por ROGELIO ALANIZ *
Nunca
el silencio produjo tanto ruido, nunca el silencio mereció tantas
interpretaciones, nunca el silencio fue tan elocuente. Las multitudes en la
calle le rindieron su cálido homenaje al fiscal cuya muerte sigue siendo una
sugestiva incógnita. Lo hicieron callados, tal vez porque ya está todo dicho,
tal vez porque no hay nada más que decir o tal vez porque se espera que hable
quien tiene que hablar, es decir, el Gobierno, el mismo gobierno que a través
de las últimas intervenciones de su titular se refirió a los más diversos
temas, menos a lo que importa, es decir, a Nisman y su muerte, su misteriosa e
inquietante muerte.
Es
precisamente el aura de misterio que rodea el caso lo que suscita aprehensión y
miedo. A nadie se le escapa que si efectivamente Nisman se hubiera suicidado
estas multitudes no estarían en las calles. No es la certeza lo que moviliza a
la gente, sino la sospecha de que desde el poder se puede haber tramado esta
muerte.
El
homenaje al fiscal fue promovido por algunos de sus colegas. Así debe ser. Los
fiscales que decidieron dar la cara algunas veces seguramente se habrán
equivocado, pero no son sus virtudes o defectos lo que hoy está en juego, sino
su voluntad de rendirle honores al hombre cuya muerte es una amenaza letal a
uno de los poderes centrales del Estado de Derecho.
Si
el "suicidado" hubiera sido un legislador, seguramente, sus colegas
parlamentarios habrían encabezado la manifestación. Pero me atrevo a decir que
en el país que vivimos la Marcha de Silencio podría haber sido convocada por
las redes sociales o los partidos políticos o los medios de comunicación,
porque de hecho el deseo de salir a la calle a rendir honores a Nisman, los
honores que el Gobierno no fue capaz de rendirle, estaba en el corazón de la
gente.
¿Quién
convocó a estas multitudes que ganaron las calles en Buenos Aires y en todas
las ciudades del país e incluso en el extranjero? El Gobierno. La Presidenta.
Ella lo hizo. Lo hizo con su empecinada negativa en darles las condolencias a
los familiares del muerto, con sus desbordes verbales, sus insólitas
ambigüedades, su manifiesta insensibilidad, su deliberada decisión de decretar
la alegría cuando el dolor, la incertidumbre y el miedo nos dominaban a todos.
Transformar
a la Casa Rosada en una Unidad Básica y celebrar una suerte de fiesta con tono
de bacanal, más que un error fue una torpeza, una exhibición patética de un
régimen que se repliega en sí mismo mientras más allá del Patio de las
Palmeras, más allá de las murgas y las claques, el sentimiento dominante era el
dolor y el miedo. La Señora debería saber que la alegría y la felicidad no se
decretan, que esa fantasía de todos los autoritarios de la historia siempre
degradó en pesadilla, que la risa forzada inevitablemente se transforma en
mueca.
Esas
multitudes silenciosas que ocuparon las calles de la Argentina son por
definición libres. No fueron arreadas por los punteros de turno y tampoco son
masas manipulables. Salieron a la calle, afrontaron las inclemencias de las
lluvias o las incomodidades de los apretujones porque así se los dictaban sus
conciencias. No hubo un motivo exclusivo, pero si fuera posible sintetizarlo en
pocas palabras, podría decirse que salieron para defender las libertades de
todos, incluso de los que, también por diversos motivos, se quedaron en sus
casas.
Conviene
insistir en este concepto: fue una jornada que representa a toda la nación,
incluso a los que se opusieron a ella con argumentos pueriles. Más allá de las
anécdotas y las inevitables divergencias, la fractura no está planteada entre
kirchneristas y antikirchneristas, sino entre el poder dominante y la sociedad.
Esta manifestación popular así lo confirma, no porque todos hayan estado de
acuerdo con ella, sino porque los valores que la movilizaron son compartidos
por todos.
Nunca
olvidar que se salió a la calle para impedir el retorno de lo siniestro en un
país donde la memoria del terrorismo de Estado aún lastima. Se salió a la calle
para revalidar la causa de los derechos humanos como corresponde: con mesura y
respeto, y con la convicción de que ellos pertenecen a todos y no son el
patrimonio exclusivo de sellos financiados por el poder. Se salió a la calle
para reeditar un nuevo Nunca Más porque, como los hechos lo demuestran, las
libertades también pueden estar amenazadas en democracias controladas por
regímenes que reniegan de ella. Se salió a la calle, porque existe la
empecinada sospecha de que el fiscal Nisman no se suicidó, sino que fue
asesinado.
El
espectáculo de la gente ocupando el espacio público reduce al ridículo y al
absurdo las advertencias y bravatas oficialistas acerca de maniobras
destituyentes, golpes de Estado duros o blandos. Esos hombres y mujeres que
decidieron estar presentes en el lugar preciso y en el momento preciso no lo
hicieron para desestabilizar a un gobierno que ya se va ni para transformar a
las ciudades en campos de batallas. Tampoco se propusieron tomar el poder o hacerle
el juego a un político opositor.
Precisamente
el rasgo que en el siglo XXI distingue a la multitud de la masa o del
"pueblo" unificado desde el Estado es su pluralismo interno, su
rechazo a toda maniobra unificadora. La multitud es por definición diversa,
innovadora, libre y, por lo tanto, lúcida. Es, como escribió Paolo Virno enGramática
de la multitud, la arquitecta
de las libertades civiles, el actor social capaz de realizar la democracia. O,
traducida a nuestra bochornosa realidad, la garantía de que la Argentina se
merece, por ejemplo, un destino mejor que Venezuela.
Esa
multitud en la calle es una advertencia a un gobierno divorciado del Estado de
Derecho y enredado en sus propias maniobras y operaciones internas. Es por
sobre todas las cosas una luz roja a un poder alienado, a un poder que opera en
las sombras, que despliega sus vicios en la oscuridad, la penumbra y que, por
definición, está dominado de un sórdido instinto de muerte. Esta multitud en la
calle es un testimonio en tiempo presente, pero también una advertencia al
futuro, a los políticos que dentro de unos meses asumirán la máxima responsabilidad
de gobierno.
Después
de tanto dolor y miedo, de tanta incertidumbre y desasosiego, de tantas
balandronadas de un poder prepotente e insensible, después de tanta aprensión y
vergüenza, esta manifestación pública de los argentinos, este arco iris de
pasiones e ideas iluminando el cielo de la patria, es un soplo de aire fresco,
una apuesta apasionada a la esperanza, una respuesta a un mundo que nos mira
con alarma y recelo, que los argentinos nos merecemos un destino mejor que este
presente agobiante, algo sórdido, algo miserable.
Esta
marcha de silencio en homenaje a Nisman, en homenaje a sus hijas, pero también
en homenaje a todos los que en esta jornada decidimos estar en la calle porque
nos fastidia la impunidad, la corrupción, los atropellos del poder, nos honra
como ciudadanos y le otorga una vibrante actualidad a aquella frase fundante de
nuestra nacionalidad, aquella frase que tantas veces se recitó sin pasión ni
convicción, pero que en este presente adquiere una actualidad palpitante y
vigorosa: "Al gran pueblo argentino, ¡salud!".
*El autor es docente
universitario y miembro del Club Político Argentino.
fuente: DIARIO LA NACION.COM.AR
Nota del Editor de este Blog:
Rogelio Alaniz es un escritor y talentoso
periodista del diario 'EL LITORAL' de
la ciudad de Santa Fe.
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