lunes, 27 de agosto de 2007

Médicos israelíes en Perú: "No hay mejor sensación que la de ayudar a quien lo necesita"




En esta foto se puede apreciar al equipo de médicos
y enfermeras israelíes que viajaron al PERÚ para ayudar
a las víctimas del último terremoto.(foto FLASH 90)



Después de viajar durante 36 horas, envueltos en abrigos de lana con un Maguen David, llegaron: tres médicos y tres enfermeras israelíes, todos expertos en rescate, arribaron ayer a la zona más castigada de Perú. El objetivo: brindar atención y asistencia a los sobrevivientes del terremoto que enterró a más de 500 personas y dejó miles de heridos. "Llegamos exahustos, pero cuando ves la expresión en los ojos de los niños te olvidas de todo", dice la enfermera Vardit .

Cuando llegó el camión cargado de medicinas, por el camino de tierra casi destrozado, al centro del pueblo, la gente ya los esperaba en filas sorprendentemente ordenadas. Decenas de enfermos y heridos, en su mayoría niños. Con silenciosa curiosidad observaron a quienes descendían del camión y le preguntaron al cura que los organizaba qué era ese símbolo que traían los extranjeros sobre el abrigo. "Es una Estrella de David", explicó el cura. "Éstos son médicos judíos de Israel, vinieron a ayudarnos".

Ayer, después de viajar durante 36 horas, los miembros del equipo de ayuda y rescate israelí llegaron a este sitio tan alejado, donde están las personas que tanto los necesitan. Una semana después que un fuerte terremoto sacudiera el sur de Perú, los habitantes de la zona, especialmente en los pueblos más pequeños, están aislados e incomunicados, y sobre todo necesitados de todo tipo de ayuda.

Según los datos oficiales, 540 personas murieron debido al terremoto, 1.039 resultaron heridas, 35 mil casas quedaron destruidas, y más de 176 mil personas se quedaron sin techo. Pero el trabajo de contabilizar todavía sigue y, según las autoridades, los números subirán. En la zona, miles de personas duermen a la intemperie, sin abrigo, sin alimentos y sin atención médica.


A este infierno viajaron los siete integrantes de la delegación israelí, todos ellos expertos en atención en casos de desastre. "Cuando llegamos al pueblo, a la pequeña construcción donde nos ubicamos, nos esperaban decenas de personas", cuenta la enfermera Jana Bodin. "Atendimos a una mujer que nunca en su vida había visto un médico. Llegó también un anciano con una herida cuyos puntos había que extraer hacía ya unos cuantos días y se había infectado. Abrimos la puerta e invitamos a acercarse a todo aquel que lo necesitara. Estas personas no tienen acceso a servicios médicos, y durante los exámenes podía verse que el estado de salud de la gente no era bueno ya antes de esta última tragedia. Y ahora perdieron lo poco que tenían", explica la profesional.

"Atendimos especialmente a bebés y niños de hasta 12 años de edad. Los más grandes se ven muy afectados por lo que sucedió, tienen huellas del trauma que vivieron, la mirada triste. Al mismo tiempo, los niños se desesperan por cada mínima muestra de cariño y atención. Se les ve el agradecimiento en la mirada. Había niños que nos abrazaban y nos saludaban llorando. Y sí, nosotros también lloramos".

El Dr. Sasha Kiderman, uno de los médicos de la delegación, relata uno de los casos que más los conmocionó: "De pronto descubrimos en una mujer un tumor. Por suerte pudimos darle la noticia de que era benigno y sus ojos se llenaron de lágrimas. Esa mujer nos llegó al corazón".

Además de los problemas médicos, los miembros del equipo debieron enfrentar dificultades en materia de comunicación. "La comunicación con los habitantes del lugar es difícil. El otro médico del equipo, el Dr. Gueler, y yo, hablamos español básico y encontramos una mujer que habla inglés básico. Todo lo demás es por señas. Se puede ver claramente que los afectados por este terremoto son extremadamente pobres y que en los mejores días no podían permitirse la atención médica mínima e indispensable", cuenta Kiderman.

"Sólo cuando volvemos a casa nos damos permiso para derrumbarnos"

Los miembros de la delegación aseguran que el trabajo no les da tiempo para pensar en nada ni en nadie. "Sólo ahora que estamos por viajar hacia otro pueblo me doy tiempo para digerir lo que vi acá", asegura el Dr. Kiderman. Además, afirman que a través de años y años de haber llevado adelante este tipo de misiones -después de terremotos, tsunamis y otras tragedias- se les ha generado una especie de adicción a esta conmoción, al esfuerzo físico y emocional que implica cada uno de estos viajes.

"Apenas supe que se organizaba esta misión llamé a Elisheva para que viniera con nosotros", cuenta la enfermera Vardit Aloni. "Y de inmediato comienza la locura de la organización, pedir días en el trabajo, arreglar todo en casa y salir. Esto de ir a rescatar y ayudar a la gente es como un virus que se te mete en el cuerpo. Yo soy voluntaria en unidades de rescate desde hace 20 años, voy a accidentes de tránsito y a todo tipo de misiones. Mi marido es conductor de ambulancias voluntario, y compartimos esto, vamos juntos a las misiones. Cuando los niños eran pequeños traíamos alguien que los cuidara y viajábamos para ayudar. Hay gente que contrata alguien que se quede con sus niños para salir a pasear o a bailar, pero nosotros salimos a ayudar".

"No hay mejor sensación que la de poder ayudar a alguien que se encuentra en una situación de emergencia, crisis o dolor. Cuando se ven las cosas que vimos aquí en Perú, cuánto nos necesitan, la adrenalina comienza a funcionar. Estuvimos viajando hacia aquí muchísimas horas y llegamos agotados, física y emocionalmente, pero cuando ves esa expresión en los ojos que te pide que hagas algo, que los ayudes, que tú eres una especie de salvador, te olvidas de tu propio cansancio", asegura Vardit.

"Aquí se trabaja a toda hora, se atiende a una seguidilla de personas que precisan ayuda. Y yo sé muy bien que sólo dentro de dos semanas, cuando volvamos a casa, nos daremos permiso para sentir, y para derrumbarnos. Cuando volvemos a casa queremos tan sólo tres cosas: dormir, dormir y dormir", explica Vardit Aloni.

¿Y qué sucede con las familias, cuando estos profesionales deciden integrarse a semejante misión? "Cuando me llamaron yo dije inmediatamente que sí, yo viajo, y en mi casa me dijeron que estoy completamente loca", dice Elisheva, la otra enfermera del equipo. "Cada una de estas misiones te deja una gran carga. Siempre es así, en algún momento lo sientes. Alcanza con una imagen, un olor o una voz determinada y de pronto vuelven a mí las cosas terribles que ví en Turquía en 1999. Así será también en esta ocasión, cuando vuelva a casa", asegura Elisheva
.

fuente: llegó en un e mail desconozco su origen.

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