miércoles, 16 de enero de 2008




Fallece periodista y escritora chilena Patricia Verdugo


lunes 14 de enero 2008, 10:29 AM
SANTIAGO DE CHILE (AP) - La periodista y escritora chilena Patricia Verdugo, conocida por sus denuncias de violaciones de los derechos humanos en plena dictadura, falleció el domingo por la noche víctima de un cáncer, informaron el lunes sus familiares. Tenía 61 años.


Verdugo, Premio Nacional de Periodismo 1997, trabajó en las revistas Ercilla, Hoy y Apsi.


Escritora prolífica e investigadora, se dio a conocer local e internacionalmente con el libro "Los zarpazos del Puma", publicado durante la dictadura del general Augusto Pinochet, en el que narró con múltiples detalles el viaje de una comitiva militar por ciudades del norte y sur de Chile que ejecutó y desapareció a decenas de opositores en los días posteriores a la sublevación castrense de 1973.


La exactitud de los antecedentes aportados por Verdugo en "Los zarpazos del Puma" sirvieron de base para la investigación judicial sobre los crímenes cometidos por la delegación enviada por Pinochet para agilizar juicios contra los opositores. La comitiva se movilizaba a bordo de un helicóptero Puma del ejército.


El libro fue prohibido, pero circuló clandestinamente con un enorme éxito de ventas.


"Ella encarna aquel periodismo comprometido con una causa y dedicó su vida a investigar sobre el terrorismo de Estado y las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, Es una pérdida enorme para el país", dijo la presidenta de la Agrupación de Detenidos Desaparecidos, Lorena Pizarro, a radio Cooperativa.


Verdugo fue dirigente del Colegio de Periodistas y recibió el premio María Moors Cabot, entregado por la Universidad de Columbia en Estados Unidos.


Otros de sus libros son "Una herida abierta", centrado en los detenidos desaparecidos chilenos; "André de La Victoria", "Rodrigo y Carmen Gloria: quemados vivos", "Operación siglo XX", "La Casa Blanca contra Salvador Allende" y "Bucarest 187", que narra la muerte de su padre a consecuencia de las torturas a las que fue sometido por agentes del Estado en 1976.




LA PRENSA/David Mesa





Las zancadillas de la CIA


El 11 de septiembre de 1973 , Augusto Pinochet dio un golpe de Estado al presidente Salvador Allende. En 1998 el juez español Baltasar Garzón lo procesó por los delitos de genocidio, terrorismo y torturas.

por HERMES SUCRE SERRANO

mailto:hsucre@prensa.com


Patricia Verdugo cuenta cómo la Casa Blanca estuvo detrás de la caída de Salvador Allende. El martes, 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, Patricia Verdugo Aguirre, periodista y escritora chilena, se coló entre la angustiada multitud para ver a las torres gemelas arder como dos faros malheridos. El impacto la aturdió y en segundos su mente regresó a la pesadilla que vivió Chile 30 años antes, un martes 11 de septiembre, cuando un complot del Gobierno de Estados Unidos derrocó al presidente Salvador Allende.


Patricia, quien se encontraba en la “gran manzana” para presentar su libro Chile, Pinochet and de caravan of death hundió sus pensamientos en un pasado tan negro como las infernales columnas de humo que oscurecían el cielo de Manhattan. Recordó cuando Nemesio Antúnez, director del Museo de Bellas Artes de Chile y un grupo de artistas subieron al edificio de la galería para observar los aviones de guerra que, como una bandada de buitres, se lanzaban contra el Palacio de la Moneda. A lo lejos veían cuando las mortíferas crucetas de acero bajaban en picada y demolían con sus bombas la arquitectura del histórico palacio.


Patricia, con 25 años, vivía a cinco cuadras de la casa de Allende. “Yo estaba boquiabierta; no podía creer que esto estuviera pasando en Chile”, comentó.


Cargaba un hijo en cada brazo. Los chiquillos saltaban con el estruendo de las bombas. La Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos había “despertado los demonios que todos llevamos adentro”. Chile ya no volvería a ser el mismo. El terror es cosmopolita


Mientras las torres gemelas se derrumbaban como castillos de arena sacudidos por las olas, Patricia percibía cómo el terror doblaba los cuerpos de los neoyorkinos, como si quisieran proteger sus corazones de una fuerza extraña. Era una réplica de la tragedia chilena.


Como periodista, Verdugo entendía lo que había detrás de la multitud: El pánico de la gente buscando por todos lados, el nuevo avión que se deja caer, el compartir el dolor con ellos, prender velas en las esquinas, entonar cánticos religiosos por las víctimas, abrazarse con gente desconocida que sollozaba sola en las esquinas, el mirar los rostros de las personas que estaban debajo de las leyendas de missing (desaparecidos), las familias que clamaban por una pista de su gente.

Todo era una síntesis brutal del dolor humano, igual al vivido en Chile.
Patricia se sobrepuso al espanto para preguntarle a los neoyorkinos si sabían que ese mismo día (en 1973) su pueblo había sufrido una historia trágica muy parecida.


Preguntó si tenían conocimiento que Estados Unidos utiliza sus impuestos para intervenir en otros países. Todos ignoraban la conjura de la CIA contra Allende. “Eso fue lo que engatilló mi obsesión por escribir el libro Allende: cómo la Casa Blanca provocó su muerte , anotó.



Antes que la CIA iniciara la cacería de Salvador Allende, supuestamente por intentar entronizar un régimen comunista en el cono sur, Chile era un país tranquilo, organizado, con una conciencia social muy fina, con dos Premios Nobel: Pablo Neruda y Gabriela Mistral, dos poetas gestados en el espacio popular.


Allende practicó un socialismo democrático, con pleno respeto a la prensa, al sindicalismo, a la libertad de asociación. Mientras los Estados Unidos y la Unión Soviética se repartían, con escuadra y lápiz, el mapa del planeta, Allende quiso hacer un experimento político independiente de los dos bloques de poder de la llamada Guerra Fría. Es falso, aseguró Verdugo, que Allende estuviera vinculado a la Unión Soviética, porque a los rusos nos les interesaba otra Cuba en América, menos cuando sostener la isla les costaba un millón de dólares diarios.


La conspiración


La cacería de Allende la inicia una “dupla mortal” compuesta por el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, y el Secretario de Estado, Henry Kissinger. “Nixon era tan estúpido que confunde a los Estados Unidos con una banana república y cae en el sonado caso del Watergate; pero Kissinger no era estúpido”, sostuvo Patricia.


La CIA destinó más de 10 millones de dólares (una suma alta en 1973) para desestabilizar el gobierno de Allende. Y utilizó la valija diplomática para enviar armas a los asesinos del Comandante de las Fuerzas Armadas, general René Schneider. Después de la salida del general Carlos Prats, Allende “se tiró la soga al cuello” cuando designó al general Augusto Pinochet como jefe del Ejército.


La conspiración de la CIA encontró terreno fértil en poderosos sectores de la prensa chilena, como la cadena de diarios El Mercurio , cuyo dueño era Agustín Edward. La Agencia también cultivó cómplices en la clase política y, con la anuencia de Pinochet, utilizó las fuerzas armadas como un instrumento criminal. Y cuando los militares se vuelven criminales no hay vuelta atrás, tienen que buscar justificación a sus fechorías, como inventarse enemigos.


Verdugo recuerda que las acciones criminales de Pinochet y de sus acólitos enfermaron al pueblo, principalmente a sus jóvenes, quienes se convencen que da lo mismo matar y torturar a sus adversarios políticos si tienen la impunidad que proporciona el poder. “Al final pasa a ser una aspiración tener poder para corromperse, para matar y eliminar a tus contrarios políticos”, afirmó.


La intervención de la CIA creó una maquinaria de poder cruel, que mataría a miles de personas; miles desaparecieron y más de un millón de chilenos salió al exilio. Nadie pensó que del pacífico Chile podía salir un dictador tan cruel y cobarde como Pinochet, que esconde su fragilidad y su miedo detrás de un uniforme.


Verdugo escribió su libro para que las nuevas generaciones tengan conciencia de su pasado, de la necesidad que hay de dejar el individualismo y volcarse al servicio de la colectividad. Es preciso, sostuvo, dejar de jugar a esa especie de baile de Versalles en el que amigos y enemigos comparten escenarios como si nada hubiera pasado. Los pueblos que olvidan su pasado se convierten en insanos, inhábiles, amnésicos, inválidos. No se trata de buscar venganza ni de alimentar rencores, sino de ser justos, porque si no hay justicia en la violación de los derechos humanos se da paso a la corrupción. Los jóvenes han comprendido la misión de Allende, desde mucho antes que se suicidara en medio de los ataques contra el Palacio de la Moneda.


Hoy Allende es un hombre que se ha dimensionado en todo el mundo, que se le rinde homenaje con libros, estatuas, nombre de plazas, de calles, conferencias. Por contraste, Pinochet es un hombre que vive enjaulado, prisionero de una locura simulada para obtener impunidad. No puede hablar ni pronunciar discursos públicos.


Vive rodeado de guardaespaldas y cada vez que tiene que salir lo hace en tres Mercedes Benz blindados, de manera que si hay un atentado no sepan en qué vehículo viaja él. Detrás de su coche siempre va una ambulancia; vive rodeado de escoltas. No habla de su poder porque no lo tiene; el miedo lo tiene encarcelado.
Cada retrato de Allende es una fuente de inspiración para la juventud que cree en la libertad, mientras que cada guardaespaldas de Pinochet es un barrote de una cárcel invisible. El dictador tiene terror que le hagan a él lo que le hizo a los demás.


Patricia Verdugo es una convencida que el miedo es el gran detonante de la violencia, por eso naciones como Estados Unidos, que sin escrúpulos patrocina la tragedia de otros países, como Chile, vive en medio del temor. Un temor que, coincidentalmente, ambos pueblos seguirán rememorando en la misma fecha: 11 de septiembre. Solo que con 30 años de diferencia.


“¡A investigar, sin tembladera!”


Patricia Verdugo Aguirre pasó su infancia en casas que eran muy frías durante el invierno, así que meterse en la cama con un libro era todo un deleite. Y como no había piscina en el patio, así es que “hacerle el quite al calor con un libro a la sombra era la mejor solución”.


Su primer libro fue Detenidos Desaparecidos, una Herida Abierta; un libro prohibido por los militares. Sin embargo, los chilenos lo conocieron porque miles de ejemplares circularon en los circuitos clandestinos.


Verdugo Aguirre se graduó de periodismo en la Universidad Católica de Santiago de Chile. Tiene 55 años, es una mujer morena, de baja estatura, pero gigante en sus valores humanísticos. Luce una cabellera blanca totalmente, es de modales finos, elegante en el vestir y directa en sus argumentos. Proviene de una familia de clase media profesional bastante representativa del país mismo; una familia católica conservadora, con una fuerte necesidad de promover la justicia social. Su padre, Sergio Verdugo, era social cristiano y su madre se llama Carmen Aguirre. Tuvo 5 hijos, dos de ellos murieron pequeños . Está casada con el pintor Oscar Jadue. Vive en Santiago de Chile.


Es una convencida de que “hacer periodismo de verdad, por todos los medios, incluyendo libros conlleva riesgos, porque la información no es un privilegio de los periodistas: es un derecho del pueblo”.


Es autora de 16 obras entre las que sobresalen Quemados Vivos, Interferencia Secreta, Los Zarpazos del Puma, Bucarest 187, Caravana de la Muerte: Pruebas a la Vista, Chile, Pinochet and the caravan of death, El Enigma de Machu-Picchu y el último titulado: Allende: Cómo la Casa Blanca Provocó su Muerte.


Entre las distinciones que ha recibido sobresalen el Premio Nacional de Periodismo (Estado de Chile, 1997), Academia Chilena de la Lengua (1996), Comisión Chilena de Derechos Humanos (1994) y el Premio María Moors Cabo (Columbia University, Estados Unidos, 1993), el mayor galardón que se otorga en Estados Unidos a un periodista extranjero.


En el libro Allende: Cómo la Casa Blanca provocó su muerte, se revelan los hechos, planes y conspiraciones contra el presidente Salvador Allende, antes y después que asumiera el poder. Basó la investigación en más de 17 mil documentos desclasificados de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), el Informe Church y los testimonios de los principales protagonistas de los hechos que cambiaron la historia de Chile.


“Uno no hace estos trabajos por nostalgia o por el dolor de ir al pasado, sino para que los jóvenes se enteren de la verdad”, afirmó.


Los periodistas tienen que vencer el miedo a meterse en aguas profundas y convertirse en fiscales perseverantes para encontrar qué hay detrás de las acciones de los poderosos, porque esto afecta muchísimo la vida de los ciudadanos. “¡A investigar, sin tembladera!”.


fuente: LA PRENSA- PANAMA- 2003

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