En un episodio más de la larga batalla que desde 1948 enfrenta Israel
para sobrevivir en medio de Estados árabes que aspiran a su
desaparición, la franja de Gaza ha vuelto a transformarse en una llama
ardiente.
Todo comenzó con el asesinato de tres jóvenes colonos israelíes, seguido
luego de otro de un joven palestino. Esos asesinatos encendieron la
mecha para que el latente conflicto se estallara nuevamente. Lo que es
la endémica agresión con cohetes que parten de Gaza se acentuó e Israel
resolvió repelerla, primero por aire y luego por tierra, para desarmar
una estructura terrestre, fundamentalmente subterránea, que por debajo
de la frontera se había construido para incursionar sorpresivamente en
su territorio .
A
partir de allí, hemos vuelto a caer en lo habitual. Los medios
internacionales destacan las represalias israelíes y se soslayan las
agresiones que las provocaron. Se insiste en la idea de la
“desproporción” de las réplicas, por el simple hecho de que hay más
víctimas del lado palestino que del lado israelí. La sangrienta
contabilidad, al día miércoles, establecía 1.300 muertos palestinos
contra 59 israelíes. El pecado de estos últimos ha sido no dejarse matar
y poseer un sistema de defensa antimisilístico que le ha permitido
preservar los puntos neurálgicos del país, como el aeropuerto de Tel
Aviv, al que se ha tratado de atacar.
¿La
desproporción está en el balance? Es bien sabido que bastaría el cese
de la agresión para que desaparezca la réplica. ¿La desproporción es que
hay muchos muertos civiles en Gaza? ¿Alguien ignora que se usa la
población civil como escudo y que la organización terrorista de Hamas
ordena no desalojar los lugares que Israel indica como posibles
objetivos?
Hamas
sunita como Hezbolla chiita, por caminos diversos, siguen proclamando
lo mismo: la destrucción de Israel. ¿Cómo se negocia y se pacta con una
teórica contraparte que parte de la base de la desaparición del otro?
Nadie
ignora estos hechos. Lo lamentable es que en Occidente hay una
tendencia creciente a acusar a Israel e insistir con la construcción de
un Estado palestino que nadie niega, pero que no puede edificarse sobre
la base de la destrucción del vecino. Es notorio que en 1948 se crearon
los dos Estados y que esta interminable guerra es el resultado
sangriento de haberse renunciado a ese Estado árabe por no aceptar la
existencia de Israel.
Desgraciadamente, en los últimos tiempos se ha ido
adelantando el reconocimiento del Estado Palestino a cambio de nada,
haciendo así ilusoria la necesaria negociación para lograr simplemente
el respeto recíproco a la existencia del otro.
Una
hipócrita mayoría de Estados en las Naciones Unidas ha propiciado ese
reconocimiento y se alinea hoy fácilmente en contra de Israel, al
sumarse intereses coincidentes. Los rivales de EE.UU., los países
europeos temerosos de las represalias terroristas en su interior, los
países sensibles a la prédica antisemita (hoy tramposamente disfrazada
de antisionismo), los ricos Estados y Emiratos árabes aterrorizados por
los sectores radicales y luego una suerte de humanismo bobalicón y
frívolo que se orienta hacia el más débil, aunque sea el provocador.
Todos
ellos hacen como que ignoran que la franja de Gaza es el mejor ejemplo
de que las concesiones israelíes no sirven para avanzar en la paz. Originalmente
parte del Estado árabe creado por Naciones Unidas en 1947, fue
apropiada por Egipto hasta 1967, en que la ocupó Israel luego de la
guerra de los Seis Días. En 2005, a raíz de los acuerdos de Oslo, se le
reconoció la independencia e Israel se retiró. El mismo Sharon, que la
había conquistado, asumió la responsabilidad política de devolverla, ¿y que han hecho los palestinos de su independencia? Los terroristas de Hamas han sometido al país a su orientación violenta,
se han dedicado a agredir la población israelí con un constante
golpeteo de cohetes y —lo peor de lo peor— quienes desean ayudar a
Palestina le proveen de armas en vez de inversiones productivas.
¿Porqué
no construyen hoteles para dar trabajo y explotar sus playas? ¿Porqué
no canalizan inversiones productivas que generen riqueza y empleo?
Los
movimientos occidentales que se consideran “progresistas” se alinean
con estos movimientos terroristas de un modo realmente inmoral. Ellos
son crueles, creen en la violencia, no respetan la idea ajena,
subordinan a sus mujeres a un estado prácticamente animal, profundamente
antidemocráticos practican el fanatismo religioso sin el menor espacio a
la tolerancia…
¿Cómo pueden considerarse progresistas cuando se suman a
lo más reaccionario, lo más retrógrado del mundo contemporáneo?
Lo que se juega allí está mucho más allá de Hamas y el propio Israel: es el sistema de valores de nuestra civilización,
agredido por los mismos que volaron las Torres Gemelas en Nueva York o
la estación de Atocha en Madrid y que ven en el Estado judío apenas la
primera muralla defensiva de esa enorme construcción que a lo largo de
los siglos hicieron Jerusalem, Atenas y Roma y que se ha llamado
históricamente Occidente.
Si
duele la violencia, si las fotos del horror sacuden la conciencia, no
menos indignante es el cinismo que rodea la situación. La hipocresía de
los que claman por la paz y alimentan la violencia, de los que lloran
por los niños victimados y nada dicen sobre los que los exponen, de los
que se envuelven en banderas de justicia cuando ellos mismos las
pisotean.
El
tema reclama serenidad en el juicio. Pero también hablar claro, para
que la verdad pueda tener algún espacio y se discuta sobre hechos y no
fantasías, sobre razones y no dogmas, sobre historias comprobables y no
imaginarios relatos.
FUENTE: http://opinion.infobae.com/julio-maria-sanguinetti/2014/08/05/el-sistema-de-valores-occidentales-esta-en-juego/
(*) Es abogado, historiador y escritor. Fue dos veces presidente de Uruguay.
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