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miércoles, 30 de enero de 2013
Tamara Kamenszain :Los que conocieron a Gombrowicz
Como los inmigrantes, los aventureros, o los piratas, Witold Gombrowicz llega a Buenos Aires en barco. En un día de 1939 el joven polaco de 35 años, escritor apenas conocido en su país –aunque ya había publicado para esa época su novela Ferdydurke, una pieza de teatro y un libro de cuentos– recala por dos semanas en la ciudad porteña como participante de un crucero polaco que se aventuró hasta las costas de Sudamérica. Paradójicamente, ese corto período se transformará en un largo período de vida: 24 años. '
Mientras el joven Gombrowicz se pasea por las calles de Buenos Aires, estalla la guerra en Europa y se ve obligado, o decide –muchos de sus compañeros de viaje partirán a Inglaterra– permanecer en la Argentina. No se moverá de este país hasta 1963, año en que –ya en el clima de un amplio reconocimiento internacional– viaja a Francia donde morirá en la ciudad de Vence, en 1969.
Años de miseria y marginación (vive en pensiones, trabaja durante un largo período en un banco polaco, se automargina y lo marginan de los círculos literarios oficiales), estos de Gombrowicz en Argentina son, sin embargo, también años de crecimiento literario (escribe en Argentina la mayor parte de su obra: textos decisivos como Cosmos –premio Formentor 1967–, La seducción, Trasatlántico y el Diario Argentino).
Rastrear la huella que dejó Gombrowicz en la Argentina por esos años, elegir algunos nombres –algunos de ellos transformados en seudónimos literarios –entre los muchos que menciona como "su amigos" en el Diario Argentino, escuchar las narraciones de esos amigos y después transcribirlas, implica de algún modo trazar las coordenadas de un mapa biográfico siempre parcial, siempre fragmentario. Pero quizás o justamente en ese fragmentarismo, esté una de las claves de la personalidad de Witold Gombrowicz: prismático, multifacético, el genial escritor polaco intentó cubrirse –máscara sobre máscara– del peligro de la personalidad definida, unilateral.
Jorge Di Paola –novelista autor de Hernán y de La virginidad es un tigre de papel– y Mariano Betelú ("Flor" o "Quilombo") –dibujante–, lo conocen en la pequeña ciudad argentina de Tandil donde Gombrowicz recala para curarse de una enfermedad pulmonar. El escritor Ernesto Sábato y Juan Carlos Gómez ("Goma"), lo conocen en Buenos Aires, uno en plena vida literaria porteña, el otro en un bar donde se jugaba a] ajedrez. Para Jorge Luis Borges, Gombrowicz fue "un amigo de amigos". Testigos, interlocutores, intérpretes, estos cinco argentinos conocieron cada uno de ellos a un Gombrowicz distinto. En sus recuerdos, en la transcripción de esos recuerdos, está el azar de la biografía o –con un grado más de pretensión– las coordenadas de una posible historia.
1. UN LECTOR DE LA PAMPA SALVAJE
"Aparecieron a las cinco tres muchachitos que no tenían idea de quién era yo y me preguntaban cómo había llegado a la Argentina. El cuarto, menudo, dieciséis años, sonrió al oír mi apellido y dijo:– ¡Ferdydurke!– Lo llaman «Dipi»" (Gombrowicz, Diario Argentino, pág. 126) .
A principios de 1957 un amigo mío encontró un ejemplar con las páginas sin abrir del Ferdydurke, en la biblioteca de mi pueblo, Tandil. Fui el primer lector tandilense de ese libro; y seis meses después, en septiembre de ese mismo año, dos amigos fueron a despertarme de la siesta porque había llegado un escritor polaco que nos estaba esperando en un bar; era Gombrowicz. Había llegado a Tandil porque se le complicó su asma con una gripe asiática y necesitaba del buen aire serrano. Pero en el pueblecito Gombrowicz se aburrió y no se le ocurrió mejor idea que presentarse en uno de los tres periódicos de allí con la siguiente contraseña: "soy un escritor polaco que se aburre en esta ciudad y busca hablar con alguna persona inteligente". Los del diario lo mandaron a hablar con un escritor tandilense quien se lo sacó de encima derivándolo a nuestro grupo. Éramos para entonces unos cuantos adolescentes que teníamos un teatro independiente y algunos "escribíamos". Así, en la confitería donde siempre nos reuníamos, vi por primera vez a Gombrowicz. Era en realidad muy tímido y los primeros minutos fueron más bien tensos. Uno de los del grupo, un español Magariños, le preguntó; ¿cuál es su gracia?, a lo cual Gombrowicz respondió "mi nombre es muy difícil para criollitos"? y tomando una servilleta garabateó el nombre. Yo recordé súbitamente que ése era el autor del librito encontrado en la biblioteca y exclamé: ¡Ferdydurke! Gombrowicz se sorprendió mucho y evidentemente se conmovió, pero tuvo una salida graciosa, exclamó: "Oh, un lector en la pampa salvaje".
Nuestras primeras conversaciones fueron sobre la vida cotidiana en el pueblo, con mucha curiosidad de parte de él. Le interesaban, por ejemplo, los nombres de los árboles; estaba convaleciente y salíamos a caminar despacito, a cada rato preguntaba: "Che, viejo, ¿cómo se llama este arbolito?" Yo era fanático de Thomas Mann, hecho que compartíamos, aunque se hablaba muy poco de literatura; a él le interesaba más lo que se creaba en la mesa de café entre la gente Y lo que se creaba era una especie de práctica de estrategias, de seudopeleas y seudodisputas que Gombrowicz sutilmente organizaba. Se trataba de un juego dialéctico donde lograba que cada uno de nosotros terminara defendiendo una idea contraria a la que realmente tenía. Era un juego extraño, una práctica que no resultó tan inocente como podía parecer al principio Con este sistema Witold logró romper la estructura cerrada que tenía el grupo, por medio de desplazamientos y pequeñas intrigas
Él mismo funcionaba como una especie de adolescente ridículo y avejentado. Cuando lo poníamos en aprietos no tenía empacho en recurrir a su autoridad como adulto, pero en realidad tenía más capacidad payasesca que nosotros. Siempre estaba jugando un papel en el sentido teatral del término –y esto era algo que nunca dejamos de saber. Se sabía que se estaba participando de un juego, pero no de un juego para pasar el rato, sino de una aventura importante donde iba a saltar el resorte íntimo de cada uno; diría que por ser teatral, era al mismo tiempo un juego de desenmascaramientos. Curiosamente este juego perverso no estaba practicado hacia nosotros con perversidad real, los resultados eran, más bien, un aprendizaje acelerado y doloroso de nuestras actitudes mentirosas frente a los demás Nosotros éramos algo así como integrantes de un laboratorio gombrowicziano y lo sabíamos. Intuíamos que estábamos formando parte de uno de los tantos experimentos que hizo Witold en su vida. Más tarde, leyendo una biografía suya, alcancé a reconocer en su conducta en los bares de Polonia antes de la guerra, el mismo comportamiento.
Me interesa la vida de Gombrowicz en tanto es un aspecto de sus textos, y cuando me pongo a pensar, por ejemplo, en Ferdydurke recuerdo que él la escribió de joven y que el protagonista del texto es un joven que se relaciona –que mira– a los adultos En sus obras posteriores los personajes son adultos y aparecen mirando a los adolescentes, no siendo mirados por ellos. Esto se ve muy claramente en La seducción, curiosamente la obra que estaba escribiendo cuando llegó a Tandil. Entonces, es una sensación rara descubrir entre líneas en La seducción la experiencia que Gombrowicz tuvo con nosotros. Al principio, el libro comienza con una anécdota que le conté yo, de un muchacho de Tandil que tenía una dificultad cerebral y repetía dos veces la misma frase, la segunda vez muy bajito, y de esa segunda vez no era consciente. Pero esto es meramente anecdótico, lo importante es que entre líneas descubrí en esa novela –cuando la leí en español después de años– que esos juegos que hacíamos con Gombrowicz en Tandil eran como prácticas de esa patética aventura que los personajes adultos de La seducción –Witold y Frederich– tienen mientras observan a la pareja de adolescentes. Tengo la sensación de que en esos juegos artificiales servíamos de conejitos de indias para esa nueva actitud de los personajes de Gombrowicz, ese darse vuelta los roles de personajes que son observados como adolescentes a personajes adultos que observan a esos adolescentes
Es curioso y difícil hacer comprender la absoluta excentricidad de Witold, significativa en cuanto en él era casi como un sacrificio para escribir. Él no podía relacionarse bien con gente de su edad en Tandil, con nosotros tampoco se podía relacionar "bien", simplemente se podía mover cómodo en su excentricidad. Desconcertaba mucho a los adultos, era un tipo que vestía un arrugado traje de poplin y una gorra que llevaba en el bolsillo, casi podría decirse que se parecía a Jacques Tati. Era cómico, pero al mismo tiempo tenía como una especie de dignidad aristocrática, un orgullo. Creo que había asimilado en sus gestos mucho del cine mudo. Un día le pidió prestada la bicicleta a uno de los muchachos y se puso a andar, logró andar cada vez a menor velocidad hasta dejarla casi detenida y como el piso era de arena iba dibujando cuadrados en vez de círculos con una lentitud cercana a la inmovilidad. Era un perfecto corto de cine mudo y nosotros llorábamos de la risa...
Él vivía en una piecita que alquilaba, escribía todas las mañanas, era muy metódico y se enojaba si no aparecíamos con puntualidad a las citas que nos hacia en el bar, dándonos una grotesca diatriba acerca de la impuntualidad criolla. Pero enojado realmente, lo vi una sola vez y fue precisamente conmigo; fue la única vez que desfacé la confianza que me tenía Recuerdo que él quería dar conferencias sobre existencialismo y como yo era el más formal del grupo me encomendó organizarlas, y acepté, pero con la idea secreta de jugarle una broma. Había en el pueblo una pintora solterona, una de esas típicas solteronas de pueblo que además pintaba muy mal, y no se me ocurre mejor idea que hacerle creer a Gombrowicz que había divulgado lo de la conferencia por todo el pueblo, mientras en realidad había invitado solamente a la solterona. Tuvo que tragarse dos horas hablándole sólo a esa mujer; se agarró una rabieta tan grande que me echó del grupo. Les decía a mis amigos que yo era un traidor y ellos me veían solamente en secreto Pasada una semana de castigo empecé a recibir cartas a través de alguno de ellos. Eran pequeñas misivas en las que Witold me escribía, por ejemplo: "Te perdonaré si apareces en tal lugar"; se trataba de un lugar lejano al que yo fui la primera vez y por supuesto él no apareció. Me di cuenta que era parte del castigo, incluso las misivas seguían llegando y yo me quedaba con la duda de si Witold había ido o no. Esto duró un tiempo hasta que nuevamente fui aceptado en la mesa del bar.
Dio algunas de las conferencias sobre existencialismo. Una de ellas, recuerdo, fue en los sótanos de la biblioteca del pueblo. Él hablaba con un tono que era la parodia del tono del conferenciante, fingiendo una seriedad que en realidad era muy cómica. Agregando a eso, el acento polaco con que pronunciaba el español, que también era parte del grotesco. Yo estaba sentado en primera fila y de golpe veo que por el asiento de Gombrowicz empieza a subir una cucaracha, él también la vio y no tuvo mejor idea que sacar la gorra arrugada del bolsillo y gritar "Este horrible gusano" mientras la aplastaba Aunque era payasesco y le gustaba que se rieran de él, sus conferencias eran didácticas y claras. Se consideraba afín a Sartre en cuanto al tema de "la mirada del otro". La filosofía le importaba mucho, aunque mostrara despego hacia ella –le reprochaba el no estar encarnada–; pero de hecho dialogaba más con filósofos que con literatos. Incluso en ese juego que practicaba con nosotros era como una especie de Sócrates circense, utilizaba el método socrático. Gombrowicz nunca decía qué era lo que había que hacer, simplemente marcaba lo que estaba mal hecho.
¿Cómo reaccionaba frente a los textos que yo escribía y le mostraba? Bueno, lo que a él más le interesaba era la creación de una forma propia, de un estilo propio en el texto. Nunca dio consejos, simplemente hacía observaciones inherentes a esa forma Cuando leía cosas mías en las que le parecía que yo imitaba a Mann o al propio Gombrowicz –eran mis "imitados" más comunes– me lo marcaba diciéndome que no estaba siendo fiel a mi propia forma. Sus observaciones eran siempre bromeando, se ponía unos anteojitos para hacerse el profesor.
A Gombrowicz no le interesaba el género, poco le importaba si se trataba de novelas, cuentos o diarios íntimos. Incluso llegó a decir que el género del futuro era el diario porque ya las otras formas no podían contener un paralelo con la estructura del mundo actual. A Borges se lo hice leer yo, aunque no quería.
Decía ¿Para qué lo voy a leer si no me gusta?; sin embargo, le di Ficciones y vino diciéndome que se trataba de "una cosa seria". Creo que a Borges lo eligió como una especie de enemigo fantasmal, ya que nunca se trataron realmente. En general, Gombrowicz no nos leía lo que estaba escribiendo, pero una vez hizo una lectura memorable del primer acto de su obra teatral El casamiento. Teníamos un local donde nuestro teatro independiente ensayaba, y él llegó riéndose y haciendo bromas a "los artistas". Entonces le dije: Che, viejo, por qué no hacés teatro leído. Le dimos una silla, abrió su libro y leyó durante 20 minutos, su máscara era totalmente dúctil, en mi vida vi un teatro como ése.
Su partida de Tandil fue también payasesca. Recuerdo que mientras lo saludábamos en el andén él estaba parado majestuosamente en el estribo del tren con su traje, su paraguas y su pipa. Parecía un conde. Tan rara era su imagen, que provocó una situación también rara: se le acercó un hombre que estaba caminando por el andén y sorpresivamente le preguntó: "¿Y usted, qué es?", y se fue.
(Conversación con Jorge Di Paola)
2. DOS INSTANTÁNEAS DE GOMBROWICZ
"Si, pero nuestra aproximación fue, como ya se ha dicho, en primer lugar el efecto de un juego de circunstancias... menudas. De no haber sido por la tartamudez y el dramático paso bajo la lluvia (...) A eso se unía la magia de los nombres (...) Eso le confería a nuestras conversaciones distinción y brillo. En una ocasión se me trabó la lengua y de «Colimba» hice «Quilombo». Lo que español significa «burdel» (...) Empleado como nombre propio se vuelve sumamente cómico y traviesamente poético: –Che Quilombo, ¿cómo estás? –le decía yo con amabilidad refinada, y esto marcaba entre nosotros una distancia... que facilitaba el acercamiento)" (Gombrowicz, Diario Argentino, pág 163)
I)
Conversación mensual: Gombrowicz me había becado para terminar mis estudios universitarios. Esta charla se repetía todos los meses.
Período: 1959/1960.
Lugar: Calle Venezuela 615, Buenos Aires. Hora: 16:00 horas.
El viejo dormía "un poquito" de siesta hasta esa hora. Tenía terminantemente prohibido llegar antes y sobre todas las cosas sin avisar mi visita previamente por teléfono: No. 34-8792. Yo llegaba. Me anunciaba la encargada, y entraba la vieja pieza que tenía balcones a la calle Venezuela. Después del protocolo: "¿Qué tal, Flor de Quilombo?"... "¿Cómo te va, viejo?". Los diálogos eran casi siempre así:
G: "Aquí tengo 500 nacionales para vos, más 500 adicionales extras por mayores costos de la vida... (PAUSA) ¡Viejo, si es indecente lo que yo hago!... Dios mío... ¿por qué?... ¿por qué?... yo aflojo tanto dinero que me cuesta sangre . . . ¿Puedes explicármelo? . . . Por qué esa debilidad mía que me hace gastar la plata con vos tarado"
F: "Bueno, este, será porque vos querés, además yo no tengo dinero y... este ..." (TARTAMUDEO) .
G: (CON VOZ AUTORITARIA Y FALSA). "Tartamudear y gemir, eso si sabes, yo no sé por qué aflojo, debo estar loco. ¡La última vez que te di dinero no tuviste mejor idea que comprarte un paraguas y un librito de Ortega y Gasset!... Me parece que la esclerosis me está poniendo algo chocho, pero vos me contagiás la taradez. Tomá estos nacionales antes de que me arrepienta. (PAUSA) Dime, Flor, ¿por qué no le pides a tu tío millonario Marcolín, que vive en Italia, dinero para financiar tu carrera universitaria... por no decir vagancia, o, de lo contrario, pídeselo a tu papá y mamá...?"
F: "Yo... "
G: "Yo...yo" (imita mi tartamudez). Un largo silencio. Se pasea por la pieza gesticulando teatralmente. Implora al cielo. Pone una rodilla en tierra. Se sienta en un sillón. Mueve la cabeza que esconde entre las manos, y permanece largo rato. Eso me llama la atención. Como si contuviese algo. Luego se pone de pie y declama como el gran actor que es:
"¡Qué hermosa es la vida de la juventud ascética!"
"El dinero les quita el encanto y los pervierte". Y mirándome agrega: "A tu edad, Flor, no hace falta tener dinero. Es nocivo... ¡Claro que tu espíritu de pequeñoburgués lo ansia! Pero ya sabés, si lo deseas sácaselo a tus padres. ¿Acaso no eres el hijo? ¿Es así, verdad?"
F: "Viejo, es que vos sos para mi como un padre espiritual y yo no se lo podría pedir a nadie más. Sos como un padre potencial..."
G: "¡Mira Flor, esto es el colmo del descaro... (se ríe). Es curioso que yo que soy –diriamos– impotente, me transforme en un padre potencial, además yo no he tenido, y esto sea dicho con el mayor respeto, el placer con tu mamá". (DE PRONTO INTERRUMPE LA CONVERSACIÓN Y CON TONO SEVERO DICE): "Viejo, ¿te das cuenta de las estupideces que hablamos?. . . Por supuesto que existe un culpable... "
F: "Witold son las 17 horas ¿No seria conveniente partir al «Querandi» ?"
G: "Ah, esa mezquindad tampoco se te escapó. No piensas sino en llenar el buche. ¡Corre vos y espérame mientras hago unos llamados por teléfono !... "
Salgo de inmediato Llego al "Querandi". Esquina Perú y Moreno. A la media hora llega Gombrowicz caminando pausadamente, contoneándose como una matrona militar. Las manos en los bolsillos. El sombrero puesto. Compra el diario La Razón. Sin decirme nada me alcanza la sección de deportes.
II)
Periodo: Verano de 1960. Lugar: Tandil. Bar "Ideal", Gral. Rodríguez y Pinto.
Todas las tardes a las 17 horas Gombrowicz bajaba de su casa de veraneo, situada en el cerro del Parque Independencia, a tomar el té y a leer la correspondencia y los periódicos en el café Ideal. Traía consigo una libreta de anotaciones, un abrigo en el brazo "porque, con los vientos de Tandil nunca se sabe". El bar está en una esquina, frente a la plaza Independencia, en el centro de la ciudad. Palmera, tilos, canteros con flores, una estatua de luchadores griegos "bastante dudosa" y una fuente barroca. Se quita la gorra y marcialmente entra en el bar.
Las persianas están bajas. Hace calor. Yo lo estoy esperando, tomando una coca-cola. Al amplio salón concurren viejos parroquianos que me saludan con recelo al verme junto a Witold. Ambos esperamos a Dipi que viene del club donde frecuenta en la piscina a las niñas de 14 años.
Afuera los turistas dan vuelta a la plaza como caballos atados a una noria. Clima aplastante. Seguimos esperando.
Ferreyra, otro integrante del grupo, llega puntualmente a las 18 horas. Se acerca a la mesa con sus modales orientales. Se sienta, se levanta, sale. Entra, se sienta, se levanta, sale. Esto irrita a Gombrowicz. Cuando Ferreyra entra nuevamente Witold lo mira y con socarrona crueldad le dice: "Profesor, si usted viene tan sólo para irse no venga". El mozo trae tazas y vasos.
Gombrowicz me contaba de los enfermos mentales de su familia, en especial de un "tío loco incurable que por las noches recorría los aposentos vacíos tratando de ahogar su miedo con discusiones extravagantes que poco a poco se transformaban en cantos extraños para terminar en aullidos inhumanos".
En medio de la conversación, que se hacia densa y difícil, se escucha un ruido que viene de la calle. Murmullos. Personas que se mueven. Yo no alcanzo a ver por mi ubicación en la mesa. Una columna me lo impide. Veo si que la cara de Witold se contrae. El rictus se tensa, los ojos brillan nerviosos. La mano ha quedado detenida como en una foto instantánea, con la pipa atrapada en ella. Vibra todo. Su libreta de notas a un lado. Un hombre de unos cincuenta años, desaliñado, danza, hace gestos, profiere gritos y dice frases incomprensibles. Estamos frente a un ballet de la desorganización de lo humano. La gente lo rodea, le hace corrillos, pero al mismo tiempo lo esquiva como a un leproso. Gombrowicz en silencio sigue con la mirada todos los detalles. Entrecierra los ojos, apoya sus codos sobre la mesa. Deja su pipa. Observa.
Después de una larga pausa dice a media voz: "¡Dios mío, qué soledad es la de un loco!" Su mirada perdida en algún punto del espacio acompaña la frase.
(Dos textos de Mariano Betelú)
http://www.literatura.org/wg/wgcono.htm
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