nombre es mencionado por gran cantidad de
fotógrafos en forma constante como parte de
su formación técnica y profesional. Tuvimos el
agrado de conversar con uno de los profesores
más conocidos en la Ciudad de Buenos Aires.
S/T. Filiberto Mugnani, fotografías 1992-2002
Nicolás Tonelli / Leandro López
Filiberto Mugnani nació en San Juan en 1941, cuando estaba en quinto grado arribó a la Ciudad de Buenos Aires, donde actualmente vive y trabaja. Durante su adolescencia migrará nuevamente con su familia a Lima, Perú por casi dos años. Allí trabajó como distribuidor de la carga estable de los aviones en una empresa aeronáutica que terminaría regalándole el pasaje de vuelta a la Argentina. A su regreso se desempeñará como dibujante técnico y retomará la carrera de Física en la UBA.
Multifacético en su producción profesional y artística, realizó muestras con sus dibujos, participó de varios grupos de danza como bailarín, coreógrafo y asistente de dirección. Su primer curso de danza fue con una coreógrafa que incorporó por primera vez varones a un elenco de danza; lo que Filiberto considera todo un privilegio generacional. De formación autodidacta en el disciplina fotográfica.
Ha sido fotoreportero de varias agencias, incluyendo SIGLA. Ha realizado múltiples trabajos independientes publicaciones fotográficas y una producción cinematográfica, La república Perdida I.
En esta primera parte de la entrevista, el fotógrafo nos descubre con destellos algunas de sus primeras experiencias en el quehacer fotográfico.
¿Cómo comenzás con la fotografía Filiberto?
Si les digo la verdad van a pensar que es un bolazo total pero es así de simple. Una madrugada de no sé qué día, debe haber sido entre los años ’70 y ‘72, época en la que yo me dedicaba a otras cosas, había dejado la universidad y me dedicaba a trabajar en computación, me desperté con una angustia brutal y me senté en la cama hecho un bollito; absolutamente callado y paralizado. No tenía ni miedo, ni desesperación, ni bronca, nada, estaba hecho un ente, rarísimo como situación. No sé cuánto tiempo duró, sé que no abrí la boca durante todo ese tiempo hasta que en cierto momento me relajé y dije “Voy a ser fotógrafo” ¿Por qué? Ni idea.
¿La carrera que estudiabas era Física no? No sabíamos que habías trabajado en la rama de la computación por esa época.
Estudié Física y dejé justo en la mitad de la carrera lamentablemente, pero fue para resolver terribles problemas económicos del momento y más que nada una acuciante necesidad de independencia económica absoluta. En la facultad me iba bien, pero necesitaba mucha plata que no salía de cualquier laburo en esa época, año ´67. Gente de la facultad me contó esto de la computación. Yo ya había sido ayudante de Física y Matemáticas en Exactas y Medicina, hasta 1966. Eran trabajos rentados, por concurso, que me iniciaron en la docencia y me formaron, específicamente en Exactas, pero me quedé sin trabajo en dos facultades, y con alumnos particulares tampoco resolvía la cosa; me había metido también con las artesanías y esas historias porque a mí me gustaban mucho pero no había manera. Al poco tiempo haciendo encuestas consigo que un gerente del Ministerio de Economía, que estaba con tiempo libre luego de la encuesta, un día de mucha lluvia y mucho frío, se ponga a charlar conmigo. Me pregunta “¿Qué hacés de tu vida? ¿Qué necesitas?” Entonces yo aproveché y le respondí “Mire, yo quiero trabajar en computación, pero no tengo cómo conseguir el trabajo”. Me dio un nombre, me dijo “Andá a ver a este tipo”. Fui a verlo y ese tipo me hizo pasar por empleado de una gran empresa, esas eran las condiciones para hacer los cursos gratis en IBM. Logré así entrar en una empresa que estaba empezando su actividad, trabajando como programador de computadora en un lenguaje específico. Aquello cambió rápidamente mi situación de vida.
Te decidís “Voy a ser fotógrafo” pero ¿tenías ya cámara, habías hecho fotografía?
Desde hacía diez años tenía una cámara pero con la cual no había sacado más de seis rollos, desde el ’64 que ya no la usaba, y tampoco la agarré cuando tomé esta decisión. Esa noche pensé “¡qué bueno! ¿Y cómo se hace?”. Al día siguiente lo primero que hice fue ir al kiosco de revistas y pedir por una revista de fotografía, cualquiera, ni me acuerdo cuál fue. Sé que desde ese día en más no paré, he comprado cientos de revistas; de mi querida Foto Mundo he tenido la colección completa, los casi cuarenta años.
Yo tengo muchas respuestas de por qué creo soy fotógrafo, pero no le creo mucho a ninguna. Sigue siendo un misterio que me llevaré al cajón y a los dos les aseguro que es exactamente eso.
Este es un dato por ahí importante, por esa época hacía ya hace tres o cuatro años que estaba vinculado a la danza, actividad en la que yo estuve veinte años. Comencé danza a los treinta años. Fue un desafío tremendo, peor que la fotografía aunque no me quejo de lo que hice y aprendí, ha sido maravilloso. En un grupo de danza que integraba como bailarín allá por los ‘70, éramos un quinteto, tres chicas y dos varones, mi compañero era Olkar Ramírez, quien además de bailarín era fotógrafo. Yo pensaba “¿este loco qué carajo hará con la fotografía?”, porque él a todos los ensayos y clases venía con su bolso de equipo de danza y su cámara. Yo no entendía para qué, ni porqué ni cómo, ni por que la gente decía que eran lindas cuando las vendía. Él hacía tapas de discos para Litto Nebbia y todo rockero que empezaba en esa época.
De todas formas yo creo que él no me contagió nada, absolutamente nada. Con él habremos hablado de fotografía muy pocas veces en veinte años. Sobre las exposiciones que él hacía o sobre trabajos que él tenía, incluso habiendo yo ya arrancado a trabajar como fotógrafo.
¿Todo lo aprendiste con las revistas de forma autodidacta?
Leí todo lo que se les ocurra, todo lo que cayera en mis manos. Fui siempre autodidacta, hasta el día de hoy. Además de las revistas compré mucha bibliografía técnica, la formación de la facultad a mí me ayudó y me ayuda enormemente. Para mí siempre eso fue un aliciente muy grande porque era una manera de volver a la Física, cosa que en el fondo yo nunca dejé. Tenía que ver con haber encontrado esta coyuntura intermedia entre la ciencia y el arte, porque si bien el arte a mí me intereso desde toda la vida, dibujo desde que soy pibe y sigo estudiando dibujo, la danza me atrapó y me encantaría hacer música, qué sé yo, todas esas cosas me cerraban como proyectos de vida complementarios.
Así que dibujas desde chico ¿desde la secundaria o antes?
Mirá yo dibujaba autos y aviones de toda la vida. En los años previos a la computación, cuando la docencia no alcanzaba, yo trabajé como dibujante técnico. Lo tuve que aprender por otras razones previas a la Facultad, algo vinculado a la aviación y a la astronáutica.
¿Dibujaste vinculado a la aviación y la astronáutica?
Claro, cuando estaba terminando la secundaria e ingresando la facultad, tenía unos diecisiete años, formé parte de una asociación civil, una entidad importante el Instituto de Experimentaciones Astronáuticas (IDEA); una entidad civil para fabricar cohetes y para investigar, digamos, la cohetería. Todavía no existía la “era espacial”. Yo integré un equipo cuyo objetivo era el de fabricar el primer motor cohete de combustible líquido que hubo en Argentina, para ese motor tuve que hacer algunos de los planos.
Realmente lo que a mí me interesa en el dibujo es básicamente la gente como tema, y cuando apareció la danza, que es posterior al dibujo, todavía más. Para cuando empiezo con la fotografía, ya estaba metido hasta la cabeza en la danza, tenía la mitad de la Licenciatura en Física hecha.
Y siempre dibujando…
Sí, yo recién ahora, en los últimos quince años que me dedico, cada tanto, a su estudio de forma sistemática. Ahora hace tres años que hago un taller en el Rojas por ejemplo, pero nunca me preocupó estudiarlo, me era una necesidad tan visceral que me daba lo mismo el resultado. Después por formarme como persona descubrí que como dibujante también había que formarse, era mejor saber qué lápiz va con qué papel o qué significa dibujar una manzana o la cara de una persona; no es lo mismo, como tampoco lo es fotografiar productos o personas. Podés usar los mismos conocimientos pero con fines y necesidades diferentes.
Volvamos, comenzás a estudiar de forma autodidacta la disciplina fotográfica…
Un psicoanalista te diría que es una pulsión que yo no cuestioné nunca. Tengo ganas de esto, lo hago aunque duerma poco, cosa que de hecho pasó mucho tiempo, cuatro horas por día. Volvía de laburar diez, doce horas e igual leía todas las noches por lo menos dos horas.
Al comienzo leía sin ningún criterio, con la misma pasión que leía un aviso publicitario leía una nota histórica, una nota técnica o una crónica a un fotógrafo famoso. Empecé a sistematizarlo todo en cajitas: cómo se usa la cámara y qué se pone en la cámara; otro momento es qué se hace con lo que se saca de la cámara; otra cosa es saber cómo se mide la luz. Después decido estudiar y aprender todo lo relativo al trabajo de laboratorio. Cuando aprendí a copiar dije “bueno, ahora agarro la Kodak Retinette y saco un rollo y revelo”. Yo ni idea de lo que era un exposímetro, no sabía qué hacer, yo podía un número y un tiempo y palo y a la bolsa. Mucho tiempo después descubrí este aparatito.
(Risas)
Pero bueno con eso aprendí a revelar. En cuanto copié fotos mías, reveladas por mí, sentí que ahí se cerraba la cosa. Eso me debe de hacer llevado un año y medio fácil. Había empezado una época muy linda que fue la de gastar a cuanta persona conocía sacándole fotos donde se me diera la gana, por la razón que se me diera la gana y convenciendo al otro con todos los artilugios posibles para fotografiarlo: hombres, mujeres, grandes, chicos, familiares, desconocidos; así hice una experiencia muy grande de vincularme con la gente. Por estar en el ambiente de la danza comencé a fotografiar mucho a bailarinas, ya participaba en obras con lo cual iba mucho a ensayos y funciones. Me empezó a llamar la fotografía de danza y teatro, algo maravilloso como rubro. Sacaba fotos sin compromiso con nadie hasta que una vez una amiga me dijo “che, esta foto es muy linda te la quiero comprar”. Esto cerraba con la noche sin sueño. Ahí debo de haber hablado con Olkar para que me de alguna idea de precios y empecé a vender; al momento de empezar a vender tomé la decisión: “se acabó la computación”.
¿Y a partir de ahí?
Entre el día ese de lo que pasó a la noche y el día en que empecé a trabajar como fotógrafo independiente pasaron pocos años; el 22 de agosto del ’75 renuncié a la Gerencia de la empresa. Tenía ahorrada plata para vivir dos o tres meses, cosa que duró muy poco porque justo fue El Rodrigazo y después los milicos, así que la cosa se puso muy difícil. Yo tenía un cuerpo, unaNikkormat, dos lentes y pará de contar, experiencia mínima pero sabía revelar los rollos que sacaba con mi equipo y podía copiarlos dignamente con mi paupérrima ampliadora de ese momento; me dije “yo con esto empiezo”. Para trabajar en la calle y buscar otros trabajos me asocié a laAsociación de Fotógrafos Profesionales de la República Argentina (AFPRA), que es de los tres sindicatos, el de los socialeros. Me trataron muy bien, tienen un local al lado del Teatro Regio, con laboratorio, galería de tomas, biblioteca y obra social, todas cosas que me vinieron de lujo en ese momento. Ellos me dieron una credencial de Fotógrafo Profesional que avalara los conocimientos que yo me había procurado. Comencé entonces a buscar trabajo en revistas de espectáculos, y conseguí, así seguír metiéndome.
A los dos meses de dejar el laburo de Gerente me entero, de una agencia que se acaba de formar, una sociedad de dos argentinos y un brasilero, Olkar estaba trabajando ahí. Estoy hablando de SIGLA, fue una agencia de prensa fenomenal en fotografía que hizo un quiebre histórico en Argentina; ahí había monstruos de colegas que yo ni sabía que existían: Jorge Aguirre, Juan Travnik, Diego Goldberg, Eduardo Grossman, César Cichero, Guillermo Loiácono; el staff era increíble, el único que no tenía mucho que ver era yo. De ahí, a varios, los tengo de amigos para toda la vida, otros ya no están.
Cuestión que voy y me dan bola, así de una me dan bola, me dan una nota, nunca me voy a olvidar porque en mi vida sufrí tanto por un laburo…
Como es el primer trabajo importante…
Como es el primer trabajo. Me dijeron así “Hay unos juegos olímpicos en Parque Chacabuco. Andá y traé fotos de todo”. A mí el deporte me interesa con límites, nunca entendí mucho las reglas del fútbol o del básquet. Cuando llego veo que todo pasaba simultáneamente, me quería matar. Cómo iba a hacer salto con garrocha si hay jabalina y bala, todo junto en el mismo momento; cómo voy a individualizar a la gente si no sé ni quiénes son. Había setecientas mil personas, nadie me daba bolilla, pensé “¿qué hago? Haré lo que pueda, me paro donde me guste, hago lo que se me cante y perderé mi primer laburo en esta agencia”.
Me quedé un muy buen rato en salto en alto con garrocha, le hice una foto extrañísima a un deportista porque lo fotografié exactamente de espaldas en el momento en que está saltando por arriba de la vara. La foto estaba buena. En esa agencia yo no revelaba, revelaban los laboratoristas, y al toque veo que editan esa foto y la mandan, en ese momento esa agencia mandaba fotos al diario El Mundo.
La dictadura cierra El Mundo y SIGLA comenzó a trabajar para el diario El Cronista Comercial en la parte de deportes. Para entonces yo ya había conseguido entrar a Editorial Abril, haciendo uso de una audacia que no me reconocía.
¿Después de que cerró El Mundo?
Sí. Llamo y digo habla fulano de tal quiero hablar con el Jefe de Fotografía, “¿Por qué tema?”; “Se lo cuento a él”; “Ah bueno”. Me atiende el Jefe, Bernardo Acuña, le digo que lo quiero ver, “Bueno, decime qué agenda tenés”; “No, ahora lo quiero ver”; “¿Es muy urgente?”; “Urgentísimo”; “Bueno vení”. Cuando llego a la Editorial me pregunta qué pasaba y le digo que quería trabajar ahí. Me respondió que no había lugar a lo cual le dije que no me importaba, yo quería trabajar ahí. Después de un rato de discusión me dice “Andate, dejame tus datos y andate”.
A los tres días me llama por teléfono y me pide ir a buscar un material para hacerme una prueba. Llego a la oficina de él y alguien me da un sobrecito que tenía tres rollos y una nota que decía “Hacer los artesanos de Parque Lezama” o algo así. Las fotos estaban bien, así que después me dan una nota paga. Tenía que hacer una entrega de premios en un teatro un sábado a la mañana. Le digo a Bernardo que yo no tenía flash a lo que él me respondió “Bueno, conseguite uno”…
Como vos dijiste “vengo a trabajar acá”, él te dice “Conseguite un flash”…
No sé cómo un primo mío, prácticamente un hermano, aparece con un flash que le habían regalado. Un flash que todavía tengo, del año cincuenta. Le pregunté cómo se usaba, me explicó básicamente “Lo enchufas acá y acá y disparás”. Lo llamo a Bernardo, “Tengo el flash, allá voy”.
Les cuento esto porque es al revés de cómo soy yo el noventa nueve por ciento de mi vida. Fui al lugar, había muchísima gente, me mandaron arriba a sacar las fotos, a treinta metros del escenario. Inocente, bruto como yo solo pienso “bueno, pero tengo el flash, no pasa nada” y empecé a sacar. Ningún flash del planeta a treinta metros te va a dar algo, absolutamente nada. No sólo eso, vuelvo a la editorial entrego los rollos contento como loco y cuando terminan de revelar me llaman y me preguntan “¿Flaco, qué hiciste?”. Todas las fotos eran un fideíto finito en medio del fotograma, había sincronizado en 1/250 en 1/500, qué sé yo: el que no sabe, no sabe en serio. Me enterré.
Los tipos me dijeron, “bueno, la verdad lo hiciste tan bien tan mal que eso es un mérito”. Me tomaron como colaborador, laburé por dos años en la editorial, hasta el ’79.
(Risas)
Yo lo digo ahora en las clases: hacer algo mal, pero muy bien mal, es buenísimo, porque es la manera de entender.
¿Y una vez que salís de Editorial Abril, seguís trabajando de forma independiente?
Seguí trabajando independiente, para algunas agencias de noticias. Trabajé un año y pico en el diario Popular haciendo casi exclusivamente fútbol los sábados. A mí me venía perfecto porque era un horario fenomenal para mis compromisos con la danza, el problema era que yo llegaba al diario y me preguntaban “¿Trajiste el penal?”; “¿Qué penal?”; “¿Cómo qué penal?”; “¿Fue en el arco que a mí me toca?”; “Sí”; “Entonces está”; y estaba. Yo trabajaba en las esquinas de los corners del arco por limitaciones de equipo fotográfico, y tenía primeros planos de los tiros libres, penales, de lo que mongo sea, pero que yo no sabía ni cómo se llaman ni por qué mongo acontecían. Yo veía quilombo a quince metros y plaf, foto.
(Risas)
Las fotos servían, había aprendido a mirar. El entrenamiento visual de cuerpos en movimiento que a mí me dio la danza es buenísimo, creo que distinto al de un reportero gráfico, con todo respeto por mis queridos ex colegas.
El profesor de buena parte de
las nuevas generaciones de fotógrafos esboza,
entre otras cuestiones, su concepción acerca
de los procesos de aprendizaje en estos tiempos
y nos comparte su mirada, desde su experiencia
como autor, sobre algunos prejuicios existentes
en nuestra sociedad.
Monteverdi, Método Bélico/ El Periférico de Objetos/ TMGSM -2000.
Filiberto Mugnani nació en San Juan en 1941, cuando estaba en quinto grado arribó a la Ciudad de Buenos Aires, donde actualmente vive y trabaja. La semana pasada publicamos la primera parte de la charla.
Actualmente uno de los referentes de la fotografía nacional; entre 1983 y 1988, época de efervescencia cultural y búsquedas de nuevos caminos, fundó e integró el GUF-Grupo de Fotógrafos junto a otros fotógrafos: Cristina Sarasa, Elías Mekler, Ricardo Tegni y Gabriel Valansi. Por los años ’86 y ’87 fue además Colaborador Permanente del Consejo Argentino de Fotografía (CAF) donde mantuvo contacto con grandes nombres de la fotografía nacional como Sara Facio, Alicia D’Amico, Annemarie Heinrich, Andy Goldstein y Juan Travnik.
De Juan dice “El único maestro que tuve después de mí es él”, haciendo referencia a un Taller de Estética Fotográfica que tomó durante dos años, entre 1985 y 1986. También realizó diversos talleres de actualización técnica para profesionales a lo largo de los años.
Ha expuesto sus fotos colectiva e individualmente en el país y en el exterior. Sus obras forman parte de las colecciones permanentes en: Acervo de Fotogalería Omega, La Plata; Colección Encuentros, Humberto Chavez, México DF; Museo de Arte Moderno de Buenos Aires; Museo Municipal de Artes Plásticas Damaso Arce, Olavarría, Pcia. de Buenos Aires.
Filiberto se dedica a la enseñanza básica de la Fotografía desde 1991, en instituciones como el CC Rector Ricardo Rojas-UBA, TEA-Fotoperiodismo, El Camarín de las Musas, Artilaria, o en forma particular. Por los años 1993 y 1994 da charlas sobre sus fotos a los alumnos de la ENET Nº 31.
En los últimos años ha retomado la cursada de su querida carrera de Física en la UBA, proyecto que implica mucho más tiempo del que dispone pero lo llena de alegría.
Con categórica coherencia nos relata, en esta segunda parte de la entrevista, algunos aspectos de su trabajo artístico, el profundo respeto que le inspiran sus colegas, sus primeras experiencias en al ámbito fotográfico de autor, como así también los comienzos de su labor docente.
¿Y cuándo aparecen esas fotografías que no te pedían en los diarios, el lado autoral?
Cuando yo dibujaba, dejando de lado todo lo que fuera dibujo técnico, dibujaba gente. Hombres, mujeres, en general desnudos o tendiendo a la desnudez, sin importarme ni proporciones, ni color, ni material, nada. En la práctica fotográfica yo empecé haciéndole fotos a todos, mis amigos y mis amigas bailarines, familia, conocidos. Los convocaba para retratarlos en mi departamento; no tenía un solo farol de estudio pero tenía una única ventana, ese era mi estudio, mi luz. Los citaba a las diez de la mañana, entre las diez y las doce tenía la luz que quería. Como tipo que tomaba tres o cuatro clases de danza por semana me fui entrenando sin darme cuenta; aprendí a mirar los cuerpos de una manera muy particular, en esa época además iba a estudios a hacer talleres de desnudo, cosa que sigo haciendo. Mi ojo estaba muy imbuido de todo eso, entendí que yo quería hacer fotografías de desnudos, excluyentemente, pero no me animaba a planteárselo frontalmente a ninguna posible modelo.
Me daba cuenta que ese era un límite mio pero fueron pasando, de a poco, cosas muy inesperadas para mí que fueron ayudas brutales en mí camino. Algunas chicas crecían y tenían la necesidad de imágenes de su cuerpo cambiado por la maternidad o por la edad. Increíblemente lindas como personas, con dudas vitales equivalentes a las mías y que a ellas les era difícil plantear. Me empezó a pasar que algunas de ellas me pedían por ejemplo “Mirá yo quiero mi torso desnudo”. Eso me fue ayudando a hablar del tema con más franqueza. Así quedamos con una compañera de danza para hacer un trabajo juntos, ella iba a posar desnuda y yo lo la iba a fotografiar; íbamos a estar solos en lo que ya era mi primer estudio de fotografía, un lugar que no era de mi propiedad sino que alquilé como estudio y vivienda. Bueno, pasaron tres años hasta que hicimos esas fotos.
¿Tres años? ¿Por qué?
Esas fotos las terminé haciendo para una convocatoria abierta a todo el país que hizo la FotoGalería del San Martín cuando Sara Facio acababa de abrirla. El tema era el desnudo en Argentina, desde el primer minuto del siglo XX hasta la actualidad, estábamos en el año ‘84, ’85, por ahí. Yo ya tenía unos cuantos años de prensa encima, también de danza, había crecido como fotógrafo y estaba bien colocado digamos, no tenía contradicciones severas, tenía mucha pasión y ganas de seguir formándome, que no han bajado. La veo en una clase a esta piba y le digo “Perdiste ya está, ahora tenemos que hacerlo” y me responde que sí. Fijamos un día de trabajo, una mañana entera; la casa tenía un ventanal de cinco metros por tres metros de alto, una pared curva alucinante que era mi luz más unos paneles de telgopor y se acabó la historia. Hicimos la sesión de fotos improvisando cosas de movimiento, mucho cuidado, todo 35mm, una delicia. Revelé ese material, hice contactos, lo edité, lo copié y mandé cuatro fotos al jurado como pedían; tenían un orden así que estaban numeradas. Juan Travnik, a quien conocía mucho de las canchas de fútbol y también de SIGLA, era uno de los jurados y un día, después de entregar las fotos, me llama por teléfono.
¿Te llama para decirte qué?
En muy buenos términos, pero también muy contundente, me dice “Mirá vos mandaste cuatro fotos y acá dice que van las cuatro o no va ninguna”, hizo una pausa y terminó diciendo algo como “No seas tarado. O sacas la que yo te digo o te vas a perder esta muestra”. Yo, herido en mi ignorancia otra vez, pensé en decirle, “cómo te crees voy a hacer eso, que no a la censura”, todas las idioteces que uno dice cuando no sabe de qué está hablando, pero me callé la boca. Creo esa fue la tercera y última vez que me mandé una macana grande, pero es la primera vez que cuento todas juntas...
(Risas)
Tenía razón de acá a la China, una de las fotos no tenía nada que ver con las otras; me dio tres días para responderle, no había más tiempo. Me puse a pensar, por que tan bruto no soy, o quiero dejar de serlo, y muy a duras penas reconocí que necesitaba ese respaldo, colgar ahí iba a cambiar mis límites. Tener la autonomía para decirle a alguien que la o lo quiero fotografiar desnudo porque sí o por un proyecto en concreto. Le respondí a Juan que sí, que la saque. La exposición fue un éxito y además mis tres fotos funcionaron muy bien, eso solo para mí fue un premio descomunal. De ahí en más nunca tuve problema para pedirle a alguna modelo que posara para mí desnuda porque tenía el respaldo de haber sido seleccionado para esa muestra nacional. Me dio una certeza que me permitió seguir adelante en mi trabajo con desnudos los veinticinco años que siguieron; con tranquilidad y muy feliz con lo conseguido. Creo que si no hubiera pasado esto habría terminado dejando el tema, porque la parva de prejuicios infernales y terribles que tuve que superar ha sido feroz.
Cuando decís prejuicios ¿te referís a los de la gente que te rodeaba o a los propios?
Mirá, de todo. Por un lado están los más importantes, los míos, que son muchos y apenas los tengo claros. La gente tiene un catálogo de prejuicios impuestos por la cultura, todos tienen los mismos y en verdad son muy pocos y muy burdos. En general muchos varones, y algunas mujeres, creen que las fotos de desnudos son vínculos de necesidad dudosa: o la foto es una excusa para el sexo, o el sexo después deviene en foto. Los que tienen los prejuicios son ellos. Yo tengo prejuicios pero también una norma que no he transgredido nunca: no sé hacer dos cosas al mismo tiempo; cuando trabajo hago fotos, y si hago otra cosa, no tengo que darle explicaciones a nadie. En el tema de la fotografía de desnudo mi conducta es así, implacablemente coherente, la defiendo, la voy a defender a ultranza y no la transgrediré jamás. El tiempo con el o la modelo está puesto en charlas para evaluar resultados, editar juntos; no hay foto que yo muestre que no la haya sido autorizada previamente por la correspondiente persona.
¿Seguís fotografiando?
Estoy fotografiando esporádicamente, solo comercialmente y nada que ver con gente; hace como dos o tres años que no hago desnudos. Por suerte trabajé con un escultor unos años lo me vino muy bien como complemento de mi actividad docente. En cierto momento se me cortó la racha de trabajo continuo en el mismo tema autoral, muchas de mis fotos arrancan de bocetos que dibujo y puedo tardar años en transformarlos en fotos, tengo carpetas llenas de esas cosas, borradores…
¿Siempre copiaste vos las fotos para tus muestras?
Sí, con excepción de una muestra en el 2011 en La Rural. Ahí había una foto que no copié, fue la primera vez que hice una foto con procesamiento digital en ByN. Escaneé tres negativos hice un collage y lo mandé a copiar, me hicieron un trabajo excepcional. Me abre las puertas a este trabajo que apenitas estoy investigando y es lo que ha motivado a hacer alguna foto en los últimos tres años.
Compré una cámara digital en 2010, tarde seis meses en estrenarla. En un mes saqué más de mil fotos, las estoy procesando, una cada cuatro meses. Voy aprendiendo lo que puedo, cuando tengo ganas. Estoy muy en otras cosas, aparte el trabajo.
¿Cuándo comenzás con la docencia en fotografía?
Enseñar me interesó toda la vida mi infancia estuvo llena de maestras, mi madre y muchas tías. A principios de la década del ‘90 yo tenía una importante formación básica de bailarín y entendía muy bien los códigos de la danza contemporánea; tenía catorce coreografías como autor y un caminito recorrido. Estaba trabajando en un grupo de danza cerrado de una Maestra antológica en Argentina, tenía un código de trabajo importante. Con ese conocimiento y mis ganas lo que hice fue dar un curso de composición coreográfica en el estudio de una bailarina amiga. Tenía cuatro, cinco alumnos, todos muy dispares, pero era el elenco que yo necesitaba para probarme en ese rubro; hicimos el taller unos meses y una muestra. Feli, mi compañera desde hace veinticinco años, bailarina ella me incitaba a dar clases de fotografía. Yo no quería, sentía que sabía muy poco, a pesar de la experiencia de haber enseñado Física y Matemática; me sentía más cerca del movimiento, del cuerpo que de eso. De todas formas ella insistía, y viste que el agua horada la piedra. Un día me dice “Tengo una amiga que quiere aprender fotografía”, “Bueno, decile que venga” le respondí. Estaba entregado a hacer la experiencia. Mi nivel de compromiso era muy alto, tenía muy claro lo que sabía y lo que no. Le di un curso que disfrutó, se metió de cabeza; el tiempo que estuvo le fue muy bien, después dejó la fotografía. A mí la experiencia me potenció para abrir un espacio. Empecé a dar talleres grupales, tres, cuatro alumnos; uno nuevo por cuatrimestre.
Al toque, en año 1991, me llama Alberto Goldenstein. Él acababa de entrar al CC Rojas y necesitaba por lo menos un docente más en el área de fotografía; habíamos compartido exposiciones y me ofreció dar clases. Me pareció un desafío mucho más grande que los anteriores; me le animé porque es como ir a sacar con el flash mal sincronizado. En algún momento voy a saber cómo es, además voy a reconocer mis límites. El tema no es qué tanto sabés sino creerte que sabés cuando no es así y no reconocerlo, eso es lo grave. Tuvimos una reunión con Alberto, hice un proyecto que a él le gusto, lo probamos, y desde ahí no me fui más; en realidad una vez sola me fui por unos tres años, en discrepancia con las autoridades del CC Rojas de ese momento. Cuando terminó el mandato de esa persona volví a golpear la puerta y allí sigo.
¿Seguís además con los talleres particulares?
Sí, aunque no es muy frecuente. Retomé la carrerea de Física en la Facultad de Exactas y me lleva mucho tiempo, no puedo dedicarle seis horas diarias como debería, pero el tiempo que sí le dedico me impide hacer otras cosas.
En un momento por el 2001, antes del Corralito, tenía muy clara la noción de no saber quién era yo como docente. La respuesta que tenía de mis alumnos era gratísima pero a veces yo no sabía si lo que enseñaba estaba bien o estaba mal. Coincidía con todos los libros con los que armo el programa de trabajo, pero desde que volví a los libros de física, empecé a ver que había discrepancias conceptuales elementales; en vocabulario, en importancia en la manera de plantear las cosas, me dije “Acá hay cosas que no cierran”.
Cuando abrió TEA-Fotoperiodismo una alumna me insistió para que buscara trabajo ahí. Fui y me tomaron; me quería proponer para dar un Curso Básico pero ya estaba cubierto por colegas muy queridos que yo conocía de otras áreas. El staff que tenía TEA era de una impecable trayectoria docente, salvando las distancias, era como SIGLA en el ámbito docente: Quique Abate, Ramiro Larrain, Silvio Zuccheri, Tony Valdéz, entre otros. El Director de la escuela era Julio Menajovsky, quien había armado un programa de trabajo que me cerraba al pelo, conceptual y de actitud. Cuestión que Julio me dice que para entrar tenía que dictar un curso más arriba que el básico o no me podían dar el trabajo. Otra vez la misma situación: uso el flash o no lo uso. Fue un desafío brutal pero no me fue mal; me maté estudiando lo que me faltaba para poder dar ese curso de forma correcta. El perfil de los alumnos en ese momento era muy complejo, eran muy anárquicos. Había mucha hostilidad hacia el rigor formal con el que yo enseñaba.
A mí lo que me quedó de esas experiencia fue que estaba en condiciones de enseñar aún en un nivel entendido como más alto, con buena respuestas de mis pares, fue excelente. Empecé a pulir mis cursos. Ahora corrijo mis carpetas de clases permanentemente, le encuentro una vuelta distinta a cada tema, la hago y la rehago. No puedo dejar de nutrirme para mejorar mi perfil. La única referencia que tengo son los conocimientos que consolido consultando libros de física indiscriminadamente, aptitud que voy recuperando por volver a estudiar la carrera. Estoy seguro de que lo que voy aprendiendo sostiene un andamiaje que hasta ahora ningún libro de fotografía contuvo. Estoy muy tranquilo y siento que quiero seguir haciendo eso. Puedo discutir lo que enseño porque puedo fundamentarlo, y si no, sé el libro que tiene la respuesta para que la comparta conmigo.
¿Qué materia dictaste en TEA?
Un curso que se llamaba “Fotografía Superior”; no sé porque le ponen “Superior” ¿está arriba de qué? Es lo que sigue, es tan básico como el otro. Otro campo de conocimiento complementario que tenés que juntar en el mismo nivel. Ahora el “Superior” se paga más caro, cotiza en plaza ¿Sos alumno “Superior” de qué? Uno sabe lo que puede aprender, siempre es más que lo que no sabía pero nunca sabés todo ¿Cómo voy a creerme que estoy en un nivel “Superior”? ¿De qué y contra que patrón?
Si tenía prejuicios con mis fotografías o con mis modelos ponele, también tengo prejuicios con la transmisión del conocimiento, con lo que significa ser docente, ser el blanco de expectativas de un alumno que no sabe y te viene a pedir cosas; no podés defraudarlo. Entonces una cosa es decir no sé y otra es “Mirá, aprendamos juntos”. Por suerte hoy día puedo plantear los límites de lo que sé sin que se me caiga la cara de vergüenza y proponer seguir averiguando juntos; eso para mí es enseñar. Yo aprendo más de mis alumnos que de los libros. Aprendo de sus límites para preguntar, de sus dificultades para aprender, de su negación a entender. Hay gente que tiene prejuicios de aprender porque tiene prejuicios de mejorar, lo vivo cotidianamente en las clases, no puedo dejarlo pasar, lo tengo que blanquear públicamente para que a todos los que les pasa abran los ojos y cambien si quieren. Ese es mi trabajo.
En veinte años la fotografía pegó un viraje infernal pero lo que no puedo dejar de usar es mi experiencia personal de cuarenta años de laburo en disciplinas en las que me defendí como pude, aprendí mucho y descubrí mis limites; donde tengo experiencias jocosas, terribles en su momento, para darlas como ejemplo de cosas que les pueden pasar, puedo ayudar a que no pierdan tiempo en algunas cosas.
Yo no soy Gardel, no me siento un revolucionario de la enseñanza de la fotografía ni ninguna cosa de esas, para nada. Yo jamás fui un vanguardista. Yo llegué a Los Beatles, que les quede claro, cuando se disolvieron…
(Risas)
…No porque no los haya escuchado, pero nunca me banqué las modas. Ojo, ahora tengo diez discos de ellos, los amo, pero los empecé a escuchar cuando dejaron de joderme con Los Beatles ¿se entiende? Son para bailar, para escuchar, para levantarte una piba, pero no para ir detrás del circo. Eso no me lo banco en ninguna disciplina, ni con el teatro, la pintura, la danza, la fotografía, el dibujo, la política, con nada.
Del ‘75 para acá vivo de lo que gano como fotógrafo. Sigo con mis tres lentes, no pude más, mi proyecto no es la guita. No me interesa la fama. Si lo que hago sirve, bien; si me lo reconocen, me alegra. Duermo tranquilo, eso es lo que me pasa ¿Me fui de mambo?
Filiberto Mugnani en Cámara Oscura, fotografías 1983-2013, aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario