"Concurso mucho, todo lo que puedo"
"Uno escribe, después si eso es cuento, relato, novela... ya es una cuestión extraliteraria", dijo el autor del libro"La Isla", ganador del premio provincial Alcides Greca.
"Uno escribe, después si eso es cuento, relato, novela... ya es una cuestión extraliteraria", dijo el autor del libro"La Isla", ganador del premio provincial Alcides Greca.
Por Edgardo Pérez Castillo
Seleccionado por el jurado que conformaron Hebe Uhart (Buenos Aires), Sonnia De Monte (Mendoza) y Graciela Pacer (Entre Ríos), Carlos Antognazzi se convirtió en el nuevo ganador del premio Alcides Greca en la categoría de obras editadas.
Nacido en Santa Fe en 1963 y radicado en Santo Tomé desde hace más de tres décadas, el autor cuenta con un extenso listado de publicaciones no sólo en el género de relatos, habiendo editado novelas, poemarios y ensayos.
En ese marco, su libro Al Sol fue distinguido dentro del certamen provincial, donde logró además una mención especial por su cuento "Avanzada terrestre".
Sin embargo, y a diferencia de Analía Giordanino --ganadora en la categoría inédita y entrevistada por este medio una semana atrás--, Antognazzi comenzó a publicar sus obras con veinte años, a sólo seis de que iniciara su relación con las letras, según narró a Rosario/12: "Empecé a escribir a los 14, en la adolescencia, que es cuando todos empiezan a escribir.
Cuando empecé la escritura era algo personal, pero más o menos a los 17 o 18 años entré en un taller que se armó en Santo Tomé. Tuve suerte de encontrar un buen coordinador que me inculcó la lectura de un montón de nombres, y después yo mismo empecé a coordinar talleres, algo que todavía hago en Santo Tomé y Santa Fe.
Entonces en la medida en que la escritura se fue haciendo más importante para mí le fui dedicando más tiempo, empecé a concursar y entonces la publicación fue bastante natural, como un paso más".
Los premios, en tanto, también llegaron pronto en la trayectoria de Antognazzi, que en 1984 obtuvo el "Diego Oxley", un año después el "Mateo Booz" y su primer "Nacional de cuento" en 1986.
Desde entonces, sostuvo un espíritu de participación que mantiene hasta estos días: "Siempre estuve concursando y después a medida que el trabajo empezó a hacerse más profesional (por ahí no tanto en el sentido económico, porque estamos dentro de las generales de la ley con lo que es el arte en este país), cuando empecé a dedicarle más tiempo a la lectura y la escritura, empecé a buscar concursos más importantes.
Lo que significa básicamente dos cosas. Una es que por ahí te presentás en un montón de concursos en el año y no pasa nada. Y la otra es que cuando metés un premio, es un premio que sirve mucho. De hecho construí mi casa con el premio Tiflos de novela que gané en España en el 2005".
Finalista además del Premio Nacional de Literatura de la Secretaría de Cultura de la Nación (promoción 1993-1996) y declarado "Santafesino Destacado" por el Concejo Municipal de la capital provincial, Antognazzi encuentra incentivo en los galardones obtenidos, pero desarrolla sus textos desde el puro placer escriturario.
"Yo escribo porque me gusta y, por más que no sean cosas graciosas o cómicas las que escribo, me divierte escribir, y más que todo reescribir --apuntó--. Y una vez que tengo el trabajo terminado veo dónde lo puedo presentar, ya sean cuentos, novelas, poemas.
Concurso mucho, todo lo que puedo. Entre otras cosas porque es la forma que hoy por hoy uno tiene para publicar. Acá no hay editoriales grandes, que sí están en Buenos Aires, pero si mandás algo por correo te ignoran.
Lo que queda es meter algún concurso para ver si sacás algunos pesos para poder editar o que, directamente, implique la edición de la obra".
Y si bien este último reconocimiento está destinado a su producción de cuentos, Antognazzi no se ata a género literario alguno, algo que comenzó a evidenciar ya desde sus primeros pasos: "Empecé escribiendo poesía, y después hice simultáneamente poesía y cuento, pero me quedé con cuento.
La poesía la recuperé muchos años después, a partir del año 98. Con respecto a la novela, la primera que hice es una novela corta, que se llama Ciudad, y es la ampliación de un cuento que tiene el mismo nombre y está en el libro Punto muerto del año 87. A mí me parecía que el cuento daba para más y encontré una estructura que me permitía ampliarlo, y a partir de allí una vez que encontraba ciertas estructuras, que armaba un organigrama, armaba una novela".
"Ya tengo varias novelas escritas, y se dio con mucha naturalidad. Porque no es que me propusiera escribir una novela, sino que en esa primer experiencia quería escribir algo más largo.
A partir de allí eso se ha dado con naturalidad, porque siempre me manejé con mucha libertad en cuanto a los géneros. En realidad es algo que procuro inculcar también en el taller, para que no se encasillen con los géneros, que son medio artificiales.
Uno escribe, después si eso es cuento, relato, novela corta, nouvelle, novela, prosa poética, ya es una cuestión extraliteraria", agregó el autor.
Lo certero es que, a partir de la realidad editorial en el interior del país, los concursos aparecen casi como el único recurso para que los escritores puedan acceder a una publicación, según concluyó el último ganador del Alcides Greca: "No descarto de pronto mandar un original a una editorial, lo hice en algún momento, pero los concursos son una cuestión fundamental.
Si vas a esperar solamente la editorial publicar me parece casi una quijotada".
Fragmento de "Al sol"
Por Carlos Antognazzi *
- Era grande como una casa -dijo el tipo entre los huecos que dejaban los dientes faltantes-. Algo nunca visto.
No quería ser descortés en mi primera visita y suponía que escucharlo era parte del ritual. Ana estaba en la playa y yo había decidido pasar un rato en el bar del morro, gozando de la brisa y la vista sin quemarme en exceso. Delante nuestro había una mesa enclenque, y más allá y abajo la playa y el mar. La luz era intensa, y me había dejado los lentes puestos. Bebí un trago de lo que me habían servido. Lo único reconocible era la rodaja de limón y el hielo. El tipo había pronunciado el nombre incomprensible de la bebida y el dueño del bar se había marchado a prepararla. Cuando la trajo probé con desconfianza. Tenía una débil semejanza con el ron, aunque no era. Quizás llevaba ron, pero allí también había otras cosas.
- Un cetáceo -dije, mirando el mar.
Me dio cierto orgullo de hombre de mundo utilizar una palabra que suponía difícil para el tipo.
- ¿Un qué? -preguntó.
- Un cetáceo, una ballena.
- Ah -se calmó-. No, para nada. Ese bicho era otra cosa. Más grande, además.
- ¿Más grande que una ballena?
- Enorme -afirmó.
Quizás se vengaba por lo del cetáceo. La vida allí debía ser aburrida y de alguna manera tenían que divertirse. No podían perder la oportunidad del verano, cuando el pueblo se llenaba de turistas. Más allá de las redes y las embarcaciones el mundo era algo brumoso del que no podían esperar nada más que los bañistas en vacaciones. Mientras tanto se dedicarían a prolongar las sobremesas y acortar las tardes de lluvia contando historias.
- No me diga -murmuré.
- Usted no me cree -dijo-, pero era un bicho grande de verdad.
- ¿Y cuándo fue eso?
- ¿En qué época dice usted?
Asentí.
- Hace mucho, cuando la bajante.
- ¿La bajante?
- Cuando el mar se fue para adentro. Quedó una playa enorme, pura arena y piedra nomás. Tuvimos muchos problemas porque teníamos que ir hasta la costa para pescar. El agua estaba cada vez más lejos, ¿se hace idea? Al final nos tuvimos que mudar hasta la orilla. Pero lo mismo, cada tanto había que levantar el campamento y volver al agua, que ya estaba más lejos de nuevo.
A medida que avanzaba se iba distanciando de la realidad para adentrarse en un mundo que seguramente inventaba para cada cliente. Convine en que no era mala idea. Más de un turista se quedaría un par de tragos más para terminar de escuchar. Me pregunté qué ganaría el tipo con eso. ¿Comida? ¿Bebida?
- No me diga -repetí, socarrón, mirando el mar.
- De verdad.
Insistía en contarme una historia que no me interesaba, y se lo dije.
- Disculpe -se retractó.
- Nada personal, ¿entiende? -tampoco quería ser grosero.
- Le contaba por su trabajo nomás.
- ¿Mi trabajo? -me extrañé.
- ¿Usted es escritor, no?
Lo había dicho como si se tratara de enterrador o algo así. Una mezcla de respeto y fabulación, distancia y misterio que me causaron gracia, pero que también me embriagaron suavemente; no estaba acostumbrado a que me lo preguntaran.
- ¿Cómo supo?
- Por su señora. Ella tiene un libro con su nombre, y además usted puso eso en el registro del hotel.
El libro y Ana, Ana y el libro. Una vez más se había encargado de hacer saber que era escritor. Y por las dudas mostraba el libro. Era gratificante, cómo negarlo. Al fin de cuentas el tipo tenía razón: yo también había dado esa profesión cuando firmé el registro.
- Claro -dije tratando de que la satisfacción no se notara-. Muy amable.
El tipo me miró a la defensiva, achicando los ojos.
- Primero pensé que me estaba cargando -expliqué-. Pero ahora veo que quería darme una historia. Le agradezco.
Me levanté para bajar a la playa. Quería nadar un poco antes de almorzar. El tipo me preguntó si quería conocer el resto de la historia.
- Después si quiere la escribe -terminó con una mueca.
Hice un gesto vago con la mano:
- A lo mejor.
- Venga mañana, entonces, y la sigo. Es buena.
Asentí, más anhelando salir del local que por verdadero interés. Afuera el sol era un disco blanco. La sola idea de que debía arriesgarme bajo esa luz me apabulló. Estuve a punto de regresar, pero ya tenía bastante cháchara por el día.
(Del libro homónimo de Carlos O. Antognazzi; Ediciones Lux, Santa Fe, 2002. Premio Provincial Alcides Greca 2007, categoría libro de cuentos editado).
fuente: ROSARIO/12,
30 de Enero de 2007