viernes, 6 de marzo de 2015

Taxi gratis - SOLAPAS, Escrito por Gustavo Valle



Solapas









por GUSTAVO VALLE
Hay escritores que redactan kilométricas notas biográficas para las solapas de sus libros. Son frondosas solapas, cargadas de barrocas autobiografías que incluyen todos los títulos cosechados, desde el acta de bautismo hasta los diplomas de post-doctorado, pasando por cursos, seminarios, talleres en los que han intervenido y salido airosos. Parecen páginas de LinkedIn que desbordan el cometido de una sencilla y vulgar solapa. Me pregunto ¿Acaso los editores no han pensado en un libro con cuatro o seis solapas, un artefacto que pueda dar cabida a la exuberante vida y obra del autor?
Hay quienes enumeran todos los oficios que practicaron antes de hacerse escritores. Son legendarias las solapas de Paul Auster en las que refiere haber sido marino mercante y cuidador de una finca antes de hacerse escritor. O el caso de Renato Rodríguez que confiesa haberse desempeñado como sobrecargo, electricista, luminito y chef. Otros prefieren echar mano de su árbol genealógico y cuentan quién fue su padre o su madre, o en qué exótico lugar del planeta nacieron, pensando que quizás así, mediante esta información genética o geográfica, el lector podrá apertrecharse de alguna pista o incluso disfrutar aún más del libro que tiene entre manos. Lo dudo.
Otros colocan las antologías en las que están incluidos, así sea un haikú que les hayan seleccionado, probablemente como una forma de testimoniar que su trabajo fue tomado en cuenta, por ejemplo, en el principado de Andorra o en el Ateneo de Caimancito. Otros dan cuenta de los idiomas en los que su obra ha sido traducida, aunque nunca he entendido qué utilidad puede tener para el lector que el libro se lea indiferentemente en polaco, hebreo o mandarín.
Algunos se ven en la obligación de demostrar la manera en que se ganan la vida. Como escribir muchas veces empobrece o descapitaliza a sus practicantes, entonces, por miedo al estigma social o para impedir ser vistos como desclasados miserables, algunos incorporan su ganapán diario, y entonces aparecen, al lado de sus libros publicados y premios obtenidos, los trabajos que realizan bien sea académicos o no, para dar la idea de que, después de todo, no les ha ido mal en la vida.
Luego están los que quieren dar cuenta de todos sus viajes realizados y hacen la larga lista de las ciudades en las que han vivido. Estos integran el grupo de los escritores pretendidamente cosmopolitas, que con el tiempo han ido perdiendo brillo ante la avasallante globalización.
Muchos comparten su fecha de nacimiento, queriendo aportar explícitos datos enciclopédicos de utilidad para estudiosos de la literatura o para elaboración de mapas cronológicos de las artes universales. Pero mención aparte merecen los que omiten su edad, en una evidente y tierna muestra de coquetería. En el planeta de lo políticamente correcto, es decir, en USA, esto es una práctica habitual y bien vista, pero he observado un efecto contagio hacia el resto del planeta, y hoy en día muchas mujeres y hombres, sobre todo los que rebasan los cuarenta, prefieren omitir estos datos reveladores.
Luego están quienes, ante su total rechazo al ego de autor, prácticamente desaparecen de la solapa (una o dos líneas como mucho) en un claro gesto de ascetismo que, sospecho, oculta un ego mucho más hipertrofiado. Muy cerca están los seudónimos, o nombres falsos que encubren su verdadera identidad y juegan a la autoría como si participaran de un baile de disfraces.
En esos tiempos miserables, cuando el autor parece más importante que el libro, imagino que pronto veremos en las solapas informaciones propias de una página de citas: "Fulanito de tal, 75 kg, ojos claros, altura 1,80 cms, no fuma, le gusta jugar al backgammon y bailar Lambada", o cosas así. Es decir, pasaremos de la información LinkedIn, con currículums elefantiásicos, a algo de corte más intimista donde el autor haga su pequeño streeptise para vender más o estrellarse mejor, según sea el caso.
En lo personal me he visto tentado por cada uno de estos excesos, miserias y manías. La autoría es una atribución, pero también un vicio que hay que combatir como si fuera una adicción a las anfetaminas. Mientras tanto la obra seguirá esperando a sus lectores, y lo que digan o no las solapas jamás los multiplicarán. Los lectores seguirán ahí, un poco indiferentes, muchas veces sin enterarse quién diablos escribió el libro.

FUENTEl http://www.contrapunto.com/i

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