POR DR. EMILIO BABY
HAIFA-ISRAEL
¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?
Horror y espanto, un hombre se
prendió fuego y se inmoló. Cuando Caín fue interrogado por Dios después del
asesinato de Abel, Caín respondió ¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano? Si
creyentes o no creyentes no extraemos una enseňanza de esta escena bíblica es
que habremos perdido nuestra sensibilidad humana. Un hombre se inmola y
tratamos de descargar nuestra responsabilidad atribuyéndole desajustes
personales, recriminaciones “eso no se hace” y otras por el estilo, que están
bien sustentadas moralmente pues el valor vida es prioritario; de acuerdo. Pero
el hombre sigue muerto. ¿Murió cuando se prendió fuego o estaba muerto de
antes? Pregunta al parecer tonta, pero si bien analizamos un poco ¿acaso no
existen los muertos en vida, los muertos civiles? Aquellos que su intento de
integrarse a la sociedad ha fallado por el lado mas reprochable de acuerdo a
los cánones vigentes: ha fracasado económicamente a pesar de nobles intentos de
sobreponerse a la adversidad. ¿Acaso no viven una vida disminuída en la calidad
debida aquellos cuyo crédito ha sido cercenado por algún incumplimiento y están
aherrojados a la tortura silenciosa de la acumulación de intereses, intereses
sobre intereses en forma permanente y persistente, con igual frialdad que
inexorabilidad? Acaso no saben las instituciones acreedoras que eso, en el
mayor porcentaje, es sumar dolor al dolor con actitud no exenta de perversidad?
¿Habrá estadísticas, censos, recuento de quiénes se encuentran en la situación
seňalada? Se ha instaurado un sistema que si no es propiamente “pague o muera”
se le parece mucho. ¿Quién se atreve a preguntarle a las instituciones de
crédito – léase bancos- ¿ son ustedes guardianes de sus clientes? El sistema
–hay un sistema- permite estas situaciones. Permite que el trabajo que debería
ser un derecho fundamental, se baratee en lo que se llama sin ningún pudor
–mercado laboral. Se lucra con la necesidad, se negocia con el aporte de
sangre, que es lo único que a muchos nos queda por aportar ante la tamaňa
desigualdad económica que crece y crece monstruosamente. Y todo sigue igual en
este gatopardismo democrático donde a veces se cambia algo para que todo siga igual.
La clase empresarial hace gala de su absoluta falta de imaginación y de la
pobreza de sus recursos y de falta de sensibilidad social cuando, ante la
posibilidad de ver disminuídas sus utilidades –no lo permita Dios- ponen en la
calle a aquellos que solo tienen su tiempo –elemento no acumulable-como aporte privando a sus semejantes de lo que , como
dije, debería ser un derecho inalienable, el trabajar para solventar
necesidades primarias, que de otra forma se solventarán, en el mejor de los
casos, por la beneficiencia y en el peor, con la delicuencia, y en el peor de
los extremos, con la inmolación para cortar con todo sufrimiento terrenal. Y no
se vea aquí apologia del suicidio, sino una razonable mirada a la cruel
realidad.
FUENTE: recibido directamente del autor, abogado argentino que revalidó su título en Israel. Escritor e intelectual. Reside en Haifa.
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