integrás el Grupo Travesías Poéticas. ¿Otros?... Te propongo,
Michou, que te refieras a cada uno de ellos, a sus configuraciones, a tus
perduraciones y compromisos, a los objetivos de cada uno.
MP – Comencé a frecuentar el café donde se reunía el Grupo
Zahir y me incluí al Grupo en 1994; gracias a su alma mater, la escritora
Liliana Díaz Mindurry, quien me apoyó, quedé entusiasmada; lo integré hasta su
disolución, años más tarde; antes de esto, en 1996, había sido invitada a
formar parte de una antología del grupo, junto a los poetas José Martínez
Bargiela, Marta Russo, Gloria Ghisalberti, Ernestina Fernández Simón,
Adalberto Polti, entre otros. No puedo dejar de destacar a una poeta querida
por todos: Florencia Durán, quien efectuó la selección y el prólogo de otra
antología editada por el Grupo Zahir, titulada “Veinte Voces de Buenos Aires”, volumen II (también de 1996), con
textos de María Naim, Silvia Ovejero, Tomás José Riva, Norma Pérez Martín,
Ángela Peyceré, María Lydia Torti, Eduardo Rubén Colman...
Por aquellos tiempos me integré al
Grupo Presencias (Carolina Rodríguez, Ernesto Vázquez Rivera, Ilda Delgado,
Tomás Sir), responsables del café literario que presentaron en diversos
espacios públicos del barrio de Belgrano.
En 1998 Jorge Sichero fue quien me
invitó a asociarme a Gente de Letras, primero como simple socia, más tarde como
vocal durante dos períodos; tuve el cargo de secretaria de actas y terminé como
vicepresidenta, siendo Zoraida González Arrili la presidenta de la entidad.
Concluido ese mandato fui invitada, por la actual presidenta de Gente de
Letras, Carmen Escalada, a proseguir, pero consideré que era preferible dar
paso a otros y así renovar la institución; en la actualidad, como socia visito Gente
de Letras con el permanente cariño que le tengo.
Formé parte, con Zoraida González
Arrili, el recientemente fallecido Enrique Roberto Bossero, Sara Dassat y Jorge
Sichero, del Grupo Follaje para el Duende: nos reuníamos en mi casa una vez por
mes, al principio, y más tarde cada dos meses, hasta que la frecuencia llegó a
ser azarosa. Invitábamos cada vez a no más de cinco poetas y con ellos
departíamos sobre estéticas y otros asuntos. Concurrieron Nina Thürler, Antonio
Requeni, Ruth Fernández, Máximo Simpson, Graciela Maturo, Alberto Luis Ponzo,
Emilce Cárrega, Héctor Miguel Ángeli, Susana Botto, Juan García Gayo, María
Adela Renard, Emma de Cartosio, Susana Fernández Sachaos, Ernesto Goldar,
Susana Carnevale... No faltaban el vino y las empanadas, y algo dulce para el
final: nos esmerábamos y cada encuentro tenía su sello.
Hoy sólo integro el Grupo Travesías
Poéticas, junto a José Muchnik, Marion Berguenfeld, José Emilio Tallarico, Luis
Raúl Calvo y Ramón Fanelli. Hace unos ocho años me citó este último en la
confitería “La Opera” para tratar el tema de la traducción poética; muy
sencillo: necesitaban una traductora y acepté; el grupo fue premiado por la
Fundación Ferlabó, presidida por Olga Fernández Laotur de Botas, en 2013, en reconocimiento
a su labor estrechando lazos poéticos -océano de por medio (de allí
“travesía”)- entre Francia y Argentina.
Cada grupo con su impronta,
inolvidables los que no subsisten y todos enriquecedores.
4
- ¿A qué apuntan, cómo fueron encarados, los tres artículos con que hasta la
fecha te has animado? ¿Ya fueron publicados los tres en algún medio? ¿Estás
encarando –o prevés intentarlo- la redacción de algún otro?
MP – Los tres artículos nacieron en mí de forma espontánea;
no los elegí, fueron ellos quienes me eligieron, y digo esto con una sonrisa
aunque no me lo crea; conmovida por las respectivas poéticas, me atreví a
ofrecer mi óptica, un otro ángulo de análisis.
Ponge me atrapó con su “Méthodes”, Editorial Gallimard, 1971 (“Métodos”, traducción de Silvio Mattoni,
Adriana Hidalgo Editora), en el que desarrolla “la práctica de la literatura”,
además de un maravilloso ensayo poético sobre “El vaso de agua”, y ni qué hablar sobre sus consideraciones sobre “El jabón” -escrito con una notable
sencillez, que produce envidia-, donde el poeta entrega palabras,
comparaciones, juicios, etc.; hay que leerlo despacio, disfrutando el paso a
paso en cada hoja del volumen.
Perlongher, ese sociólogo combativo y
homosexual comprometido con una poética singular, llamó mi atención. Muchacho
de barrio nacido en la ciudad de Avellaneda, que luego de una azarosa vida
muere de sida. A través de “Aguas Aéreas” se perfila un cambio, su
escritura toma vuelo, ya no es tanto el barroco-barroso empedernido hasta la
obsesión, el que probó el ayahuasca en la selva durante su casi auto destierro
en Brasil; asoman neologismos, extravagancias que lo hacían comparativamente
distinto a otros poetas de su generación. Consciente de su enfermedad, recurre
al carismático curador Padre Mario; el poeta pone una fe insospechada y la
manifiesta en el poema titulado “Alabanza y exaltación al Padre Mario”, cuyos
versos, de notable lirismo, incluyo al final del artículo.
Sophia de Mello Breyner Andresen me
sedujo por su poesía tan femenina, y a la vez militante a favor de los
desposeídos y en contra de una política que no compartía. Dúctil y clara, su
poética pone en evidencia la personalidad de una mujer excepcional para su
tiempo, perteneciente a una clase alta, culta.
A mi parecer, más allá de diferentes
estéticas, formas y estilo, la poesía del otro está recibida en lo profundo de
mi corazón sin diferencias y sin discriminación alguna. Por lógica, un soneto
de Borges es Borges; un poema de Teuco Castilla, Leonardo Martínez, Julio
Salgado o Celia Fisher, los valoro por el conocimiento indiscutible que
brinda nuestra tierra del noroeste argentino.
Sólo el artículo sobre Ponge se
difundió: en una antología de Gente de Letras. “El Satori de Néstor Perlongher”
debió haberse socializado en una revista –“Aquí Allá”, que dirigiera Julio
Bepré- que dejó de aparecer.
Ideas como para incursionar en otros
temas, Rolando, no me faltan.
5
– Hallo citas, versos de Oliverio Girondo y Carlos Mastronardi en “Signos tardíos”, de Horacio Núñez West y Georg Trakl en “Hombre en sepia”, de Octavio Paz, André
Maurois, Santiago Kovadloff y Liliana Lukin en “Milenaria caminante”, de Roland Barthes y Marcelo Pichon Rivière
en “Damero para un cuerpo”, de Henri
Michaux en “La mujer sin espalda”.
¿Querrías referirte a ellos?
MP
– Sí, algunos poemas van con epígrafes debido a una suerte de sugerencia
interna; no te lo sabría explicar, será tal vez cuando suena esa campanita
delicada que, escondida vayamos a saber dónde, llevamos al escribir algún
texto; a veces no es imprescindible, lo cierto es que en mi caso ocurrió y
ocurre con naturalidad. Las palabras de André Maurois surgieron al recordarlo
cuando lo leí siendo yo muy joven; aún conservo ese ejemplar de uno de sus
libros, amarillento, sujeto con una cinta liviana, suave, para impedir que sus
hojas se derramen entre mis manos como un buen vino. Si nombro a Santiago Kovadloff
se presenta ante mí un maestro del pensamiento; al escucharlo hablar o al
leerlo acopio parte de su sabiduría, de su prudencia. En cuanto a Marcelo
Pichon Rivière, me atrevo a aseverar que se hizo presente como anillo al dedo
al tratar sobre nuestro niño interior, ese niño que todos acunamos en nuestro
inconsciente y al que tantas veces dejamos en olvido. Georg Trakl es el poeta
que induce a ser revelado en su capacidad como filósofo a través de una alta
poesía. Ni qué hablar de Oliverio Girondo; parecería que su apellido apela al
“giro” necesario que la poesía argentina dio para las nuevas generaciones. La
lectura de Roland Barthes me alimentó por su introspección creativa: es
para disfrutarlo con la seriedad de un especial silencio. Don Carlos Mastronardi,
al igual que Horacio Núñez West, son ejemplos vivos que supieron poner y dar al
campo de nuestro país una auténtica notoriedad a través de sus respectivas
poéticas. Y la América entera se trasluce y subyace en los textos y poesías de
Octavio Paz. Escasas ideas las mías para justificar la pregunta que siempre me
he formulado: ¿es necesario instalarle un epígrafe a nuestro poema?: mi
repuesta es que no lo es. Lo mismo ocurre con las dedicatorias, pero eso es
harina de otro costal. Fui y soy curiosa empedernida, rodeada de poemarios de
cuatro o más autores al mismo tiempo; me fascina lo que llamo “picotear” de
aquí, de allá. Cuando algún verso se imponía ante mi asombro, anotaba el número
de la página donde figuraba dicho verso en la última del ejemplar. Y así se me
impuso la cita de Liliana Lukin, que tomé para un poema de “Milenaria caminante”. Esa constelación
de citas, rica, extraña, movediza, fue aterrizando en mi imaginación y en mi
sensibilidad y allí está.
6 – En
“El Satori de Néstor Perlongher” contás que dicho poeta reconoció en una
entrevista las influencias de Góngora, José Lezama Lima, Rubén Darío y Severo
Sarduy. ¿Qué influencias reconocés en tu poética?
MP – Francis Ponge figura en primer plano, Amelia Biagioni
con su “niña de mil años”, muy cerca de Olga Orozco quien, una tarde en la S.
A. D. E., me regaló una piedrecita para la buena suerte en la dedicatoria
escrita por ella en uno de sus libros; influencias ganadas con mucha lectura y
anotaciones al margen de las páginas fueron las que sutilmente me nutrieron.
¿Cómo no nombrar a las uruguayas Delmira Agustini, la trágica, y a Marosa Di
Giorgio, extravagante imaginativa? Me arriesgué con Cavafis y Pessoa sin llegar
a profundizar las distintas posturas e ideas como poetas. En cambio Juan L.
Ortiz y Francisco Madariaga me transportaron por sus ríos. He leído a Quevedo y
a Góngora con cierta obligación; no así me pasó con José Lezama Lima y Pedro
Salinas. De François Villon tomé versos como epígrafe.
Considero que el resultado de mi
poesía es ante todo genuino y simple con un grado “normal” de originalidad, lo
cual permite al lector acercarse a textos comprensibles, sin afectación;
supongo que se debe al hecho de estar mostrando lo vivido: un intento de
compartir lo que llanamente escribo. No exagero en la búsqueda de palabras,
ellas vienen solitas sin que las llame, furtivas amigas ellas modelan, dan luz
al poema y me desmadro en verso. Es lo vigente, el mundo actual lo que me
interesa: un resto de fresco aroma en el aire, la risa de una niña o la pena de
un amigo, una noche en el campo junto al grillo y la luciérnaga. Quizá sean
estos gestos propios de la maravilla y el asombro los que más influyen en mi
creación.
7 – En
una presentación de un poemario tuyo agradeciste a Norma Ferreyra por haberte
“iniciado en el sendero de la Cábala hacia un camino sobre el Árbol de la Vida
y la lectura del Tarot Cabalístico”. ¿Qué nos transferirías sobre esto, Michou,
a quienes no nos aproximamos a ese sendero?
MP – Mi interés por la Cábala o Kabala
se produjo tras haber conocido y escuchado, en una de sus conferencias sobre el
tema, a Mario Satz, nacido en Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires, en el
seno de una familia hebrea; es filólogo, poeta, ensayista, traductor y
novelista; estudió Cábala y Biblia en Jerusalén entre 1970 y 1973 y reside en
Barcelona. La Cábala, se afirma, lleva casi al infinito, y los cabalistas la
perfeccionan con renovados conocimientos. A Norma Ferreyra la conocí por una
amiga que concurría al taller de Félix Della Paolera, cuando también yo
concurría. Esta profesional del Tarot, experta en numerología, astrología y en
el Árbol de la Vida y Kabala, me recibió primero como consultante, luego como
alumna a lo largo de casi seis años. Durante la consulta me atrajo su
intuición, seriedad y la delicadeza con la que al abrir la lectura del Cuadrado
Mágico, me fue suministrando información, con total exactitud. En el taller
grupal trabajamos con las cartas del esotérico masón Aleister Crowley. Las
setenta y ocho cartas se clasifican en veintidós Arcanos mayores (del 0 al
XXI), cuarenta Arcanos menores y dieciséis Personajes de la Corte o figuras. La
simbología del Tarot está muy bien detallada en el libro “Jung y el Tarot” de Sallie Nichols (Editorial Kairos). Por otro
lado, Z´Ben Shimon Halevi en su libro “Kábala
y psicología” (Editorial Kairos), con prólogo de Mario Satz, ofrece un
excelente estudio. Un buen número de cabalistas, en otros libros, aportan lo
suyo. Lo que más internalicé fueron los apuntes redactados por Norma Ferreyra,
que aún conservo. Fue la etapa de mi vida en la que me asomé al esoterismo: un
camino inesperado por el que transito hacia una espiritualidad elevada y
ferviente. Dice Gerd B. Ziegler en “El
Tarot, espejo del alma” (Editorial Arkano Books): “De la misma manera que utilizamos un espejo para observar nuestro
aspecto externo, podemos utilizar las imágenes del Tarot para reflejar nuestro
estado interior. El Tarot es un viaje de aventura y descubrimiento. Sus
imágenes son las imágenes del alma. Un espejo refleja la realidad visible sin
evaluarla. Nos enseña lo bello y lo feo, las cosas agradables y las
desagradables. No tiene otra alternativa. El espejo puede guardarse o romperse
en pedazos, pero la realidad no cambia. Muchas personas tienen miedo a la
realidad interior. Nunca podremos aceptarnos a nosotros mismos si huimos de
nuestra realidad interior. El verdadero amor por uno mismo implica el deseo de
conocerse más a fondo”. A través del Tarot he logrado vencer mucho de mi
propia negatividad para acceder a otra plenitud. El Árbol de la Vida dibuja
mediante senderos que corren entre los dos pilares de la Misericordia y la
Severidad y el Pilar del Medio, la manera de dejar Malkut, la tierra, o sea el
mundo que habitamos para llegar a Ketter que es lo Divino, lo Supremo, y en
definitiva, Dios.
8 - Entre las “Notas” para su poemario “Comer y comer” (Ediciones de la Flor,
Buenos Aires, 1974), Noe Jitrik asienta: “…después
de todo llegar a un poema, hacerlo, es menos importante que haberlo sentido
crecer, suponerle un sentido, no al poema (eso es pretensión) sino al gesto de
dibujarlo.” ¿Con qué reflexión acompañarías la de Jitrik?
MP – Me animaría a opinar que más que dibujar al poema con
un gesto, se trataría de la implementación de un sutil delineado en dirección a
esa metamorfosis indispensable al poema, igual a ese cambio al que está
sometida una mariposa cuya belleza se oculta entre palabras, de algún modo
inaudibles para el poeta en el goce de su creación.
9 - Adapto una pregunta que suelen
formular en reportajes para el blog de la librería porteña “Clásica y Moderna”:
¿Cuál es tu libro “más” pendiente de lectura?
MP – Sin vacilar confieso:
“El ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha”.
10 - ¿Escritores (o escrituras) que
no te interesen y escritores (o escrituras) que te desagraden?
MP –
Cuando la lectura de un
determinado escritor deja de interesarme, cierro el libro, lo dejo de costado;
quizás en otro momento lo retome, nunca se sabe. En poesía reconozco que
Vicente Huidobro no me conmueve, nunca pude llegar al meollo de alguno de sus
textos; lo mismo me ocurre con Gérard de Nerval -seudónimo de Gérard Labrunie-,
y lo cito: “Mi estrella ha muerto y mi
laúd lleva el sol negro de la melancolía”; “estrella muerta, sol negro,
melancolía”: me apabullan, desaniman, siento en mí una firme sensación de
angustia. Con Neruda es diferente: sus “Veinte
poemas de amor y una canción desesperada”
o sus “Odas” me atrapan, y no así con otros de sus libros, aunque los juzgue
valiosos (no me resultan plausibles ciertas actitudes de él, aunque razono que
debería separar la persona de su obra). Resisto a los autores que trasuntan un
afán omnipotente y mesiánico. Prefiero a aquellos cuyo lenguaje sea
comprensible, discreto y elocuente con mesura, como Octavio Paz, Silvio
Mattoni, Yvonne Bordelois. De alguien de la trascendencia de Rimbaud, atino
apenas a dejarme cautivar por “Mauvais sang” –“Mala sangre”- de su “Una temporada en el infierno”. A
William Carlos Williams (1883-1963), por tedio dejé de leerlo por un buen
tiempo, casi lo olvidé, y una tarde, poniendo algo de orden en mi biblioteca,
retorné al volumen “Cien Poemas” y me
descubrí disfrutando de variadas “perlitas”. Actualmente me intereso en dos
poetas argentinos ya fallecidos: Ricardo Zelarayán (1922-2010, nacido en
Paraná, provincia de Entre Ríos, con el volumen que reúne la mayor parte de su
obra poética: “Ahora o nunca”
(Editorial Argonauta, 2009)) y el santafesino Juan Manuel Inchauspe
(1940-1991). Sus poemas están editados junto a su prosa y traducciones en el
libro que lleva por título “Trabajo
Nocturno” (Universidad Nacional del Litoral, 2010).
11 - ¿Cómo ha sido tu relación con la
novelística, con la narrativa breve? ¿Cómo es ahora?
MP – Prefiero el cuento, y cuanto más breves, mejor. No
tengo la paciencia necesaria para las novelas que se me hacen eternas, tipo
sagas de familia y se prolongan en tres volúmenes de seiscientas páginas cada
uno. Me distraigo, no me concentro: grave error. Te nombro, sin embargo, a
novelistas que me complacen: Sylvia Iparraguirre (l947, sus novelas “La tierra del fuego” (1998) y la más
reciente “Encuentro con Munch”
(Editorial Alfaguara), Guillermo Martínez, Héctor Tizón, Andrés Rivera, Juan
José Saer, Sylvia Molloy y su “Varia
imaginación” (Beatriz Viterbo Editora, 2004). Y también André Maurois con
su “Un art de vivre”, “Las memorias de Adriano” de Marguerite
Yourcenar, el Philippe Claudel de “Les
ames grises”, Alexandre Postel con “Un
homme effacé”, Hélène Lenoir con “Piéce
rapportée”, “Nagasaki” de Éric
Faye, “Ouragan” de Laurant Gaudé, “La robe bleue” de Michele Desbordes
(sobre la vida de Camille Claudel). Y me veo en la infancia, en tardes de
calor, leyendo los libros de la colección española Araluce para niños, que
habían sido de mi hermana mayor: “La Odisea”, “La Eneida”, “La Canción de
Rolando”, “El Cid Campeador”. Mi
favorito era y sigue siendo “Ivanhoe”
de Sir Walter Scott. No todos los libros me eran permitidos leer –restricción
propia de la época-. A mi alcance, los inmensos y pesados tomos de la colección
“El Tesoro de la Juventud”. Me divertían mucho, a mis nueve años y en francés, “Les malheurs de Sophie”, cuya autora es
la rusa Sofía Fiódorovna Rostopchina (1799-1874), la Condesa de Ségur -suena
arcaico, ¿verdad?-: Sofía era una traviesa divina por sus ocurrencias. Me
parece simpático aportar estos recuerdos.
12 - ¿Recordás cuál fue tu primer
acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
MP – Consistió en un disparate:
escribirle a mi sobrina un cuento. Yo tenía alrededor de once años. No se me
ocurrió nada mejor que pensar en hormigas dueñas de un gigantesco hormiguero
mágico: nada podía tumbarlo, ni pala ni puntapié; ante cualquier amenaza jamás
se desmoronaba; la conclusión o moraleja era que a ejemplo del hormiguero,
debíamos, mediante un fabuloso ejercicio entre voluntad y coraje, actuar con actitudes
firmes y positivas ante cualquier hecho que pudiera llegar a tumbarnos. Nunca
supe si mi sobrina llegó a entender el mensaje, lo cual no impidió que
siguieran otros cuentitos, tales como La Bruja Tomate, Juancito el Incendiario,
La Señorita Lucrecia, Las Botas de Mil Colores, Un Día en la Playa, Tomasito el
Tímido; por supuesto eran todos personajes ejemplares, según mi criterio.
Yo no era ordenada, dejaba los cuadernos o papeles rondando como quisieran,
producía a rajatabla y pasado un tiempo no volvía a ellos. Lamento haberlos
perdido. A veces leo relatos en directo para chicos de
escuelas rurales.
13 - ¿Qué diferencias notás entre tu
último libro y los anteriores? ¿Cómo considerás tu propia evolución poética?
MP – El más reciente marca el fin de una etapa y el
principio de otra. Me inclino hacia la prosa, a un discurso más llano con algo
o mucho de poesía; percibo un cimbronazo y me dejo llevar hacia una realidad
más refinada. Ligo esto con que a veces me cuesta escuchar la poesía de los
jóvenes. Sopeso sus poemas con un montón de comprensión y cierta admiración de
mi parte; lo planetario, el mundo intelectual movedizo inquietante al que
valoro, influye, desgasta o enriquece, por eso estoy convencida que vivo en acelere hacia una evolución, concretada
y concebida entre acción y pensamiento y hacia una poética distinta. No tengo
preferencia por alguno de mis libros, hechos con tinta y pliegue, lo declaro
con absoluta convicción. Lo enuncio en el último texto de “Damero para un cuerpo”, del cual a modo de despedida capturo
algunos versos que aplico a todos, a mi escritura: “No importa, he de brincar desde el blanco / sobre el papel el punto
del final que cruje. / Soy la amanuense de tu hechura, materia / maciza codo a
codo dos veces en doblete / en un ir y venir crucial adecuamos la línea / del
perfil austero, el justo relieve para ese verso / que tendinoso recala en la
noche / y la lanzadera del diálogo nos abrió brecha. / No siento
desolación, me despido con un beso y al besarte / hay un apuro de lágrima, mi
muchacho”.
*
Michou Pourtalé selecciona para esta entrevista, en
febrero de 2015, seis poemas de su autoría:
“verás
cómo se hace la tierra
con
una imagen
de infancia
y un deseo
a muerte de
pisar
el
lenguaje terso
de las rondas”
Liliana
Lukin
Verás cómo se hace la tierra
entre cánticos y plegarias.
Verás recoger manzanas y vides,
tejer ilusiones con nardos.
Verás las manos del mundo unirse
en las rondas del estío.
Tersura entre limoneros, perfume de verbenas.
A la ronda, ronda
giran los niños, giran
descalzos los pies de la infancia,
nos acarician,
nos protegen los niños, nos
salvan
los niños,
nuestros niños.
(de
“Milenaria caminante”)
*
LA GALGA
Galgueando, vieja perra
cimarrona,
atravieso los campos del
misterio
bajo un conjuro bermellón de
sol y luna
y el mordisco a la Cruz del Sur
brillando entre los dientes.
Pampa, paja brava
el cuerpo lacio cortajea,
grito hosco de chajá en su
laguna.
No existen alambrados ni
tranqueras
ni ranchos que me atajen.
Sí, la llamarada humeante del
indio
y de su chusma.
Yanquetruces, Catrieles me
acorralan
maloneando destreza en mi
combate.
Fortinera plantada
sobre estas leguas de campos
tendidos,
herencia de una sangre sin
murallas,
en soledad sin agua,
inmenso el techo azul de lo
bravío.
(de
“Milenaria Caminante”)
*
FRUTAL
El
pericarpio del fruto palpita
medianamente
se lo oye
en
su tierno frutal encierro
de
pellejo oro.
Dentro
de la tarde desvanecemos
mi
madre junto a mí las dos
diosas
hieráticas hijas de Demeter
jugadas
en jugoso juego
de
cosechar ciruelas
ritual
para buenas mujeres celtas
cuyo
conjuro es reír al unísono
y
disparar pisadas resbalosas
alrededor
de un tronco retorcido.
En
un gran slam patinamos cesto y ciruelas
¡splash!
¡splash! surge el gorgoteo de la imagen
desde
el suelo pusilánimes hormigas
nos
ven mientras caminan en fila
con
prolijidad de indiecitos sioux
portan
su carga de obrera diligente
a
merced de nuestras esparteñas
tanto
pisoteo desbarajusta la tarea
¡splash!
¡pum! ahora semejan lémures
fuera
de sus cuevas trepan unas arriba de otras
el
disparatado baile me obsesiona.
Mi
madre no se percata de lo que yo veo.
El
vestido de rayón de mamá
el
mío de tobralco
texturas
diferentes de esta foto sin contorno
y
el recortado embudo de latón
para
alcanzar entre moscas y tábanos felinos
las
más gordas y altas ciruelas.
Sabor
a ellas en la siesta tarde
de
un verano manso la canícula
arrecia
entre los fuertes olores
emanación
de corral orín y bosta
la
tierra se ha tragado huesecillos descarozados
deshechos
a puro ciruelo en hojarasca
la
tierra me ha de tragar como huesecillo también.
Retorno
al compás del presente
de
pie el ciruelo huero
aspira
el aire de lo lejos y hoy
en
el atrape ondulante de su tronco
lo
irrecuperable está escrito
como
juguete de la naturaleza
implantado
de por vida. Pienso
un
vuelo de calandria fue regalo para mi madre
ella
se ha volado como gorrioncito
y
ella se vuela entera entre sus frutales
iluminada
con un cesto repleto de luciérnagas
muy
plata en la mano su embudo
flechando
rayos de mil tormentas
de
cala la enagua traslúcida ella vuelve
hacia
el espejismo difuso del atardecer campero
y
yo la sigo con la métrica de mis ojos
de
mi niñez austera cándida
dentro
de un tarro de mermelada ácida
el
contenido pegotea engolosina
y
la ciruela sigue aún goteando
gotitas
de un raro almíbar oroazul brillan
en
las comisuras de la boca
de
mi nieta menor.
(de “Signos tardíos”)
*
Creo que empiezo a darme cuenta del
placer
propio de los bosques de pinos.
Francis Ponge
Llueve muy manso ha llovido.
Bajo el pinar van creciendo hongos
blancos se muestran felices
anacoretas fatuos
con redondos penachos
sólo un pie los sostiene.
Algo velado los irá cubriendo
de mortífera herrumbre.
No saben que la constante humedad
es motivo de su existencia
tan frágil ante el más mínimo roce.
Entre las agujas secas del pino
la rutina de la naturaleza
inexorable rotación de rueda
expande naranja una fronda
natural tapiz para ese hongo
espontáneo curioso.
Entre el bálsamo y la pausa
con perfume discreto
todo lleva a la contemplación
y posiblemente a la luz
don de un dios presencia inefable
que a gusto deambula entre los pinos.
(de “Signos
Tardíos”)
*
Así es mi pájaro familiar,
el pájaro que acude a poblar
el cielo de mi pequeño patio.
el pájaro que acude a poblar
el cielo de mi pequeño patio.
Henri Michaux
Invierno gris
manchón amarillento
un
benteveo.
Como ayer parece decir:
todo lo que veo está bien.
Puntual al mediodía
inmutable al igual que rey se
posa
y la rama agrisada del ciruelo
resalta.
En la mañana temprana hubo
escarcha,
la hubo y a la noche helará
seguramente.
Y el campo taciturno en gélida
espera
hace meditar a los ocultos
brotes
y el día que no despunta en
claridad.
Sobre el final de cada
almuerzo,
ideograma oriental el pájaro
ya es un haiku volando en
escritura
mientras amarillo el plumaje se
cuela
a través del vitral en la
repetida visita diaria
su presencia se vuelve
necesaria.
Y si la cadencia de un verso de
Juanele
se insinuara con el canto del
río
en tinta china el fino trazo
del poeta
daría al instante el exacto
delineado.
Nada percibe el visitante de
las doce,
él es luz apenas tornasol y no
lo sabe
cuando cristalino se escarcha
en la frágil rama gris del
ciruelo.
(de “La mujer sin espalda”)
*
La
mujer sin espalda se sostiene
con
un solo pelo de la nuca
vive
en vilo constante el transmutar
remueve
sin pala la tierra de un vacío
que
detrás la vuela de su angustia.
A
partir de un ojo iluminado
ella
apunta adelante hacia la meta
no
le importan el pasado o la víspera
del
mañana, nada la tumba ni aflige.
Nada
con estilo pecho suelta su universo
agudiza
el agua de la emoción
trance
que la impulsa desde la orilla
cementada
del estanque.
Espora
de un raro helecho esta mujer
va
rasgando las aguas de un infierno
con
el arrastre del viento de su boca.
(de “La mujer sin espalda”)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Michou Pourtalé y Rolando Revagliatti, febrero 2015.
http://www.revagliatti.com.ar/
030324_publico.html
030324_publico.html
www.about.me/rrevagliatti
Nota del Editor de este Blog:
Agradezco al amigo Revagliatti
por haberme enviado su Entrevista
a la poeta argentina Michou
Pourtalé para ser publicada en
este Blog.
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