"GOMBROWICZIDAS"
JUAN C. GÓMEZ
(Buenos Aires)
“Ayer, en el Club Polaco. Acerté a llegar al final de la trituración de mi alma y de mis obras. La ponencia a mi favor era obra de Karol Swieczewski, mientras que la señora Jezierska pronunció un discurso en contra... Luego se desató la discusión al final de la cual aparecí yo. Thomas Mann, gran experto en esta materia, dijo cosas muy acertadas sobre el reconocimiento (...)”
“Indudablemente será distinto el arte crecido desde el principio en el resplandor del reconocimiento, de aquel otro que sólo con dificultades y a costa de muchas humillaciones y fracasos tiene que conquistarse poco a poco su lugar. ¿Cómo sería mi creación si desde el primer momento la hubiesen ceñido los laureles, si hoy en día, después de tantos años, no tuviera que dedicarme a ella como algo prohibido, vergonzante e inconveniente?”
“Y, sin embargo, cuando entré en la sala, la mayoría de los allí presentes me saludó con cordialidad y tuve la sensación de que el ambiente había cambiado mucho desde el tiempo en que los fragmentos de “Transatlántico” habían aparecido en “Kultura”. Lo cual, según creo, se debe principalmente a este diario. Asimismo fui informado de que la mayoría de los participantes en la discusión se habían pronunciado a mi favor (...)”
“Inmerso en la multitud ondulante, me sentía un poco como los marineros de Odiseo: ¡cuántas sirenas tentadoras en esas caras amistosas, que se agolpaban a mi alrededor y me salían al encuentro! Tal vez no sería difícil echársele al cuello a esa gente y decir: soy vuestro y siempre lo he sido. Pero ¿cuidado! ¡No te dejes comprar con la simpatía de esa gente!
“No permitas que te derritan unos sentimentalismos insulsos y una dulce alianza con al masa, en la que tanta literatura polaca se ha ahogado. ¡Sé siempre extraño! Sé desganado, desconfiado, lúcido, agudo y exótico. ¡Resiste muchacho! ¡No te dejes domesticar por los tuyos, no te dejes asimilar! Tu lugar no está entre ellos, sino fuera de ellos, eres como la comba de los niños, que hay que echarla hacia delante para saltar por encima de ella”
La familia Swieczewski tenía una casa en San Isidro que Gombrowicz visitaba a menudo. Hacía paseos con Karol Swieczewski, era un buen amigo al que le tenía aprecio y confianza al punto de hacerle ciertas confesiones. “No me aburro, porque paso seis horas diarias, aproximadamente, escribiendo y estudiando ciertas cuestiones de tipo intelectual. Estoy luchando duramente con mi obra, como un animal salvaje (...)”
“A veces, ¡Santo cielo!, me gustaría mandarlo todo al diablo, ¡para qué, oh Dios, esta tarea superior a mis fuerzas!, no estoy hecho en absoluto para esto y, además, hay que tener una paciencia sobrehumana”. Gombrowicz pensaba que los hombres de letras tienen una vida artificial, están obligados a sacar apuntes de lo que les ocurre, a estimular la imaginación con ocurrencias que no siempre tienen un final feliz.
Estudian ciertas cuestiones de tipo intelectual que en algunas ocasiones no conducen a nada. Los años 1955 y 1956 fueron años turbulentos, los conflictos civiles entre los peronistas y los antiperonistas se transforman en conflictos bélicos, aunque de un carácter restringido y muy localizados. Se produjeron enfrentamiento entre las fuerzas armadas, el ejército, la marina y la aviación.
La marina de guerra amenazó con bombardear el puerto de Buenos Aires, con más exactitud, las refinerías de petróleo, las refinerías no la ciudad. Gombrowicz se siente muy cerca de las refinerías por su tendencia a convertir en inminente lo remoto y se escapa, aproxima su casa de la calle Venezuela a las refinerías y el miedo que le sobreviene lo obliga a hacer una mudanza preventiva, se muda a San Isidro.
Se muda a la casa de Karol Swieczewski, a muchos kilómetros del puerto de Buenos Aires. “Escríbeme, mis lazos con la Argentina se aflojan y no se puede remediar, cada vez menos cartas, pero es casi seguro que apareceré un día por Buenos Aires, porque experimento una curiosidad casi enfermiza; es realmente extraño que no me atraiga en absoluto Polonia, en cambio, con Argentina no puedo romper (...)”
“En los últimos tiempos vuelvo a menudo, con mis pensamientos, a Argentina y también me acordé del momento de la revolución de 1955, cuando escuchábamos la radio con María”. Son fragmentos de cartas que Gombrowicz le escribe a Karol Swieczewski y a Madame du Plastique en el año 1966, el año en que a Gombrowicz se le despierta la nostalgia melancólica por la Argentina.
Los lectores de diarios no estaban acostumbrados a que se metieran en este género literario narraciones con demasiados grados de libertad, pero Gombrowicz sintió la necesidad de ponerle distancia, al realismo primero, y al objetivismo después, recurrió entonces a algunas transformaciones que, sin embargo, tienen una fuerte sujeción a la verdadera realidad.
Toda la actividad de Gombrowicz, literaria y existencial, se convirtió en un retirada del objeto hacia sí mismo, un objeto que se le volvía agresivo cuando lo esgrimían, en tal que objeto, los artistas. Someterse al objeto sin más es una ingenuidad que tiene como destino el fracaso. La realidad surge de asociaciones de una manera indolente y torpe en medio de equívocos.
A cada momento la construcción se hunde en el caos, y a cada momento la forma se levanta de las cenizas como una historia que se crea a sí misma a medida que se escribe, introduciéndose de una manera ordinaria en un mundo extraordinario, en los bastidores de la realidad. Gombrowicz lleva adelante en sus diarios propósitos que en general están reservados a géneros más creadores.
Vamos a ver entonces cual es la razón por la que pone una atención desmedida en la casa de Prilidiano Pueyrredón, una casa cercana a la casa de los Swieczewski El abuelo paterno de Gombrowicz se vio obligado a vender sus posesiones en Lituania y a instalarse en Polonia. Jan Onufry, su padre, compró una propiedad en Maloszyce donde nacieron Gombrowicz y todos sus hermanos.
Cuando Gombrowicz tenía un año se mudaron a Bodzechow, y a los siete años terminó viviendo en Varsovia. El viejo castillo de Bodzechow, rodeado de un vasto parque, era un lugar lleno de misterios. La familia de Marcelina Antonina, su madre, se hallaba establecida en esa región desde hacía mucho tiempo. Gombrowicz cambió sus mansiones de Polonia por las pensiones más miserables de Buenos Aires.
Y, finalmente, las cambió por esa pieza de la calle Venezuela donde vivió dieciocho años. Sin embargo, ni las mansiones de Polonia ni estas pensiones miserables ni la pieza de la calle Venezuela fueron sus casas verdaderas. Desde una colina Gombrowicz y Karol Swieczewski están viendo el Río de la Plata y a la mano derecha, a la sombra de los eucaliptos, la casa de Prilidiano Pueyrredón.
Blanca y centenaria, con las ventanas cerradas, deshabitada desde que la abandonaron, es la casa construida por Prilidiano Pueyrredón, arquitecto y pintor argentino cuyas obras son retratos de la época que siguió a nuestra independencia. Entre esa casa y Gombrowicz se había establecido un vínculo arbitrario. Empezó a preguntarse sobre qué pasaría si esa casa se le volviera familiar irrumpiendo en su destino.
Este pensamiento le nacía sólo por el hecho de que le era completamente extraña, y porque era justamente esa casa la que le inspiraba tan extraordinario deseo. “De modo que ahora esta luz, estos arbustos, estas paredes, despiertan en mí cada vez más emoción y angustia, y siempre que estoy aquí me hundo bajo un peso indecible, mientras en algún lugar, en el límite, en el extremo de mi ser, estalla un grito, una violencia, un pánico tremendo”
Después de registrar esta conmoción llena de angustia, Gombrowicz apunta que sus sensaciones de miedo y desesperación no eran de carne y hueso, sino un contorno de sentimientos, no rellenos con nada, absolutamente puros, y por eso más dolorosos. Mientras camina con Karol la casa va quedando atrás, pero el hecho de no ver la casa aumenta su presencia.
Está allí hasta la exageración, con sus ventanas y columnas neoclásicas, pero a medida que se aleja de ella en vez de diluirse existe con más fuerza. No encuentra la razón por la que esa casa ajena, blanca, puesta en un jardín de eucaliptos, lo acompaña, lo persigue, lo inoportuna y no lo suelta. “¡No es eso lo que debo hacer! ¡No es aquí donde debo estar! Pero, ¿dónde entonces? ¿Dónde está mi lugar? ¿Qué debo hacer? ¿Dónde estar? (...)”
“Mi país natal no es mi lugar, ni la casa de mis padres, ni las de mis abuelos, ni el pensamiento, ni la palabra, no, la verdad es que no tengo sino precisamente esta casa, sí, desgraciadamente mi única casa es esta casa deshabitada, la blanca casa de Prilidiano Pueyrredón. Pero él, Swieczewski, también parece estar ausente: sus dedos reducen a polvo una ramita seca”
El debate “Por o contra Gombrowicz” que se realizó en el Club Polaco en el año 1954 es también recordado por su amiga Halina Grodzicka, aunque de otra manera a cómo lo recuerda Gombrowicz. “Karol Swieczewski fue el que realizó su exposición en primer lugar. Fue una intervención excelente. Después le tocó el turno a un adversario, la señora Jezierska, que sentía alergia ante la obra de Gombrowicz (...)”
“‘Gombrowicz, en sus libros, me hace pensar en alguien que empieza a serruchar la rama sobre la que está sentado y, naturalmente, cae. Pero pueden imaginarse dónde cae. En la mierda..., ¡esa palabra que le gusta tanto!’. Su marido tomó el relevo anunciando que tenía formación universitaria, que nunca se dormía sin leer antes alguna cosa. Pero bastaba con que abriera un libro de Gombrowicz para dormirse de inmediato (...)”
“Entonces Zygmunt Grocholski, llamado Zygro, se puso de pie gritando: ‘Se ha subido a un árbol, ha cogido las ciruelas y vio pasar las golondrinas. La conferencia de este matrimonio polaco me recuerda a esta canción: No hay discusión posible a este nivel tan inmaduro’. Después todos querían intervenir, la gente se levantaba, se interpelaba violentamente, gesticulaba (...)”
“Jeremi Stempowski, el presidente del Club Polaco, intentó educada y suavemente, con delicadeza, conseguir que la sala volviera a entrar en razón, pero sin éxito. Por fin el abogado Stanislaw Szwejs puso fin a esta confusión. Explicó con mucha autoridad e inteligencia lo que era el universo de Gombrowicz. Y el debate se terminó tranquilamente. Yo sabía que Gombrowicz esperaba fuera de la sala (...)”
“Habíamos convenido que le avisaría cuando la cosa hubiera terminado. Abrí la puerta y le avisé. ¡Pobre! Estaba emocionado como un estudiante que acaba de aprobar un examen. Al entrar en la sala, se dominó. Parecía, como siempre, muy reservado, un poco irónico y aparentemente seguro de sí mismo. Discreto, no quería darse a conocer. La señora Jezierska se acercó a él y le tendió la mano (...)”
“Después Witold se unió a nuestro grupo y preguntó qué se había dicho de él. Naturalmente, se le contamos todo. Estaba divertido, pues le gustaban las polémicas. Pero no había tenido el valor de estar presente”. A decir verdad Gombrowicz siempre les tuvo alergia al reconocimiento y a la gratitud en cualesquiera de sus formas, alergia que muchas veces aparece en los diarios.
“Escuchadme, hipopótamos: yo no me quejo de que vuestra estupidez profesional o articulista haya difamado sin cesar mi trabajo literario, que como se ha comprobado hoy, tiene algún valor. Hicisteis lo que pudisteis por fastidiarme la vida y en parte lo conseguisteis. Si no fuera por vuestra mezquindad, vuestra superficialidad, vuestra mediocridad, tal vez no hubiera pasado hambre durante años en la Argentina (...)”
“También otras humillaciones me hubieran sido ahorradas. Os interpusisteis entre yo y el mundo, banda de infalibles maestros de escuela y periodistas, deformando, tergiversando, falseando los valores y las proporciones. Bien, al diablo con vosotros, ¡os perdono! Y no espero que ninguno balbucee hoy algo parecido a un tímido perdón, sé demasiado bien qué es lo que se puede esperar de unos pillos como vosotros (...)”
“Pero ¿cómo perdonaros el que hayáis logrado vencerme en mi victoria final sobre vosotros? Sí. Alegraos. Habéis ganado en vuestra derrota. Porque habéis hecho que mi éxito haya llegado demasiado tarde..., diez, veinte años más tarde..., cuando ya estoy demasiado cerca de la muerte y ella contamina de derrota hasta mis triunfos...; ¿sabéis?, ya no soy lo suficientemente vigoroso para poder disfrutar de mi desquite (...)”
“¿Triunfo? ¿Megalómano? ¿Presumido? Pero si hasta de esto me habéis privado, no puedo gozar ni de mi ascensión ni de vuestra derrota, ¿cómo voy a perdonarlo?”. Cuando al final de su vida le preguntan si la holgura europea no le había llegado un poco tarde, Gombrowicz se acuerda de los hipopótamos y de los argentinos que le habían dado la espalda.
“Evidentemente, para mí es un poco triste porque no sólo la edad, sino también la enfermedad, me impiden gozar de todas estas cosas. Pero yo he tenido siempre la sensación de que el arte no puede dar dividendos. Un artista que se siente, ante todo, creador de una forma profunda o personal, no puede pretender además unos ingresos; por algo así más bien hay que pagar (...)”
“Hay un arte por el cual se es pagado, y otro por el cual hay que pagar. Y se paga con la salud, con las comodidades, ... Naturalmente, no sé si soy un artista importante o no, pero de todas formas, en ese sentido, mi vida ha sido más bien ascética”. Y como Gombrowicz le tenía alergia al reconocimiento también se lo tenía al agradecimiento. La gratitud era un sentimiento que no le caía bien, no porque fuera ingrato, sino porque le resultaba incómodo, difícil de expresar y, por eso mismo, peligroso.
Por acá, en la Argentina, sus gestos de gratitud no fueron muy frecuentes, se le pueden contabilizar, sin embargo, algunos regalos: una escultura de yeso muy bonita, un frasco de mermelada, un libro de pinturas, una sandía con su firma, un arrodillamiento conmovedor para agradecer cinco litros de kerosene, y una cantidad considerable de dedicatorias que estampaba en cualquier tipo de libros.
fuente: recibido directamente del Autor, al que agradezco.
Lic. Jose Pivín
frente al puerto de Haifa
frente al mar Mediterráneo
1 comentario:
A propósito de Gombrowicz y Buenos Aires no perderse la genial puesta en escena de Trans-atlantico en el Teatro Cervantes hasta este fin de junio. Cito http://www.alternativateatral.com/obra15355-transatlantico : "En la versión teatral de Dezillio y Blanco, el escritor polaco que en escena interpreta Gustavo Manzanal es el protagonista. Aparecen aquí las dualidades que plantea el texto: sentimientos nacionales-sentimientos adversos, juventud-madurez, yo-nosotros y, por cierto Polonia-Argentina (dos patrias). Son estas las motivaciones fundamentales y el nudo de la puesta".
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