viernes, 22 de abril de 2011

Los datos olvidados del cristianismo: los manuscritos de Qumrán, Jesús, los esenios,. etc.


Cuenta la leyenda que en 1947, un pastor buscaba una cabra perdida por los desiertos montes próximos al Mar Muerto cuando, tras lanzar una piedra en el interior de una cueva, el eco le devolvió el sonido de algo que se hacía pedazos. Con el tiempo, ese algo resultó ser uno de los más grandes descubrimientos del siglo XX: los manuscritos de Qumrán.

Durante más de cincuenta años, los documentos fueron celosamente guardados y estudiados por un selecto grupo de investigadores mientras se negaba el acceso al resto de interesados, con la excusa de que la labor de reconstrucción e interpretación era una tarea titánica que llevaría muchísimo tiempo resolver. Finalmente, las presiones de la comunidad científica, la propagación de diferentes hipótesis acerca del delicado contenido que tales rollos podían contener y las cada vez más abundantes críticas a un ocultamiento premeditado hicieron que los manuscritos fueran sacados a la luz pública.

Así, hoy sabemos que los manuscritos de Qumrán son un extensísimo compendio de textos que van desde el 250 a. C. hasta el año 66 d. C., y que dan fe de las tradiciones esenias, una corriente judía de carácter ascético cuyos miembros vivían retirados en el desierto de Palestina y cuyo origen se remonta al siglo II a. C. Se trataba de comunidades opositoras al régimen establecido que esperaban la llegada de un mesías que pusiera fin a la ocupación romana de Palestina.

Una de las mayores controversias generadas a raíz del estudio de estos llamados “manuscritos del Mar Muerto” gira en torno a los orígenes del cristianismo y la figura histórica de Jesús. Se ha querido ver una relación entre los esenios y las primeras comunidades seguidoras del Cristo desde la perspectiva de que aquellos judíos sublevados contra el poder que los sometía habrían preparado durante decenios el camino y las condiciones para el triunfo del Mesías prometido.

Así, cobra especial importancia la figura de Juan el Bautista, enormemente vinculado a las tradiciones esenias y que aparece como un rebelde peligroso y agitador de masas cuyo ritual de bautismo no tiene un origen muy claro. Que Jesús se hiciera bautizar por él lo coloca como discípulo de sus doctrinas y heredero de su movimiento, a pesar de que posteriormente, y una vez divinizada su figura, la interpretación al respecto cambiara sobremanera.

Este cambio de interpretación sobre la figura y el papel que Jesús tuvo en su época encuentra su origen en la existencia de dos corrientes muy claras y totalmente opuestas en cuanto a intenciones: la corriente de Santiago y la de Pablo. De los manuscritos de Qumrán se desprende la importancia que para los esenios tuvo Santiago, a quien se le considera hermano de Jesús. Santiago propagó sus enseñanzas como una forma del judaísmo cuyo propósito final era la independencia y la resistencia a todo poder extranjero. Y aquí entra una de las interpretaciones más polémicas sobre Jesús, pues muchos defienden que el término “nazareno” no se refiere a que fuera originario de Nazareth, puesto que esta nomenclatura parece ser posterior a la época del Cristo, sino a un término cuya traducción es “guardián de la ley”. Quiénes así lo mantienen usan como ejemplo la escena en que Jesús expulsa del templo a los mercaderes, una muestra de su enorme celo por el cumplimiento de las leyes más puras del judaísmo.


Pablo es considerado por los esenios el "embustero" que transforma la realidad en favor del poder establecido.

Frente al testimonio directo que suponen los discursos de Santiago, contemporáneos a la vida de Jesús, la corriente promovida por Pablo surge décadas después y con ella el cristianismo se transforma en un movimiento de aspiraciones cosmopolitas más allá de la identidad judía. Los esenios lo consideran el “embustero”, aquel que, protegido por los intereses de Roma (no olvidemos que Pablo es un soldado romano convertido a la doctrina cristiana), impulsa una imagen del Mesías no combativo y pacífico cuyas doctrinas no hicieran peligrar el poder romano y no atentaran contra la paz social. Es entonces cuando el Jesús humano se transformaría en un Jesús hijo de Dios, del cual no existe testimonio alguno entre los esenios. Este dato cobra especial importancia para algunos investigadores, puesto que la figura de tal Mesías habría tenido tanta importancia que debería ser objeto de multitud de documentos al respecto entre los miembros de la comunidad.



Según todo esto, los textos de Pablo no consiguen otra cosa que acercar la figura de Jesús a los intereses de los gentiles y alejarla de la comunidad judía, hasta tal punto que será ésta la culpable de su muerte al tiempo que Roma es inhibida de toda responsabilidad, tal y como refleja la historia de Poncio Pilatos y su lavado de manos.

El caso es que esta línea creada por Pablo se extenderá como la polvora y su reinterpretación de la figura de Jesús culminará siglos después en el Concilio de Nicea, en el 324 d. C., donde, bajo el poder de Constantino, se transforma oficialmente en un dios y pasa a ser la religión del Imperio. Ni más ni menos.

Por otra parte, la idea de una corriente histórica más fiel acorde a las enseñanzas de Santiago tienen su punto clave en otro descubrimiento crucial para la Historia del cristianismo: la aparición, en 1945, de los evangelios apócrifos, hallados en una tinaja escondida en Nag Hammadi, Egipto. Se trata de documentos del siglo III d. C. que hacen referencia a manuscritos griegos del siglo I d. C., de cuyos originales nada se sabe. En uno de ellos, el evangelio de Tomás, se dice que Jesús nombró descendiente directo a Santiago, el cual tendría la misión de continuar con su labor. Algo que ha servido a los defensores de esta idea para desacreditar las enseñanzas de Pablo y considerarlo, definitivamente, el “embustero” del que hablaban los esenios.

María Magdalena, que no será repudiada por la Iglesia Católica hasta el s. XVI, en plena caza de brujas, es una de las figuras más enigmáticas de la Historia del Cristianismo.

Los evangelios apócrifos son de origen gnóstico, movimiento al que nos hemos referido en alguna que otra ocasión, y en ellos se percibe la intención de potenciar la imagen divina de Jesús mediante la aplicación de las tradiciones mistéricas, especialmente la egipcia del culto a Osiris. Así, mientras los evangelios canónicos resaltan la divinidad de Jesús a través de su vida pública, los apócrifos hacen hincapié en su infancia y es ahí donde encontramos las fábulas relativas a todo héroe divinizado a lo largo de la historia, desde la estrella que indica su nacimiento hasta su poder para devolver la vida a los muertos, pasando por su triunfo sobre las aguas y la visita de los Reyes Magos. De esta forma, los gnósticos vinculan directamente a Jesús con la figura del Horus egipcio y lo ligan a la corriente heredera de los misterios de Osiris, algo que con el tiempo les costará la vida.

Otras claves interesantes de los evangelios apócrifos son la virginidad de María, cuyo origen está en estos textos gnósticos y que la vinculan con la figura de Isis, y la importancia de la mujer en la doctrina cristiana a través de la figura de María Magdalena, a la cual el evangelio de Felipe le atribuye una relación sentimental con Jesús. Pero esta figura, cada día más de moda debido a éxitos como El código da Vinci de Dan Brown, merecen otro artículo en otro momento…


fuente: http://www.amanecer2012.com/historia/los-datos-olvidados-del-cristianismo/

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