LAS ROSAS PEREGRINAS©, por Irene Mercedes Aguirre, de Buenos Aires, Argentina
Uno se olvida de visitar a las personas queridas. Digo más, aún a las muy amadas. El tiempo, ese enorme tirano de las horas, va dosificando las actividades y los intereses a lo largo de los días y así, poco a poco, nos encontramos tan ocupados que parece inevitable olvidar aquello que fue tan caro para nosotros en otras épocas.
(“Dime qué hacer, Señor, en esta aurora
cuándo la pena me carcome el alma
cono estilete que azuza mi calma
mientras devana el hilo del otrora…”)
Me
levanté temprano. Aquel domingo todo parecía bullir en mi cabeza. En
realidad, la decisión la había tomado la noche anterior mientras cortaba
las rosas de la casita del puerto. Ya
les había “echado el ojo” para los floreros de mi casa porque eran
densas, enormes y rosadas, aunque carecían del perfume de las rojas y
aterciopeladas de mi antiguo domicilio de
la calle Arenas. Pero eran vistosas y alegres, con un algo de candor y
con resabios de una belleza esforzada, lograda a “fuerza de pulmón” en medio de macetones con malvones y geranios. Las rosas siempre han sido un pequeño tesoro de los jardines humildes, quizá mucho más significativas que los preciosos capullos que adornan alguna finca inglesa con natural disposición y elegancia. Porque estas rosas vistosas, sin perfume y en
gran número, lucían de forma inusual, desusada, en la diagonal de
tierra del sencillo patio de marras. Eso sí, estaban colmadas de
espinas, cuchillos afilados e hirientes que se negaban a entregar el fruto de su esfuerzo cotidiano y renuentes a conocer horizontes distintos de su origen.
Luego de algunas pinchaduras y
variadas maldiciones farfulladas en voz baja, logre cortar una buena
cantidad de ellas. A cambio, les entregué a las que quedaban, el
beneficio de algunos cubos de agua para que pudieran reproducirse sin
mayores problemas, pese a la merma ocasionada. Corte también algunos helechos, que derramaban sus finas
ramas y tenues adornos vegetales hacia arriba y a los costados.
Satisfecha con el ramo, cerré la puerta de rejas y me alejé raudamente.
La
adquisición de las flores, casi manu militari, confirmó mi irrevocable
decisión (tantas veces postergada), de cumplir con mi proyecto del día
siguiente.
Al
llegar a mi casa, dediqué una parte de las rosas para el
embellecimiento de mi sala. Sobre un multicolor florero, alternaron
amistosamente las recién llegadas con las de mi propio jardín. Formaron
un delicado centro rosado que jugueteaba con los diversos tonos
contrastantes a su alrededor. En otro recipiente más
pequeño, que usualmente ubico sobre la mesa de la cocina, puse algunas
màs.
Quedaron tan bonitas, a mi juicio, que me tentaron para decorar además el dressoir del living. A continuación escogí un estratégico hueco entre el reloj de mesa y un trozo de piedra mezclada con amatista que refulgía con sus tonos violáceos. Satisfecha con los resultados conseguidos reservé para la visita planeada el resto de las rosas en una vieja olla con agua. Diluí en ella una aspirina para alargar la vida útil de las flores y dí por terminada la tarea.
Quedaron tan bonitas, a mi juicio, que me tentaron para decorar además el dressoir del living. A continuación escogí un estratégico hueco entre el reloj de mesa y un trozo de piedra mezclada con amatista que refulgía con sus tonos violáceos. Satisfecha con los resultados conseguidos reservé para la visita planeada el resto de las rosas en una vieja olla con agua. Diluí en ella una aspirina para alargar la vida útil de las flores y dí por terminada la tarea.
Luego del desayuno, temí que se debilitara mi decisión de realizar aquel viaje con las rosas. No sé, creo que no es fácil realizar un encuentro con las migajas de
lo que ayer fuera plenitud y vivencias. Conformarse con el pálido
reflejo de un espejo quebrado, casi hecho añicos, presente y ausente a
la vez…
. .
(“Melancólico viaje hacia el encuentro
donde me enfrento toda, sin decirlo
y en callado silencio, al escribirlo
desnudo el vendaval que llevo dentro…”)
Porque mi tormento permanente en este asunto era mi aceptación tácita, interior, de que no tenían sentido ninguno de los rituales que realizaba. Que con ellos sólo respondía al cumplimiento de reglas y convenciones establecidas, ajustadas por el tiempo y el beneplácito de las creencias y la costumbre. Todo ello, me decía, lograba que nuestra conducta al respecto pareciera “casi” espontánea frente a hechos de esta naturaleza. En el fondo tenía la convicción que aunque yo quisiera ser un remolino que intentara perforar
un universo paralelo, cercano pero de imposible acceso, frente a él mis
rituales se tornaban algo torpe, incómodo e inútil. Al mismo tiempo, no podía evitar un mea culpa por la aparente indiferencia (¿remordimiento?) que se iba apoderando de mí ante la inminencia de aquel viaje.
Ya
el propio trayecto era penoso ¿O así al menos me parecía a mí, que esas
calles, sucediéndose unas a otras, se sumergían en zonas cada vez más
sombrías, cada vez más solas? No sé qué era, pero mi pecho iba oprimiéndose cada vez más a medida que me
acercaba a aquel lugar donde me esperaban ¿O en realidad no había
ningún interés por mi presencia? Tal vez sólo se trataba de un espejismo
de mi propio deseo. Todo se confundía, porque en realidad yo tampoco me había declarado a mí misma que tenía ganas de ir., Seguramente todo era obra de las propias impresiones que uno siente dentro suyo, integradas a la propia existencia, junto con los dictados que fueron marcándose sobre la blanda arcilla de las horas infantiles.
(“Este viaje a ese tórrido desierto
que calcina los campos terrenales
nos retiene y atrapa en infernales
abismos de dolor a cielo abierto…”)
Mis rosas, impávidas, me acompañaban en el asiento trasero del coche que nos conducía
hacia el sitio. Le dí una ojeada a la bolsa de plástico donde estaban
alojadas . Las preservé del intenso sol corriéndolas más hacia mí.
Reconocí, satisfecha, que era mejor estar sola en esta ocasión porque cuando uno debe enfrentar alguna resolución en la que se halla en juego la propia fiabilidad en temas esenciales, lo mejor es resolverlos al propio modo. Así, reflexionando, llegamos. Buscar entre las calles 5 y 6 el número 33 no fue tarea fácil. Tal como acontece en las más modernas metrópolis, donde los cuerpos de los edificios de departamentos son similares, a mí me costaba encontrar el punto. Mientras lo buscaba, recordé aquella serie de la TV española (cuyo título se me olvidó),donde la semejanza de los edificios hace imposible que el protagonista puede acudir a la cita con la mujer de sus sueños.
Reconocí, satisfecha, que era mejor estar sola en esta ocasión porque cuando uno debe enfrentar alguna resolución en la que se halla en juego la propia fiabilidad en temas esenciales, lo mejor es resolverlos al propio modo. Así, reflexionando, llegamos. Buscar entre las calles 5 y 6 el número 33 no fue tarea fácil. Tal como acontece en las más modernas metrópolis, donde los cuerpos de los edificios de departamentos son similares, a mí me costaba encontrar el punto. Mientras lo buscaba, recordé aquella serie de la TV española (cuyo título se me olvidó),donde la semejanza de los edificios hace imposible que el protagonista puede acudir a la cita con la mujer de sus sueños.
(“Busco, entre todos, el sabor perdido,
el olor primordial, la mano ardiente,
La miel de la mañana, la impaciente
constatación de amor del tiempo ido…”)
Con las rosas a mi lado, poco a poco, la relativa serenidad y
hasta cierta indiferencia, fueron cediendo el paso a la angustia ¡No
faltaba más! Ir a cortar las flores el día anterior a la casa del
puerto, mantenerlas cuidadosamente en el recipiente con aspirina, viajar tanto tiempo y ahora no poder entregarlas en ese sitio tan alejado de casa. No
podía soportarlo. Era verdaderamente el colmo.
Por suerte, las rosas se
mantenían bastante bien, gracias a un resto de humedad en la bolsa y yo
procuraba no cerrar la abertura de la misma para que el aire las mantuviera lozanas. Consulté a un encargado del lugar para que me orientara. Con su mejor voluntad, me dio algunas vagas indicaciones que no me sirvieron de mucho.
Mis rosas y yo continuamos la peregrinación como si fuésemos camino a Santiago de Compostela.
Mis rosas y yo continuamos la peregrinación como si fuésemos camino a Santiago de Compostela.
Sabía que el vecino de uno de ellos se llamaba Daniel Volpeti ¿ o era Volpati? La verdad es que dicha información no resultaba de ayuda en estas circunstancias. Los minutos pasaban y no aparecía ninguno de los buscados.
Al fondo, una construcción de color amarillo no sé por qué (n o sí lo sabía) me
llamó poderosamente la atención, como un recuerdo apagado y doloroso.
Recordé, mediante esos circunloquios que realiza nuestra mente cuando
quiere eludir el foco de atención, aquel film donde el asesino múltiple (me parece que lo encarnaba Tony Curtis), merced a la labor de un psiquiatra hipnotizador, enfrenta la tremenda verdad de su manía homicida, que permanecía oculta para él en su vida cotidiana.
Caminé, casi sin darme cuenta, en esa dirección. Un vientecillo fresco suavizaba el calor de las primeras horas de la tarde. Las grandes arboledas, plenas de verdor estival, mostraban orgullosamente sus enormes ramajes entre las flores y los bancos, para solaz de los ocasionales transeúntes.
De repente, encontré el hábitat del
tal Daniel. Muy cerca, me esperaba uno de los destinatarios de mis
rosas. Pasando una diagonal, casi en perfecto extremo de recta, se
hallaba el otro escenario que me interesaba. Ya segura de mis pasos,
pero desarmada por la emoción organicé como pude las actividades
subsiguientes. Abrí la bolsa, saqué las dos botellas con agua y luego de vaciar el líquido en los
recipientes comencé a repartir mis flores. Tres a los pies, una en la
cabecera de él; cinco a los pies de ella, complementado todo con finos
helechos.
(“Parece que no hay nadie y sin embargo
ellos me miran hoy, desde su altura
y alivian mi pesar, esta locura
de negar la verdad. Hoy me hago cargo
de aceptar mi pasado y mi presente,
conjugar el futuro entre las manos
con la lluvia de amor que desde arcanos
se desliza sutil sobre mi frente”)
Luego, con el corazón a flor de piel y los ojos cuajados de lágrimas, contemplé mi obra. Descubrí, gracias a las rosas, que volvía a tener significado el homenaje ante las tumbas de mis padres.
IRENE MERCEDES AGUIRRE
Postulada al Premio Internacional Carlos
Fuentes a la creación literaria en el
idioma español 2012, por la Secretaría
de Cultura de Avellaneda, Buenos Aires,
Argentina con la adhesión de numerosas
entidades culturales del mundo y
personalidades de la Cultura y las Letras
Fuentes a la creación literaria en el
idioma español 2012, por la Secretaría
de Cultura de Avellaneda, Buenos Aires,
Argentina con la adhesión de numerosas
entidades culturales del mundo y
personalidades de la Cultura y las Letras
Escritora y Crítica de Arte argentina.
Docente
e Investigadora y Miembro del
Consejo Asesor de la Secretaría de
Investigación e Innovación Socio -
productiva de UNDAV .
Consejo Asesor de la Secretaría de
Investigación e Innovación Socio -
productiva de UNDAV .
Catedrática
titular de Ética y Deontología
Profesional del Instituto de Educación
Superior de la Cámara de Comercio,
Industria y Producción de la República
Argentina
Profesional del Instituto de Educación
Superior de la Cámara de Comercio,
Industria y Producción de la República
Argentina
Miembro Fundador y Asesora Cultural
Internacional de UNILETRAS
Internacional de UNILETRAS
Presidente del Comité Interinstitucional de
la Asociación Nacional de la Alianza de
Mesas Redondas Panamericanas (reg. OEA)
Sonetista incorporada a la Biblioteca del
Soneto Miguel deCervantes Saavedra
Miembro de la Red Mundial de Escritores
en Español.
en Español.
Miembro de Honor ASOLAPO.
Miembro de Honor "Algo por Colombia".
Miembro de la International Writters Association
Miembro del Movimiento Poetas del Mundo
Miembro de BILINGUAL MCA, Poetas
por la Paz.
Miembro Permanente de la Academia Virtual
de Poetas y Escritores de Brasil (AVSPE).
Premio
Plata 2011 por el Movimiento Mundial
por la Paz "La Paz eres tú",
capítulo España,
del Círculo de Embajadores de la Paz, con
sede en
Ginebra, Suiza.
Embajadora de Paz Mil Milenios y Fundación
PEA.
Delegada y Embajadora de Paz de IFLAC
en Avellaneda.
Incorporada a BILINGUALMCA Poetas por la Paz.
Querido José
ResponderEliminarNo todos los abogados cuando nos enojamos hacemos juicio!! Algunos - como yo - simplemente envidiamos que tu estés en Haifa, frente al mar, y Eva y yo (socia y esposa, para más datos) trajinando esta ciudad de locos que es Buenos Aires. Por lo demás, un gran abrazo. Para eso está el éter, para difundir. Carlos Nahas