Por CristinaCastello
Borges la descubrió en
su mirada de niña cuando ella andaba en puntillas por su adolescencia. La niña
lo había elegido para estudiar con él inglés antiguo e islandés. Y los
unió el misterio: la única certidumbre, según Paul Gauguin. El misterio del
amor y del arte, «forever, and ever... and a day».
La escritora María
Kodama fue compañera durante muchos años y luego segunda esposa del autor
argentino más universal. Publicó en colaboración con él, entre otras obras, Breve Antología Anglosajona (1978) y Atlas (1984),
fruto uno más de los viajes de la pareja alrededor del mundo. María
fue también un gran soporte de la actividad literaria y personal de Borges, y
lo ayudó en la dirección de su colección «Biblioteca Personal», que en
Argentina se publicó de manera incompleta, por la muerte del escritor.
En este diálogo, no sé
si es María quien me cuenta de él o si es Jorge Luis Borges -unidos los dos en
el misterio- quien habla en la voz de su amada, desde el «jardín secreto»
que ambos tuvieron: el Universo.
¿Borges era un universo?
Borges era como
Leonardo da Vinci, complejísimo y lleno de matices, con inteligencia fascinante
e imaginación enorme. ¿Sabe?...Me gustaba su cráneo de conejo y verlo reír,
porque... era como un cachorro de tigre al sol, una imagen de mucha belleza.
Cómo muchos
enamorados, ¿él tenía algún apodo para usted?
Me decía «Ulrica», que
es un nombre nórdico que quiere decir «osita».
«Sentí en el pecho un doloroso latido,
sentí que me abrazaba la sed», escribió en «El Inmortal». ¿Cuál era la sed de
Borges?
La poesía.
¿Estaba poseído por
los dioses, según definió Platón a los poetas en el Fedro?
Sí, por ese espíritu
que hace que el poeta pueda ser una especie de intermediario de aquello por lo
que es poseído: el «daimon».
En su casa de la Rue
Ferdinand, en Ginebra y muy joven, era desdichado y, para serlo más, leía a
Dostoievski; pero en 1916 descubrió a Whitman y sintió vergüenza por su
actitud... ¿La función chamánica de la poesía lo despertó a la dicha?
Claro, por la visión
maravillosa y vastísima de Whitman y por la literatura que creó a través
de la poesía. Porque, como bien decía Borges, uno tiene que escribir dentro de
una armonía y un equilibrio; es necesario saber las reglas de la construcción
de un soneto para poder ignorarlas y recién entonces intentar el verso libre.
Si no... uno tendría que haber nacido Whitman.
Según Philippe Brenot,
«talento» significa conocerse a sí mismo y saber que se ha sido conducido a tal
o cual idea concreta; y «genio», que nunca se sabe a dónde se llegará, pues se
obedece a un terrible impulso. Borges, ¿genio y talento?
Borges era una persona
genial... única, pero yo no coincido con la definición de Brenot. Para mí la
genialidad es un «plus» al talento: es introducir un cambio radical dentro de
la historia. Se puede tener mucho talento sin ser genial: sin crear.
No habrá sido fácil
ser la mujer del escritor argentino más universal... de alguien que es
patrimonio de la humanidad...
Mire...yo nunca sentí
eso con Borges. Me hubiera quedado petrificada. Comencé con él una relación de
maestro-discípula cuando era muy niña, y entonces era como... desenfadada,
y le hablaba de un modo fresco y espontáneo.... si hasta le discutía sobre
autores y cosas insostenibles para mí entonces. Pero quise conocerlo, porque
las obras suyas que me habían leído me hicieron sentir una hermandad en el
misterio.
¿Y qué sentía Borges
frente su desenfado?
Lo divertía. Sabía que
yo no era obsecuente, como la mayoría; y que prefiero pensar que el destino no
existe para no perder mi libre albedrío, incluso a costa de ser prisionera de
mi libertad. Soy libre como un animal en la selva... aun con su genialidad.
En el siglo XIX se
renovó la idea del genio. En Alemania, Klinger y Schiller se opusieron a la
filosofía de la Ilustración e intentaron imponer la estética espontánea para la
creación. ¿Era así Borges?
Sí, pero sólo para
empezar a escribir, pues su búsqueda de perfección lo llevaba a hacer infinitas
correcciones. Él consideraba que tenía que trabajar sobre los sueños, sobre lo
espontáneo que surge del inconsciente.
En sus sueños había
pesadillas?
A veces... y cuando
despertaba veía si sus sueños podían o no servir para que escribiera; el
segundo paso era pensar si les daría forma de cuento o de poema.
Y no bien se
levantaba, tomaba un baño de inmersión y empezaba a dictarle sus textos, ¿no es
así?
Sí, a mí o a otras
personas: periodistas o estudiantes que lo visitaban. Pero no se quedaba en el
impulso: retomaba los textos por la tarde y pulía y corregía en cada revisión,
hasta... bueno... ¡hasta siempre!
¿La «creatividad» de
Borges lo era en el sentido de la lingüística generativa de Chomsky, en cuanto
a la capacidad innata de los humanos para generar lenguajes hasta el infinito?
Sí, él generaba
lenguajes, pero, como le dije, no se conformaba con lo primero que hacía. Así
es que, sobre todo con la prosa, provocó un giro en la forma de narrar de la
lengua española. Es decir que las dos grandes revoluciones que se produjeron en
este idioma partieron de América; una, con el modernismo de Rubén Darío y la
otra, con Borges y el cambio radical que impuso en la narrativa, cambio que
está cimentado en su bilingüismo, en su concisión y en su lectura crítica,
desde muy pequeño.
Fue un escritor
prodigioso.
Creo que esencialmente
es un poeta y que lo prodigioso en él fue sentir desde muy pequeño cuál
sería su destino...
... Y fue niño
prodigio. A los siete años escribió en inglés un resumen de la mitología
griega; a los ocho, el cuento «La visera fatal», inspirado en
un episodio del Quijote; y a los nueve tradujo del inglés «El
príncipe feliz» de Oscar Wilde...
Sí...y cuando se
publicó «El Príncipe Feliz», muchos pensaron que era una traducción hecha por
su padre.
Su padre.... No olvido
que a Borges siempre le pareció oír su voz cuando le recitaba de memoria, en
inglés: «Tú no has nacido para la muerte, /¡inmortal pájaro!», de John Keats. Y
que aquellas palabras le revelaron la poesía...
Sí... Keats fue
importante para él por eso, pero le gustaba más la épica y, sobre todo, la
anglosajona de los siglos IX y X, y las baladas inglesas. También Emerson y
Browning y... ¡Walt Whitman!
Decidió ir a Ginebra
para morir. ¿No tenía miedo?
No, porque no le
gustaban las cosas dramáticas o -como él decía- sentimentales. Borges vivió de
manera natural también la muerte: como todos los días, como siempre. Era una
persona estoica.
En su lápida dice, en
anglosajón: «And Ne ForhedanNa», esto es, «Y que nada temieran». ¿No
temía?
No, porque él lo tomó
como una aventura y como un lugar donde satisfaría su curiosidad sobre los
misterios de la vida... Quería saber si había algo o no después de ella.
Pero es casi sobre
humano no tener miedo a la muerte...
Bueno, como usted
sabe, él tenía una manera de sentir un poco oriental, por todo lo que había
leído sobre esa filosofía, sobre budismo, zen y sintoísmo. ¡Eso es la
sabiduría...! Saber disfrutar de lo que nos acerca la vida. «Qué importa el
tiempo sucesivo / si en él hubo una plenitud / un éxtasis, una tarde...»,
escribió en Fervor de Buenos Aires.
¿Tuvo en toda su vida
esa misma disposición para cruzar el umbral, hubiese lo que hubiese al otro
lado?
Sí, la tuvo en toda su
actitud. Por otra parte, el hecho de haber estado siempre contra la corriente
indica un valor muy grande.
María, ¿Borges la amó?
Yo creo que sí, ¿no?
¿Y usted lo ama? ¿O lo
amó?
Lo amo.
Hace un momento el
camarero del bar donde tenemos esta conversación la descubrió: «Usted es la
mujer de Borges», le escuchamos. Y en alguna de las entrevistas que
hicimos anteriormente, me dijo: «No soy la viuda de Borges; soy el amor de
Borges». Habló en presente, como muchas veces en esta charla. ¿Los une el
Infinito....el «ansia de absoluto», según expresión de Louis Aragon?
Yo creo que cuando uno
encuentra la mitad del alma, es para siempre. For ever and ever… and a
day.
¿Borges fue generoso
con todo lo que contiene la vida?
Sí, y también con los
misterios de la vida.
Sin embargo, no parece
haber dado importancia a algunos escritores. A Julio Cortázar, por ejemplo, a
quien también le fascinaba la literatura fantástica.
Se equivoca, porque
Borges sabía que era un gran escritor. Él lo descubrió y lo llamó al segundo
día de que Cortázar le dejara «Casa Tomada», para que lo leyera; y le dijo que
lo iba a publicar y que su hermana Norah lo ilustraría.
Pero la relación de los
dos no continuó... ¿Por qué?
Cortázar se fue de
Argentina, pero después se reencontraron en el Museo del Prado.Cuando lo
vi...con su figura inconfundible, yo estaba delante de El perro
semihundido, de Goya, uno de mis cuadros preferidos. Y entonces se lo dije
a Borges, y él me preguntó si yo quería saludarlo, y yo le contesté que sí...
si él quería. «Sí, claro...¿porqué no?», me dijo.
Tuvo usted a «sus» dos
escritores juntos y unidos por el arte.
Sí! Y en el mismo
momento Cortázar -un escritor más que consagrado en aquella época- vio a
Borges, y entonces se acercó, y fue divino, y maravilloso, y único... uno de
esos instantes irrepetibles que nos regala la vida. Cortázar le recordó que le
había llevado su primer cuento, y destacó la generosidad de Borges con él. Y
Borges rió y le dijo: «Bueno, no me equivoqué, fui profético».
Usted me transmite la
magia de aquel encuentro...
Sí, fue mágico... ¡ésa
es la palabra! Tenía conmigo a dos escritores a quienes yo admiraba y amaba...
¡Y delante de ese cuadro! Goya-Borges-Cortázar y El perro semihundido:
fue algo perfecto.
Sin embargo, suele
presentarse a Borges y a Cortázar como dos polos opuestos de la literatura
argentina; y Cortázar no es recordado como merecería por la gran crítica,
salvo en 2004, por el aniversario de su muerte...
Yo creo que eso es una
suerte de purgatorio por el que pasan todos los autores... Después que mueren
su obra vuelve a surgir. Y aquí es donde más se distingue un best-seller de
la obra de un creador.
«Yo parezco
haber nacido para no aceptarlas cosas tal como me son dadas», escribió
Cortázar. Fue un escritor comprometido...
Sí, estuvo
comprometido como persona, pero no en toda su obra; tiene cuentos de literatura
fantástica que no están politizados y obras que sí lo están.
¿Y qué pensaba Borges
y qué piensa usted de El libro de Manuel?
No leí El
libro de Manuel. Leí Rayuela y me pareció una cosa
fascinante, como un juego, y también Los Premios es
fantástico. Es extraordinario cómo
-después de vivir
tantos años lejos de su país, y con otro idioma- logró conservar el lenguaje de
Buenos Aires.
Cortázar fue distancia
y soledad; amor, nostalgia y dolor de Buenos Aires, así como su silencio con
palabras.
Es verdad, y yo soy
muy lectora de sus cuentos. En «La noche boca arriba» uno de mis
preferidos él mezcla espacio y tiempo, de una manera extraordinaria;
y también lo hace enProsa del Observatorio, en realidad una nouvelle,
una prosa poética fascinante. Esa es la parte suya que más me interesa.
María: año 1981 y dos
actitudes. Cortázar en el Centro Cultural de la Villa de Madrid y aquel texto
suyo sobre el poder de las palabras; y Borges, quien clamaba por «cien años de
dictadura militar», mientras desaparecían miles de personas en Argentina.
Sí, pero Borges
también estaba muy comprometido con lo que él pensaba.
¿Qué pensaba?
Pensaba lo que
publicó, dijo, se discutió, se le criticó y por lo cual se lo sigue criticando,
a diecisiete años de su muerte. Pero él había creído que aquello era lo mejor.
Lo que él sintió, lo sintió. Y cuando vio que no funcionaba lo que él había
defendido, cambió. Es decir: no era rebaño ni era hipócrita. Era coherente y
nunca se traicionó, no medró, ni coqueteó con unos u otros para conseguir
cosas. Y eso me parece extraordinario.
¿Usted coincidía con
sus opiniones?
No, diferíamos mucho y
discutíamos. Pero lo admiré porque fue honesto.
¿Fue por influencia
suya que él recibió después a las Madres de Plaza de Mayo y se conmovió con
ellas?
Las recibió, pero no
sé si yo influí. Sólo le dije que soy pacifista y que lo peor que hay es
utilizar el Poder para el mal.
Ahora hace usted una
reedición de su obra, que incluye textos dispersos en diarios y revistas. El
mundo se lo agradecerá...
Mire...yo creo que
será importante para profesores, estudiantes y escritores, porque la obra de
Borges es una lección de estilo. Permitirá ver el revés de la trama de lo que
siempre hizo él: la reelaboración permanente, sobre todo de su obra poética.
¿Publicará «Los salmos rojos», que Borges
escribió a sus diecisiete años y enamorado entonces de la Revolución Rusa?
No. A los veinte años
Borges destruyó el libro donde está ese poema, porque al principio creyó que la
Revolución bolchevique elevaría el conocimiento y las condiciones del pueblo.
Pero cuando vio que los jerarcas de entonces querían ocupar el lugar de
los zares, cortó con esa ideología. Para siempre.
Pero «Los salmos rojos» se publicó en la revista
«Grecia» y en alguna otra de España...
Sí, y en un periódico
de Ginebra. Pero lo único que quedó fue el poema «Los salmos rojos», que daba
título a la obra; y lo que quedó... eso sí está.
¿Alguna vez lo vio
llorar?
Sí, cuando conocí el
original de la «Victoria de Samotracia», lloré de emoción, y Borges lloró
conmigo. La visión de esa escultura en un libro fue la primera lección de
estética que me dio mi padre.
¿Cuándo lo oyó reír?
Muchas veces. Mire...
a mí me gusta mucho nadar, montar a caballo y bailar. De niña estudié danzas
clásicas, después empecé flamenco, y con mis amigos bailo rock, salsa... todo
eso. Y cuando Borges me acompañaba a mis clases de baile griego, se divertía
mucho porque -como todos los alumnos se iban a hablar con él- mi profesor le
decía que yo me hacía acompañar por Borges para gozar de unas «clases
particulares».
Tiene usted una
cultura vastísima y sigue estudiando...
Sí, adoro estudiar. Me
serena. Y escribir es para mí como un jardín secreto. Fíjese que Borges decía
que soy como el ojo del huracán: serenidad y silencio cuando todo se arremolina
a su alrededor.
Y eso le gustaba de
usted... ¿Qué más?
Mi relación lúdica con
la vida, que él no había encontrado más que en su abuela inglesa, aunque yo
creo que el lúdico era él. Pero... después de su muerte, quedé durante mucho
tiempo como recortada en un centro de silencio y me sentí en la
mira telescópica. Porque si bien el amor de Borges me protegió, lo que ese amor
despertó en otros me dejó a la intemperie. Y fui acosada, perseguida y
hostigada, aunque no por todos; y sufrí, pero gracias a los horrores, descubrí
en mí un centro de equilibrio. Entonces entendí las palabras místicas de Dante,
cuando en el Paraíso -en referencia a Dios- dice: «El amor que
mueve el sol y las estrellas».
Amor sublime el de
ustedes, pero, ¿y la cotidianeidad...?¿Dónde convivieron, un misterio para
tantos?
En mi casa, y
tomábamos el desayuno, con aroma a café y a naranjas, en algún bar. Yo no lo
preparé jamás, porque no sé cómo hacerlo ni quise aprender.
¿Y cuándo descubrió
usted que él era «su» hombre?
Me di cuenta... en
un avión, donde pasó algo muy especial que me hizo sentir «eso», pero... no se
lo dije. Bueno, por favor, no me pregunte: esto es mío.
Contarlo la
humaniza...
Mire...nos pasó como
en la historia de la mayor de las hermanas y de su muchacho, en la película Sensatez
y sentimientos. Todo era tan victoriano al principio, como la
contención primera entre Borges y yo.
Y como en la película,
¿hubo después un estallido pasional?
¡Ah, no!... del
estallido no hablaré: es mi autobiografía....compréndame.
¿La complicidad entre
ustedes hacía que él le diera a leer sus textos?
Sí, él era muy
personal y me decía, por ejemplo: «Vea, María, vamos a cambiar esta palabra», y
luego... «¿O usted prefiere la otra?». Si yo le decía «la otra» o «ésta», él me
decía: «¿Por qué?». Entonces yo le explicaba mis razones y él contestaba:
«Bueno, voy a pensarlo». A veces aceptaba, y otras veces me decía: «Usted tiene
razón, pero yo prefiero ésta». Éramos muy libres.
Él, emocional y
racional a la vez. ¿Cómo era esa dicotomía?
Esa es, justamente,
toda la fuerza de su vida y de su escritura. Con la sola emoción, no habría
logrado esa precisión del lenguaje.
A ustedes
les gustaban mucho Thomas De Quincey, Emily Dickinson...
...Y Kipling y «La
balada del Oriente y el Occidente». Y John Donne, quien consigue un ritmo y una
musicalidad en cada verso...
«Música», me dice...
¿Como aquella que usted, según me contó en otra ocasión, siente en el desierto?
Sí... ese sonido de
notas lejanas, o el de la arena cuando algún animalito la agita a su paso. O el
del mar, tan potente, que parece que, de pronto, diera la vida; acre a veces y
fuerte; también tiene el olor de un animal y también tiene música.
La música, que parece
unir cielo y tierra…
¡Sí! Y puede desarmar
las pasiones más negativas. Recuerdo El silencio, de Bergman, donde
dos hermanas -dentro de un hotel- se aman, se odian y se gritan. Ni siquiera
reparan en la música de la radio. Pero entra el mucamo y, conmovido, dice: «Es
Johann Sebastian Bach». Entonces esos rostros que estaban crispados se van
suavizando y la historia se trasforma... ¡y es como si de pronto uno entendiera
los misterios de Orfeo! Es el Infinito.
A propósito, a pesar
del supuesto agnosticismo de Borges, su obra es una apelación al Infinito, y
cuando se convoca al Infinito se convoca a Dios. Y en vísperas de su muerte
rezaron -aunque haya sido por mandato de su abuela inglesa- el Padre
Nuestro en anglosajón...
No es que él creyera o
no. Era agnóstico. Pero también su madre le había pedido el «Padre Nuestro».
Antes de su muerte le dije que sobre ciertos temas yo no podía opinar, puesto
que no tenía una formación religiosa; pero le pregunté si quería un sacerdote
para que conversara de esto con él. Entonces Borges me dijo: «Lo que usted
quiere decir es si yo necesito un sacerdote». Le dije: «No,
sólo si usted quiere conversar con él de estos temas de los que yo no puedo
hablar». Entonces me contestó: «Bueno, llamemos a un protestante y a un
católico, así converso con los dos». Y fue por eso que, cuando murió, se
celebró una ceremonia ecuménica. Con un sacerdote católico y con otro
protestante.
¿Qué fue lo último que
él le dijo antes de morir?
En los días anteriores
a su muerte, me contaba de los caramelos «toffie» que le compraba su abuela y
charlábamos de literatura y estudiábamos árabe. Y lo último que me dijo,
bueno... él habló de los dos, pero jamás diré qué: eso es mío.
En un artículo
reciente, John Berger describe la lápida de Borges en Ginebra. ¿Por qué fue a
morir a Suiza?
Porque él admiraba
aquel país, desde donde partió hacia Buenos Aires recién a sus veinte años; y
-según me contó- al principio trataba de hablar mal de su lugar tan amado, para
«despegarse»: porque sabía que tenía que hacer su vida en Argentina. Pero
después no tuvo esa necesidad porque ya tenía perspectiva.
¿A quién se le ocurrió
el bajorrelieve de la tumba?
No sé, probablemente
a los dos. Se trata de la descripción de un fragmento de un poema
medieval, La Batalla de Moldon, y comienza justamente con: “Y
que nada temieran... » El primer libro que Borges me regaló era sobre
literatura anglosajona, y la cubierta tenía ese escrito, ese fragmento.
Borges fue a morir a
un barrio cerca del Ródano -sigo con Berger- cuyas calles estrechas
parecen pasillos que corren entre inmensas estanterías de libros, como una
suerte de biblioteca...
Sí, y sobre todo lo
eligió porque es como su testamento a la humanidad.
¿Qué ofrendas le dejan
en la «La Cimitére des Rois», donde está enterrado?
Flores, velas o alguna
carta donde dicen que leyeron su obra.
«Yo pronuncio ahora su
nombre, María Kodama. /Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines de
Oriente y del Occidente, cuánto Virgilio», le escribió. María, hoy, yo le
pregunto, ¿cuántas mañanas, mares, jardines, ahora, sin él?
Todos los mares, todos
los jardines. Y todo Virgilio. Toda mi vida en él. Forever and ever…
and a day.
©CristinaCastello
Publicado en
« Cuadernos Hispanoamericanos », Madrid - 2003
NOTA: La foto la tome de Internet, donde dice que pertenece
a la colección privada de María Kodama.
Muy buena entrevista de Cristina Castelló a María Kodama.
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