jueves, 14 de noviembre de 2013

CULTURA:El libro electrónico salvó al autor sin papel. La llegada de la edición digital y de los dispositivos de lectura han cortado de un tajo el nudo gordiano de la distribución.


El libro electrónico salvó al autor sin papel
ABC

En tiempos de Cervantes, la parte editorial de 
la profesión de escritor era poco amigable 
para el creador. Este se limitaba a cederle 
sus textos al impresor, que cobraba la parte 
del león de la venta del libro
Era necesario que el autor buscase el 
patrocinio de algún noble a quien dedicar 
la obra, que le soltase una buena bolsa de 
escudos. 

No es de extrañar que Cervantes muriese 
en la indigencia, mientras copias del Quijote 
se imprimían por todas partes y se traducían
a otras lenguas. Durante los siglos XVIII y 
XIX se establecieron normas que evitaron 
esas injusticias, cristalizándose el modelo 
editorial presente. El escritor sangraba 
sobre el papel, y al terminar mostraba el 
fruto de su trabajo a un editor, confiando 
en el juicio de este y en su olfato comercial. 

Si recibía una negativa, debía volver a 
empezar, confiando en tener más fortuna con
el siguiente. Así ha sido el caso de 
incontables autores. Algunos, como el caso 
de JK Rowling, vieron cómo el manuscrito 
en el que nadie creía se convertía en la saga 
de Harry Potter, la más millonaria de todos 
los tiempos. Otros como John Kenneddy 
Toole, abandonaron. 
Toole llegó a suicidarse, harto del rechazo 
editorial, y nunca supo que «La conjura de 
los necios» sería un referente de la literatura 
americana del siglo XX.
 Descorazona pensar en cuantos Tooles y 
cuan pocas Rowlings ha habido. Pero para 
el autor no quedaba otro camino que inclinarse 
ante los guardianes de las esencias, buena 
parte de los cuales se han dedicado en los 
tiempos modernos a buscar la siguiente moda. 
No había otro modo.

Hace más de una década que la 
autopublicación es una opción accesible. 
Pero el mundo editorial, la prensa e incluso 
los propios lectores han considerado 
tradicionalmente al escritor autopublicado 
como un vanidoso que solo quería ver su 
nombre en la portada de un libro
Como señala John B. Thompson en su libro 
«Merchants of Culture», las empresas de 
autoedición «monetizan la pila de la basura, 
con el ego como combustible». El problema 
era que esos libros impresos —cobrados al 
autor por adelantado a precio de oro— tienen 
muy difícil distribución y nula visibilidad.
La llegada del libro electrónico y la 
proliferación de dispositivos de lectura han 
cortado de un tajo el nudo gordiano de la 
distribución. Y amenazan con cambiar por 
completo un ecosistema inalterado durante 
siglos.
En marzo de 2010, Amanda Hocking 
(Minessotta, 1984) se hartó de recibir cartas 
de rechazo de editoriales. Pero en lugar de 
encerrarse en el garaje con un extremo de 
la manguera enchufado al tubo de escape 
y el otro metido a través de la ventanilla del 
conductor, como Kenneddy Toole, ella publicó 
sus tres primeros libros en Amazon. 
En mayo había vendido unos pocos cientos, 
en julio ya eran varios miles. Entre medias 
hubo muchísimas horas invertidas en 
«promocionar mis libros agresivamente en 
twitter y facebook, buscando fans del género 
sobrenatural. Cada hora que no estaba 
rabajando o escribiendo la dedicaba a esto. Apenas dormía». 
A finales de 2010,Amanda había vendido 
más de 150.000 copias de sus libros
Alcanzaría el millón a principios de este año, 
saltando su historia al New York Times el 
USA Today. Inmediatamente las editoriales 
intentaron hacerse con los derechos de esas
y futuras novelas. Pero lo hicieron con un 
cierto desasosiego. Ante ellos había una 
estrella que ellos no habían creado.

Y detrás de Amanda Hocking hubo otros. 
John Locke, otro autor independiente con 
una larga lista de rechazos a sus espaldas, 
consiguió vender 1 millón de libros en 5 
meses. Las editoriales se volvieron hacia él, 
y Locke dijo: «No, gracias, estoy bien así».
Aquí empezaron a levantarse cejas en señal 
de alarma. Porque Amazon ofrece a los 
autores que publican con ellos el 70% del 
precio del libro, pagado por transferencia 
en su cuenta todos los meses, en lugar del 
10% tradicional liquidado una vez al año. 
Y de pronto autores de éxito en la edición 
tradicional como Barry Eisler o Scott Sigler 
empezaron a pasarse a la autopublicación. 
Eisler llegó a rechazar un anticipo de medio 
millón de dólares para llevar él mismo su 
propio negocio. «Estoy harto de que el editor 
se canse de promocionar mi libro a las tres 
semanas para promocionar el siguiente autor 
de su lista. Nunca más», afirma Eisler.
La autopublicación digital no es la panacea. 
De hecho los retos a los que se enfrentan 
los que emprenden ese camino son muy 
similares a los tradicionales. Conseguir 
lectores, atención mediática, la amenaza 
de la piratería. Todo pasa por Internet. 
En España Eloy Moreno o Bruno Nievas 
se han convertido en nuestros primeros casos
de éxito, pero la pregunta que se hacen en 
voz baja los ejecutivos del mundo editorial 
es lo que ocurrirá si más autores 
«tradicionales» se embarcan hacia las 
Indias. Esas que en tiempos de Colón 
decían que estaban demasiado lejos.

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