Lev Trotski vivió en
la Casa Azul, junto a Diego Rivera y Frida Kahlo, una vez que Lázaro Cárdenas le
concedió el asilo político en México. Se cree que por aquel entonces floreció
un romance secreto entre Frida y Trotski, aunque todo indica que ella lo veía
más como una figura paterna. En 1939, debido a una desavenencia política con
Rivera, Trotski y su familia se mudaron a la ahora llamada Casa Museo León
Trotsky.[1]
Del camarada Lev
Trotski a los camaradas de la Liga Comunista Internacionalista:
Disculpa el inicio, pero el servicio en este
lugar es insufrible. Natasha merodea por todas partes y algo me dice que Van
Heijenoort intenta leer a contraluz los sobres que le entrego. Si no supiera
que son los celos, pensaría que son agentes de la NKVD. Aunque tendría que ser
muy idiota para tener uno de esos en mi propia casa.
Priviét
Oh, nena, mi piroshki de
miel con pasas, mi vasito de kvas en el desierto, ¿qué te
puedo decir? Ni en la fría estepa de Siberia, alimentándome sólo de papas
congeladas con pimienta mohosa, ni frente a las tropas checas en Kazán, he
sentido tanto miedo, angustia y resentimiento como en este apartarme de ti. Tú
bien sabes que la situación ya era insostenible. Si el sapo gordo y feo de tu
marido (no es redundancia, nena, es que Dieguito es superlativo en todo lo que
hace, incluyendo sus mentiras) insiste en el socialismo de un solo país en
lugar de la revolución permanente, es sólo por molestarme, ¡por joder! Nada
más. Es incapaz de comprometerse. Pero yo reiré al último, con risa dolorosa,
cuando las hordas de Mussolini toquen a las puertas del Kremlin.
El gordo se enteró
de lo nuestro. Aunque se la pase fingiendo que no le importa lo que hagas de tu
vida, le molesta bastante. ¿Qué digo le molesta? Le emperra. No me engaño. Eres
joven y sé bien qué pasa entre tú y Van Heijenoort, pero tampoco me preocupa.
¿Qué tan ardientes sentimientos puede albergar el alma de un holandés (o lo que
sea), comparados con los míos? Natasha tampoco es estúpida, por eso pidió que
te dejara aquel cuadro que me habías dedicado. La verdad es que nunca me gustó
mucho. No hablo desde el despecho, lo que pasa es que nunca he entendido nada de
arte. Sólo pienso en la pintura cuando sirve a grandes intereses. Los monigotes
bofos de tu marido me repugnan, pero, como los iconos en las altas catedrales
ortodoxas, sus rayoneos educan al pueblo, sólo que sus murales lo hacen en la
necesaria narrativa de la confrontación final entre las clases. En cambio, hay
algo de lo más burgués en todos esos vestiditos que te pones y con los que te
retratas; tus hombros teutones y tus ojos de reina de Saba no casan con la
verdadera belleza de las mujeres indígenas.
Lo siento, amor,
mucho. Dejaré de sermonear en este momento, también alguna vez fui acusado de
mencheviquismo y tú debes estar cansada de este viejo chocho, de esta lucha
sin tregua en mi cabeza por el destino de la historia, por la transversalidad
de mis ideas. ¿Quién podría soportarme? No como, no duermo, fumo demasiado… es
imposible encontrar buen té en esta ciudad de mierda.
Natasha compró un
equipo de alpinismo que ahora mismo se pudre en el cuarto del servicio
doméstico, el único lugar en esta casa donde no me estorba. Quiere que pronto
vayamos a escalar el volcán del Ajusco; dice que necesito relajarme, respirar
aire limpio, dejar esta fortaleza y dejar de mirar obsesivamente esos libros de
Hegel y los malditos cilindros de cera en donde grabé discursos que nadie
escuchará. Esa mujer es increíble, ni la prisión ni las penurias han hecho
mella en su espíritu. Sólo con otras dos personas que tuvieran los cojones que
ella tiene podría fundar aquí mismo la Quinta Internacional, aunque
probablemente se escindirían a la semana. Por desgracia, ella no puede darme lo
que necesito, eso que sólo tú sabes.
Mi alma oscila
siempre entre el despecho y la adoración. No te extrañe, corazón; a pesar del
internacionalismo, sigo siendo ruso. Aún sueño contigo en posiciones obscenas,
indignas para una dama como tú eres; aún sueño con el perfume de tus ásperos
calzones de manta que te mandaste hacer a Tenancingo, esas enaguas como
fortalezas que ocultan la gema más necesaria; el sexo moreno y punzante que se
esconde abajo, húmedo, los vellos ensortijados de tu pubis. Es lo más mexicano
que tienes, nena, y lo que más anhelo.
Yo estoy acabado. Sé
que no volveré a Rusia y probablemente no pase con vida de este año. Pero si
lees esta carta, hazme un favor, y haz feliz a un anciano por última vez. Vamos
a vernos en el bosque, lleva tus trenzas y no te bañes. Tú bien sabes lo que me
gusta. Me gustas sucia, olorosa, con las axilas velludas (la cabeza me da
vueltas de sólo pensarlo). Sabes bien que es lo único que, después de la
traición y los procesos, de los viajes y la hambruna, ha logrado que el viejo levoshka allá
abajo se ponga firme de nuevo. ¡Lo que hacen los años con los hombres! Ni en la
más putrefacta barraca de Omsk tuve yo problemas al respecto y mírame ahora,
suplicándole a una mexicana que reviva a los muertos.
Tengo que terminar;
por la ventana veo llegar a Frank Jackson, un canadiense loco que es novio de
Sylvia, mi secretaria. ¿La recuerdas? Una chica de Queens con los dientes
salidos y miope como un topo (además de tener lo que se dice pocas luces).
Prometí ayudarle al novio con unos textos que quiere mostrarme, pero lo he
estado esquivando más o menos con éxito. Al no saber qué hacer ante su petición
le he suplicado un par de semanas para recomponerme, en lo que pasa en limpio
lo que sea que vaya a mostrarme. La verdad es que pobre Silvita, ya se nos
andaba quedando. Ha tenido mucha suerte de encontrar un tipo guapo y
desinteresado, es casi demasiado bueno para ser cierto. Les di instrucciones a
los guardias para que lo dejen pasar cuando él quiera, no deseo ser el
responsable de otro caso de histeria femenina, y ambos sabemos que a Sylvia le
hace falta una buena bailada. Sólo espero que los mentados textos no sean
poemas, no tengo en estos días cabeza para esas cosas. ¿Por qué todos los
orates vienen a mi casa? ¿De qué sirve vivir en una fortaleza?
Te veo mañana a las
ocho en los Viveros, nadie podrá vernos, nadie lo sabrá. Sé que acudirás. Sé
que tú tampoco puedes resistirlo.
Da záftra, piroshki mío.
Tuyo:
Lyova
[1]Festejamos el “Día
del amor y la amistad” con un ejercicio de escritura lúdico. Cuatro escritores
imaginan una correspondencia donde las relaciones humanas reinvirtieran el
punto de quiebre, una vuelta al pasado para decir lo no dicho. Así, Herson
Barona se transforma en la voz de David Foster Wallace y redacta una misiva a
su amigo Jonathan Franzen. Por su parte, Eva Castañeda se apropia de la
escritura de Roberto Bolaño para entablar un diálogo con Octavio Paz. Liliana
Pedroza se pone en los zapatos de Elena Garro y habla con Adolfo Bioy Casares,
y Raúl Aníbal Sánchez encarna a Lev Trotski, quien propone una cita amorosa a
Frida Kahlo, todo a espaldas del pintor Diego Rivera.
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AUTORES
(Chihuahua, 1984). Ha publicado poesía, ensayo y cuento para
jóvenes. Es Becario del FONCA 2013-2014 en la categoría de poesía. Es coautor,
junto con Daniel Espartaco, de La muerte del pelícano(Ediciones B,
2014).
http://www.tierraadentro.conaculta.gob.mx/
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