El genio de la tecnología, que revolucionó la informática, fallece a los 56 años. El mundo debe al exjefe de la compañía californiana grandes inventos, desde Apple II a iPad
por SANDRO POZZI | Nueva York 06/10/2011
El cofundador de Apple, Steve Jobs, en una presentación el 7 de junio de 2010.- RYAN ANSON (AFP)
El enigmático, reservado y visionario Steve Jobs, ha muerto hoy a los 56 años, ha anunciado Apple. Jobs era mucho más que el consejero delegado de Apple. Nunca antes una marca estuvo tan asociada a una persona. Su contribución al mundo tecnológico le convierte en uno de los grandes innovadores de los últimos 75 años, en un transformador de la industria. El Thomas Edison del siglo veintiuno hizo del ordenador un artilugio simple de usar, cambió la manera de hacer negocio con la música a través de Internet y lanzó la telefonía móvil en otra dimensión.
La familia ha emitido un comunicado en el que explicaba que Jobs había muerto "en paz" y rodeado de sus seres queridos. "Sabemos que muchos de ustedes llorarán la pérdida con nosotros y les pedimos que respeten nuestra privacidad durante este momento de pena".
Apple fue fundada en abril de 1976, en un garaje en Los Altos (California), tal y como mandan los cánones del sueño americano. Al lado de Steve Jobs estaba su compañero de estudios y amigo Steve Wozniak. El dúo era perfecto. Jobs, que entonces tenía 21 años, se encargaba de las ideas y de vender el producto. Wozniak se dedicaba a las cuestiones de ingeniería que daban vida a complejos artilugios tecnológicos.
Así, y con un respaldo financiero de 90.000 dólares, nació su primera computadora, Apple I, con una visión: popularizar el uso de los ordenadores personales, llevándolos de las oficinas a las casas. En 1977 llegó su primer éxito, con el Apple II, la primera computadora producida en masa para el consumo. En tan sólo dos años, la facturación de la compañía se multiplicó por quince, de los 7,8 millones de dólares hasta los 117 millones, lo que les convirtió en multimillonarios antes de cumplir los 25 años.
La famosa manzana
El popular símbolo de la manzana con un bocado al lado derecho lo tomó de los Beatles, que utilizaban la imagen de la fruta del pecado original en sus discos a final de la década de los años 1960. La elección le costaría después una intensa batalla legal para su uso en la tienda electrónica iTunes, donde la música de la legendaria banda de Liverpool estuvo ausente hasta otoño de 2010. Era sólo el inicio de lo que estaba por llegar, en una época en el que el IBM era el gigante a batir.
Steve Jobs nació un 24 de febrero de 1955 en San Francisco. Sus padres biológicos, Abdulfattah Jandali -de origen sirio- y Joanne Schieble no estaban casados. Fue adoptado por Paul y Clara Jobs. Se crió en el seno de una familia con pocos recursos. Y abandonó la universidad, porque sabía que las oportunidades estaban fuera de las aulas.
A los 12 años, ya había escrito a William Hewlett para hacer unas prácticas en su compañía, HP. Le gustaba la ingeniería, y ya de niño no solo tenía claro que sería rico, además tenía la ambición de llegar a ser uno de los más grandes entre los grandes, tan popular como Shakespeare o Einstein. A Jobs le fue diagnosticado un cáncer de páncreas en 2004. Lo hizo público un año después, en el discurso de graduación en la Universidad de Stanford.
Una larga enfermedad
En abril de 2009 fue sometido a un trasplante de hígado, tras negar durante meses los rumores sobre su delicado estado de salud. En septiembre de ese año reapareció en público para lanzar la tercera generación del popular reproductor iPod. Alarmantemente delgado, y con la voz muy débil, aprovechó para hacer campaña por la donación de órganos.
Aunque se le considera uno de los grandes innovares de la historia, no fue porque creara nuevos productos. Jobs ni inventó el ordenador personal, ni el ratón, ni los reproductores digitales de música, ni los teléfonos inteligentes, ni las tabletas, ni las tiendas electrónicas de música o de libros. Y estaba obsesionado con la competencia, a la que forzó a redefinir sus estrategias.
Jobs tuvo la capacidad de simplificar la tecnología existente y explotar su potencial, en el momento adecuado. El Mac que hoy se conoce debutó en el mercado en enero de 1984, como el primer ordenador que presentan todas sus funciones de una manera gráfica. Y lo dotó de un ratón, para que el usuario pudiera desplazar el cursor por la pantalla y con un simple click activar las funciones de los distintos programas. Simplificó la complejidad.
Un invento para la historia
El Macintosh marcó el futuro, a pesar de que sus funciones eran limitadas y su uso cuestionable. Para explotar el potencial de la nueva máquina, Jobs necesitaba un buen programa que le diera vida. En ese momento acudió buscando ayuda al joven Bill Gates, sin saber que con el paso del tiempo se convertiría en su gran rival en Microsoft. Su enemigo entonces era IBM. Las ventas decepcionaron y el PC del Big Blue dominaba de forma aplastante.
La tensión en el seno de Apple creció. Y un año después, Steve Jobs se vio forzado a abandonar la compañía por las diferencias que tenía con su entonces consejero delegado John Sculley, al que había contratado dos años antes de Pepsi. No estaban de acuerdo en cómo estaba llevando el negocio. Pero Sculley, un ejecutivo con más experiencia y madura, tenía el respaldo del consejo.
Los titulares de la época hablan del fin de una era. Pocos ejecutivos en la historia corporativa sufrieron un golpe así y lograron reponerse. Con 30 años, Jobs creó otra empresa, NeXT Computer en un intento por reinventar Apple con una ambición: cambiar el mundo. Pero tuvo serios problemas para abrir hueco en el mercado a un ordenador de esas características y a un precio tan alto como el que ofrecía.
El nacimiento de Pixar
El secretismo le permitió hacer ver más de lo que en realidad había. Y con la empresa rozando la bancarrota, se concentró en su sistema operativo y empezó a explorar nuevas oportunidades. En 1986 se hizo con la división gráfica por ordenador de Lucasfilm, por la que pagó 10 millones a George Lucas. Y así nacieron los estudios de animación Pixar, creadores de Toy Story y Buscando a Nemo.
Demostró a Hollywood que los ordenadores pueden dar rienda suelta a la imaginación y llegar al público general. La tecnología lo permitía. Robert Iger, entonces consejero delegado de Disney, lo entendió perfectamente y no se lo pensó dos veces antes de comprar Pixar por 7.500 millones. Empezaba así a forjarse una nueva era, en la que Jobs se consolidaría como una estrella.
NeXT sería adquirida por Apple en diciembre de 1996, por 400 millones. Y ocho meses después de integrarse en el gigante de la manzana, Steve Jobs fue nombrado consejero delegado interino de la compañía de Cupertino. Su puesto al frente de Apple se haría permanente en enero 2000, en lo que estaba llamado a ser en el retorno más importante en la historia corporativa de EE UU.
La vuelta del exilio
Todo lo que construyó en una década estaba destruido y hundido en pérdidas, y Microsoft dominaba el 80% del mercado de PC. Jobs se reincorporó tras 12 años de exilio a la compañía que creó cargado de ideas para resucitar Apple, como el iMac. La computadora fue lanzada un año después con un éxito rotundo. Pero lo que abrió sus productos al consumo en masa fue el reproductor iPod y la tienda electrónica iTunes, para la descarga legal de música.
Así rompió el nicho en el que estaba metido Apple, lanzando nuevos productos más allá de los PC y poco a poco la suerte de la compañía empezaría a cambiar. La cuadratura del círculo llegó en junio de 2007 con el teléfono móvil interactivo iPhone. Jobs consiguió así crear un atractivo de los consumidores hacia los Mac, que eran vistos como un club reservado al diseño y la publicidad. En la primavera de 2010 se le sumó la tableta iPad.
Steve Jobs, que se presentaba en público en vaqueros y camisa negra con cuello de tortuga, era una persona obstinada, apasionada, egocéntrica, arrogante y perfeccionista. Era también un genio de la promoción y la imagen. El anuncio que utilizó para el lanzamiento del primer Macintosh rompió moldes y está considerado como uno de los 50 mejores en la historia de la televisión. La estética es otra de las claves de su éxito, toda una declaración de diseño.
Jobs, imagen de Apple
Jobs era la imagen de Apple y su historia define la de la propia Silicon Valley. De hecho, podría decirse que hay un antes y después en el mundo tecnológico que lo marca Apple. Una combinación difícil de replicar que le permitió conectar la tecnología con las tendencias, y que explica el tsunami mediático que acompaña a cualquier artilugio que lanza al mercado.
Apple hace tambalear el mercado en el que penetra, porque sus productos son simples y marcan tendencia, como demuestra el caso del ratón. Y en torno a ellos es además capaz de crear un verdadero ecosistema, en el que todos conviven en armonía. Pero eso en Wall Street dicen que no es conveniente apostar contra Apple cuando lanza un nuevo producto.
La revista Fortune nombró por todo esto a Jobs "empresario de la década", y no sólo por la manera en la que llevó las riendas de Apple y su impacto en el mundo de los negocios. Los editores de la publicación financiera destacaron su influencia en la cultura mundial. "Cada día, algún estudiante, empresario o diseñador que se enfrenta a un problema se pregunta: ¿qué haría Jobs?".
Steve Jobs estaba casado con Laurene Powell, con la que tuvo tres hijos, Reed, Erin y Eve. Jobs y Powell contrajeron matrimonio hace dos décadas, en una ceremonia celebrada en el Parque Nacional de Yosemite.
Además, tenía otra hija, Lisa, periodista, que se sumó a la familia. Nació antes de casarse, en su juventud, fruto de una relación con Chris-Ann Brennan en mayo de 1978.
Tan ingenioso como misterioso, Jobs fue el punto fuerte de Apple. Tres décadas durante las que redefinió o reinventó la tecnología de consumo, creando productos que el más corriente del ciudadano no sabía que iba a necesitar. Pero la imagen del "hombre de negro" está tan vinculada a la marca que eso le convierte a la vez en su principal vulnerabilidad.
Jobs sabía vender el producto, y tenía talento de distorsionar la realidad de tal manera que el público estuviera dispuesto a pagar más por ellos que los de la competencia. El éxito del iPhone, a pesar de sus problemas, es el más claro ejemplo. No era una cuestión de números, si no de emociones. Y eso es lo que crea todo tipo de preguntas sobre una Apple sin su gurú.
fuente: diario EL PAIS- Madrid,
El mundo homenajea a Steve Jobs como el revolucionario de la era digital
El adiós del cofundador de Apple a los 56 años, víctima de un cáncer, provoca en Estados Unidos una conmoción similar a la muerte de un presidente
ANTONIO CAÑO | Washington 06/10/2011
La desaparición de Steve Jobs es para Estados Unidos una pérdida nacional cuyo único antecedente comparable es el de John Kennedy, por la emoción que ha generado y su trascendencia universal. Nunca un hombre de empresa había significado tanto en una nación cuyo carácter se ve perfectamente reflejado en la obra de Jobs, un visionario de la era digital, y en lo que ésta representa de aventura, innovación y éxito. Los productos de Apple son mucho más que un objeto comercial atractivo, son los símbolos de una cultura popular cuya influencia se dejará sentir durante décadas. De ahí la conmoción actual, extendida a todo el mundo, que desborda al dolor por la muerte de un sabio.
La muerte de Jobs, aunque previsible debido a la gravedad de la enfermedad que sufría, sorprende a un mundo en medio de una crisis económica e institucional que ha convertido a los banqueros y a los millonarios en objeto general de repudio. También en Estados Unidos, pese que éste sea el país donde con más naturalidad de puede hacer dinero.
Jobs era un multimillonario y un ambicioso hombre de empresa que había triunfado en Wall Street, donde llevó las acciones de Apple de los 10 a los 400 dólares. Ese no era, sin embargo, el objetivo de su labor. Jobs no trabajaba para obtener beneficios y tener satisfechos a sus accionistas; Jobs trabajaba para demostrar que era capaz de convertir sus visiones en realidad.
Jobs no va a pasar a la historia porque sus productos fueron un éxito comercial, que lo fueron, sino porque hicieron felices a la gente. No hay más que recordar las caras con las que salían de las tiendas los compradores del primer iPhone o el primer iPad para comprender hasta qué punto eso era así.
La muerte de Steve Jobs se produce en un momento en que el capitalismo sufre la crisis más grave en ochenta años y quizá sirva de oportunidad para recapacitar sobre los pecados y las virtudes de este sistema económico. Como ha recordado el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, un amigo de Jobs, esta crisis es el fruto de la codicia de empresas que, en lugar de cumplir con su función de prestar y contribuir a crear riqueza, "se dedicaron a hacer dinero fácil con derivados y otros mecanismos incomprensibles". Cuanto más oscuros los productos, mejor se esquivaban las regulaciones y más dinero se hacía.
Jobs es la otra cara de ese capitalismo. Jobs es lo contrario de Lehman Brothers, Goldman Sachs y todas esas firmas que dominaban o siguen dominando el arte de hacer fortunas de la nada, sin generar algo tangible que lo justifique. Quizá por esa razón, mientras los ejecutivos de esas compañías han tenido que tomar medidas de seguridad para protegerse de las iras de la población irritada, Jobs muere como un héroe popular.
¡Qué llamativo contraste que el movimiento de protesta contra el capitalismo generado en los últimos días en Nueva York se desarrolle, en parte, gracias a los inventos de una de las empresas que ha aparecido durante años a la cabeza entre las de mayores beneficios en este país! ¡Qué gigantesco mérito de este hombre el de ser objeto de la admiración de los humildes, no por su sacrificio, sino por su triunfo!
"Jobs hizo lo que un consejero delegado debería hacer: contrató e inspiró a grandes personas, dirigió con la vista puesta a largo plazo, no a la evolución de las acciones en el próximo trimestre, hizo grandes apuestas y tomó grandes riesgos. Jobs insistió en productos de alta calidad y en construir cosas que dieran satisfacción y poder a quienes las compraban, no a los intermediarios o a sus directivos. Como a él le gustaba decir, vivía a medio camino entre la tecnología y el arte", ha recordado Walter Mossberg, el especialista del diario The Wall Street Journal, que lo entrevistó en varias ocasiones. "Nunca nos han importado los números", declaró el mismo Jobs en una ocasión, aunque sus números de ventas, márgenes, beneficios o revalorización en Bolsa de las acciones son la envidia de cualquier otra empresa.
Aunque se le ha comparado con Thomas Edison y con Henry Ford, ninguno de ellos consiguió conectar emocionalmente con los ciudadanos como lo ha hecho Steve Jobs. Como muestran los homenajes de ayer en internet y en las tiendas de la empresa de millones de sus seguidores y clientes. No hay duda de que poner al alcance del público la electricidad o el automóvil son avances gigantescos. Pero Jobs facilitó progresos de similar trascendencia consiguiendo, al mismo tiempo, una vinculación sentimental con ese producto. Por mucho que necesitemos el automóvil, nadie se siente parte del universo cultural de General Motors. En cambio, un cliente de Apple es un militante de Apple.
Jobs es también un precursor y, en ese sentido, su pérdida tiene igualmente un alto valor simbólico en Estados Unidos. Jobs es uno de esos genios que despreció el saber institucional de las escuelas de negocios. Dejó la universidad y creó un mundo particular en un garaje de California. Otros hicieron gestas parecidas en su época, particularmente Bill Gates. Y otros le sucedieron en sus ensoñaciones y gloria, entre ellos Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, o Larry Page y Sergey Brin, los creadores de Google.
Todos son parte de un mismo propósito transformador que convirtió a Silicon Valley en el centro del mundo y permitió a Estados Unidos un liderazgo tecnológico sobre el que hoy se apoya una parte de su liderazgo político, económico y militar. Jobs y su obra han hecho más por la imagen y el poder norteamericanos que miles de políticos, diplomáticos o generales.
Su desaparición se produce precisamente cuando surgen síntomas preocupantes de que ese liderazgo se desvanece y de que nadie posee hoy en este país la credibilidad suficiente como para convencerle de la existencia de un futuro mejor.
Jobs no era un político ni hizo nunca política. Simpatizaba con causas progresistas, como la defensa del medio ambiente, y llegó a hacer a amistad con Obama, como decíamos, o con el exvicepresidente Al Gore, a quien sumó a su consejo de administración. Pero no eran los políticos los que hacían fuerte al empresario, como ocurre en otras circunstancias y en otros países. Era Jobs, con su presencia, quien le daba poder a los políticos, un hecho insólito en una democracia. La sola participación de Jobs en un proyecto era la garantía de la solvencia de ese proyecto. Jobs contribuyó a hacer de Obama un político creíble.
Es muy improbable que algunos de quienes les sucedan al frente de Apple alcancen algún día semejante influencia. La empresa seguramente sobrevivirá, pero la leyenda en torno a ella muere con Jobs.
FUENTE: diario 'EL PAIS'- MADRID, 6 OCTUBRE 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario