Lo que produce asombro
en la opinión pública española es un Estado, como el de Israel, que no se
avergüenza de serlo
Día 04/08/2014 - 13.53h
SÍ. Resulta ya innegable que hay una ola de
antisemitismo en España y que es preciso reconocer el fenómeno, definir su
naturaleza y analizar sus causas, para erradicarlo. Las reacciones histéricas
que está produciendo la respuesta de Israel sobre la Franja de Gaza a la
inicial ofensiva de los palestinos denotan que ha arraigado entre nosotros una
peligrosa cultura del prejuicio contra los judíos y contra lo judío. Se puede
desear la paz en ese rincón del mundo. Se puede pedir contención y proporción
al Ejército israelí en su respuesta a Hamás, dada la evidente superioridad
militar del primero. Se pueden admitir muchos peros y matices
bienintencionados. Pero lo que no se puede es ignorar de quién ha partido la
provocación y quién disparó los primeros misiles para presentarlo como una
pobre víctima indefensa frente al demonio. Hay un obvio juego sucio por parte
de nuestra izquierda en presentar esta guerra como si fuera la única que ha
habido en la historia de la Humanidad y no respondiera a un antiguo conflicto
en el que ya llueve sobre mojado.
Hay una paradoja que distingue al nuevo
antisemitismo del clásico, del de toda la vida. Si aquel se cimentaba sobre
argumentos tradicionales y reaccionarios, este se basa en valores presuntamente
progresistas. Si aquel se justificaba por el integrismo católico o el odio
racial, por la culpa judía en la muerte de Cristo y por la limpieza de sangre,
al nuevo antisemitismo se llega por la vía de la corrección política, del
buenismo, del utopismo, del pacifismo y del antirracismo, paradójicamente. Es
preciso comprender esto para no hacer un diagnóstico falso y para combatirlo
con la adecuada vacuna ideológica. ¿Por qué nuestra izquierda se identifica
antes con la causa islámica y teocrática que con la de un Estado moderno y democrático
como Israel? ¿Sigue vigente todavía la candidez que hizo ver un movimiento
libertador en la Revolución iraní, o hay nuevos factores que abundan en esa
identificación supersticiosa? ¿No será que ha cuajado colectivamente en nuestra
izquierda y en una buena parte de la sociedad española una cultura de la
laxitud que ve como moralmente reprochable y políticamente detestable la clara,
abierta y legítima autodefensa de un Estado, la salvaguarda de sus fronteras y
la osadía de aspirar «fascistamente» a su propia supervivencia?
En cualquier debate sobre el drama
palestino-israelí puede constatarse que lo que despierta antipatía y desventaja
ética ya de partida es la voluntad manifiesta de los judíos de defender su
Estado sin ambages ni disimulos ni hipocresías ni malas conciencias. Es eso lo
que irrita en un país, como el nuestro, acostumbrado a que el Estado pida
perdón por todo, incluso y antes que nada por su propia existencia. Es eso lo
que produce asombro en una opinión pública mucho más condicionada de lo que
cree por la presión ideológica de nuestros nacionalismos periféricos: un Estado
como el de Israel que no se avergüenza de serlo ni de neutralizar a sus
enemigos. Y así tenemos que lo que en principio es para los palestinos una
desventaja en el contexto mundial –ese Estado sin acabar– se convierte en un
punto a favor para su propaganda internacional.
Pero la paradoja llega más lejos. Lo que se
les reprocha a los judíos de hoy es que no sean en la defensa del Estado de
Israel más ladinos, más taimados, más farsantes y más políticamente correctos,
como lo son sus enemigos. Lo que irita de los judíos, en fin, es que no mientan
y no respondan al cliché que el antisemitismo tradicional ha elaborado de
ellos.
LA OPINIÓN DE Iñaki Ezkerra
http://www.abc.es/
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