¿Qué significa un decenio en la existencia de una persona? ¿Cuánto representa para el quehacer de un artista el transcurrir de apenas algo más de diez años?
En la vida y trayectoria creadora de Ernesto Villanueva Morera tales interrogantes encuentran respuestas plenas de vivencias y realizaciones puesto que, en un abrir y cerrar de ojos, se ha convertido en un representante de la plástica cubana contemporánea a tener en cuenta siempre que se intente hacer una valoración sobre el tema.
Es sabido que cuando se escribe se asume cierto grado de responsabilidad dado que —de pronto— el autor se convierte en alguien que sin proponérselo pretende modelar el pensamiento de otros. Por tal razón, en este caso sólo abriré vías y delinearé algunas ideas acerca de los motivos que le han servido de inspiración; de las corrientes estéticas a las que se ha afiliado; de las técnicas utilizadas…
Si se atisba en el camino recorrido por este aún joven creador, es sorprendente apreciar cuánto ha podido hacer desde que, en 1995, presentara la exposición «Bosquejos de colores», justo en la galería de la Villa Panamericana al este de La Habana, cuyo nombre honra a uno de los grandes de la pintura cubana: Mariano Rodríguez.
Con tal muestra, Ernesto —simplemente, como le llaman familiares y amigos— dio inicio a la primera de las tres etapas por las que ha transitado su obra, según coinciden en clasificarla quienes con distintos objetivos se encargaron hasta ahora de examinar toda su producción sin excluir al propio pintor, grabador y ceramista.
A propósito, me permito retomar la cita del pintor francés calificado de padre del arte moderno Paul Cézanne (1839-1906), como hiciera en una conferencia el reconocido crítico cubano de artes plásticas, Guy Pérez Cisneros: «Pintar no es copiar lo objetivo, sino solamente realizar nuestra pequeña sensación». Publicada por la memorable revista —dirigida por José Lezama Lima— Espuela de plata, en el número correspondiente a octubre-noviembre de 1939, en la disertación Pérez Cisneros llamó la atención sobre la «palabrita» nuestra la que, de acuerdo a su interpretación, indica la presencia del yo, «del hombre que viene a ordenar la naturaleza informe y caótica» .
En sus primeros cinco años de creación, tal como indican los títulos de las diez exposiciones de entonces (en espacios de Cuba, España, Francia, Suiza y Estados Unidos), Ernesto asume el tema de las ciudades, ofreciendo un «ordenamiento» muy personal de la arquitectura, en específico de La Habana.
Avalan esta opinión los cuadros de la serie «Ciudad rota» Azul la mañana es azul y Colores del atardecer; de la serie «Ciudades fusión» las obras De blanco a rojo, Rosa perla y Techos en la ciudad todos realizados en el año 1998, así como Transparencias en la ciudad, correspondiente al siguiente 1999.
Al enjuiciar su trabajo de ese lustro, el pintor considera que hay «un agresivo manejo del color, con predominio de los primarios» . Y aquí se nos hace imprescindible recordar que para un erudito en la materia como fue José Martí, «el color es el alma», según señala en una de sus crónicas sobre arte escritas en 1880 para la revista The Hour de Nueva York.
Por eso, estos óleos de Ernesto, en técnica de espatulado y con preponderancia del formato mediano «…pueden considerarse muy gestuales, algo naïf, con una frescura que conservan, a pesar del tiempo». Sin embargo, evolucionan ya hacia lo que constituyeron sus primeras obras abstractas.
La llegada del nuevo milenio marca el comienzo de una segunda fase creativa que significó la puerta de entrada a la abstracción, entendida como exaltación de la fuerza de los tonos y el uso de figuras geométricas. Precisamente la galería habanera La Acacia —devenida albacea de este creador y su representante en varias ferias internacionales— acogió en 2001 la exhibición «Laberintos en el tiempo» que abre dicho período de cuatro años. «Fueron series cortas, compuestas de 10 a 15 cuadros», rememora el artista al precisar que cada una de ellas aborda un tema específico: laberintos, bicicletas…
También inaugura la utilización de metales e instalaciones directamente sobre telas; depósitos… y por último hay innumerables obras geométricas que aluden directamente a los grandes maestros norteamericanos Barnett Newman (1905-1970) y Jackson Pollock (1912-1956) de quienes Ernesto Villanueva Morera se declara deudor.
Como tampoco excluye la influencia —conciente o inconciente— de dos figuras fundamentales del arte pictórico cubano en la década de los años 50: el rumano Sandu Darie (1908-1991) que, radicado en Cuba desde 1941, es reconocido por su importancia fundacional en el movimiento geométrico mundial; ni de la cubana Loló Soldevilla (1901-1971), cuyas creaciones estaban enmarcadas dentro del abstraccionismo, en su empeño por «crear una nueva realidad pictórica y convertir al cuadro en un objeto en sí mismo» .
En opinión de Ernesto, las piezas de este segundo período cuentan con un sustrato conceptual. Así, el conjunto de los laberintos desafía las dudas ancestrales sobre el tiempo y su inalterabilidad; el de las bicicletas refiere la falta de capacidad de un individuo para él solo llevar en sus espaldas los insolubles problemas del mundo…
Las instalaciones, en tanto, señalan la esencia misma del poder y de los que están «arriba». Al decir de Manuel Fernández Figueroa, especialista en arte y gran conocedor de la obra de este artista: «Vivir arriba es un acto de fe consagrada. No se vive arriba por causa de un poder político lo material. Se vive arriba por haber alcanzado el poder de satisfacer el espíritu, logrando lo que otros con más no han podido lograr» .
Especial atención merece la serie «Lee Krasner se venga de Pollock». Exponente del expresionismo abstracto, Krasner (1908-1984) relegó la carrera e intereses propios por dedicarse a cuidar y promover a su esposo Pollock con quien estuvo casada desde 1945 hasta mediados de los 50 cuando él falleciera en un accidente automovilístico.
Aunque «sugiere la necesidad de hacer que el orden se imponga sobre el caos para humanizar al mundo», al contemplarla es imposible dejar de sentir que pudiera tratarse de la estabilidad que ella quiso llevar a la vida del considerado uno de los pintores más importantes de Estados Unidos del recién concluido siglo XX, creador de técnicas como el splashing o el dripping, consistentes en lanzar pintura al lienzo o dejarla gotear encima de éste (action painting), sin utilizar dibujos ni bocetos.
Cuando veo las realizaciones de Ernesto en esta presente etapa que comienza en 2006, no puedo sustraerme a la idea de su condición de ingeniero en electrónica ¿Y esta perfecta simetría en la utilización y estructura de figuras geométricas acaso no será un remedo del complejo micromundo de la electrónica?
A juicio suyo, «se alejan totalmente de lo que suele catalogarse como comercial; tienen un manejo más sofisticado del concepto para acercarse a las corrientes geométrico-abstractas poscontemporáneas y, desde el punto de vista evolutivo, están referenciadas con importantes artistas de otras partes del universo».
Hay tres momentos en el año 2006 de crucial significación. Primero, haber engrosado la lista de cien pintores incluidos en la primera Subasta de Arte Latinoamericano en España, auspiciada por el experimentado Fernando Durán; y luego, las exposiciones «Le Retour» y «Obra reciente» instaladas en el Palacio de los Congresos y la Cultura, Le Mans (Francia); y en Foyer European, Parlamento Europeo (Luxemburgo), respectivamente.
A pesar de resultar un lapso de discreta producción, hay mucha intensidad en lo realizado. Un ejemplo fehaciente es el inmenso mural de cuatro paneles (más de 25 metros cuadrados) que, diseñado en La Habana, confeccionó en 2007 en Zurich, por encargo de la inmobiliaria Havona, y que fuera colocado en el vestíbulo principal del complejo arquitectónico en la pequeña localidad suiza de Wildhaus. La obra comienza con una ciudad y termina en otra; utiliza elementos geométricos, abstractos, coloristas… Para el pintor fueron jornadas en las que trabajó sin parar, en las que «perdió la noción del tiempo: confundía la noche con el día…»
Tras recorrer los 12 años de creación, coincido con los criterios que hablan del dominio por Ernesto de los misterios de la paleta; de su manejo de la luz; del dibujante que se atisba en esa manera suya de hacer que, más que abstracción, es disponer el espacio y las figuras, en un orden proporcional, con una discutible arbitrariedad.
Conceptualizar el estilo —muy cercano al arte abstracto— de este creador, es describir sus cuadros, que se me antojan son el resultado de un complejo proceso mental de selección de elementos de nuestra realidad, de establecimiento de nexos esenciales de hechos y procesos del mundo circundante… Estamos ante una expresión de arte minimalista, sin dudas.
Para validar la —tal vez controvertida— obra de Ernesto Villanueva Morera me permito finalizar con una cita de la ensayista, poetisa, y crítica cubana, doctora Mirta Aguirre (1912-1980) a quien, por demás, tuve de profesora en mis años universitarios: «La verdad es multiforme, y multiforme son los procedimientos que permiten encontrarla. Y como por una parte nunca se la tiene del todo, y, como por otra parte es forzoso proseguir buscándola perpetuamente, no deja de ser gnoseológicamente peligroso considerar lícito el viaje hacia ella sólo por los caminos trillados» .
María Grant
Editora Ejecutiva de Opus Habana
CLAVES CULTURALES DESDE EL CENTRO HISTÓRICO
NRO.8/2008- LA HABANA-
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