Proyecto.
por EMILIO BABI*
Gastó su pequeňa fortuna en
eso.
Quedó sumamente
comprometido con el banco,
pidió plata a sus amigos, a su
familia y se animó hasta con
su
suegra. Todo lo que obtenía lo metió en eso. Rompió el chanchito de su hijo, ni
contó las monedas. Pidió adelantos en el trabajo, encontró duramente otro
trabajo extra, se tentó de pedir por la calle y se dijo interiormente que
pronto lo haría. Dijo hay que comer menos, si, por la salud y por el ahorro de
dinero. Sin eufemismos ni circunvenciones.
El está haciendo algo importante, dijo su mujer a una vecina. No me dice qué, pero yo sé que llegado el momento me lo dirá. Aunque nunca antes lo ví así.
No, no hacemos el amor, dijo su mujer a su mejor e
íntima amiga. Algo falta. Lo veo distante.
Gastón ya no es el empleado devoto que era antes, dijo su jefe a su subjefe. Le hablo y no me escucha. Quizás esté un poco sordo. Aunque oir me oye.
Ya no viene a jugar póker, se dijeron sus amigos. Ni contesta el teléfono. Ni lava el auto.
Error. Lo lavó para venderlo y lo vendió. La plata, la pasta, que era bastante, la metió en eso.
Un día se mató. A propósito, con una pistola vieja, un tiro en la sien.
De esa forma terminó el proyecto. Y dejó para siempre en su banco su saldo en rojo.
Aún después de muerto llegaron facturas por correo. Compra de cristales de radio, condensadores, hierro para chasis, cientos o mas de tornillos, destornilladores, pinzas, hasta un torno y dos prensas y un par de trefiladoras última generación. En conjunto explicaban por qué sus ausencias nocturnas, sus regresos de madrugada, despeinado, con las manos sucias oliendo a aceite y químicos diversos. Su mameluco manchado, sus botines polvorientos.
Pasado el duelo, el llanto, quedaron sus cosas.
Cosas en carpetas, biblioratos, anaqueles, todo papel, cartón, lápices,
lapiceras, escuadras, relojes, computadoras
prendidas y apagadas, laptops
cerradas y abiertas.
Las manos de su mujer, que ya no eran las manos de antes,
pintadas sus uňas, tersas, perfumadas, ahora arrugadas, blancas de muerte
sostenían ante sus ojos irritados una carpeta rotulada “Proyecto de máquina
para atrapar al tiempo”.
(*) EMILIO BABI,
contador público nacional
y abogado (ambos en
Argentina. Reválida en Israel:
Abogado. Tres títulos
academicos.
Escritor aficcionado y
talentoso.
Reside en Haifa, Israel.
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