miércoles, 25 de julio de 2007

"SANTA FE, MI PAIS"-



MÓNICA RUSSOMANNO

FATUM




Terminaba Tchaikovsky de escribir la escena de una
ópera en la cual una mujer escribía una carta donde se
ofrecía a un hombre. La mujer se ofrecía,consciente de
su posición frágil, de su vergüenza, de su enorme
temeridad.

En el mismo momento en que Tchaikovsky finalizaba la
escena, una carta le fue entregada. En esa carta,
una mujer se le ofrecía, consciente de su vergüenza,de
su temeridad, de su posición frágil. Y, como Tchaikovsky
tenía el temor del destino, aceptó a esa mujer que poco
tiempo después fue su esposa. Fatum. Destino. Lo que es
inexorable, según los romanos sostuvieron.

Caminábamos con mi amiga Myriam por la calle peatonal.
Un pichón daba saltitos junto a un muro, alejándose
pobremente de las pisadas y los perros.Frágil,
sobreviviendo apenas y por casualidad.
Irremediablemente lejos del nido y de la madre, a la
intemperie el pichón asustado.

Mi amiga Myriam que es valiente y generosa, tomó el
pichón con las dos manos y así abrigado lo puso en una
cajita de cartón. Volvimos a mi casa, y mientras llevaba
la caja como una ofrenda, con el cuidado de no sacudirla
con el bamboleo de los pasos, pensaba yo en cómo
cuidaríamos a ese pajarito,si ella y yo tenemos perros,
si se daría a revolotear y huir como manda la especie.

En eso estaba pensando con la caja en las dos manos,
cuando en una vereda, abandonada para los carritos
basureros hallamos una jaula enorme.
No podía ser. Era netamente un imposible que llevando
un ave hallásemos una jaula. Sin embargo estaba allí,
sucia pero sana y enorme la jaula. Justo saliendo a
nuestro encuentro. Fatum. El destino que cayó como la
palabra de Dios, como el rayo que taladra la tormenta
y señala por única vez un árbol que se incendia. Fatum.

Cuenta la historia que la carta que la mujer envió
a Tchaikovsky fue una de las cien que mandó a
personajes importantes. Sólo él la respondió, y se puso
los grilletes que le pesaron el resto de su patética vida.
Pobre Tchaikovsky, tan supersticioso, que creyó que la
coincidencia le proporcionaba una mujer, que estaba
señalada, para él, por los dioses.

Traje la jaula y el ave. Le dimos de comer al pichón
de la acaso torcaza con mi mamá. Revivió, empezó a aletear.
Luego se lo llevó Myriam, y tan bien se repuso, que
revoloteó por dentro de su casa y comenzó a comer solo.
Después se murió. Así de repente, sin aviso ni queja.
Como un pajarito, realmente, se murió por completo.

Alguna vez todos los signos me mintieron que una
persona me estaba destinada desde el atrás de nuestras
historias. Pero no lo estaba.

Entonces qué es del destino, qué de las señales
dadas por los esquivos demiurgos. Qué de esas urgentes
llamadas donde las probabilidades son inexistentes y
sin embargo reclaman. Las razones para nuestro
descrédito son las mismas que las que los creyentes
exhiben con fe, con alivio.

Quizás el fatum de Tchaikosky era la desgracia,
y debía componer “la patética” para firmar su existencia
desdichada. Quizás el pichón debía unirse a la jaula sólo
para dejarnos ver que el destino es fasto o nefasto,
independientemente de las coincidencias felices.
Quizás no existe eso que los romanos denominaron
fatum, tan inexorable la palabra en su brevedad trágica.

No fue feliz el ruso; finalmente murió el ave.
El destino es inexorable, no me cabe duda, cuando
miramos el pasado. Quisiera creer que cartas y jaulas y
coincidencias no nos gobiernan. El destino es inexorable
cuando ya la cosa está hecha, pero actúo con la libertad
de no saber el desenlace de las historias, y de no
prefigurar un final antes de que éste haya puesto su
punto de clausura. Prefiero el exceso de soberbia que el
timorato acatamiento de los horóscopos.

(c) Mónica Russomanno - russomannomonica@hotmail.com

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