domingo, 12 de mayo de 2013

"Lo judío del judío", recopilación de escritos de Iehoshúa Faigón, uno de los fundadores del periódico Nueva Sión en Argentina.-por Moshé Korin


  1. En la corta historia de la comunidad judía de la Argentina hay algunas personalidades notables que han dejado su impronta, un sello que ha perdurado por años y en muchos casos, han delineado la fisonomía comunitaria, han determinado su camino e incluso su destino. Esas personalidades se han destacado en diversos campos de acción, conformando una galería heterogénea y diversa, de educadores, líderes espirituales, líderes políticos, ideólogos, periodistas, escritores, poetas, maestros. Uno de ellos, y por cierto no de los menores, es el autor de Lo judío del judío, Iehoshua Faigón. Este libro es el resultado de los esfuerzos de discípulos y familiares de que se han unido para recordarlo, cada uno desde su óptica y para hacer una breve y sucinta antología de algunos de sus numerosos escritos, ya no sólo como homenaje sino como legado de un pensador lúcido, valiente, osado y polémico.




Por Moshé Korin *

Un intelectual de acción

Iehoshúa Faigón pertenece a lo que podríamos denominar la aristocracia o la alcurnia del judaísmo argentino si existiere tal cosa. Nacido en la colonia judía Clara (Entre Ríos) en 1924 (falleció en Israel, en el 2011), hijo de colonos, es ya de nacimiento entrañablemente argentino de “campo adentro” y profundamente judío, creciendo en un medio que es totalmente judío en su cultura, en su idioma y en su educación. Como si fuera poco, al casarse con Celia quedó emparentado con una de las familias llegadas en el Wesser, el Myflower del judaísmo argentino, valga la comparación y salvadas las enormes distancias. El compromiso judío y argentino es, en este caso, casi de nacimiento. Prueba de ello es que también a su hermano, Gregorio, le cupo un descollante rol en el liderazgo comunitario.

Como muchos de los hijos de los colonos, Faigón dejó la colonia y fue a estudiar. En su caso, lo hizo en la Universidad Nacional de La Plata, donde se recibió de abogado. Este capítulo, que parece casi intrascendente en su biografía debido a que después de su Aliá jamás volvió a ocuparse de esa profesión, podría tener más importancia de la que aparenta. Como veremos, con el correr del tiempo y como se refleja claramente en este libro, Faigón llegó a la firme convicción  de que el ansia de estudio es una de las características casi genéticas y distintivas del pueblo judío.

Faigón hizo aliá al kibutz Ramat Hashofet, del Hashomer Hatzair (¿alguien recuerda aún que lleva ese nombre en honor al juez de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos y líder sionista, Louis Brandeis?) en 1952, dejando tras de sí una promisoria carrera profesional como abogado, que había iniciado hacía más de tres años y a la cual jamás retornó. En eso también se manifiesta como ejemplo emblemático de toda una generación de idealistas que renunciaban a sus beneficios en favor de los ideales judíos, sionistas y sociales (todos, sin renunciar a ninguno) que los abrasaban por dentro. Si bien no fueron muchos (imposible no recordar entre ellos a Natan Trainin, médico y luego investigador del Instituto Científico Weizman ), sí fueron suficientes como para constituir un fenómeno claramente reconocible y reconocido en la juventud judía rioplatense de entonces: el de los jalutzim que sacrificaban todo lo personal para servir a la gran causa del pueblo. Buscaban con hechos, no con declamaciones, un pueblo mejor, una sociedad mejor, un mundo mejor.

A comienzos de la década del sesenta llegó a la Argentina como shelíaj, enviado del Hashomer Hatzair. Se puede decir sin lugar a equívocos que hubo dos enviados de Israel a la Argentina que fueron decisivos para el devenir del Hashomer Hatzair por décadas. A fines de los cuarenta y comienzos de los cincuenta fue la figura de Iejiel (Jilek) Harari, quien pese a desconocer el país y el idioma (se expresaba, al comienzo, en ídish y en hebreo y lo traducían), sentó las bases organizativas e ideológicas del movimiento.

La Jativa…
Diez años más tarde, Faigón fundó el movimiento de mayor relevancia en el espectro sionista de América Latina: la Jativá Mordejai Anilevich. Era novedoso en varios aspectos y hasta cierto punto fue un reflejo de la personalidad de su creador, estaba hecho a la medida de Faigón. Eminentemente ideológico, reflexivo y polemista, con compromiso a asumir a posteriori. Resultado de esa ideología, son innumerables los que a través de la Jativá Anilevich concretaron, finalmente, su Aliá y llegaron al kibutz.

La verdadera novedad radicaba en el público al cual se dirigía la Jativá: estudiantes universitarios que habían quedado a la vera del camino y fuera de todos los marcos comunitarios propuestos por el sionismo realizador. Eran mayores para los movimientos juveniles, en los cuales no habían alternado o lo habían hecho en forma escasa y discontinua, y muchas veces carecían de una instrucción o educación judías más allá de algunos años de primaria. A esa juventud, que quedaba a la exclusiva merced de los enormes estímulos intelectuales que les ofrecía la calle no judía, Faigón le ofreció un desafío que muchas veces compitió y venció a todos los demás: un desafío intelectual, con compromiso nacional, social, universal y, además y por encima de todo eso, cultural. Con exquisita sensibilidad entendió que hay una etapa de la vida en la cual los valores no se adquieren a nivel emocional, como puede hacerlo un niño que experimenta vivencias judías, sino a nivel intelectual. Si lo único que hubiera legado fuera la Jativá, Faigón ya se habría ganado su lugar de privilegio en la historia del judaísmo argentino.

El pensamiento vivo
 
Este excelente libro nos permite a todos, a quienes lo conocimos y con más razón a quienes no tuvieron ese privilegio, un acercamiento al ideario de Faigón, a sus definiciones y redefiniciones de los fenómenos que le eran cercanos e importantes y a los que conocía en profundidad: el judaísmo, el sionismo, ellos dos juntos y por separado en la realidad latinoamericana en general y argentina en particular; la tensión, similitudes y diferencias entre Israel y la diáspora y el diálogo entre ambos.

Faigón jamás dejó de ser un revolucionario, lo que quiere decir que su pensamiento y su ideología fueron variando a medida que la realidad cambiaba. Para ello se requiere no sólo un alto grado de inteligencia, sino por sobre todo, una gran honestidad intelectual acompañada de una modestia verdadera, la que permite escuchar al otro, leer la realidad y ser permeable a los cambios.

Faigón sabía esto en la teoría y en la práctica. En 1988 escribía que “Las transformaciones de un pueblo – radicales o leves, aceleradas o lentas – son difíciles de percibir para quienes están involucrados en ellas. El más seguro indicio de la acumulación de los cambios está en lo inadecuado de las teorías y de los conceptos generalmente aceptados a la nueva realidad”.

Después de pasar revista a una serie de intentos de otros para redefinir el sionismo y de enumerar las transformaciones, dice algo que goza de una lamentable actualidad aquí y ahora: “Al lado de las corrientes renovadoras subsisten posiciones conservadoras que se niegan a aceptar lo evidente y que, curiosamente, hallan sus más tenaces reductos en los movimientos que otrora fueron los más revolucionarios. En esas condiciones, no es de extrañar que el movimiento sionista haya perdido su brújula. El amor que perdura se hace fidelidad, pero esa fidelidad, que aseguró la continuidad del pueblo judío, tiene también un efecto fosilizante al eternizar concepciones e instrumentos obsoletos. Quienes se creen dirigentes claman ‘No me toquen a Borojov’, o ‘Hay que liquidar la diáspora: la única verdad sionista es la Aliá’, y quienes tienen miedo de pensar aceptan ser así dirigidos. En las aguas turbias de ese movimiento estancado, los no sionistas y los ‘sionistas’ (entre comillas) se entronizan en la dirección”.

Hay que tener honestidad y valentía para llegar a esas afirmaciones y, lo que es más importante, para generar ese tipo de polémicas, que hoy en día brillan por su ausencia y son causa y consecuencia al mismo tiempo de la crisis institucional del sionismo en todos sus estratos.

Ser judío hoy
 
Para Faigón el sionismo y la relación entre Israel y la diáspora, derivan de la tensión permanente y exclusivamente judía que se establece entre lo que él denominaba (con una hermosa licencia que le permitía el idioma castellano) el ser y el estar.

En general, y como era de esperar, indagó permanentemente en ese enigma constituido por lo que se da en llamar “la condición judía”. A Faigón no le interesaban, o le interesaban muy poco, las especulaciones filosóficas acerca de “lo que debe ser” el pueblo judío de acuerdo a los manuales o a las fórmulas existentes. Él hablaba del pueblo judío real, que se define como judío y es percibido como judío por el medio gentil, pese a que vive y se comporta aparentemente como un integrante de la comunidad no judía que lo rodea. Era esa entidad aparentemente sin forma lo que él pretendía asir.
Una de las indagaciones más originales y contundentes acerca de esa condición judía es la que hace Faigón buscando “esencias judías” en el idioma hebreo. Para dar significado a los hallazgos se impone la comparación con otros idiomas y él lo hace con el español. Los resultados resultan reveladores, veamos un caso:

“En el diccionario [hebreo] de Even-Shoshán aparecen las palabras y locuciones de raíz jajam (sagaz, sabio, inteligente, persona moral, sabiduría) con 53 acepciones. Las de raíz iada (saber, conocimientos, sabiduría) con 56 más. Las de lamad (para enseñar y aprender), suman 86. Una de las particularidades del idioma hebreo está en la estrecha relación que siguen manteniendo entre sí racimos enteros de palabras originados en una misma raíz. Demos un ejemplo. En español distinguimos entre los verbos estudiar, enseñar y aprender. En hebreo, los verbos correspondientes, lelamed y lilmod, por ser de idéntica raíz aparecen bajo un mismo vocablo [en el diccionario de Even-Shoshán]. Para tener una visión comparativa, recurrimos al Diccionario de la Lengua Española. Este contiene más de 100.000 palabras, que son tres veces más de las que hay en Even-Shoshán. Saber y sus derivados son palabras extensamente tratadas por la Academia. Sus acepciones y locuciones suman 39. Las relativas a estudiar, 39; las de enseñar, 24; y las de aprender, 9. En total, para esos verbos con sus palabras derivadas, 111 acepciones. En Even-Shoshán, casi el doble: 195”.

La indagación de Faigón continúa con refranes y se vuelca al refranero criollo. De manera similar analiza el trabajo, la riqueza y la pobreza y la solidaridad social, entre otros quizás menos logrados. Si se quiere, surge una idiosincrasia judía, una serie de atributos en los cuales la condición judía marca una clara diferencia con el resto, sugiriendo que esos atributos se mantienen hasta nuestros días y conforman el esqueleto del edificio llamado identidad judía: el ansia de estudio, la solidaridad, etc.

¿Hacia dónde lleva esa identidad, una vez afianzada y confirmada? Faigón ve un anhelo, una esperanza, una misión actual: “Yo creo que el sueño que aún debe realizarse, el milagro que queda por cumplir en nuestras vidas efímeras, es mantener la unidad del pueblo judío. Debemos seguir, recordando que somos hermanos, seguir sintiéndonos hermanos, amando como hermanos. Yo veo en ello lealtad, generosidad, altruismo, elevación. Yo veo en ello, sobre todo, autenticidad. Al sentirme hermano de mis hermanos, yo soy yo. No me hago violencia, no sucumbo a la soberbia ni al egoísmo”.

No quisiera terminar esta nota sin evocar recuerdos personales que quedaron grabados en mi memoria.

Pertenecimos en nuestra juventud a diversos movimientos militantes, yo era partícipe del “Dror” y Iehoshúa del “Hashomer Hatzair”, pero de todas formas nos cruzábamos, por aquel entonces, en innumerables conferencias que él gentilmente nos ofrecía. Además yo conocía a su hermano Gregorio que fue el ingeniero que construyó los primeros edificios de la escuela Scholem Aleijem de la que fui alumno, docente y luego director. Con Gregorio quien llegó a ser parte importante de la DAIA (vocal y luego presidente) y con Iehoshúa compartimos muchísimas amenas charlas y veladas sobre política y cultura en la casa de Jaime Finkelstein, por aquel entonces, director de la escuela y líder político de nuestra comunidad, con quien Gregorio consultaba e intercambiaba opiniones.

Recuerdo de aquellos encuentros, que Iehoshúa tenía dos debilidades. Una era cantar o pedir que se cantaran canciones en ídish y la otra su sentido del humor. 

De las canciones en idish que juntos hemos cantado, recuerdo dos que siempre estaban presentes en las veladas: Der kremer (El pequeño comerciante) y Zol zain (Aún si fuese). Las cantaba con emoción y creo que perfectamente entendía que se correspondía con el espíritu de aquellas estrofas; la primer canción (Der Kremer) cuenta la historia de un judío soñador acerca de un país judío que surgirá como modelo de justicia; y la segunda (Zol Zain) afirma, que lo fundamental no es haber alcanzado la meta, sino saber que estamos en camino hacia ella.


Der Kremer
“Zitzt zij a kremer in kreml,
er zitzt un er shoidert far kelt.
Er zitzt un er vart oif a koine,
un trajt zij mekoiaj der velt:”
“A idishe meluje raboisai,
tzi Kent ir dos grintlej farshein,
a meluje fun gole gueoinim,
a meluje fun melojim alein.”

Zol Zain
 
“Zol zain, az main tzil vel ij keinmol derlanguen,
zol zain, az main shif vet nit kumen tzum breg;
es gueit nit in dem ij zol hobn derganguen,
es gueit nor in gang, oif a zunikn veg.”

Él mismo, creo, se sentía identificado con los protagonistas de las canciones.
Otra marca imborrable que ha dejado en mí, es su singular humor. No creo equivocarme al decir que Faigón ha sido exponente de ese maravilloso humor judío que sabe combinar la risa con una reflexión. El humor, el arma y fortaleza del débil, del cual los judíos, como víctimas de las peores violencias, hemos sabido hacer un fecundo uso, era trasmitido por Faigón en cada ocasión propicia. Aquí compartiré uno de sus relatos humorísticos. 

Antes de relatarlo quisiera mencionar aquello que nos repetía Faigón “este es el chiste judío perfecto. Hay aquí de todo: dolor, alegría, tristeza, risa, acusación de crimen ritual, ´mikve´ (casa de baños rituales). ´Beit midrash´ (templo – casa de estudio), ´minjá´ (oración del atardecer), ´ma´ariv´ (oración del anochecer) e incluso un ´shamash´ (bedel de la sinagoga). Quiero verlos contando el mismo chiste, pero con un aldea en el sur del Perú como escenario…”:
“Poco antes de Pesaj, fue encontrado detrás del patio de la mikve del pueblo, el cadáver de un niño. Los judíos fueron presa de pánico, pensando que ahora vendría la nueva acusación antisemita de que habían cometido un crimen ritual y los gentiles dirían que habían matado al niño. Se congregaron entonces en el sótano del templo y permanecieron deliberando, qué hacer. De pronto, entre ´minjá´ y ´ma’ariv´, apareció el bedel de la sinagoga y exclamó con alegría: - judíos pueden salir y alegrarse, ¡El niño es judío!”

Esta reseña, por suerte no alcanza a abarcar el contenido de este libro, que merece el aplauso y el elogio a sus compiladores y a la editorial Milá del Departamento de Cultura de AMIA (2013), que cumplen juntos con una misión importante y sagrada: la de mostrarnos quiénes somos, quiénes ayudaron a ser lo que fuimos, lo que somos y lo que pretendemos ser.

“Ko Lejai!” - ¡Por la vida!


* Docente y actualmente Director del Dpto. de Cultura de AMIA.
fuente: periódico NUEVA SION- Bs.Aires.
www.nuevasion.com.ar 

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