SALARIO MÍNIMO.
Una pasmosa y grasolienta cortina de humo
va disolviendo las moléculas del alma.
Todo le cede paso al olor fétido del tabaco:
los abrigos, los huesos, los ojos, los dientes,
nuestras médulas negras,
nuestros mejores años y las ya sabidas
hemorroides cotidianas.
Todo ha ido al lugar del aburrimiento
por tener cada día
que operar las mismas máquinas
felpudas y eclécticas, y por la desgracia
de siempre disponer del mismo salario:
un cheque malnutrido y pálido
sobre la mesa, esperando por ávidos colectores
de impuestos, que siempre llegan
temprano al baile del pago.
va disolviendo las moléculas del alma.
Todo le cede paso al olor fétido del tabaco:
los abrigos, los huesos, los ojos, los dientes,
nuestras médulas negras,
nuestros mejores años y las ya sabidas
hemorroides cotidianas.
Todo ha ido al lugar del aburrimiento
por tener cada día
que operar las mismas máquinas
felpudas y eclécticas, y por la desgracia
de siempre disponer del mismo salario:
un cheque malnutrido y pálido
sobre la mesa, esperando por ávidos colectores
de impuestos, que siempre llegan
temprano al baile del pago.
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