sábado, 9 de octubre de 2010

Israel y la rendición de Occidente: Los Judíos como chivo-expiatorios otra vez.



Una de las historias mas antiguas del mundo proyectándose frente a nuestros ojos.

Los Judíos como chivo-expiatorios otra vez.



By SHELBY STEELE
WSJ




La voz más interesante entre todas las consecuencias residuales que rodean el incidente de la flotilla de Gaza es esa santurrona e intrusiva voz conocida como "la opinión mundial."
A cada vuelta de la "opinión mundial", como una profesora de escuela solterona, se ofende y condena a Israel por una infracción mas a la sensibilidad moral del mundo.
Y esta voz ha conseguido una legitimidad política internacional en la que incluso la condena más tonta contra Israel les da una oportunidad para otra auto-alabanza.
Grupos de rock hallan hoy una obligación moral tener que cancelar sus giras estivales en Israel (como Elvis Costello, The Pixies, Gorillaz, Klaxons). Un manifestante durante una manifestación anti-Israel en Nueva York levantó una pancarta con la calavera y las tibias cruzadas pintadas sobre la palabra "Israel". La ex corresponsal de la Casa Blanca Helen Thomas, en una de las encarnaciones más feas representando esta voz, manda los Judíos a regresar a Polonia. Y por supuesto la ONU y otras organizaciones internacionales condenan Israel con aire de suficiencia, una resolución tras otra mientras el gobierno de Obama o bien se adhiere u objeta con una guiñada.
Esto es un fenómeno mundial nuevo, la segregación casi completa de Israel dentro de la comunidad de naciones. ¿Y si estas observaciones de Helen Thomas que fueron patéticas y desagradables no estaban indicando la fase final de este esfuerzo de aislar Israel, o la anulación de su legitimidad como nación? Se percibe una familiaridad escalofriante en todo esto.
Una de las historias más antiguas en la que el mundo está proyectándose hoy ante nuestros ojos: Los Judios están siendo usados nuevamente como chivo-expiatorios.
"La opinión mundial" se esmera poderosamente para hacer que Israel se parezca a Sudáfrica en la época del apartheid, una nación fuera de límites morales. Y proyecta sobre Israel el mismo pecado que hizo que la Sudáfrica del apartheid fuese intocable: la supremacía blanca.
De alguna manera la "opinión mundial" se ha alejado de la visión que tenía sobre el conflicto palestino-israelí en el siglo 20 como una complicada controversia territorial entre dos pueblos sufridos. Hoy el mundo le levanta el pulgar a los palestinos, demonizando a la más fuerte y más blanca Israel como si fuese una potencia colonial, esencialmente comprometida con la "ocupación" de
gente asediada del Tercer Mundo.
Esto es ahora en sentido figurado dentro de algunos sectores y, literalmente, en otros, el molde moral a través del cual es vista Israel. No importa que gran parte del mundo lo sepa mejor. Este molde se ha convertido en una propiedad en sí mismo, una manera de tener buenos modales, de una política correcta. Por lo tanto, es de buena educación sentirse indignado por el bloqueo israelí de Gaza, y es de mala educación indignarse con el reciente ataque de Hamas contra una escuela porque educaba jovencitas, o con los miles de cohetes que Hamas ha disparado hacia ciudades israelíes, o incluso por el hecho de que Hamas está siendo armado y financiado por Irán.

El mundo quiere establecer comisiones independientes que investiguen a Israel, pero no a Hamas.


Una razón para ello es que todo el mundo occidental ha venido sufriendo un déficit de autoridad moral desde hace décadas. Hoy, nosotros los occidentales somos reacios a usar nuestro poderío militar en guerras para no parecer imperialistas; dudamos en asegurar nuestras fronteras para no parecer racistas; somos reacios a demandar la asimilación de nuevos inmigrantes para no parecer xenófobos; y estamos queriendo darle prioridad de un carácter occidental de nuestra civilización a programs de estudio para evitar parecer supremacistas. Hoy en día, occidente vive a la defensiva, la propia legitimidad de nuestras sociedades modernas que requieren una constante disociación de los pecados del pasado occidental, como el racismo, la explotación económica, el imperialismo y otros.


Cuando los comandos israelíes abordaron el último barco por de la flotilla y, después de de ser atacados con barras de metal mataron a nueve de sus atacantes, ellos estaban actuando en un mundo sin una autoridad moral que les pudiera otorgar el beneficio de la duda. Por su apariencia eran soldados de choque de una gran nación blanca del Primero Mundo dispuesto a masacrar incluso "activistas por la paz" con el fin de imponer un bloqueo contra el pueblo de Gaza, pobre y negro. Así fue como aconteció esta ironía: en la óptica de un mundo occidental moralmente comprometido, los israelíes se parecieron a la Gestapo.
Esto no es, por supuesto, la realidad del moderno Israel. Israel no busca oprimir u ocupar, y ciertamente no quiere aniquilar a los palestinos en una búsqueda de supremacía judía atávica. Pero el mínimo el eco de un pasado occidental vergonzoso es suficiente para enfriar el apoyo de Occidente a Israel.
Occidente también carece de auto confianza para ver a los palestinos como son.


Nuevamente, para el occidente blanco es más seguro ver a los palestinos como ellos se propagandizan: como gente sufriendo "ocupación" a la que se le niega su soberanía y la simple dignidad humana a manos de un colonizador occidental blanco. Occidente está sencillamente demasiado vulnerable frente a este estigma racista como para oponerse a esta caracterización "neo-colonial".

Nuestro problema en Occidente es comprensible. No queremos perder aún más nuestra autoridad moral. Así que optamos por no ver ciertas cosas que están frente a nuestros ojos. Por ejemplo podemos pasar por alto que los palestinos, y gran parte del Medio Oriente están siendo conducidos a una militancia y guerra no por sus legítimas reivindicaciones contra Israel u Occidente. Sino que es mas bien por su sentimiento de inferioridad. Si los palestinos tuviesen todo lo que quieren: una nación soberana y hasta digamos, armas nucleares, podrían despertarse al día siguiente y todavía se sentirían acosados por un sentimiento de inferioridad. Por bien o mal, la modernidad es hoy en día la medida del hombre.


Y el disimulo más efectivo y rápido de la inferioridad es el odio. El problema no soy yo, sino que son ellos.

Y en mi propia victimización disfruto de una grandeza moral y humana donde no importa cuan elegante y moderno sea mi enemigo ya que poseo la inocencia que define a las víctimas. Puedo ser pobre pero mis manos están limpias. Incluso mi atraso y pobreza sólo reflejan una superioridad moral mientras que la riqueza de mi enemigo demuestra su inhumanidad.


En otras palabras, mi odio es mi autoestima. Esto debe tener mucho que ver con el famoso rechazo en el 2000 de Yasser Arafat a la propuesta de Ehud Barak en Camp David donde Israel ofreció más del 90% de lo que los palestinos habían exigido. Una aceptación de dicha oferta habría involucrado renunciar al odio como consuelo y significado. Por lo tanto los palestinos y por ende ampliamente el mundo musulmán, hubieran tenido que caer en una confrontación con su inferioridad en relación a la modernidad. Arafat sabía que sin el odio a los Judíos, la amplia cohesión que define el mundo musulmán lo abandonaría.

Así que le dijo no a la paz.


Y esta obstinación del mundo musulmán, este atractivo hacia el consuelo del odio, es uno de los grandes problemas del mundo actual, ya sea en los suburbios de París y Londres, o en Kabul y Karachi, o en Queens, N.Y., y en Gaza. El fervor por el odio como liberación puede que no defina al mundo musulmán, pero se ha convertido en una droga que consuela elementos de ese mundo en su gran competición con Occidente. Este es, en Occidente, nuestro problema sin una fácil solución. Problema por el cual le otorgamos a Israel un papel de chivo expiatorio, donde le exhortamos a comportarse mejor y asi no tener que sentirse abandonada. Vemos allí nuestra propia vulnerabilidad.





El Sr. Steele es un senior fellow en la Hoover Institution de la Stanford University.
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