PALABRAS DEL EMBAJADOR ISRAELI EN ESPAñA, RAPHAEL SCHUTZ ,
AL TERMINAR SU PERIODO DIPLOMATICO EN MADRID.
RAPHAEL SCHUTZ El Paìs.España(02/07/2011)
He
tenido el privilegio de que mi cuarto y último año como embajador de Israel en
España, que finaliza estos días, haya sido el de la conmemoración de los 25
años desde el establecimiento de relaciones diplomáticas entre nuestros dos
países, y, sin embargo, está claro que la decisión que honró a Felipe González
y Simón Peres en 1986 no puede derrumbar ni borrar de la noche a la mañana los
muros de distanciamiento y hostilidad, los sedimentos que se han acumulado a lo
largo de 500 años.
El daño
producido por los acontecimientos de 1492, aparte del trauma de la expulsión y
la Inquisición de por sí, se reflejan en la obliteración de la vida judía en la
península Ibérica. A diferencia de lo que sucedió en otros lugares de Europa,
en España no hubo convivencia con judíos de carne y hueso durante siglos. Desde
luego no se desarrolló aquí una élite judía intelectual, ni política, ni
empresarial, ni de ningún otro tipo.
El
desconocimiento personal del judío hizo que proliferaran los estereotipos. Se
puede deducir hasta qué punto estos están enraizados por el hecho de que hasta
hoy día expresiones como "hacer judiadas" son comunes y corrientes en
el discurso español (de hecho su acepción aparece incluso en los diccionarios),
así como por los elementos manifiestamente antijudíos en las procesiones
religiosas de Andalucía y de otros lugares.
Es más, muchos españoles de mi
generación, nacidos en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, me han
confesado que siendo niños, cuando no se portaban bien, sus padres les
regañaban habitualmente con expresiones como "no te portes como un judío",
"escupir es de judíos", etcétera.
La
cuestión de hasta qué punto y en qué medida este telón de fondo histórico dicta
la actitud de los españoles hacia el Israel de hoy resulta fascinante. Dudo
mucho que los acérrimos críticos de Israel reconozcan, incluso en una autorreflexión,
que existe un vínculo entre aquellas imágenes de los judíos de las que se
impregnaron durante su infancia y su posición hacia Israel hoy. Y, por
supuesto, nunca lo reconocerán en público.
Para empezar, dejemos claro que no
me estoy refiriendo a aquellas críticas legítimas hacia políticas de Israel.
Dicho esto, en el discurso español, se cruza a menudo la frontera más allá de
la crítica legítima: en las páginas de este mismo periódico escribió alguien
cuyo nombre no voy a citar que la creación del Estado de Israel fue un error
histórico y sería mejor que desapareciera. En una encuesta reciente más de un
10% de los encuestados respondió que la desaparición de Israel sería la
solución preferida por ellos para resolver el conflicto en Oriente Próximo.
Israel es hoy por hoy el único país del mundo que es objeto de expresiones y
opiniones radicales de esta índole. A aquellos que atribuyen este discurso de
odio extremista únicamente al conflicto entre Israel y los palestinos les
resultará difícil explicar por qué otros conflictos no despiertan estas
emociones obsesivas y por qué en otros casos la crítica se dirige hacia la
política del Gobierno en cuestión, mientras que en el caso de Israel, como
hemos explicado, degenera muchas veces en la descalificación del derecho de
existencia de una soberanía nacional judía.
Debido a
la actitud obsesiva hacia el conflicto, continúa en cierta medida con respecto
a Israel la misma situación que existió durante 500 años con respecto a los
judíos. Los españoles en general se informan sobre Israel únicamente a través
del prisma de los medios de comunicación y por ello no conocen el verdadero
Israel. En el juego de asociaciones, cuando se cita a "España" ante
un israelí de a pie, este último piensa en el fútbol, en Goya, Bardem (y por
supuesto, Pe), Gaudí y las tapas.
Cuando se cita a "Israel" ante un
español de a pie, este último piensa en el conflicto, el conflicto y el
conflicto. Hay más de 20 representantes de los medios de comunicación españoles
en Jerusalén, pero no cubren el Israel de la diversidad cultural, la vanguardia
tecnológica, la creatividad y la innovación, del éxito económico, y el enorme
florecimiento cultural. Cubren única y exclusivamente el conflicto. Un español
que "conozca" Israel solo a través del material visual que llega aquí
podría pensar que en aquel país viven únicamente dos tipos de habitantes: los
ultraortodoxos y los soldados.
A mí no
me cabe duda de que no se puede negar la influencia continuada de cientos de
años de desconexión entre dos pueblos sobre las relaciones bilaterales
actuales. Quien pretenda hacerlo peca de descontextualización histórica. Me
parece también que, a pesar de los esfuerzos positivos para cerrar la brecha
por distintos medios (como por ejemplo la creación de Casa Sefarad-Israel), 25
años son un lapso de tiempo demasiado corto, un abrir y cerrar de ojos
históricamente hablando, para lograrlo.
Un puente que tiene que salvar tales
abismos de tiempo y de sedimentos necesita unos cimientos sólidos. En gran
medida nos encontramos aún en pleno proceso de construcción de dicho puente.
Esta es la perspectiva, este es el prisma a través de los cuales deben
analizarse las relaciones, y de ello se deriva la necesidad de entendimiento,
tolerancia y paciencia por parte de todo aquel que estime nuestras relaciones y
aspire a contribuir a su desarrollo.
Con todo ello, mi experiencia aquí me da
esperanzas de que no vamos a necesitar otros 25 años para finalizar la
construcción del puente.
Raphael Schutz es
embajador de Israel en España.
http://elpais.com/diario/2011/07/02/opinion/1309557605_850215.html
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