EMILIO BABY
ERROR
Lo ví en el visor de mi máquina fotográfica. Sin pensar le dije:
-Mire para aquí, maestro.
Se dió vuelta y dijo:
-No se preocupe , amigo.
Reparé en el instante en mi error. No pude evitar sonrojarme y escondí mi cara detrás de la máquina pretextando enfocar.
Creyéndolo atraído por el zumbido de abeja maňosa que
caracteriza la apertura del obturador, el gentío agolpado le abrió paso y se
acercó a mí. Sus ojos sin luz pero con una mirada tremendamente fuerte estaban
clavados en los míos. Entonces me dijo:
- Sí, yo todavía a veces miro pero no se con qué. No se preocupe. Si no la sabe, es fácil averiguar mi dirección. Venga a verme.
Apenas pude balbucear
-Si, maestro.
Se me hicieron largas las horas hasta el momento en que con mi máquina y la foto en la misma valija en una mano con la otra apretaba el timbre de la vieja casona del barrio de Belgrano.
Al rato por demás largo apareció una anciana con aspecto de pocas palabras y mucho examen en su arrugada cara.
- Hay un error, dijo. El maestro no invita a nadie sin que yo lo sepa.
Con un dejo de aquí se acabó la cosa, le dije:
- Sí, yo todavía a veces miro pero no se con qué. No se preocupe. Si no la sabe, es fácil averiguar mi dirección. Venga a verme.
Apenas pude balbucear
-Si, maestro.
Se me hicieron largas las horas hasta el momento en que con mi máquina y la foto en la misma valija en una mano con la otra apretaba el timbre de la vieja casona del barrio de Belgrano.
Al rato por demás largo apareció una anciana con aspecto de pocas palabras y mucho examen en su arrugada cara.
- Hay un error, dijo. El maestro no invita a nadie sin que yo lo sepa.
Con un dejo de aquí se acabó la cosa, le dije:
- Pregúntele, por favor.
Agregué con el último aliento:
- Vaya, sea buena.
Hacía ya calor a las nueve de la maňana cuando empecé a viajar hacia mi destino. A mediodía la ropa se había vuelto pegajosa y la luz de ese momento no era buena para un retrato bajo el sol. Da sombras muy duras.
Volvió la anciana. Abrió la puerta mas allá del ángulo de la primera desconfianza. Con la cabeza hizo un gesto corto, seco y desganado. Agregó:
- Pase.
Pasé.
- Esa es la puerta del escritorio. Dentre nomás - con aire de derrota dijo la vieja.
Dije permiso y entré. El maestro estaba sentado y sonreía levemente.
- ¿ Sabe por qué lo invité? me dijo sin preámbulos.
- No, pero para mí es un honor, le dije.
La sonrisa se borró de sus labios sin color.
- Pensé que hoy no oiría pavadas. Esa ilusión se fue con el primer mate de la maňana. La eclipsó la estupidez nuestra de cada día. La ramplonería se queda ahí por que el río ya no admite mas porquerías. Seňor, lo invité por que usted dice ser fotógrafo. Posiblemente lo sea, pero lo que es seguro es que es un insolente.
A pesar del sentimiento de reverencia que me dominaba había entrado dispuesto a gozar del momento. No obstante cuando abría la boca apenas sin articular todavía ningún sonido, el gesto de su mano imponiendo silencio convirtió en acto mi intención de permanecer callado y no perder palabra.
- Si quiere sentarse por ahí hay una silla. ¿ Quiere un vaso de agua ?
No esperó por la respuesta. Decidido fue hasta la puerta y abriéndola dijo:
- Agua, por favor.
-Usted es un insolente, dijo, volviendo a su sillón. Continuó: - puede ver el brillo del sol en las crestas de las olas, el rojo del amanecer de un día de verano, espiar los ojos de su amada a través de las montaňas nevadas de sus senos. Quizá nació en Buenos Aires y si no, también, habrá visto que las esquinas no son rosadas, ese es un embuste mío que me causa mucha gracia, que las escamas de los bagres del Río de la Plata brillan como espejitos empaňados. Como el sol recorta las nubes y filtra sus rayos para besar la pampa y coagular la sangre de los mataderos. Pero usted no debe haber reparado en que el troley da bufidos y arroja olor a cansada goma quemada. Es posible que solo mire el chispazo en el cable y no entienda que es el quejido de fiera enjaulada aňorando lejanas tierras nativas.
- Sin importarles nada la santidad de la luz - siguió diciendo- los fotógrafos como usted son capaces de apresarla con ese artefacto ahora oriental y ayer alemán, hijo de bastardo padre francés y geisha abandonada, para quedarse con mi gesto que no me importa ni podré ver. Usted y los que son como usted osan convertir en sal la pequeňa e inocente porción de luz que atrapan para ejecutarla cruelmente, degenerándola ¿Cuántas mariposas atravesó usted con ese alfiler de libidinoso coleccionista? Lo que es asqueante y colma cualquier medida, su insolencia le hace decir que hay luces buenas y luces que no sirven. Mire, las únicas luces malas son creación de los peones del ominoso campo argentino, que se asustan de sus propias inocentes fantasías. Toda luz es buena. La luz es un torrente de pureza mancillada por eso que llaman postmodernismo. Así como le digo, si yo pudiera ver con mis ojos jamás diría que la luz hiere mis pupilas. Viviría ese instante como una orgía angelical, por efímero que fuese. Mi sonrisa sería eterna.
Sin dejar de prestar toda la atención de que era capaz, sin dejar de escuchar, recorrí el cuarto con mi mirada como en puntas de pie. No entraba luz por la ventana oculta por una pesada cortina y sobre el escritorio no había lámpara alguna.
Sobre la alfombra yacía mi valija con el equipo fotográfico y la foto del día anterior. No me atreví a tocar ni una ni otra. Habían tomado para mí un significado distinto. Algo las hacía detestables. La cámara instrumento paralizante de la luz y la foto como una afrenta ante la ciega mirada del maestro.
Una jarra de agua y dos vasos aparecieron sobre el escritorio inadvertidamente. En uno de los vasos se reflejaba un rayo de luz que se reflejó en la cara del maestro. Bebimos en silencio.
- Ahora, vaya nomás, dijo. Pero venga cuando guste. Estoy seguro que juntos algunas cosas podremos ver. Porque, ¿sabe? Hizo una pausa Los escritores somos mas insolentes que los fotógrafos. ¿ Puede usted con su miserable cámara narrar las andanzas de una mano en un bolsillo ajeno? ¿ O decir algo sobre la sensación de Robespierre oyendo el silbido de la hoja de la guillotina antes de caer sobre su nuca?
Ustedes frenan el movimiento. Los escritores somos padres de la dináminca de cualquier cosa que se nos ocurra. La fornicación de un muerto con un ángel ¿podría usted fotografiarla? ¿Puede usted?
Me fui. En el camino de regreso, al pasar por una compraventa permuté mi equipo fotográfico por una maquinita de escribir, que muy poco después abandoné por inservible. Antes de entregarla, retiré de la valija la foto del maestro, que todavía conservo.
Al llegar a casa, sonó el teléfono. Cansado, descolgué el tubo y dije
- Hola.
Del otro lado la voz del maestro que decía:
- Venga a verme. Quiero que me saque una foto.
Agregué con el último aliento:
- Vaya, sea buena.
Hacía ya calor a las nueve de la maňana cuando empecé a viajar hacia mi destino. A mediodía la ropa se había vuelto pegajosa y la luz de ese momento no era buena para un retrato bajo el sol. Da sombras muy duras.
Volvió la anciana. Abrió la puerta mas allá del ángulo de la primera desconfianza. Con la cabeza hizo un gesto corto, seco y desganado. Agregó:
- Pase.
Pasé.
- Esa es la puerta del escritorio. Dentre nomás - con aire de derrota dijo la vieja.
Dije permiso y entré. El maestro estaba sentado y sonreía levemente.
- ¿ Sabe por qué lo invité? me dijo sin preámbulos.
- No, pero para mí es un honor, le dije.
La sonrisa se borró de sus labios sin color.
- Pensé que hoy no oiría pavadas. Esa ilusión se fue con el primer mate de la maňana. La eclipsó la estupidez nuestra de cada día. La ramplonería se queda ahí por que el río ya no admite mas porquerías. Seňor, lo invité por que usted dice ser fotógrafo. Posiblemente lo sea, pero lo que es seguro es que es un insolente.
A pesar del sentimiento de reverencia que me dominaba había entrado dispuesto a gozar del momento. No obstante cuando abría la boca apenas sin articular todavía ningún sonido, el gesto de su mano imponiendo silencio convirtió en acto mi intención de permanecer callado y no perder palabra.
- Si quiere sentarse por ahí hay una silla. ¿ Quiere un vaso de agua ?
No esperó por la respuesta. Decidido fue hasta la puerta y abriéndola dijo:
- Agua, por favor.
-Usted es un insolente, dijo, volviendo a su sillón. Continuó: - puede ver el brillo del sol en las crestas de las olas, el rojo del amanecer de un día de verano, espiar los ojos de su amada a través de las montaňas nevadas de sus senos. Quizá nació en Buenos Aires y si no, también, habrá visto que las esquinas no son rosadas, ese es un embuste mío que me causa mucha gracia, que las escamas de los bagres del Río de la Plata brillan como espejitos empaňados. Como el sol recorta las nubes y filtra sus rayos para besar la pampa y coagular la sangre de los mataderos. Pero usted no debe haber reparado en que el troley da bufidos y arroja olor a cansada goma quemada. Es posible que solo mire el chispazo en el cable y no entienda que es el quejido de fiera enjaulada aňorando lejanas tierras nativas.
- Sin importarles nada la santidad de la luz - siguió diciendo- los fotógrafos como usted son capaces de apresarla con ese artefacto ahora oriental y ayer alemán, hijo de bastardo padre francés y geisha abandonada, para quedarse con mi gesto que no me importa ni podré ver. Usted y los que son como usted osan convertir en sal la pequeňa e inocente porción de luz que atrapan para ejecutarla cruelmente, degenerándola ¿Cuántas mariposas atravesó usted con ese alfiler de libidinoso coleccionista? Lo que es asqueante y colma cualquier medida, su insolencia le hace decir que hay luces buenas y luces que no sirven. Mire, las únicas luces malas son creación de los peones del ominoso campo argentino, que se asustan de sus propias inocentes fantasías. Toda luz es buena. La luz es un torrente de pureza mancillada por eso que llaman postmodernismo. Así como le digo, si yo pudiera ver con mis ojos jamás diría que la luz hiere mis pupilas. Viviría ese instante como una orgía angelical, por efímero que fuese. Mi sonrisa sería eterna.
Sin dejar de prestar toda la atención de que era capaz, sin dejar de escuchar, recorrí el cuarto con mi mirada como en puntas de pie. No entraba luz por la ventana oculta por una pesada cortina y sobre el escritorio no había lámpara alguna.
Sobre la alfombra yacía mi valija con el equipo fotográfico y la foto del día anterior. No me atreví a tocar ni una ni otra. Habían tomado para mí un significado distinto. Algo las hacía detestables. La cámara instrumento paralizante de la luz y la foto como una afrenta ante la ciega mirada del maestro.
Una jarra de agua y dos vasos aparecieron sobre el escritorio inadvertidamente. En uno de los vasos se reflejaba un rayo de luz que se reflejó en la cara del maestro. Bebimos en silencio.
- Ahora, vaya nomás, dijo. Pero venga cuando guste. Estoy seguro que juntos algunas cosas podremos ver. Porque, ¿sabe? Hizo una pausa Los escritores somos mas insolentes que los fotógrafos. ¿ Puede usted con su miserable cámara narrar las andanzas de una mano en un bolsillo ajeno? ¿ O decir algo sobre la sensación de Robespierre oyendo el silbido de la hoja de la guillotina antes de caer sobre su nuca?
Ustedes frenan el movimiento. Los escritores somos padres de la dináminca de cualquier cosa que se nos ocurra. La fornicación de un muerto con un ángel ¿podría usted fotografiarla? ¿Puede usted?
Me fui. En el camino de regreso, al pasar por una compraventa permuté mi equipo fotográfico por una maquinita de escribir, que muy poco después abandoné por inservible. Antes de entregarla, retiré de la valija la foto del maestro, que todavía conservo.
Al llegar a casa, sonó el teléfono. Cansado, descolgué el tubo y dije
- Hola.
Del otro lado la voz del maestro que decía:
- Venga a verme. Quiero que me saque una foto.
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N.D.E.: El autor es contador público y
abogado argentino. Tambien es
abogado israelí.
Narrador y poeta, reside actualmente
en Haifa,Israel.
Este cuento lo recibí directamente de
Emillio Baby, al que agradezco y
felicito , y fue publicado en mi
Revista Digital "PAGINA 1",
ejemplar Nro. 40.
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