jueves, 10 de mayo de 2012

BUENOS AIRES: Primo Levi en Palermo- El jueves pasado se inauguró la llamada Plaza de la Shoá en la zona de Palermo



 Por Sergio Burstein *

 
El jueves pasado se inauguró la llamada Plaza de la Shoá en la zona de Palermo. Horas después de que concluyera el desfile de funcionarios municipales, decidí recorrer el predio con mi primo, de apellido Levi.

 Mi Primo, ya anciano, pero todavía lúcido, se dice Primo de todos aquellos que han tenido la obsesión por la memoria, por el testimonio del dolor, por los relatos puntillosos de la dignidad humana y, sobre todo, por la acusación frontal a los genocidas. 

Es un asiduo visitante –siempre de incógnito– de los tribunales donde se juzga actualmente a los criminales, torturadores y desaparecedores de niños durante la última dictadura militar de nuestro país.

Lo ayudé a recorrer el parque. Caminó encorvado y en silencio apoyándose en mi brazo, mientras miraba alrededor con desconcierto y desagrado. Me sentí sorprendido con su actitud impaciente y decidí preguntarle qué sensación le generaba la Plaza de la Shoá, ubicada en la avenida Del Libertador y Bullrich, en la ciudad de Buenos Aires. No obtuve respuesta. 

Solo escuché que empezó a recitar –despacito, casi inaudiblemente– algunos versos del poema con el que prologó su libro más conocido: Si esto es un hombre, en el que relataba sus experiencias traumáticas y desgarradoras vividas en Auschwitz. 

Como supe recitarlo de niño alguna vez, terminé repitiendo a coro algunas de sus líneas más citadas: “Los que vivís seguros/ En vuestras casas caldeadas/ Los que os encontráis/ al volver por la tarde/ La comida caliente y los rostros amigos:/ Considerad si es un hombre:/ Quien trabaja en el fango/ Quien no conoce la paz/ Quien lucha por la mitad de un panecillo/ Pensad que esto ha sucedido:/ Os encomiendo estas palabras./ Grabadlas en vuestros corazones/ Al estar en casa, al ir por la calle/ Al acostaros, al levantaros/ Repetídselas a vuestros hijos/ O que vuestra casa se derrumbe/ La enfermedad os imposibilite/ Vuestros descendientes les den vuelta la cara”.

Caminamos juntos un buen rato y me pidió cruzar la calle. Desde enfrente, la Plaza de la Shoá aparecía iluminada por las letras amarillas de una conocida hamburguesería que fue inaugurada solo dos meses antes que la Plaza de la Shoá. Mi Primo Levi –que ya dije, es Primo de muchos– señaló la plaza y me preguntó con desdén: “¿Es posible recordar así? ¿La memoria viene acompañada de un combo de hamburguesas y papas fritas gigantes?”


A pesar de que siempre lo acompaño a su casa, acepté por primera vez su exigencia de volverse solo. Lo vi alejarse por Libertador cargado con un malestar que percibí como intransferible. Se fue para el lado de su casa, en la zona de Retiro. Sé que se sintió estafado. 

Que la plaza inaugurada por el jefe de Gobierno, Mauricio Macri, era una concesión no sentida ni valorada. Una forma de congraciarse con un público. 

Un acto de campaña política ajeno a la tragedia de mi Primo y de todos los masacrados en la Shoá. La sola presencia de la hamburguesería en el predio de la memoria ponía en tela de juicio un lugar destinado a la conmemoración y al homenaje.

 Primo Levi había pronunciado esos versos por alguna razón que solo comprendí cabalmente unas horas después: la plaza y su inauguración burocrática estaban cargadas de una artificialidad lejana al dolor vivido por judíos, militantes antinazis, gays, testigos de Jehová y discapacitados; todos ellos masacrados por el nazismo. 

Todos ellos silenciados una vez más al lado de una de las expresiones más mercantilizada de la vida contemporánea.

Antes de escribir este pequeño relato comprendí que la banalización de la Shoá tiene rutas menos evidentes y probablemente más eficaces que el olvido: la conjunción de la Biblia y el calefón. La mezcla indiscriminada del dolor junto a la celebración del consumo y el marketing. 

Espero que la advertencia de mi Primo Levi no se haga realidad en la cara de quienes construyen una geografía de la memoria acompañada con papas fritas y ketchup. No sea cosa que nuestra casa se derrumbe, La enfermedad nos imposibilite y nuestros descendientes –como auguró mi Primo Levi– nos den vuelta la cara.

* Miembro de la agrupación Familiares y Amigos de las víctimas del atentado a la AMIA.

fuente: http://www.pagina12.com.ar

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