por INES MARTIN RODRIGO
Se publica en España «Mi vida querida», colección de cuentos en los que la autora canadiense escribe, de forma inédita y excepcional, sobre su propia vida
ABC
«Las cuatro últimas piezas de este libro no
son exactamente cuentos. Forman una unidad distinta, que es autobiográfica de
sentimiento, aunque a veces no llegue a serlo del todo. Creo que es lo primero
y lo último -y lo más íntimo- de cuanto tengo que decir sobre mi propia vida».
Así describe Alice Munro (Ontario,
1931) la parte final de «Mi vida querida»,
el último libro de la escritora canadiense que Lumenpublica
estos días en España.
Se trata de una excepcional colección
de cuentos, ese género literario que los más ilustres ignorantes se empeñan
en definir como menor y en el que la narradora de Wingham se desenvuelve con
una maestría que roza la genialidad, pues cada uno de ellos es un libro
en sí mismo (Sarah Polley llevó
al cine uno de sus relatos en «Lejos de ella»,
su debut como directora).
El talento de Munro se condensa en estos
catorce relatos (diez cuentos más las cuatro piezas a las que ella se refiere
como «unidad distinta» y «autobiográfica») hasta destilar la brillantez a la
que nos tenía acostumbrados en grandes obras como «Escapada»,
colección de cuentos que RBA publicó en 2005. Pero la excepcionalidad de «Mi
vida querida» no solo reside en la pureza de sus personajes, almas
huérfanas en la inmensa soledad del siglo XX, testigos impenitentes de
su propia «vida querida», sino en que Munro se pone, por vez primera, frente al
espejo de su propia narrativa.
Brillante sencillez
A lo largo de las poco más de sesenta páginas
que conforman el «Finale» de «Mi vida querida», Alice Munro rememora su
infancia en una granja al oeste de Ontario, pocos años antes de que
comenzara la Segunda Guerra Mundial. Habla de sus padres (granjero él, maestra
ella), del ambiente de austeridad en el que se crió y que años después
definiría, en gran medida, la brillante sencillez que define su obra, de sus
sueños, sus esperanzas, sus miedos...
Alice Munro se pone, por vez primera, frente
al espejo de su propia narrative
«No era que mi madre me impusiera realmente lo
que tenía que sentir. Era una autoridad sin necesidad de cuestionar nada»,
explica sobre la peculiar relación que siempre mantuvo con su progenitora, y
habla sin pudor de las «palizas» que su padre le daba en una habitación y que
la hacían «morir de amargura y vergüenza». No obstante, como ella misma
reconoce páginas después, «si hoy en día vives lo suficiente, descubres que con
tus hijos has cometido errores que no te molestaste en ver, además de los
que viste perfectamente».
Por aquel entonces, justo cuando comenzó a ir
a la escuela (donde no hizo «ni un solo amigo»), Alice Munro se sentía
«a años luz de la mayoría de la gente», estaba convencida de que «el precio
del pecado es la muerte» y se pasaba los días entre las páginas de sus libros
favoritos, «Ana la de tejas verdes» y «Pat de Silver Bush», de Lucy Montgomery,
«En busca del tiempo perdido», «Gente independiente» o «La montaña mágica».
Frente a la muerte
Se enfrentó por primera vez a la muerte y fue
descubriendo el placer de la soledad, hasta que ya de adolescente se ganó
fama «por contar anécdotas divertidas de cosas que oía en el pueblo o pasaban
en la escuela». El talento de la escritora comenzaba a germinar y «a, pesar de
lo que pudiera parecer», se consideraba «afortunada».
Es, según Jonathan Franzen, «la mejor
escritora en activo en América del Norte»
Pasó el tiempo. Alice Munro se trasladó a
Vancouver con su primer marido y no volvió a casa ni siquiera para
asistir al funeral de su madre, que murió de Parkinson. Fue el momento más
doloroso de su vida, y también del libro, pues como la narradora canadiense
advierte, «esto no es un cuento, tan solo es vida». La «vida
querida» de Alice Munro, «la mejor escritora de narrativa actualmente en activo
en América del Norte», según afirma Jonathan Franzen en «Más afuera»
(Ed. Salamandra). Y es que a Franzen leer a Munro le lleva a «ese
estado de reflexión tranquila en que pienso en mi propia vida», porque «nos
habla a nosotros justo aquí, justo ahora».
Valga, como reflexión final, una cita extraída
de una de las escasas entrevistas concedidas por Alice Munro y que define, en
pocas palabras, la esencia de su obra y de la vida misma: «La complejidad de
las cosas, las cosas dentro de las cosas, parece sencillamente inagotable. Quiero
decir que nada es fácil, nada es simple». Y el Nobel puede esperar.
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