Los intérpretes eran
todos niños de escuelas de la ciudad, algunos de no más de seis o siete años.
Cantaban a todo pulmón
viejos éxitos en yiddish y hebreo con una fluidez y presencia escénica que
pocos adultos podrían igualar.
El concierto era el gran
final de un ambicioso festival de cultura judía que la ciudad lleva a cabo
desde 1993.
¿Por qué comenzó esta
tradición?
La respuesta, en pocas
palabras, es que mi bisabuelo nació allí.
Hay una respuesta más
larga también, pero ya llegaremos a ella.
Mi bisabuelo, Sholem
Asch, nació en Kutno en 1880, en una casa de madera repleta de niños y un
jardín lleno de ganado, con el que su padre comerciaba.
Se mudó a Varsovia,
luego a París y Nueva York, y se convirtió en uno de los más famosos escritores
de los 20 y los 30.
Dejó Kutno, pero la
comunidad judía en la que había crecido, con sus mendigos, comerciantes,
carniceros, rabinos, prostitutas y una mezcla de maquinadores y soñadores,
todos ellos fueron de algún modo inmortalizados en sus historias y obras de
teatro.
Ese mundo fue arrasado
por la Segunda Guerra Mundial.
Una ciudad con un hueco:
El caso de Kutno es típico: un día toda su comunidad judía, 8.000 personas, fue obligada a punta de pistola a ir hacia las instalaciones de una fábrica abandonada en las afueras de la ciudad.
Sholem Ash, bisabuelo
del autor, nació en Kutno en 1880.
Pasaron dos años
abarrotados en condiciones inmundas, muchos murieron por enfermedades, hambre y
frío, antes de ser asesinados en cámaras de gas en el campo de Chelmno.
Cuando la guerra
terminó, Kutno, al igual que muchos otros pueblos y ciudades de Polonia,
básicamente arrancó de nuevo y aprendió a operar sin sus sastres, zapateros,
abogados y comerciantes judíos. Una ciudad con un hueco en su corazón.
La relación de los
polacos con el pasado judío de su país es compleja.
Hay mucho de un
persistente antisemitismo, hay una suerte de nostalgia de parque de
diversiones, hay orgullo por los polacos que salvaron judíos durante la guerra
y hay culpa por los que colaboraron con los nazis.
Para complicar aún más
las cosas, hay una profundamente enraízada convicción de que los polacos mismos
son víctimas de una turbulenta historia. Pero esa no es toda la historia.
Sholem Asch (left), with the Russian writer
Maxim Gorky in Moscow in the 1920s
En el cementerio
Algo más emergió en los
últimos 20 años: hay un creciente número de polacos que se sienten una profunda
pérdida por la nación judía que desapareció de su medio.
Me crucé con algunos de
ellos caminando por el enorme cementerio judío de Varsovia.
Estaban comprando
faroles coloridos como recordatorios para colocar sobre las tumbas de personas
con las que no tienen ningún vínculo personal, pero a quienes quieren honrar y
recordar.
Tumba del escritor idish
Yitskhok Leybush Peretz
en el cementerio judío de Varsovia.
De pie ante el enorme
mausoleo dedicado a Yitskhok Leybush Peretz, un gigante de la literatura
yiddish, noté a una atractiva pareja mirándolo.
Ella tenía altas botas
de cuero, labios de color carmesí y una elegante capa.
Él, unos pómulos que
podían rivalizar con los de Rudolf Nureyev, un pulcro pañuelo de seda al cuello
y una boina a la moda.
"¿Saben quién está
enterrado aquí?", pregunté.
"Somos polacos, por
supuesto que sabemos acerca de Peretz", respondieron.
"Simplemente no
podemos leer las palabras en idish de la tumba".
Honestidad y talento:
Ese profundo respecto por una cultura que se ha desvanecido también trajo como resultado el establecimiento de un museo de primera categoría que acaba de abrir en el corazón de lo que era el barrio judío de Varsovia.
Una estructura de
resplandeciente vidrio que cuenta, con honestidad y talento, la agridulce
historia del romance de los judíos con Polonia.
Esos sentimientos de
curiosidad, pérdida y afinidad llevaron a un puñado de personas en Kutno a
establecer un festival judío en la época en que Polonia salía del comunismo, a
comienzos de los 90.
A medida que comenzaban
a abrir sus puertas los primeros cafés y tiendas privadas, la ciudad anunció su
primer festival de Sholem Asch, un indicio de que Kutno estaba mirando hacia
Occidente y vinculándose a la cultura europea.
La ciudad ha recorrido
un largo camino desde entonces.
Su nuevo polígono
industrial está atrayendo a empresas estadounidenses, alemanas y chinas; da
empleo a más de 6.000 personas del lugar.
Más que un esfuerzo simbólico:
El festival de Sholem Asch también ha recorrido un largo camino.
Incluye un concurso
literario sobre un tema judío que atrae a cientos de participantes de toda
Polonia. Hay un grupo local de bailes judíos, obras de teatro y nuevas
traducciones al polaco de las obras de mi bisabuelo.
El redescubrimiento
polaco de su pasado judío comenzó en Varsovia y Cracovia, donde las comunidades
judías reemergieron al finalizar la guerra.
Ahora se ha expandido
más allá de las grandes ciudades y crece año a año.
No será un movimiento
masivo, pero como saben en Kutno es más que solo un esfuerzo simbólico.
Y en un mundo donde amargos conflictos sectarios
ocupan la mayoría de los titulares, un festival judío en un pueblo sin judíos es
seguramente algo para celebrar.
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2014/12/141207_cultura_polonia_judios_festival_kutno_nc
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