por Julio Benitez
(NEOCLUBPRESS) Acabo de leer Otra vez adiós de Carlos Alberto Montaner, publicada en 2012 por el grupo Santillana. No me resulta difícil escribir unas notas porque al terminarla pude inferir que esta novela califica como una de las más significativas de la narrativa cubana y latinoamericana contemporánea. Ahora bien, ¿pudiera haberme dejado llevar por la empatía con este autor, que me ayudó con su obra a descomponer el mito de la revolución fracasada?
¿Acaso mi respeto por ese maestro del periodismo nuestro me conduce a una sobrevaloración?
Me atrevo a afirmar que esta creación representa una evolución cualitativa de la narrativa de Montaner, que ya había dado muestra de ello con La mujer del coronel. Frente a los enemigos y escépticos, el autor de Otra vez adiós escoge para su narración un hecho de carácter universal. De manera que no hablamos de una conexión con sus piezas narrativas anteriores, inspiradas más que nada en el tema cubano, pero sí de su superación como autor ya respetado en el mundo hispano.
Estamos hablando de un material elaborado, construido concienzudamente, con garbo en la palabra y estilo en la forma. Parece una concreción del tipo que Mario Vargas Llosa utiliza y recomienda. Pero ojo, no es reminiscencia sino recreación, desde su propio estilo, de un drama del siglo XX que de alguna manera nos toca a todos. La historia de ese judío que hasta su nombre pierde para vagar por sitios diferentes de este mundo es también el drama de muchos exiliados que, forzados por el totalitarismo y las ideologías extremistas, han tenido que reconstruir sus vidas en otras tierras.
La historia de David Brenda se imbrica de manera muy interesante en la Viena de los años treinta del siglo XX, el de la ocupación alemana y el auge del fascismo. Lo que se consideró en un momento depositario del refinamiento cultural, se somete a la bestialidad del nazismo. Pero no hablamos de una novela panfletaria, sino de la vida de un artista que retrató al padre del psicoanálisis, de los judíos sefarditas, polacos y alemanes en su lucha por la sobrevivencia cuando eran parte de la ciudad de Sigmund Freud, del país que los persiguió. Inconclusa su mejor obra, los enemigos racistas y antisemitas aplican contra él lo que muchos conocemos personalmente, incluyendo el propio Montaner: el asesinato malintencionado del carácter y de la gente allegada a él.
El estudio de la cultura hebrea, de la Austria y Alemania de esa época, le ayuda a a relatar con precisión y elegancia de estilo todo el entorno en que se produce la anexión del antiguo centro del Imperio Austro-húngaro por parte del caudillo de Berlín. Entonces, cada detalle parece elaborado con conocimiento de causa y un manejo de estilo propio de la mejor ficción épica. Porque Otra vez adiós es eso, una combinación de realismo, investigación y buena narrativa.
“Otra vez adiós” no es únicamente una réplica al totalitarismo en sí. No es tampoco una simple respuesta a la infelicidad. Para mí es mucho más. Tiene todos los méritos de la buena novela y nos confirma que el género no ha muerto. Que escrita por cubanos y latinoamericanos, puede ser universal.
Muy interesante resulta también la división de la novela en un trinomio que .parece jugar con la cábala hebrea. La historia de David Brenda se mueve a Cuba, donde personajes bien diseñados, como en toda la narración, ofrecen el retrato de veinte años de la isla que fue República floreciente hasta caer en el cáncer del totalitarismo que destruyó la nación.
El protagonista llegó a encontrar paz con una mujer cubana culta e inteligente, y también seguridad gracias a sus cotizados retratos. No obstante, decide emigrar nuevamente cuando la represión y el totalitarismo se apoderan de la isla. Su destino final se cruza con el que fuera un amor de su juventud, a quien conoció en el transatlántico que le permitió huir del infierno europeo. Se cierra para David el ciclo en el que de ser parte de Austria se transformaría en un errante, relativamente aplatanado en Cuba, hasta completar su vida en New York, donde se haría ciudadano de Estados Unidos.
Coincido con el autor cuando afirma que para el exiliado existe una definición clave que ayuda a mermar el dolor que lo acompaña: la patria se lleva en el corazón, no en el recuerdo maldito o mal gobernado del sitio que nos vio nacer.
Montaner también juega con los diálogos a la manera de los mejores narradores contemporáneos. Cambia el punto de vista con gracia y sin rupturas. Va al fondo de la condición humana con un cierto sabor pesimista. Parece como si en el mundo no hubiera lugar para la felicidad absoluta, aun cuando no renuncia a su fervor por la libertad.
Cuando el autor cita a Nietzsche para decirnos que el recuerdo es el único paraíso del que no pueden expulsarnos, parece guiarnos por el rumbo que todo hombre, como David Brenda u otros exiliados, ha sufrido. La patria se nos va alejando, los seres queridos o las posesiones pueden desaparecer, pero en última instancia somos los encargados de encontrar o preservar nuestra felicidad.
Por eso cuando el héroe de la novela entrega un disco a la periodista que, inquisidora, busca aclarar la mancha fabricada contra su reputación por la dictadura de donde él proviene, éste le confiesa que ahí está su biografía, la historia del siglo XX que viene a ser el resumen de todo lo que acabamos de leer.
Por estas razones Otra vez adiós no es únicamente una réplica al totalitarismo en sí. No es tampoco una simple respuesta a la infelicidad. Tampoco una reflexión matizada por la historia en tres tiempos de David Brenda y de todos los personajes que convivieron con él. Para mí es mucho más. Tiene todos los méritos de la buena novela y nos confirma que el género no ha muerto. Que escrita por cubanos y latinoamericanos, puede ser universal y a la vez desprenderse del jugueteo del lenguaje y de las cargas de nuestra insularidad fracasada. Este libro viene a ser la obra maestra de Montaner, quien con ello no solo reafirma su lugar creativo sino que se sitúa entre los grandes de las letras de nuestro tiempo, que es este siglo XXI.
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