domingo, 19 de abril de 2009

Abraham Salloum Bitar


El eco
Yo no nací "un día en que Dios estuvo enfermo, grave", como cantó sobre su propio nacimiento César Vallejo. No llevo memoria, hecho de barro y olvido, incluso, en qué ocupaba el buen Dios, aquel día, su precioso tiempo y si andaba, como en el momento del primer grito del poeta peruano, atravesado por una ubicua enfermedad, él que es el único ser ubicuo. O si andaba en el infinito, que es su singular y algebraica morada, prolongando, también infinitamente, la potencia de su creación, hasta llegar al séptimo y ocioso día. Cuando se arroja a los mullidos divanes y decide descansar, satisfecho de su obra. O si veía, distraídamente, el desconsuelo del varón que, solitario, era NADA. Hasta que apareció AVE, que venía de un mundo fluvial y de jardines, a enseñarle las virtudes que emanan del placer y la libertad.
Nací en una aldea árabe, Ayoun El Wadi, de un país llamado Siria, donde algunos de sus pobladores aún recuerdan el arameo, el idioma en el que predicaba el Cristo, hijo de Dios. Recuerdo que ese día, porque así me lo contaron mis mayores, el cielo mostraba a la avara luna de Oriente y un planeta, acaso Venus, confundía sus destellos con el oro del trigo que daba el pan de la mesa y el pan de la eucaristía, en la que el nombre de Dios purificaba el espíritu y alejaba el cuerpo de los martirios confesados y, más aún, de los callados.
Por la aldea andaba un antiguo astrólogo cuyo nombre, Abu Tasi, "El Padre de la Taza", quería dar fe de su otra inconmovible profesión: lector de agua. Mi padre, que fue intérprete de sueños, recurrió al doble lector, de estrellas y de agua, para conocer el destino de su hijo. Maktub dicen los árabes para referirse al destino como un alfabeto que ya ha sido escrito y a un libro que guarda una hoja para cada uno de los seres humanos, donde está anotado el día de su nacimiento y el día de su muerte, cuando la hoja, cansada, se desprende.
Abu Tasi aceptó el ruego y por unas pocas monedas, miró a la luna en su cuarto menguante, a lo que debía de ser Venus y, quizá, algunas estrellas que apenas lograban mitigar, junto con las lámparas de keroseno, la justa oscuridad del poblado. Tomó una taza, vertió en ella suficiente agua y se dispuso a su tarea. La misma que lo había llevado a los más distantes y diversos puntos de aquella geografía que, en el nombre de Alah, escucha la voz del Almuecín convocando a la aguda oración de los fieles.
Muchos años después, instalado en Angostura, un amigo, médico, me llevó ante un individuo que practicaba las viejas artes de la adivinación. Cuando entré a su cuarto, en penumbra, pude ver que encendía una vela. Con la temblorosa iluminación, vi que había una mesa y sobre la mesa, al lado de la vela, una taza donde el personaje, entrado en años, empezaba a verter agua.
Las profecías que dijo Abu Tasi en aquella perdida aldea del mundo árabe, ahora pertenecen a un recuerdo que el tiempo se ha encargado de disipar en el silencio. Las que oí del otro adivino me han bastado para que el sueño procure la íntima confesión y el sosiego que dan las palabras olvidadas.
Queda en mí la duda. ¿Habrá vuelto Abu Tasi a manifestarse en otro cuerpo y en otra lengua? ¿Acaso uno y otro habrán arribado a las mismas profecías? Que ignoro y aún olvido.
Maktub.
fuente: Revista ArteLiteralCiudad Guayana Venezuela

YO SOY EL POETA
ABRAHAM SALLOUM BITAR
Por LUIS BELTRAN ACOSTA*(AgenciaEPC)
El poeta de la amistad
La noticia de la muerte del poeta Abraham Salloum Bitar me llegó tarde. Lo lloré en silencio, como siempre lo hago con aquellos buenos amigos, que se marchan para los otros caminos de la vida. Como poeta, y por su calidad como ser humano, Abraham era una de las personas más queridas en toda la tierra guayanesa. Su sola presencia era y es magia y poesía. Lo conocí en el año 1972, a través de su hermano Anis Salloum Bitar, con quien me unía una profunda amistad.En cierta ocasión recuerdo, que el poeta me contó que sus padres le habían dicho, que supuestamente, él había nacido el 18 de noviembre de 1953, en el pueblo de Ayun Elwadi, en Siria. Aunque nuestros padres siempre dicen la verdad, le contesté que no lo creía, y sigo pensando igual, porque era muy difícil encontrar un angostureño que quisiera más a Ciudad Bolívar y al Orinoco, que el poeta Abraham Salloum Bitar. Abraham, sépase, nació en pleno corazón de la Piedra del Medio, en aquellos tiempos antiguos, de cuando Dios decidió crear al gran río Orinoco. Su padre, fue el poeta sirio orinoqueño, Gabriel Salloum, y su madre, es doña Nabiha Bitar, también siria orinoqueña.Sus hermanos: Anis, Adonis y Anisi, nunca ocultaban el respeto y amor entrañable que sentían por su hermano mayor, que siempre fue su guía familiar. Abraham dejó en su hijo Gabriel, la siembra de sus ojos. Nunca olvido aquellos años setenta, cuando en compañía de su hermano Anis, visitaba su antigua vivienda colonial del casco histórico.En aquella centenaria casa, se respiraba por todas partes, una devoción casi religiosa por la poesía. Y Abraham, con respeto reverencial, salía a saludarme, en una especie de rito de amistad, por mi condición de ser el amigo “oriental” de su hermano.
La Galería “Alarico Gómez”
Durante los años setenta, la rebeldía juvenil nacional, también tocó las empedradas calles angostureñas.Muchos jóvenes revolucionarios de otras regiones de Venezuela, hicimos de Guayana nuestro refugio.En Ciudad Bolívar, como desplante socialista contra los círculos dominantes de la cultura oficial de la época, un grupo de jóvenes nos concentramos en la Galería “Alarico Gómez”, que dirigía la periodista Luisa Barroso, y que era animada por las conferencias literarias del profesor Silvio Orta. La Galería era frecuentada por los jóvenes más rebeldes de la región. Al frente de la librería, estaba el poeta indio Oswer Díaz Mirelles, y era muy común encontrarse al polémico e irreverente Jesús Rafael Colina, con algún escándalo cultural, o a Alberto Pulido y Anis Salloum Bitar, hablando de su grupo teatral subversivo “Ensayo Uno”. También frecuentaban la Galería, Iván José Romero, Víctor “Gato” Díaz Mirelles, Fernando “Oso” Fonseca, y Pedrito Machado…
Otros activistas revolucionarios y asiduos visitantes, fueron: Jesús “Flaco” Vásquez, Frank Viloria, Juvenal López Acosta, Pedro Orta, Rafael Montes, y José Rivas Gutiérrez.Entre las mujeres jóvenes activistas revolucionarias, estaban Migdalia Ramos y Yonaide Mas, que eran las principales pregoneras del diario socialista “Punto”, en Ciudad Bolívar.También había una generación de jóvenes revolucionarios que habían marchado a continuar estudios universitarios fuera de Ciudad Bolívar, y que en épocas vacacionales visitaban la Galería. Entre ellos estaban: Toñito Montes, Celestino “Pin pong”, Aties Nakool, y Abraham Salloum Bitar. Abraham era el más tímido de los visitantes rebeldes. Se limitaba a revisar los libros, y decía que “él no era poeta”, porque prefería las matemáticas y las carreras científicas.Decía que la poesía era una cosa muy grande y él no se consideraba capaz de escribir un libro de poemas. Pero la historia se encargaría de demostrar, que Abraham Salloum Bitar, no solo escribiría poesías, sino que sería el más importante poeta guayanés de los nuevos tiempos…
El Parlamento de la Plaza Bolívar
Al pensar en Abraham, recordé nuestras andanzas en el ficticio “Parlamento de la Plaza Bolívar”, cuyo presidente vitalicio fue Pedro Collins, y donde Abraham fungía como diputado jefe de la bancada “turca”, integrada por un grupo de comerciantes árabes de la ciudad. En mi caso, yo era diputado de la bancada “esotérica”, cuyo jefe vitalicio era Héctor Roldán, y el segundo jefe de la fracción, era Freites. En tanto que José Laurencio Silva, era el diputado jefe de la fracción de los periodistas. En nuestras deliberaciones nocturnas, se armaban tremendos zaperocos, casi siempre promovidos por Abraham y que terminaban con Roldán y Abraham enfrentados irreconciliablemente por cualquier cosa. El presidente Collins llamaba a la calma, y señalaba que los diputados de la Plaza Bolívar debían dar el ejemplo, y no ser como los diputados de la Asamblea Legislativa regional. Si los ánimos no secalmaban, entonces Collins suspendía la sesión hasta la noche siguiente.En cierta ocasión Abraham armó una conspiración con los “turcos”, para quitarle la presidencia vitalicia a Collins, en la cual logró incorporar a José Laurencio Silva. Pero la conspiración fue descubierta a tiempo, gracias a los hechizos y magia de Roldán. Entonces Collins expulsó del parlamento a Abraham y su grupo de “turcos”, por una noche. Después de cada acalorado debate o cuando la sesión era suspendida por el sabotaje “turco”, Abraham solía acompañar a su rival Héctor Roldán, hasta las cercanías de su casa, conversando animadamente sobre las trivialidades de su vida familiar. Así era la estampa humana de este gran poeta guayanés.
Encuentro con Abraham
Durante mi último viajé a Ciudad Bolívar, mi amiga Migdalia Ramos, me regaló el libro “Antología Poética”, obra póstuma de Abraham Salloum Bitar, editado por la Fundación que lleva el nombre del poeta. Con el libro en la mano decidí hacer el recorrido que frecuentaba Abraham por el casco histórico. Mientras caminaba, sentí una extraña presencia a mis espaldas. Me volteé y solo atiné a ver la figura de un hombre cuyo rostro no logré distinguir. El hombre estaba parado muy cerca de mí.Seguí caminando hasta el Mirador “Angostura”. Me senté en un banco, y me dispuse a leer el libro de Abraham. Me impactó la profundidad filosófica del poema “Justicia Divina”. Solamente el genio de Abraham podía reclamarle a Dios, el maltrato milenario al cual han sido sometidos los corderos.En eso, siento que una persona se ha sentada a mi lado, trato de identificarla, y me doy cuenta que es la misma persona que venía detrás de mi desde la catedral. La interpelo, y le pregunto:
-Amigo, ¿qué quiere usted de mi?
El hombre me queda mirando, y me contesta
.-¿Es que no me reconoces?
-¡No!-le digo.
- Yo soy el poeta Abraham Salloum Bitar.
- ¡Poeta! ¡Bienvenido!... Y de inmediato lo abrazo. El poeta conmovido, me dice que les diga a sus amigos que nunca lo olviden, que él no está muerto, y que todos los días camina las calles de la ciudad.Y antes de marcharse señala el Orinoco, y me vuelve a decir:
- El Orinoco tiene vida, poesía y sabiduría. ¡Adiós hermano!
- ¡Hasta siempre, poeta

fuente: DIARIO EL PROGRESO- CIUDAD BOLIVAR

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