domingo, 15 de septiembre de 2013

CINE ARGENTINO: Eliseo Subiela, cine y locura :“El deber de un cineasta es no aburrir”

En su nueva obra, Fernando Birri
interpreta a un director internado
en el Borda. Analiza el estado de
la industria cinematográfica local,
los subsidios y la política.





 
 
 
 
 
 
 
 
 
Fotografió Pablo Stubrin
 
 Por Florencia Guerrero
 
Una película en una sala vacía sigue siendo película? Yo creo que no”, sentencia Eliseo Subiela y su palabra, tal vez por la trayectoria siempre vertical y en ascenso, se vuelve inexorable. También puede que el valor de sus palabras se sustente en un dato cuantitativo: lleva más de 20 años filmando películas aplaudidas por la crítica y el público. Una cantidad de premios que descansan en la repisa de su oficina lo atestigua.

Subiela estrenó este mes Paisajes devorados, su producción número 14 entre las que es difícil olvidar a las exitosas Hombre mirando al sudeste y El lado oscuro del corazón. Casi autorreferencial, con este film el director se metió de lleno en dos temas que concentran su atención hace tiempo: la locura y el cine. En esta falsa biografía de Remoro, un anciano cineasta interno en el Borda, cuenta a tres estudiantes de cine sin pruritos las partes oscuras de la acción cinematográfica. “Tienen que hacer un cine que sirva para entender la vida, o para soportar no entenderla”, exhala el libreto escrito por Subiela e interpretado magistralmente por el también director argentino Fernando Birri.

–¿Por qué actúa Birri y no usted?

–(Ríe largamente) No hubiera sido lo mismo, Fernando es director pero además un actor en la vida y todo el mundo hubiera sabido que era yo. Además, me aterro delante de la cámara.

–Según Quentin Tarantino, actuar y dirigir forman parte de la misma tarea.

–No es mi caso. Aunque hay algunos malditos que lo consiguen: los actores muy talentosos como Robert Redford, Clint Eastwood, que actúan y dirigen fenomenalmente. Los odio (risas).

–¿Qué le interesó de contar la vida de un director de cine?

–En algunas últimas filmaciones que hice, tuve la fantasía de saber en qué momento un equipo se da cuenta de que el director se volvió loco, pidiendo cosas absurdas. Como en este trabajo te sentís con todo el poder y a la vez muy solo, siempre creo que en el terreno del arte las fronteras son muy complicadas. Ahí empezó a surgir este proyecto.

–No es la primera vez en que elige la locura como tópico. ¿Qué falta contar sobre eso?

–Me parece que lo que trato de pensar es que no deberíamos estar tan seguros de estar lejos de la locura. Todos somos “enfermos metales”, en mayor o menor medida. Alguna vez leí que todos tenemos la enfermedad del miedo, es cierto.

–Está quién supone que la locura facilita la creación, ¿qué opina?

–Que es una pavada, se crea sólo desde la realidad. No soy un apologista de la locura, de hecho creo que es una enfermedad tremenda.

–Dice que el rol del director es de poder total. ¿Cómo lidia con la omnipotencia de su profesión?

–Cómo vivir sin esa omnipotencia, preguntaría yo. Para mí, el momento de poder absoluto en mi profesión es vital. Un director es a la vez sindicalista, militar y muchas cosas juntas. Cada rol tiene su peculiaridad y todas recaen sobre las espaldas del director.

–¿Está el riesgo de volverse un dictador?

–Una película es lo menos democrático que hay. La democracia es para la política, para el arte no sirve. Si bien tenés que aprovechar lo que te den los demás, hay que tener un espíritu verticalista y disciplinado. Hay quienes no se juegan a esa forma de dirigir y terminás viendo los bodrios que hacen en cine.

–¿Le molesta ver películas malas?

–¿A quién no le molesta que lo traicionen? La cosa es simple, hay quien no entiende el rol que le toca jugar. Hacer una película es casi un horror por las dificultades que implica.

–¿No será mucho?

–Para nada. Hay caminos que están agotados, formas de hacer cine, de pensarlo, de promoverlo, que ya no sirven. Estamos caminando ese cambio, yo lo experimento desde el 2000. La tecnología nos puso límite, pero también la producción implica nuevas formas de financiamiento. Los directores ya no contamos con un inversor que ponga dinero en tu película porque vas a ganar festivales. El cine argentino está en crisis, la gente no va a ver películas nacionales y eso te obliga a cambiar tus propias estructuras.

–¿Por qué cree que no van?

–Es un fenómeno muy complejo, algunas películas merecen no ser vistas, pero no se puede generalizar. Me ha pasado de ver alguna película mucho tiempo después de estrenada y preguntarme por qué no supe de ella antes. Supongo que muchas veces no hay dinero suficiente para competir con los tanques extranjeros. Si no tenés atrás un padrino poderoso como un canal de televisión, no tenés nada.

–¿Teniendo actores populares se garantiza el financiamiento?

–En el cine no hay garantías. No hay recetas, el público es un misterio. Ojo, en Hollywood se equivocan también, pero ellos cuando comenten un error fílmico casi no se enteran.

–¿Hombre mirando al sudeste fue pensada como éxito comercial?

–No y para mí todavía es un misterio porque era teóricamente para un público minoritario. No hay receta.

–¿Qué prioriza a la hora de elegir un libro?

–Ser coherente conmigo. Aunque siempre espero que sea una película vista pero sin hacer concesiones. Soy un exitoso porque siempre hice lo que quise, no por mis resultados comerciales.
Por momentos, para Subiela parece que todo tiempo pasado fue mejor. No es casual que recuerde los ’90 del uno a uno como una década de oro para el desarrollo del sus productos. Ahora, el cambio en la relación con la moneda norteamericana complicó aquel realismo mágico en el que casi todo parecía posible. A eso se sumó el año pasado una denuncia realizada por la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) por evasión fiscal, que finalmente fue desestimada por el juez en lo penal tributario Javier López Biscayart.

–¿En qué quedó la investigación de la AFIP por evasión?

–En ese momento me sentí tironeado. Fue un exabrupto, creo que a (Juan José) Campanella le pasó algo parecido pero él tuvo más cintura para bajarse de eso. Yo no pretendía erigirme en enemigo de nadie, me sentí usado también. Por suerte ya pasó.

–Alguna vez dijo que le gusta el riesgo. ¿Dirigir a Mariana Arias en una película como No te mueras sin decirme donde vas, lo fue?

–Por supuesto. Esa película fue una apuesta muy riesgosa por la actriz que era modelo pero también por el tema tan tabú que es la muerte y lo espiritual. Pero esa tal vez sea mi virtud, porque pasan los años –veinte años– y son películas que se siguen viendo y discutiendo.

–¿Se siente reconocido por su labor?

–Sobre todo por la gente, incluso por los que no ven mi cine. Yo soy más conocido que mis películas, eso me fastidia. El reconocimiento que falta es del Estado y es algo que pasa en la Argentina, en general. Creo que en la época de Alfonsín y parte de la administración de la época menemista fue de gran reconocimiento hacia mí. De hecho, el único subsidio que recibí del Incaa fue en esa época.

–¿Usted era menemista?

–Nunca lo fui, aunque pretendieron hacerme fama de eso. Tuve grandes diferencias con el menemismo y con el radicalismo también. En los ochenta yo fui uno de los que reclamaba la creación de la ley de cine, publiqué una solicitada que decía “Señor presidente, mi familia no quiere vivir en Hollywood”. Después de eso pensé que no podría filmar más, pero por el contrario, el Incaa me apoyó en la realización de El lado oscuro del corazón. Nunca más me pasó algo así, a pesar de ser premiado en todo el mundo. Soy uno de los que siempre tiene que hacer cola con los principiantes y aun así el Estado no me ayuda. Todo pasa, soy un tipo de paciencia. Ahora me toca sobrevivir. 

–Desde hace años hay una expansión de festivales de cine europeo, como si la filmografía se dividiera entre “cine para cultos” o el popcorn norteamericano. ¿Qué opina?

–Hoy el mejor cine es el norteamericano y puedo probarlo. Allí están los grandes maestros del relato cinematográfico. Es más, te diría que el cine ha sobrevivido gracias al cine norteamericano porque es el que ha mantenido a la gente en las salas. Un buen director norteamericano cuenta lo mismo que un europeo, pero no lo hace tan aburrido.

–¿Cómo ve al semillero de cineastas?

–No puedo generalizar, hay de todo. A los pibes muchas veces les falta sangre, no sé. También hay un déficit educacional terrible, que es un problema de la educación argentina desde hace años. Cuando encuentro algún alumno apasionado me entusiasmo, me parece el principio de algo esperanzador, porque no es lo más común.

–¿Estudian cine porque buscan fama?

–Puede ser, pero si robaran un banco también se volverían famosos y ganarían más plata. Igual, hacer cine es más arriesgado que robar un banco.

–¿Sigue apasionándolo hacer cine?

–Más vale, me apasiono con mis proyectos y con el cine. Veo cinco o seis películas por semana, busco, leo todo el tiempo.

–¿Cómo ve la política de financiamiento para el cine local?

–Me parece que es dramático que en una misma semana se estrenen tres o cuatro películas, porque en muchos casos se las larga al matadero sin red, sin logística ni prensa. La verdad es que el principal problema que tiene el cine argentino es que los exhibidores prefieren las películas norteamericanas. Entonces para cumplir con el cupo obligatorio amontonan el cine local, lo ponen en horarios pésimos y no lo cuidan. Para las cadenas de cines, el cine nacional es un estorbo.

–¿La ley no está para proteger los productos locales de esas prácticas?

–Debería y sé que saldrán muchos a negar lo que digo, pero hay muchos vericuetos en los que se amparan las cadenas. Con 50 años de cine puedo probar todo lo que digo. Hay demasiados ejemplos de maldades que nos hacen los exhibidores a los cineastas locales. Por ejemplo, muchas veces dicen que no hay localidades y la sala está vacía, o dan la película sin anunciarla. Lo que quieren es pasar la película y sacarla rápido de cartel. En eso el Incaa debería actuar para que se respete la ley y nuestro cine no resulte un amasijo de películas. Por eso la gente termina optando por el cine yanqui.

–¿Y los productores locales no se deben alguna autocrítica?

–Sí. Muchas veces los cineastas hacemos películas que por los temas no interesan a la gente. Por decreto no podemos obligar al público a vernos. Yo no pretendo que Paisajes devorados sea masiva, porque fue hecha con un criterio de cine arte, pero hay algunos colegas que hacen películas para ellos mismos. Yo llamo a ese género el “tediometraje”, o sea bodrios. Estaría bien que nos preguntemos qué estamos haciendo nosotros para que la gente no nos elija, porque yo tengo derecho a hacer lo que quiera pero no tengo derecho a aburrir a la gente. El deber de un cineasta es no aburrir. A los argentinos nos cuesta entenderlo, por eso admiro el cine norteamericano.
 

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