miércoles, 5 de mayo de 2010

"Llego siete años tarde"- Historia de un reencuentro entre españoles y judíos unidos y separados por la guerra

por Henrique Cymerman
Bruselas
Enviado Especial


Zenón Zalman Shifer, de 70 años, y Paquita Sánchez Manrubia, de 80, se estudian atentamente. Se acarician las caras, se secan mutuamente las lágrimas y brindan con sus seres queridos: “Por Juanito, por nuestra familia”. La última vez que se vieron fue en 1945.

“Hace mucho que os buscaba en España y Bélgica, pero mejor tarde que nunca”, suspira Shifer.
Todo empezó en la etapa final de la guerra civil española. Cuatro niños de Barcelona –Paquita, Juanito, María y Dolores, huérfanos de madre– son enviados a Bélgica. Los pequeños son repartidos entre familias sin hijos de Bruselas. “Era como un mercado –recuerda Paquita–. ‘¿Quién quiere esta niña?’, preguntaban como si fuera una subasta, y alguien nos llevaba”. Es así como Juanito, de seis años, llega a la familia de Joseph y Louise Materne, trabajadores ferroviarios y miembros de la resistencia. Paquita es adoptada por otra familia.


Corre 1942. En otro punto de la ciudad, Sara Fajertag, que había llegado de Polonia cinco años atrás, pierde a su marido por un cáncer. Lo único que le queda es su hijo Zenón, de dos años. Las persecuciones nazis se intensifican y los judíos encontrados son deportados. Sara, a pesar de estar sola en el mundo, decide intentar salvar la vida de su hijo y encontrar una familia que lo adopte. Se hace fotos de despedida con Zenón y le escribe: “Recuerda que yo fui tu mamá”. No hay tiempo y acude a un convento para pedir ayuda. Miles de niños judíos fueron salvados por la Iglesia durante la guerra. Sin embargo, Sara no quiere que su hijo sea educado como cristiano. Alguien le recomienda hablar con los Materne, socialistas y laicos. Una mañana llama a la puerta del número 132 de la calle Paepsem de Bruselas.


Tras presentarse, implora:
“Por favor, ¿quieren cuidar de mi hijo?”. Joseph le contesta: “Depende de lo que diga Juanito, nuestro hijo adoptivo”. Sara y Zenón esperaron tres horas a que el niño volviera del colegio. “Juanito, ¿quieres un hermano pequeño?”, preguntaron los Materne.

“Claro que sí”, contestó el niño.

“Así fue como Juanito salvó mi vida”, relató a este diario Zenón Shifer hace unos meses en su casa de Tel Aviv. Hubo muchos casos de niños españoles y judíos hermanados por las guerras. El riesgo que corrían los Materne y los restantes padres adoptivos era enorme. Ser descubierto escondiendo a un niño judío significaba la pena de muerte. Para asegurarse de que ningún colaborador de los nazis les delatara, sus protectores amenazaban abiertamente a sus vecinos, advirtiendo que la résistance se vengaría.

Al terminar la guerra, Sara, que logró sobrevivir, volvió a Bruselas enferma y pesando menos de 40 kilos. Durante unos años se instaló con Zenón cerca de los Materne. Luego hicieron su alia (emigración) hacia el nuevo Estado judío y el contacto se perdió.

“Tengo que encontrar a Juanito.
Aunque no sé su apellido.

¡Dios mío, estamos en la era de Internet, no puede ser! He acudido a embajadores belgas aquí y en Madrid, a organizaciones internacionales y al Ayuntamiento de Foret en Bruselas. Todos me contestaron que la ley de privacidad impide que me den información”, dijo Shifer. En sus numerosos viajes a Bélgica, los vecinos le contaron que los Materne fallecieron y que probablemente Juanito volvió a España, como gran parte de los niños refugiados.

Zenón Shifer, economista reconocido internacionalmente, logró que se publicara su historia en España hace cinco meses.

“Juan es mi único hermano y tengo que encontrarlo como sea”, dijo emocionado el israelí de 70 años. Pero tras varias semanas de tensa espera, ni una información.
Ni una pista.

“Hasta que la fundación Raoul Wallenberg, que busca a no judíos que salvaron a judíos durante la guerra, los justos entre las naciones, me pidió permiso para investigar en Bélgica”, recuerda.

Su presidente, Baruj Tenenbaum, y su director, Dani Reiner, propusieron al Ayuntamiento de Foret que entregara una carta a Juanito o a su familia. “Así, si ellos quisieran contestar lo harían y eso no violaría la ley de privacidad”, explica Reiner.

Días más tarde, los directivos de la fundación llaman a Shifer:
“Hemos encontrado a los tres hijos de Juanito Materney a su hermana Paquita, que se acuerda perfectamente de ti. Quieren verte y abrazarte. La noticia triste es que tu hermano, que fue adoptado por los Materne, falleció hace siete años”. Zenón lloró unos minutos, pero anunció de inmediato a su mujer y tres hijos: “Pronto iremos a reencontrarnos con nuestra familia”.

Dos semanas después, acompañamos a los Shifer en su viaje a Bruselas. Al aterrizar, Daniel y Patricia Materne, que habían cogido un día de vacaciones para esperarles, tenían los ojos húmedos, pero reaccionaron de forma contenida y centroeuropea.

Diez minutos después, el calor mediterráneo de los Shifer doblegó todas las barreras. En pocos minutos eran una familia.
Cuando acudieron a la tumba de los Materne, en el cementerio de los combatientes de la resistencia, ya estaban todos abrazados.

Los Shifer van a casa de Paquita, una señora de 80 años con aspecto andaluz (sus padres eran de Almería), pero que ya sólo habla francés. Tras abrazarse, recordar las travesuras de Juanito y cómo él y Zenón dormían en la misma cama, Paquita enseña sus álbumes de fotos. “Mira cuántas veces sales. ¡Eras tan dulce! Para Juanito eras su hermanito pequeño...”.

Comparan álbumes y descubren exactamente la misma carroza de caballos, en una con Juanito y en la otra con Zenón.

Tras una merienda al estilo español, brindan con cava. El “chin chin” de los Materne Sánchez se combina con el “lehaym” (por la vida, en hebreo) de los Shifer. Zenón pide que le lleven a la tumba de Juanito. “Ha sido incinerado y dispersamos sus cenizas por el jardín. Era un hombre libre”, murmura Daniel, el mayor. Zenón sale al jardín, respira hondo y suspira: “Tengo un sentimiento agridulce. Por un lado he recuperado a los descendientes de mi hermano, pero por otro he llegado a él siete años tarde”.

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