Josefa Zambrano
Espinosa
Teresa: ¡cómo la de Ávila! Coraspe: piedra, filo y cortadura.
Teresa Coraspe,
nombre que da a conocer la vehemente, pasional, relación de la poeta con la
palabra. Relación presente no sólo en su obra: Las fieras se dan golpes de
pecho (1975), Vuelvo con mis huesos (1978), Vértice del círculo (1987), Este
silencio, siempre (1991), Tanta nada para tanto infierno (1994) y La casa sin
puertas (inédito), sino también en el diario transcurrir, el cotidiano
quehacer, allá en su casa a la ribera del impresionante Orinoco, porque “Abuela
siempre/ vivió a la orilla del río” y “Madre jamás estuvo más de dos años en
ningún/ lugar.”
Casa donde el
sepia y los deslucidos colores de las paredes contrastan tanto con la lava a
punto de estallar en el rojo del cielorraso como con la sobria negrura de los
muebles, pero es allí, y no en otro lugar, donde “Teresa Ñücomo dice Carlos
YustiÑü martillea la hojalata del lenguaje hasta darle la forma, el brillo y la
belleza feroz deseada”.
“La casa me
persigue como un fantasma sonámbulo”, expresa Coraspe, porque la casa, además
de “albergar el ensueño y proteger al soñador”, como dice Bachelard, es también
“la casa que se lleva a cuestas. Dolorosa. Difícil” de que habla Hanni Ossot.
Casa donde la
sensibilidad, la pasión y el verbo hallaron el cobijo necesario para que
escribiera “Antiguo esplendor” y, al hacerlo Ñücomo todo gran poeta en el decir
de HeideggerÑü, lograr “poetizar desde un único poema”.
Al leer un
poema como “Antiguo esplendor” se siente la manifestación de lo sagrado, de lo
oculto que se nos revela y, ante lo cual, hasta el cuerpo reacciona erizándose
y la mente conturbándose, pues se está en presencia de eso que hacía sentir a
Emily Dickinson “como si le saltara la tapa de los sesos”; de eso que sólo
puede sentirse ante lo que es POESÍA.
En “Antiguo
esplendor” Teresa Coraspe desciende a la sima del ser en busca de la palabra
que hable de la desnudez, el desamparo, la soledad, el desgarro y, desde luego,
de esa pérdida absoluta de tiempo y espacio, de latir y sentir que es la
muerte. Recorre todos los sentimientos, emociones, temores que dan fe de
humanidad y, así, su palabra da testimonio del hombre como microcosmo, porque
Teresa Coraspe sabe, tanto como Hölderlin, que se “le ha dado al hombre el más
peligroso de los bienes, el lenguaje… para que muestre lo que es”.
Don que el
hombre manifiesta poetizando, pues así edifica, funda, crea. De ahí que en el
poema Teresa Coraspe comience diciendo: “Ahí había vivido, crecido, amado” y,
poco a poco, logra adentrarse en ese primer universo, en ese cosmos que, según
Bachelard, es la casa, para luego, haciendo uso del “más peligroso de todos los
bienes”, construir y reconstruir su auténtica morada donde, como los dioses,
podrá a un tiempo nombrar y crear.
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Al adentrarse
en los abismos del ser en busca de ese primer universo la poeta halla la
soledumbre Ñüesa palabra tan suya y a la vez tan lejana y perdidaÑü que da
cuenta de un mundo solitario y estéril, donde sólo los muros en ruinas hablan
de lo que fue, del brillo oxidado por el tiempo y el orín; de esa soledad que
lleva al grito a morir en la mudez de la boca: “Mis antepasados vivieron y
murieron./ Las paredes/ hablan en silencio; aún puedo oír el eco de lejanas/
voces; / hoy recorro cada lugar desdibujado con un grito/ apretado a mi
espalda”.
Porque de las
soledades la más terrible es la del despojo, esa en que se encuentra el hombre
cuando se enfrenta a la certeza de la muerte y a la pérdida del ayer, mientras
lo irrecuperable y la incertidumbre signan el hoy: “Todos han muerto me repiten
los árboles/ secándose ante un sol sin clemencia; todos han/ muerto me dicen
las campanas de la iglesia/ cercana; todos han muerto y mis pasos/ resuenan
sobre el polvo de alfombras deshechas”.
Es en esa
soledumbre donde es posible escuchar sobre el polvo Ñüprincipio y fin de los
mortalesÑü el resonar de la descalcez: “Yo camino,/ piso descalza el polvo
desleído del tiempo; piso/ descalza el filo del olvido; piso descalza una/
lágrima apretada entre mis ojos; piso descalza el/ pico agresivo del cuervo y
avanzo”.
Descalcez que
habla del desamparo, de la desnudez de aquel que, in ille tempore, volteó la
cara para mirar todo cuanto había dejado atrás, guardando así para su linaje el
recuerdo de ese paraíso al que jamás retornará. De ahí que “los espejos son/
espectros de imágenes llorosas”, porque, ante el desamparo nacido de la ruptura
con lo divino, lo único que le ha quedado al hombre es el llanto y la
desgarradora angustia que abate su existir.
Como en aquel
entonces después de la caída, la poeta se levanta y mira al cielo, sabe que no
todo le ha sido quitado sino que, por el contrario, le ha sido otorgado “el más
peligroso de los bienes, el lenguaje… para que muestre lo que es…”, para que
restablezca su relación con lo sagrado y manifieste su facultad creadora. “Voy
reconstruyendo cada rincón desdibujado;/ voy colocando las flores secas sobre
floreros/ rotos;/ voy sacando del fondo del vacío rostros de seres/ que no
olvido;/ voy quitando telarañas, polvo seco desleído de las/ honduras que ya
son tristeza”.
Pero al crear,
al construir mediante la palabra, la poeta desanda en su memoria, va “descalza
a la inversa del recuerdo” y escudriña en las cavernas más profundas del ser
donde sólo reinan las tinieblas y el olvido: Yo no tengo recuerdos. La memoria
de la vieja/ casa es la historia de un tiempo que será real/ dentro de otro
tiempo. Sigo tejiendo telarañas para el olvido (…)” Porque son el olvido y la
muerte los que han permitido al hombre aplacar el dolor inconmensurable de no
reencontrar el paraíso ni restaurar la unidad con lo sagrado, conformándose
sólo con soñar la venida de un “tiempo que será real dentro de otro tiempo”.
Tiempo al que
Teresa Coraspe en el poema da alcance y realidad, pues ella sabe _como
Hölderlin_ que “es poéticamente como el hombre habita esta tierra”. De ahí que,
al ir a la inversa del recuerdo Ñüy por gracia de la palabraÑü, haya podido
restaurar en “Antiguo esplendor” lo inmutable, lo permanente, en fin, lo que
trasciende y vence a la muerte.
1.CORASPE,
TERESA. “Antiguo esplendor”. En: Tanta nada para tanto infierno. Ediciones
alsur. Ciudad Bolívar, Venezuela, 1994. Págs. 39-41.
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